Luis XIV de Francia. Biografía

Luis XIV de Francia

El que fuera elevado a la altura de un dios por encima de la nobleza, como due�o y se�or de la persona y propiedades de diecinueve millones de franceses, naci� el 5 de septiembre de 1638 en Saint-Germain-en-Laye, junto a Par�s. Su padre, Luis XIII, y su madre, Ana de Austria, interpretaron como una se�al de buen augurio que su hijo naciese ya con dos dientes, lo que quiz�s presagiaba el poder del futuro rey para hacer presa en sus vecinos una vez ce�ida la corona.


Luis XIV

Muerto su progenitor en 1643, cuando el Delf�n contaba cuatro a�os y ocho meses, Ana de Austria se dispuso a ejercer la regencia y confi� el gobierno del Estado y la educaci�n del ni�o al cardenal Mazarino, sucesor en el favor real de otro excelente valido: el habil�simo cardenal Richelieu. As� pues, fue Mazarino quien inculc� al heredero el sentido de la realeza y le ense�� que deb�a aprender a servirse de los hombres para que �stos no se sirvieran de �l. No hay duda de que Luis respondi� de modo positivo a tales lecciones, pues Mazarino escribi�: "Hay en �l cualidades suficientes para formar varios grandes reyes y un gran hombre."

Aquel infante privilegiado iba a vivir entre 1648 y 1653 una experiencia inolvidable. En esos a�os tuvieron lugar las luchas civiles de la Fronda, as� llamadas por analog�a con el juego infantil de la fronde (honda). La mala administraci�n de Mazarino y la creaci�n de nuevos impuestos suscitaron primero las protestas de los llamados parlamentarios de Par�s, prestigiosos abogados que registraban y autorizaban las leyes y se encargaban de que fueran acatadas. Mazarino hizo detener a Broussel, uno de sus l�deres, provocando con ello la sublevaci�n de la capital y la huida de la familia real ante el empuje de las multitudes. Era el comienzo de la guerra civil.

Para sofocar la rebeli�n, el primer ministro llam� a las tropas de Luis II de Borbón-Condé, cuarto pr�ncipe de Cond�, Gran Maestre de Francia y h�roe nacional; los parlamentarios claudicaron inmediatamente, pero Cond� aprovech� su �xito para reclamar numerosos honores. Cuando Mazarino lo hizo detener en enero de 1650, la nobleza se levant� contra la corte dando lugar a la segunda Fronda, la de los pr�ncipes.

La falta de acuerdo entre los sublevados iba a decidir su fracaso, pero eso no impidi� que durante meses el populacho se adue�ara otra vez de Par�s; la reina madre y su familia, de regreso al palacio del Louvre, hubieron de soportar que una noche, tras correr la voz de que el joven monarca estaba all�, las turbas invadiesen sus aposentos y se precipitaran hacia el dormitorio donde el ni�o yac�a inm�vil en su cama, completamente vestido bajo las mantas y fingiendo estar dormido: ante el sonrosado rostro rodeado de bucles casta�os, la c�lera del pueblo desapareci� de pronto y fue sustituida por un murmullo de aprobaci�n. Luego, todos abandonaron el palacio como buenos s�bditos, rogando a Dios de todo coraz�n que protegiera a su joven pr�ncipe.


El cardenal Mazarino

Aquellos acontecimientos dejaron una profunda huella en el joven Luis. Se convenci� de que era preciso alejar del gobierno de la naci�n tanto al pueblo llano, que hab�a osado invadir su dormitorio, como a la nobleza, permanente enemiga de la monarqu�a. En cuanto a los prohombres de la patria, los parlamentarios, jueces y abogados, decidi� que los mantendr�a siempre bajo el poder absoluto de la corona, sin permitirles la menor discrepancia.

