La medicina como encuentro de culturas. La ciencia haciendo el papel no sólo de crisol de saberes de diferentes procedencias sino incluso de sexos, abriendo al mundo femenino la puerta de un mundo hasta entonces -y posteriormente también- vedado.

Y una entidad encargada de salvar la tradición terapéutica en una época difícil. Todo esto y mucho más es el legado que dejó la llamada Escuela Médica Salernitana, considerada por muchos historiadores el germen de las universidades europeas.

Después de los difíciles siglos que siguieron a la caída del Imperio Romano y que afectaron a casi todos los aspectos de la vida, desde el desplome demográfico a la crisis agraria, pasando por la decadencia de las ciudades y, en suma, la sustitución de todo un sistema por otro -el esclavista, relevado por el feudal-, la tradición cultural clásica encontró su salvación en los monasterios por dos razones: primera, la conocida labor de sus copistas, que permitió la superviviencia de muchas obras que de otra forma se hubieran perdido; segunda, el hecho de que los propios bárbaros solieran respetar esos cenobios. Pero no sólo la cultura sobrevivió tras sus muros; también lo hicieron las personas, que encontraban allí asilo contra la peste y el hambre.

Matthaeus Silvaticus, Liber pandectarum medicinae (Turin, 1526) / foto dominio público en Wikimedia Commons

Y aunque los monjes no fueron grandes expertos en curar enfermedades -si acaso las trataban como podían-, sí parece que la Escuela de Salerno nació en el siglo IX precisamente a partir de un antiguo hospital fundado por monjes benedictinos unos doscientos años antes.

Es difícil concretar dada la escasez de documentación, pero sí parece claro que en el siglo X la escuela ya gozaba de cierta fama en la región italiana de Campania, hasta el punto de que era muy frecuentada por los notables. Por entonces, Salerno acababa de desligarse del Principado de Benevento para constituir su propio principado.

La leyenda cuenta que hubo cuatro médicos primigenios: el judío Helinus, el griego Pontus, el árabe Adela y el italiano Salermo. Resulta muy obvia la confluencia de culturas, por lo que lo más probable es que se trate de una tradición simbólica sin base real. Lo que sí es llamativo es el hecho de que ninguno de esos personajes era clérigo, algo que indicaría que la medicina laica no debió desaparecer totalmente.

Dibujo a pluma que muestra a una curandera en pie, tal vez sea Trotula / foto Wellcome Library, London en Wikimedia Commons

Así, una decena de maestros seguidores de las doctrinas de Hipócrates, Galeno y Dioscórides, clásicos traducidos y conservados en las bibliotecas monásticas pese a que la base de la enseñanza era más oral y práctica que teórica, impartían sus conocimientos a estudiantes de pago procedentes de multitud de países.

En el siglo X se fueron incorporando más textos, hoy muy conocidos, como los de los musulmanes Averroes, Avicena, Rhazes y Al Jazzar o del judío Isaac de Toledo, que ampliaron el saber de los profesores e hicieron que algunos se desplazaran a la corte francesa, por ejemplo.

Poco a poco, los maestros de la Escuela publicaron sus propias obras, caso de Garioponto o Petroncello, aunque en realidad eran más compendios de clásicos que otra cosa. Ello no hizo sino seguir incrementando la fama del lugar, que se ganó el apelativo de Hippocratica Civitas (Ciudad Hipocrática) y la visita en el siglo XI de varios importantes dignatarios religiosos, entre ellos el mismísimo papa Gregorio VII.

Y siguieron editándose obras. La más popular quizá sea el Antidotarium, una recopilación de recetas de la escuela que se convirtió en una referencia al poco de salir, allá por el siglo XII. Fue también en esa centuria cuando Salerno desarrolló los estudios de anatomía y la práctica de vivisecciones de animales, especialmente cerdos, y cuando Ruggero di Fruggardo publicó su libro Chirurgia, un tratado de cirugía con impresionantes descripciones de operaciones.

Regimen sanitatis Salernitanum / foto Welcome Images en Wikimedia Commons

Y es que esa especialidad dio un considerable salto adelante en Salerno, gracias que sus médicos idearon un original método de anestesia: esponjas empapadas en opio, beleño y mandrágora que si no dormían al paciente al menos lo aturdían, librándole del terrible dolor del bisturí.

Sin embargo, la obra más famosa fue Regimen Sanitatis Salernitani, un poema anónimo compuesto de 364 versos (con ampliaciones posteriores) que describe la escuela y el método humoral clásico que utilizaba (los 4 humores del cuerpo humano, a saber, sangre, flema, bilis y bilis negra, cuyo desequilibrio origina las enfermedades), pero, sobre todo, recopila consejos terapéuticos muy sencillos, casi refranes didácticos que pueden parecer un tanto candorosos en unos casos pero que en otros siguen vigentes hoy en día («El calor del verano es nocivo para las comidas abundantes», «Si quieres vivir con salud lávate a menudo las manos», «Sea breve la siesta o no se duerma», «Para pasar bien la noche conténtate con una cena ligera»…).

En los siglos XIII y XIV la Escuela Médica Salernitana empezó a decaer progresivamente ante la aparición de otros centros de estudios médicos en Italia y resto de Europa. Pero su espíritu permaneció, como demuestra que siguiera funcionando hasta el año 1811. Y es que fue revolucionaria en más de un sentido. Como decíamos al principio, tanto en el elenco de profesores como en el de estudiantes había mujeres, pues la postergación femenina, pese a la imagen tópica que se suele tener, no fue tan acerba en la Edad Media como en siglos posteriores.

Ambos sexos debían estudiar 5 años de medicina y 3 de lógica, así como pasar otro haciendo prácticas con un veterano y realizar autopsias periódicamente. Vastos conocimientos, pues, que explican por qué algunos historiadores consideran a la Escuela Salernitana la primera universidad. De hecho, la actual Facultad de Medicina de la Universidad de Salerno se ha proclamado continuadora de su legado.


  • Comparte este artículo:

Loading...

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.