Reyes en el armario

Felipe de Bélgica, el inmente nuevo monarca, ha tenido que hacer frente a rumores sobre su identidad sexual. El libro 'Cuestiones reales' recoge esta información que ha provocado un tsunami real en Bélgica. No es un caso aislado...

Durante varios años, los dos hombres estuvieron juntos. Pero el príncipe tuvo que ceder al chantaje de su padre y casarse con Matilde d’Udekem: ‘O te casas, o nunca serás rey’, le dijo Alberto II a su hijo”

El libro ‘Cuestiones reales’ ha provocado un tsunami real en Bélgica. Su autor, el periodista belga Frédéric Deborsu, ha puesto en el punto de mira al príncipe Felipe de Bélgica. “A los 39 años, Felipe tenía un problema con las mujeres”, afirma el periodista en su libro, en el que explica que el heredero habría mantenido, antes de casarse en 1999, una intensa relación con el conde Thomas de Marchant. “Durante varios años, los dos hombres estuvieron juntos. Pero el príncipe tuvo que ceder al chantaje de su padre y casarse con Matilde d’Udekem: ‘O te casas, o nunca serás rey’, le dijo Alberto II a su hijo”. Y Felipe, como otros tantos, se casó.

Pero no es un caso aislado. Los rumores de homosexualidad han perseguido a numerosos miembros del gotha real, como Alberto de Mónaco, que ha mantenido su soltería hasta los 52 años, y Eduardo de Inglaterra, un apasionado del teatro que prefería el diseño a los uniformes, y que no logró acabar su formación militar. Y si nos remontarnos en el tiempo, descubriremos que en la historia de las monarquías, los palacios siempre han tenido muchísimos armarios y han estado habitados por reyes que, en realidad, querían ser reinas.

Aparte de los históricos y legendarios Alejandro Magno, Adriano y Julio César, a quien llamaban la reina de Bitinia por su relación con el rey Nicomedes, en esta lista de reyes con pluma, los británicos ostentan un pequeño récord. Ricardo Corazón de León, que reinó en el siglo XII, es uno de los primeros monarcas homosexuales que nos ha dejado la historia. Su relación con otro rey, Felipe Augusto de Francia, hace de estos dos soberanos la pareja de ‘reinas’ por excelencia. "Ricardo, entonces duque de Aquitania, firmó una tregua con Felipe, rey de Francia, que desde hacía tanto tiempo le testimoniaba tanto honor que comían todos los días a la misma mesa, en el mismo plato y, durante las noches, el lecho no los separaba”, explicaba en sus crónicas el inglés Roger de Hoveden.

El rey Eduardo II Plantagenet amó sin ocultarlo a Piers Gavestó n, primer conde de Cornualles. Esa preferencia unida al recorte de privilegios de la nobleza que llevó a cabo durante su reinado -1307 a 1327- fueron una mala combinación para el rey y para Piers, que murió asesinado en 1312 después de años de intrigas de la aristocracia inglesa.

Piers y Eduardo se conocieron en 1300 y como cuenta el historiador John Boswell, "cuando el hijo del rey lo vio, sintió tanto amor que realizó un hermanamiento con él y se decidió resolutamente ante todos los mortales a entrelazar una liga indisoluble de amor con él".

En el siglo XVII, el rey Jacobo I de Escocia y VI de Inglaterra tuvo una esposa protocolaria, Ana de Dinamarca, y cuatro amantes varones reconocidos: su primo, Esmé Stuart,sir James Hay y Robert Carr, al que nombró conde de Sommerset y, el último y más querido, George Villiers, al que concedió el título de duque de Buckingham y la persona que estuvo a su lado cuando murió el 27 de marzo de 1625. "No soy ni Dios ni un ángel, sino un hombre igual a los demás y que confiesa amar por encima de todo a aquellos que han hallado un lugar en su corazón. Podéis estar seguros de que amo al conde de Buckingham más que a cualquier otro... Jesucristo tenía a su Juan Bautista y yo tengo a George", declaró Jacobo ante el Consejo Real.