Luis XIV fue declarado mayor de edad en 1651, y el 7 de junio de 1654, una vez pasado el hurac�n de las Frondas, fue coronado rey de Francia en la catedral de Reims. A partir de ese momento, su formaci�n pol�tica y su preparaci�n en el arte de gobernar se intensificaron. Diariamente despachaba con Mazarino y examinaban juntos los asuntos de Estado. Se dio cuenta de que iba a sacrificar toda su vida a la pol�tica, pero no le import�: "El oficio de rey es grande, noble y delicioso cuando uno se siente digno y capaz de realizar todas las cosas a las cuales se ha comprometido."

No es de extra�ar, pues, que comprendiese perfectamente su obligaci�n de casarse con la infanta espa�ola Mar�a Teresa de Austria, hija de Felipe IV de Espa�a, porque as� lo exig�an los intereses de Francia. Seg�n la Paz de los Pirineos, tratado firmado en 1659 entre ambos pa�ses, la dote de la princesa deb�a pagarse en un plazo determinado. Si no se efectuaba el pago, la infanta conservar�a su derecho al trono espa�ol. El astuto Mazarino sab�a que Espa�a estaba pr�cticamente arruinada y que iba a ser muy dif�cil cobrar la dote, con lo que Luis XIV podr�a reclamar, a trav�s de su esposa, los Pa�ses Bajos espa�oles e incluso el trono de Espa�a. Al soberano nunca le satisfizo aquella reina en exceso devota y remilgada, pero cumpli� con los compromisos adquiridos y con todas sus obligaciones como esposo. Al menos, durante los primeros a�os de su matrimonio.


Boda de Luis XIV y María Teresa de Austria

El 9 de marzo de 1661, Mazarino dejaba de existir. Hab�a llegado el momento de ejercer la plena soberan�a. Luis XIV escribi� en su diario: "De pronto, comprend� que era rey. Para eso hab�a nacido. Una dulce exaltaci�n me invadi� inmediatamente". Cuando los funcionarios le preguntaron respetuosamente qui�n iba a ser su primer ministro, el soberano contest�: "Yo. Les ordeno que no firmen nada, ni siquiera un pasaporte, sin mi consentimiento. Deber�n mantenerme informado de todo cuanto suceda y no favorecer�n a nadie."

Monarca absoluto

Con sus palabras, Luis XIV acababa de fundar la monarqu�a absoluta en Francia, seg�n un concepto cuya difusi�n asegurar�a: el del despotismo por derecho divino. La omnipotencia ministerial que desde 1624, con Richelieu y Mazarino, hab�a sentado las bases del poder�o franc�s, quedaba ahora subsumida en la autoridad real. Desde entonces, ni la reina madre ni otros dignatarios volvieron a ser convocados a ninguna reuni�n de los consejos de Estado. El monarca invitaba s�lo a la tr�ada ministerial formada por Jean-Baptiste Colbert, Fran�ois-Michel Le Tellier, marqu�s de Louvais, y Hugues de Lionne. Inseparables del rey, se reun�an dos o tres veces por semana en los consejos reservados que �ste presid�a, demostrando que pose�a una personalidad y firmeza suficientes para controlar los �rganos centrales de gobierno. As�, el a�o 1661 marc� el advenimiento de una nueva era en Francia y en Europa, la de la monarqu�a absoluta.

El otro gran golpe de efecto de Luis XIV en ese a�o fue el arresto de Nicolas Fouquet, superintendente de Finanzas de Mazarino, a quien el rey consideraba demasiado rico y poderoso, y capaz por ello de convertirse en sucesor del cardenal. En un acto de teatral afirmaci�n del poder, le hizo arrestar en Nantes, el 5 de septiembre, bajo la acusaci�n de malversar fondos p�blicos. Condenado a prisi�n perpetua en la fortaleza de Pinerolo, Fouquet fue desde entonces una advertencia para los que serv�an o dejaban de servir al rey. De esta forma la autoridad real se elev� m�s a�n, otorg�ndole la plenitud de poderes que tuvo Richelieu por delegaci�n de Luis XIII: el rey se ve�a a s� mismo como un representante de Dios sobre la tierra y como un ser infalible, puesto que su poder le ven�a de Dios.


