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El misterioso escritor del evangelio de Juan: el discípulo amado

El discípulo amado no tiene nombre. En todo el evangelio lo vemos cubierto con un halo de misterio.

06 DE MARZO DE 2022 · 21:00

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Foto de Dahiana Waszaj en Unsplash CC.

¿Quién escribió el evangelio de Juan? Pareciera que la respuesta es más que obvia: que lo escribió el apóstol Juan. Pero la cosa es bastante más complicada (y divertida) que eso. En esta nota vamos a descubrir 4 teorías principales sobre la autoría del evangelio de Juan. Y, además, vamos a entender por qué este debate puede cambiar la forma en la que leemos y entendemos “el evangelio espiritual”. 

Hacia el final del cuarto evangelio, en el capítulo 21 de Juan leemos claramente quién lo escribió. Dice así: «Pedro se dio vuelta y vio que, detrás de ellos, estaba el discípulo a quien Jesús amaba, el que se había inclinado hacia Jesús durante la cena para preguntarle: “Señor, ¿quién va a traicionarte?”. Pedro le preguntó a Jesús: “Señor, ¿qué va a pasar con él?”. Jesús contestó: “Si quiero que él siga vivo hasta que yo regrese, ¿qué tiene que ver contigo? En cuanto a ti, sígueme”. Ese discípulo es el que da testimonio de todos estos sucesos y los ha registrado en este libro; y sabemos que su relato es fiel» (Juan 21:20,21,24).

En otras palabras, el mismo evangelio dice que no fue escrito por el apóstol Juan. El escritor fue “el discípulo a quien Jesús amaba”. Este es un personaje anónimo y fascinante. Lo vamos a encontrar 5 veces en todo el libro: sentado al lado de Jesús en la última cena (13:21-28), con Jesús y María junto a la cruz (19:25-27), corriendo a la tumba junto a Pedro (20:1-10), pescando junto a los discípulos en el mar de Tiberíades (21:1-11) y charlando con Jesús y Pedro en el pasaje que acabamos de leer (21:20-23). 

El discípulo amado no tiene nombre. En todo el evangelio lo vemos cubierto con un halo de misterio, así que no podemos estar 100% seguros de su identidad. Lo que sí podemos hacer es pensar hipótesis que nos permitan explicar de la mejor manera posible la información que tenemos.

Teoría 1: El discípulo amado fue el apóstol Juan

La primera hipótesis es la más más conocida, la que seguramente vos aprendiste: que el escritor del evangelio, del Apocalipsis y de las 3 cartas fue la misma persona, el apóstol Juan. Según el Nuevo Testamento, Juan era hijo de Zebedeo y hermano de Santiago, otro de los apóstoles. Juan fue un simple pescador de la zona de Galilea hasta que Jesús lo llamó.

Según la tradición, Juan ejerció su ministerio en Jerusalén, junto al resto de los apóstoles. Fue el único que sobrevivió al martirio. En algún momento, dejó Jerusalén y se mudó a la ciudad de Éfeso, en lo que actualmente es la zona de Turquía. Juan pastoreó la iglesia de Éfeso hasta que el emperador Domiciano lo exilió en la isla de Patmos. Según la tradición, en esa isla escribió el libro de Apocalipsis. Años más tarde, otro emperador llamado Nerva lo liberó. Y poco antes de morir, al final del siglo I, Juan volvió a Éfeso, desde donde escribió su evangelio y las 3 cartas que llevan su nombre.

Volvamos al texto del evangelio; dice que el escritor fue el discípulo amado. Pero, ¿de dónde sacamos nosotros que el discípulo amado fue el apóstol Juan? Eso se lo debemos a uno de los padres apostólicos, Ireneo de Lyon. Unos 90 años después de la escritura del evangelio, san Ireneo escribió que el discípulo amado era el apóstol Juan. Ireneo había recibido esa información de su maestro, Policarpo de Esmirna, que, según la tradición, había sido discípulo del mismísimo apóstol Juan. Es decir: el apóstol Juan le dijo a Policarpo, Policarpo le dijo a Ireneo, y gracias a Ireneo nos llega a nosotros. 

Esta es la teoría más conocida. Y quizás las cosas fueron realmente así, tal como dijo san Ireneo. Pero hay 3 problemas importantes con esta hipótesis. 