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Tenía dos lacayos negros y hermosos, pero los he perdido a los dos; el primero me lo ha robado la tuberculosis, el segundo, el infante de España…"

-El caso francés-

En Francia ha existido también una regia tradición homosexual. Si en el siglo XVI, en el día de su boda, Enrique III deseó con toda su alma lucir el traje de la novia que él mismo había diseñado para su esposa, en el siglo XVII el príncipe Felipe de Orleans, hermano de Luis XIV, se dedicó a escandalizar a la Corte con sus diseños, su exceso de maquillaje y su libertinaje. Monsieur, título que recibían los hermanos del rey, tuvo varios favoritos -Julio Mancini Mazzarino, Armand de Gramont, el marqués de Effiat - pero el preferido siempre fue Felipe de Lorena. Como era de rigor, Monsieur se casó. La primera vez con Enriqueta Ana Estuardo y, tras enviudar, con Isabel Carlota del Palatinado. A Liselotte, como la llamaban, no le importaban las preferencias de su marido. Al contrario. Como escribió en su diario cuando decidieron su separación conyugal después del nacimiento de su tercer hijo:" Me sentí aliviada cuando mi esposo sugirió que tuviésemos camas separadas pues, a decir la verdad, jamás hallé demasiado placer en tener niños".

Me sentí aliviada cuando mi esposo sugirió que tuviésemos camas separadas pues, a decir la verdad, jamás hallé demasiado placer en tener niños”.

También en el diario de la reina encontramos la siguiente entrada tras la muerte de Felipe: “Si se pudiese saber en el otro mundo lo que ocurre en éste, Monsieur estaría muy satisfecho de mí, pues busqué todas las cartas que sus favoritos le habían escrito y, sin leerlas, las quemé para que no cayesen en manos ajenas”.

-En la Península-

En el siglo XV, cuando la casa Trastámara estaba en el poder en el reino de Castilla, dos reyes quisieron ser reinas: Juan II y su hijo, Enrique IV. Ellos hicieron bueno el dicho de: ‘En Castilla de tal palo, tal astilla’. Juan II tuvo como amante a su valido, Álvaro de Luna, que fue el hombre más influyente y temido del reino hasta que fue ejecutado en 1453. Detrás de aquella muerte estaba al mano firme de Isabel de Portugal, segunda esposa de Juan y madre de la futura Isabel la Católica. El historiador de la época, Fernán Pérez de Guzmán, en sus crónicas “Generaciones y semblanzas”, escribía:“El rey Juan ni de noche ni de día quería estar sin don Álvaro de Luna, y lo aventajaba sobre los otros, y no quería que otro alguno lo vistiese ni tratase”.

Su hijo, Enrique IV de Castilla, recibió el apodo de ‘El impotente’ por no ser capaz de haber tenido un hijo con su primera esposa, Blanca de Navarra, y porque la hija que tuvo con su segunda esposa, Juana de Portugal, era, según los rumores, de su favorito, Beltrán de la Cueva (de ahí que a la niña la llamasen Juana la Beltraneja) . Y si con las mujeres Enrique no congeniaba, con los hombres no tenía problemas. Entre sus amantes estuvieron Juan de Pacheco, que pretendió alcanzar el mismo poder que Álvaro de Luna tuvo durante el reinado de Juan II de Castilla; Gómez Cáceres, "un joven de arrogante figura, belleza física y afable trato", quien, según las crónicas de la época, gozó del favor real tan solo por esas virtudes, y Beltrán de la Cueva.

En el siglo XIX, un personaje de voz atiplada y gestos amanerados conquistó un espacio de honor en los armarios reales: el esposo de la reina Isabel II, Francisco de Asís, duque de Cádiz. A don Francisco lo llamaban en Madrid Paquita y su favorito fue Ramón de Meneses, duque de Baños. La reina Isabel solía contar a sus allegados el chasco que se llevó la noche de bodas cuando se dio cuenta de que su marido llevaba puestos más encajes que ella misma. Al día siguiente de su enlace la pareja ya dormía en aposentos separados.

A principios del XX, el infante Luis Fernando de Orleans, hijo de Eulalia de Borbón y primo hermano de Alfonso XIII, fue el homosexual real más destacado, brillante y escandaloso del momento. En París, Luis Fernando fue cliente habitual del hotel Marigny, un ‘must’ del ambiente parisino de la época, donde trabajó como relaciones pública, y en Venecia vivió una época dorada, junto a los gondoleros más apuestos. Luis Fernando se casó en 1930, a los 42 años, con la princesa Marie de Broglie, de 73 y heredera de una gran empresa azucarera a la que arruinó antes de dejar abandonada. Entre las anécdotas vinculadas a este personaje se cuenta este elocuente lamento de una aristócrata veneciana que siempre explicaba que: “Tenía dos lacayos negros y hermosos, pero los he perdido a los dos; el primero me lo ha robado la tuberculosis, el segundo, el infante de España…”. Luis Fernando murió en París en 1945 y ningún miembro de la Casa Orleans y Borbón asistió a su entierro.

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