Un joven Luis XIV (óleo de Charles Le Brun, c. 1661)

Con esp�ritu met�dico y conciencia profesional, Luis XIV se propuso encarnar a Francia en su sola persona, mediante la centralizaci�n absoluta, la obediencia pasiva y el culto a la personalidad real. Todo estaba bajo su control, desde las disputas teol�gicas hasta el m�nimo detalle del ceremonial. La r�gida etiqueta que impuso en la corte fue en sus manos un instrumento de gobierno. Despu�s de haber protagonizado once guerras en cuarenta a�os, el poder de los nobles pas� a depender de la capacidad que demostraran en la corte de complacer al rey. Desde ese momento dejar�an de ser un factor esencial en la pol�tica francesa para cristalizar en una clase social parasitaria, ego�sta y propensa al esnobismo. De la misma forma que el siglo de Luis XIV marc� el apogeo de la vida cortesana, redujo a la nobleza a una estrecha dependencia moral y econ�mica de la figura del rey.

Su reinado estuvo se�alado por el fasto y la euforia, sobre todo en los primeros a�os, cuando brillaban en la comedia Moli�re y en la �pera Jean-Baptiste Lully, y el propio Luis bailaba disfrazado de dios del Olimpo, para solaz de las damas. La reina madre y el circulo de devotos de la corte se escandalizaron al ver que el matrimonio no hab�a atenuado la pasi�n del rey por las aventuras sexuales. La reina Mar�a Teresa, baja y regordeta, hablaba con dificultad el franc�s y viv�a casi ignorada pero en perpetua adoraci�n de su esposo, al que dar�a seis hijos, todos fallecidos en la infancia, a excepci�n del gran delf�n. Cuando la reina muri� en 1683, Luis dijo: �He aqu� el primer pesar que me ha ocasionado�. Todos le dieron la raz�n.

El r�gimen de las amantes oficiales hab�a empezado al poco tiempo de su casamiento, cuando el rey estableci� una estrecha relaci�n con su cu�ada madame Enriqueta, duquesa de Orleans, y, para evitar el esc�ndalo, tom� por amante a una dama de honor de �sta, Louise de La Valli�re. Era una muchacha t�mida y algo coja, de diecis�is a�os, que le dio tres hijos ileg�timos que ser�an criados por la esposa de Colbert.


La marquesa de Montespan

En 1667 La Valli�re fue reemplazada por Fran�ois-Ath�na�s de Rochechuart, la espl�ndida marquesa de Montespan, que durante diez a�os domin� al rey y a la corte como la verdadera sultana de las fiestas de Versalles. Sus numerosos alumbramientos (siete en total) fueron tema del parlamento, que legitim� a los cuatro hijos bastardos que sobrevivieron. Por fin, cansado de sus c�leras y de sus celos, el rey se separ� de ella cuando la marquesa se vio implicada en el llamado caso de los venenos, un sonado esc�ndalo que salpic� a un n�mero importante de personalidades, que fueron acusadas de brujer�a y asesinato.

Expansionismo y guerra

Luis XIV consider� siempre la guerra como la vocaci�n natural de un gran rey, y a ella subordin� la econom�a nacional, con el objetivo final de imponer la supremac�a francesa en Occidente. Su ministro Jean-Baptiste Colbert le proporcion� los medios materiales para sus empresas, con las reformas en Hacienda y las acertadas medidas proteccionistas de la industria y el comercio. La revoluci�n econ�mica que llev� a cabo le permiti� armar un ej�rcito capaz de hacer de Francia el estado m�s poderoso de Europa. En esta tarea fue decisiva la reorganizaci�n de las tropas realizada por Le Tellier, que concentr� la autoridad militar para crear un verdadero ej�rcito mon�rquico, cuyos efectivos aumentaron de 72.000 a 400.000 hombres.

