Estrasburgo ha sido y es lo que su propio nombre indica: Straten-burgum, un cruce de caminos. Ciudad abierta en todos los sentidos: en el más literal y geográfico, junto a la frontera líquida, inestable, del Rin; y también en el plano temporal, enlazando sus orígenes y cénits históricos con la actual Europa unida que reparte sus cuarteles entre Bruselas, Luxemburgo y Estrasburgo. La capital del nuevo Gran Este francés –la Alsacia de toda la vida– es ahora también el hogar de todos los europeos.
Aquí se inventó la Marsellesa, el himno nacional francés, pero también la bandera azul con estrellas doradas de la Unión Europea. Surcando sus canales o recorriendo sus callejas medievales, siempre aflora la amalgama entre un pasado agitado, o glorioso, y un presente no exento de interrogantes.