En primer lugar, que en ninguna parte del texto bíblico se dice concretamente que el discípulo amado fuera el apóstol Juan. Imaginemos que, por haber sido discípulo del Señor, Juan era alguien muy conocido, muy respetado en la iglesia primitiva. A esa altura ya existían cartas firmadas por varios apóstoles: Pedro, Pablo, Santiago, etc. Entonces: ¿por qué motivo habría callado Juan que él era el escritor del evangelio? Algunos dicen que lo hizo por humildad; pero, de cualquier manera, esta explicación es un poco rara. ¿Por qué? Porque la principal forma para que un libro tuviera autoridad entre los primeros cristianos era justamente que lo hubiera escrito un apóstol. Entonces, ¿por qué no decirlo? 

En segundo lugar, el evangelio de Juan es una obra increíble, con un vuelo literario y teológico fascinante, con un conocimiento de la filosofía griega y las tradiciones judías muy profundo. Sería bastante llamativo que un texto como este hubiera sido escrito por un pescador. Miren lo que dice el libro de los Hechos: «Los miembros del Concilio quedaron asombrados cuando vieron el valor de Pedro y de Juan, porque veían que eran hombres comunes sin ninguna preparación especial en las Escrituras» (Hechos 4:13). El apóstol Juan no era una persona muy formada; es muy probable que haya sido incluso analfabeto, porque los pescadores en tiempos de Jesús generalmente no sabían leer. Pero cuando estudiamos el cuarto evangelio, nos encontramos con una erudición y una calidad literaria que no tiene nada que envidiarle a Cervantes, a Shakespeare o a Dante. Uno podría decir sencillamente que, aunque Juan era analfabeto, Dios le sopló al oído todo lo que tenía que decir… pero incluso si eso hubiera sido así, existe todavía otro problema con esta hipótesis. Pero para eso, tenemos que presentar la próxima teoría.

Teoría 2: El discípulo amado fue Juan el anciano

En los tiempos de la iglesia primitiva, igual que hoy, Juan era un nombre muy común. En los registros de las primeras décadas del cristianismo se mencionan al menos 4 personas llamadas Juan: Juan el apóstol, Juan el anciano, Juan el evangelista y Juan de Patmos. El problema para nosotros es que no podemos saber si todos esos Juanes son el mismo Juan o si son todos diferentes. ¿Será que el apóstol Juan también era conocido como Juan de Patmos? ¿Era simplemente otro apodo de la misma persona? ¿O quizás eran 2, 3 o incluso 4 personas diferentes?

Hace un ratito mencioné a san Ireneo de Lyon, que dijo que el escritor del Evangelio fue el apóstol Juan. Pero ahora tenemos que hablar de otro personaje: el obispo Papías de Hierápolis. No tenemos muchos detalles sobre su vida, pero sabemos que Papías vivió en la zona que actualmente es Turquía en la primera mitad del siglo II. Papías dijo que no estaba seguro de quién había escrito el evangelio: si había sido el apóstol Juan (como decía Ireneo) o si había sido otro Juan, conocido como “el anciano” o “el presbítero”. Según la tradición, Juan el anciano fue discípulo del Juan el apóstol.

¿Pero qué evidencias apoyan el testimonio de Papías? Existen al menos dos.

En primer lugar, las similitudes que hay entre el evangelio y las 3 cartas de Juan. Cuando leemos 1ra, 2da y 3ra de Juan encontramos un montón de elementos en común con el cuarto evangelio: ideas y palabras que se repiten, temas y preocupaciones similares. ¿Y quién escribió esas cartas? El autor se presenta dos veces con estas palabras: «Yo, Juan, el anciano» (2 Juan 1 y 3 Juan 1). 

La pregunta sería :¿Quién era ese anciano? Quizás fue el apóstol Juan hablando de sí mismo como viejo, es posible… pero también podría ser que había otra persona, Juan el anciano, que usaba ese apodo para diferenciarse de otro Juan muy famoso, el apóstol.

Y quizás hay una prueba más que apunta a este personaje. El evangelio dice: «Entre la comunidad de los creyentes corrió el rumor de que el discípulo amado no moriría» (Juan 21:23). ¿Será que este rumor surgió porque el discípulo amado era muy viejo (un “anciano”)?

Teoría 3: El discípulo amado fue Lázaro de Betania

Hasta acá vimos 2 teorías tradicionales: que el discípulo amado fue el apóstol Juan (como dijo Ireneo) y que el discípulo amado fue Juan el anciano (como dijo Papías). Las próximas dos hipótesis no surgen de la tradición cristiana, sino de la misma propuesta narrativa del cuarto evangelio. La próxima hipótesis sugiere que el discípulo amado fue Lázaro de Betania, el hermano de Marta y María.