Desde la muerte de su suegro Felipe IV de España en 1665, Luis hab�a comenzado una batalla jur�dica para reclamar los Pa�ses Bajos espa�oles en nombre de su mujer, y para ello hab�a publicado el Tratado de los derechos de la reina. Poco despu�s, el 21 de mayo de 1667, con la formidable m�quina de guerra creada por Le Tellier, invad�a los territorios flamencos, apoder�ndose de las plazas m�s importantes de la frontera, en medio de un aut�ntico paseo militar. Inquieta ante el empuje franc�s, Inglaterra se ali� con Holanda y Suecia en la Triple Alianza, y la contienda (conocida con el nombre de guerra de Devoluci�n) cambi� de rumbo, finalizando con la Paz de Aquisgr�n de 1668, por la que Espa�a recuperaba Besan�on y Francia se apoderaba de Flandes. �ste fue el comienzo de una serie de conflagraciones que duraron todo su reinado.


Luis XIV en la guerra de Devolución (óleo de Le Brun)

Despu�s de cuatro a�os de preparativos, Luis determin� que hab�a llegado el momento de vengarse de Holanda, en parte tambi�n por odio a los burgueses republicanos que monopolizaban el mar. El ministro De Lionne obtuvo un activo apoyo británico, mediante la alianza con Carlos II de Inglaterra, y la neutralidad de Brandeburgo, Baviera y Suecia. En la primavera de 1672 un poderoso ej�rcito de 200.000 hombres, comandado por el rey en persona, atraves� el obispado de Lieja e invadi� Holanda, conquist�ndola en pocas semanas. La eficaz ayuda de la flota inglesa contribuy� a la victoria, y Luis XIV regres� triunfante a Par�s.

Pero los holandeses se apoyaron en el principal enemigo de Francia, el pr�ncipe Guillermo de Orange, quien orden� la rotura de los diques para detener al ej�rcito invasor, al mismo tiempo que el almirante Ruyter derrotaba a la flota anglofrancesa. La resistencia de Holanda tuvo como consecuencia aislar a Francia de sus antiguos aliados, lo cual oblig� a Luis a la renuncia de sus pretensiones sobre los Pa�ses Bajos. La larga guerra termin� con el Tratado de Nimega, firmado en 1678, por el cual el Rey Sol se convert�a en el �rbitro de Europa: renunciaba a Flandes, pero consolidaba las fronteras del norte y del este, y obten�a de Espa�a el Franco Condado.

El rey cristiano

A sus cuarenta a�os, Luis XIV hab�a alcanzado el apogeo de su fortuna pol�tica y militar. Arrogante como ning�n otro soberano, Par�s lo llamaba el Grande y en la corte era objeto de adoraci�n. En esa �poca se produjeron importantes cambios. Luego de haberse separado de madame de Montespan, temeroso de que el esc�ndalo de los venenos arruinase su reputaci�n, el rey abandon� abiertamente los placeres e impuso la piedad en la corte. A su imagen, los antiguos libertinos se convirtieron en devotos, un velo de decencia recubri� la ostentaci�n, el juego y las diversiones, que en su desaparici�n (no del todo completa) dejaron lugar al aburrimiento y la hipocres�a.

Los tartufos se reacomodaron as� a la nueva corte moderada y met�dica de Versalles, en la que reinaba ocultamente una nueva soberana: madame de Maintenon. Era la viuda del poeta sat�rico Paul Scarron y hab�a sido la gobernanta de los hijos habidos por el rey con madame de Montespan, antes de convertirse en la nueva favorita. A poco de morir la reina Mar�a Teresa, en 1683 se cas� en secreto con el rey, en una ceremonia bendecida por el arzobispo de Par�s. La boda signific� una nueva etapa en la vida de Luis XIV, que sent� definitivamente cabeza, prepar�ndose para una vejez digna y piadosa, rodeado de sus hijos y nietos.

La influencia de madame de Maintenon, hugonote convertida al catolicismo, fue fundamental en la devoci�n del rey, que, pese a poseer s�lo un barniz de religiosidad (su cristianismo se basaba en el �miedo al infierno�), quiso imponer en el reino la unidad de la fe cat�lica y consider� al protestantismo como una ofensa al rey cristian�simo. Se desat� entonces una ola de conversiones en masa, obtenidas mediante la violencia, que desembocaron, el 18 de octubre de 1685, en la revocaci�n del Edicto de Nantes, por el que Enrique IV de Francia hab�a autorizado el calvinismo a finales del siglo anterior. Las escuelas fueron cerradas, los templos demolidos y los pastores desterrados, mientras el �xodo de millares de protestantes hacia Holanda fue creando focos de hostilidad hacia el rey. Luis XIV sum� as� a sus enemigos naturales el mundo de la Reforma.


Madame de Maintenon

Inglaterra, Alemania y Austria se unieron en la Gran Alianza para resistir el expansionismo franc�s. La guerra resultante tuvo una larga duraci�n, extendi�ndose entre 1688 y 1697, a�os en los que Luis XIV no pudo obtener la victoria militar que buscaba y Europa se fue imponiendo poco a poco a Francia, sobre todo por la determinaci�n de Guillermo III de Inglaterra, el alma de la coalici�n. Guillermo III se hab�a propuesto la eliminaci�n de la hegemon�a del Rey Sol en el continente y la implantaci�n de la tolerancia religiosa. La Paz de Ryswick puso fin al conflicto mediante una serie de pactos que significaron el primer retroceso en el camino imperial de Luis XIV: Lorena fue restituida al duque Leopoldo; Luxemburgo, a Espa�a; y Guillermo III fue reconocido como rey de Inglaterra, contra la creencia de Luis en el derecho divino del rey Jacobo II al trono ingl�s.

La guerra de Sucesi�n

El testamento del �ltimo rey Habsburgo de Espa�a, Carlos II, fallecido en 1700, entregaba la herencia imperial a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, que reinaría como Felipe V de España. Cuando el monarca franc�s acept� las cl�usulas testamentarias, volvi� a plantearse el dilema: hegemon�a de Francia o equilibrio continental, y su decisi�n signific� una declaraci�n de guerra. Toda la Europa herida por la pol�tica imperialista durante los �ltimos treinta a�os se levant� nuevamente contra aquella hegemon�a, y as� Francia tuvo que combatir a la vez contra Austria, Inglaterra y Holanda.

La lucha estuvo se�alada al principio por las victorias de los Borbones, pero, a partir de 1708, los desastres de la guerra fueron tan grandes que Francia estuvo a punto de perder todos los territorios conquistados en el siglo anterior, y Luis XIV se vio forzado a pedir la paz, sobre todo a partir del desastre de Malplaquet. Humillado en el campo de batalla, el rey acept� el Tratado de Utrecht, por el que Francia ced�a Terranova, Acadia y la bah�a de Hudson a Inglaterra, aunque su nieto Felipe V conservaba la corona de Espa�a.

Los sacrificios de la guerra arruinaron al Estado franc�s y minaron el r�gimen absolutista de Luis XIV, ya desgastado por la crisis social y econ�mica: el reverso del siglo del Rey Sol se exhib�a en la mortandad, en la miseria y la mendicidad de las ciudades, en el miedo de los campesinos al hambre y al fisco, en los frecuentes motines, reprimidos con sangre, del pueblo desesperado, en la revuelta de los siervos contra los se�ores que rug�a en todas partes. Los �rboles se doblaban bajo el peso de los ahorcados, comentaba sin inmutarse madame de Sévign�, y por todas partes se elevaban quejas contra los privilegiados.