En el capítulo 11 del evangelio, Jesús resucita a Lázaro. Y si miramos con atención, vamos a ver que entre Jesús y Lázaro había una relación de mucho cariño. El versículo 3 dice: «Así que las dos hermanas, Marta y María, le enviaron un mensaje a Jesús que decía: “Señor, tu querido amigo está muy enfermo”» (Juan 11:3). El versículo 5 agrega: «Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro» (Juan 11:5). Un poco más adelante leemos: «Entonces Jesús lloró. La gente que estaba cerca dijo: “¡Miren cuánto lo amaba!”» (Juan 11:35-36). Incluso, en el versículo 11, Jesús mismo dice: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero ahora iré a despertarlo» (Juan 11:11); en todo el evangelio, Jesús habla de sus amigos de manera general, sin mencionar específicamente a personas. Dice por ejemplo: «No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando» (Juan 15:13,14). Pero en Juan 11:11 Jesús habla de Lázaro específicamente como su amigo. 

El cuarto evangelio nos dice de muchas maneras que Lázaro fue un discípulo a quien Jesús amaba profundamente; quizás haya sido él ese discípulo amado que escribió el evangelio. Y si esta teoría es cierta, hay una evidencia más muy sugerente. Leímos recién ese versículo que dice: «Entre la comunidad de los creyentes corrió el rumor de que el discípulo amado no moriría» (Juan 21:23). Quizás el rumor surgió porque Jesús había resucitado de los muertos a Lázaro, ese discípulo al que amaba tanto.

Ya vimos 3 hipótesis y las 3 apuntan a personas reales: Juan el apóstol, Juan el anciano y Lázaro de Betania. Ahora vamos a ver la cuarta y última hipótesis, que es quizás mi preferida.

Teoría 4: La comunidad del discípulo amado

La última hipótesis afirma que la mano detrás del cuarto evangelio no es tanto una persona, sino un grupo de personas: una comunidad guiada por una figura conocida como “el discípulo amado”. Esta teoría puede sonar un poco extraña, pero ha recibido mucho apoyo de los biblistas en las últimas décadas. 

Vamos a leer de nuevo el versículo con el que empezamos el video: «El discípulo amado es el que da testimonio de todos estos sucesos y los ha registrado en este libro; y sabemos que su relato es fiel» (Juan 21:24). Esta es la única evidencia de autoría en todo el evangelio. Y de este versículo podemos aprender dos cosas. En primer lugar, que hubo un testigo presencial de la historia conocido como “el discípulo amado”; ese es el testigo que estuvo sentado junto a Jesús en la última cena (ver Juan 13:21-28) y lo acompañó a los pies de la cruz (ver Juan 19:25-27). Pero la segunda cosa es interesantísima: el versículo dice «sabemos que su relato es fiel». O sea: “nosotros sabemos”, primera persona del plural. ¿Quiénes son estas personas que dicen “sabemos”? 

En pocas palabras, digamos que, además del testimonio presencial del discípulo amado, hay una comunidad que respalda su testimonio. Algunos biblistas afirman que la forma final del evangelio, el texto tal como nosotros lo leemos, fue elaborado por esta comunidad del discípulo amado.

Es un buen momento para preguntarnos: ¿por qué el cuarto evangelio es tan diferente de los otros tres, Mateo, Marcos y Lucas? ¿De dónde vienen esas diferencias tan grandes entre Juan y los sinópticos? 

Acá entramos un poco en el plano de la especulación, así que vamos a tomarlo con cuidado. Sin embargo, muchos biblistas encuentran buenos argumentos para afirmar que las diferencias entre Juan y los sinópticos se deben a que la comunidad del discípulo amado fue un grupo cristiano que se distanció un poco de la tradición apostólica principal, o sea, la que leemos en el libro de Hechos, en las cartas de Pablo, Pedro o Santiago. 

¿Y de dónde sale esta interpretación? Sobre todo, de dos elementos. En primer lugar, de una cuestión lingüística. A diferencia del resto del Nuevo Testamento, en el cuarto evangelio no aparece nunca la palabra “apóstol”. Cuando leemos el resto del Nuevo Testamento, los doce apóstoles ocupan un rol muy importante en la historia de la salvación y de la Iglesia. Marcos dice, por ejemplo, que Jesús «nombró a doce y los llamó sus apóstoles. Ellos lo acompañarían, y él los enviaría a predicar y les daría autoridad para expulsar demonios» (Marcos 3:14,15). Pero en el cuarto evangelio, no importa tanto el título o el rol de los apóstoles, la cuestión “institucional”, podríamos decir. Más bien, lo importante es que las personas estén unidas a Jesús, que dijo: «Yo soy la vid; ustedes son las ramas. Los que permanecen en mí y yo en ellos producirán mucho fruto porque, separados de mí, no pueden hacer nada» (Juan 15:5).

En segundo lugar, es muy notable que el apóstol Pedro, el gran representante de la tradición apostólica, sea presentado en el cuarto evangelio con un tono bastante crítico. Mientras el discípulo amado reposa en el pecho de Jesús, Pedro está sentado lejos (ver Juan 13); mientras el discípulo amado está en la cruz junto a Jesús, Pedro lo niega y se esconde (ver Juan 19); mientras el discípulo amado reconoce a Jesús a la distancia, Pedro ni se da cuenta (ver Juan 21). Pareciera que, al lado del discípulo amado, Pedro entiende todo mal. ¿Será que esto apunta a ciertas diferencias teológicas que existían entre la comunidad del discípulo amado y el resto de la tradición apostólica? Muchos biblistas dicen que esto es muy probable.

¿Y en qué consistían esas diferencias teológicas? Como es obvio, en un artículo como este no me puedo meter en los detalles técnicos. Pero hay un montón de bibliografía al respecto y sobre todo recomiendo un libro fantástico que se llama La comunidad del discípulo amado, escrito por Raymond Brown. Solo para abrir el apetito te tiro 3 ideas. Al leer el cuarto evangelio, conviene prestar atención a lo siguiente: 

En primer lugar, a su cristología (o sea: cómo habla del Señor Jesús); desde el comienzo del evangelio leemos que Jesús es el Logos, el Verbo, la Palabra. «El Logos estaba con Dios, y el Logos era Dios» (Juan 1:1). 

En segundo lugar, a su eclesiología (o sea: qué características debe tener la iglesia); en este evangelio, la gran característica de los discípulos de Jesús es el amor. El gran mandamiento, el más importante, es: «Ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado» (Juan 15:12). 

Y, en tercer lugar, al rol y el valor que Jesús da a las mujeres; contrariamente a todas las expectativas de la época, la misión de evangelización no empieza con los doce apóstoles, sino con una mujer, que para colmo, era samaritana: «Muchos samaritanos de esa aldea creyeron en Jesús, porque la mujer había dicho: “¡Él me dijo todo lo que hice en mi vida!”» (Juan 4:39).

Conclusión

Cada uno de nosotros puede elegir la teoría que le parezca más adecuada: que fue el apóstol Juan, el anciano Juan, que fue Lázaro de Betania o que fue una comunidad guiada por discípulo amado. Incluso hay otras teorías que no traté en este artículo. De cualquier manera, todos estos esfuerzos son necesarios para intentar captar los detalles de este evangelio tan hermoso.

Quizás algunos han llegado hasta acá y todavía se preguntan: ¿por qué es tan importante saber quién escribió un libro? ¿Acaso ese dato cambia su contenido? Para responder esa pregunta traigo a colación un cuento de Jorge Luis Borges que me encanta. Se llama Pierre Menard, autor del Quijote. En este cuento Borges se pregunta: ¿qué pasaría si Don Quijote hubiera sido escrito, palabra por palabra, por otro autor? El Quijote fue escrito por Miguel de Cervantes en la España de principios del siglo XVII; ¿qué pasaría si en vez de eso hubiera sido escrito tal cual por un autor francés llamado Pierre Menard trescientos años después? La conclusión a la que llega Borges es inevitable: cuando asociamos un texto con un autor, cambia completamente nuestra forma de leer el mismo texto. 

En otras palabras: si leemos el evangelio creyendo que lo escribió el apóstol Juan, vamos a interpretar todo lo que dice bajo esa luz. Pero si partimos de otra hipótesis, muchos sentidos del texto van a cambiar. Eso es lo fascinante de leer y releer la Biblia: cada vez que aprendemos algo nuevo, que entendemos un aspecto literario o descubrimos algún detalle histórico, nuestra lectura cambia. Y si cambia nuestra lectura, cambiamos nosotros.

 

Bibliografía

Brown, R. (1983). La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica. Salamanca: Ediciones Sígueme. 

Escaffre, B. (2010). Evangelio de Jesucristo según san Juan. Estella: Verbo Divino. 

Luttikhuizen, G. (2007). La pluriformidad del cristianismo primitivo. Córdoba: El Almendro. 

Magnin, L. (2021). “Misterio divino y humano. Un diálogo entre los Evangelios sinópticos y Juan”. Albertus Magnus, XI (1), 19-40.

Manson, T. W. (1975). Cristo en la teología de Pablo y Juan. Madrid: Ediciones Cristiandad. 

Velasco, R. (1992). La Iglesia de Jesús. Proceso histórico de la conciencia eclesial. Estella: Verbo Divino.

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