Retrato ecuestre de Luis XIV (c. 1704)

Pero el orgulloso ego�smo del monarca continuaba inmutable, pese a las tristezas de las derrotas militares y a los grandes duelos de su familia: en 1705 hab�a muerto su biznieto, el duque de Breta�a; en 1711, el gran delf�n; en 1712, su nieto Luis, duque de Borgo�a, la mujer de �ste, Mar�a Adelaida de Saboya, y su segundo biznieto, el segundo duque de Breta�a. Como heredero al trono ya no quedaba m�s que un tercer biznieto, el duque de Anjou, que reinar�a con el nombre de Luis XV.

El rey se hac�a viejo y se refugi� en la oraci�n y en el regazo de su favorita. Durante el invierno de 1709 hubo una marcha contra el hambre entre Par�s y Versalles. Por primera vez desde las Frondas, Luis XIV oy� los gritos de protesta de la muchedumbre. Madame de Maintenon escribi�: "Las gentes del pueblo mueren como moscas y, en la soledad de sus habitaciones, el rey sufre incontrolables accesos de llanto". La vida en Versalles no tard� en perder todo su esplendor y los enormes salones, anta�o llenos de risas, se convirtieron en una g�lida tramoya sin vida. En pocos a�os, Luis XIV se transform� en un hombre derrotado, melanc�lico y sobre todo enfermo. Gracias al Journal de Sant� del rey, felizmente conservado, sabemos que padec�a catarros, dolores de est�mago, diarreas, lombrices, fiebres, for�nculos, reumatismo y gota, lo que da cuenta de hasta qu� punto su f�sico imponente se encontraba quebrantado. En agosto de 1715 se quej� de unos dolores en las piernas. A finales de mes le aparecieron en las pantorrillas unas horrendas manchas negras. Los m�dicos, l�vidos, diagnosticaron gangrena.

El monarca supo que iba a morir y recibi� la noticia con extraordinaria entereza. Tras dedicar unos d�as a ordenar sus asuntos y despedirse de su familia, llam� junto a su lecho al Delf�n, bisnieto suyo y futuro Luis XV. El soberano moribundo le entreg� su reino con estas palabras: "Vas a ser un gran rey. No imites mi amor por los edificios ni mi amor por la guerra. Intenta vivir en paz con tus vecinos. No olvides nunca tu deber ni tus obligaciones hacia Dios y aseg�rate de que tus s�bditos le honran. Acepta los buenos consejos y s�guelos. Intenta mejorar la suerte de tu pueblo, dado que yo, desgraciadamente, no fui capaz de hacerlo". El 1 de septiembre de 1715, Luis XIV dejaba de existir. Sus �ltimas palabras fueron: "Yo me voy. Francia se queda." Hab�a gobernado durante sesenta y cuatro a�os, siendo el suyo el reinado m�s largo de la historia de Europa.


Luis XIV y Molière, el gran dramaturgo

Con �l desaparec�a el m�ximo ejemplo de la monarqu�a absoluta y un rey que hab�a llevado moment�neamente a Francia a su cima. Su reinado, comparado por Voltaire con el del emperador romano Augusto, posibilit� un extraordinario florecimiento de las letras, que abarc� los m�s diversos campos del pensamiento y de la creaci�n: Corneille, Racine y Moli�re dieron a conocer su teatro; La Fontaine compuso sus F�bulas; Pascal escribi� sus Pensamientos y La Rochefoucauld sus M�ximas. La raz�n, la claridad y el equilibrio formal se impusieron como criterios fundamentales del arte; desde Francia, el clasicismo irradiar�a a toda Europa. Luis XIV era el principal cliente de los artistas, y as� naci� un �estilo Luis XIV� de perfecta armon�a; su inclinaci�n por la geometr�a decorativa imper� en parques y jardines; la nueva arquitectura encontr� su m�xima expresi�n en Versalles, donde la marm�rea amplitud de los espacios y el dominio absoluto de la simetr�a eran un homenaje a la indiscutida autoridad real, al ser que se reconoc�a como el representante de Dios sobre la tierra. Sin embargo, el obispo Jean-Baptiste Massillon concluy� as� la oraci�n f�nebre de Luis XIV: ��S�lo Dios es grande!�.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].