Se casó con una plebeya que su madre nunca aceptó del todo: la particular vida de Enrique de Luxemburgo

El rey Felipe VI y el Gran Duque de Luxemburgo almuerzan hoy como amigos, para reforzar los lazos que unen a las dos casas reales, con motivo de la Cumbre del Clima.

Pese a las quejas del ámbito político por el discreto papel institucional que está teniendo el rey de España en Cumbre del Clima, lo cierto es que su agenda estos días está siendo bastante intensa. Esta mañana, en concreto, ha mantenido unas cuantas reuniones de trabajo con altos cargos y dignatarios, que culminan en una comida con Enrique, el gran duque de Luxemburgo. Será el momento más relajado del día, pues la amistad que une a ambos jefes de Estado se remonta bastantes años, y es el último capítulo hasta ahora en las buenas relaciones que mantienen las dos últimas monarquías con sangre de Borbón.

Una relación que fue especialmente cercana entre los predecesores de ambos, don Juan Carlos y don Juan de Luxemburgo. Los reyes y el gran duque emérito fueron grandes amigos, hasta el punto de que don Juan Carlos y doña Sofía se desplazaron hasta Luxemburgo esta primavera para acudir al entierro de Juan, gran duque de Luxemburgo. Felipe y Letizia, ausentes por agenda oficial, mandaron sendos telegramas de condolencias. En el suyo, Felipe recordaba la "amistad y cercanía" entre el reino peninsular y el gran ducado sin litoral.

Don Juan de Luxemburgo también señaló el camino a nuestro rey emérito: en el año 2000, el gran duque abdicó en su hijo Enrique. Y España fue el primer viaje oficial que escogió el nuevo gran duque, en 2001. Enrique tenía entonces 46 años. Y ya había protagonizado algún que otro escándalo.

La primera visita de oficial de Enrique (derecha) fue a España, en 2001, con cena de gala incluida y una famila real un tanto distinta a la que conocemos hoy.

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El mayor fue la boda con la futura Gran Duquesa, María Teresa, celebrada en 1981 tras un noviazgo turbo: 10 meses. Los enamorados se conocieron en la Universidad de Ginebra, donde ambos estudiaban Políticas. Él era el gran duque heredero de uno de los países más ricos de Europa con casi un milenio de árbol genealógico en las venas. Ella era la hija de una familia cubana que hizo fortuna en la descolonización y que tuvo que huir de la isla tras la revolución de Castro.

Su unión fue, como en tantas otras a este lado de Mónaco, un anticipo de la modernización que vivirían las monarquías europeas en las décadas siguientes. Por supuesto, que el heredero del Gran Ducado de Luxemburgo se comprometa sin consentimiento previo, a lo loco, y con 25 años en pleno arrebato del sentir no sentó muy bien en el Palacio Gran Ducal. El gran duque Juan y sobre todo su madre, la gran duquesa Carlota, montaron en cólera ante la unión del muchacho con una plebeya transoceánica caribeña. Aún así, las formas hay que guardarlas y el bodorroyal fue espectacular. Pocas cosas podrían superar una boda en Notre-Dame en el Día de los Enamorados con los fastos al once entre dos personas guapísimas, desbordantes de amor, bañadas en esa mezcla de lujo y naftalina y resquemor a la nueva con el que todavía hacían el vals las viejas monarquías europeas. ¿Boda del año?

La boda de ensueño de Enrique y María Teresa

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Tan sólo imagine que ese año, unos meses más tarde, no se hubieran casado Diana y Carlos de Inglaterra. Pero bueno, lo hecho, hecho estaba. Enrique y María Teresa cumplieron con la primera labor de toda monarquía: unos días antes de que se cumpliesen nueve meses después de su boda católica nacía Guillermo, actual gran duque heredero y el primero de los cinco hijos del matrimonio (cuatro varones y una mujer). Mientras, tanto la madre de Enrique, Josefina Carlota, como la abuela Carlota (que murió en 1985), se dedicaron a hacer la vida un poquito difícil a la plebeya cubana, a la que llamaban despectivamente "la criolla". Que no es algo que digamos nosotros: lo dijo la propia María Teresa.

Aunque en realidad donde más amigos se hicieron Enrique de Luxemburgo y Felipe de Borbón, así como Letizia y María Teresa, fue en otra boda royal, en 2004: la de Frederik y Mary de Dinamarca. Allí, la nueva generación de Borbones estrechó lazos, que también se han transmitido al hijo de Enrique: a la boda de Guillermo con la condesa belga Estefanía de Lannoy acudieron Felipe y Letizia.

Para entonces ya habían sucedido los mayores escándalos en el Gran Ducado: María Teresa había hablado con la prensa y, de paso, había intentado solventar otro de los mayores escándalos del país de menos de medio millón de habitantes. Era más o menos parte del saber popular que Enrique mantuvo una o varias infidelidades. Lo de que María Teresa hubiese intentado salir del país con sus cinco hijos a cuestas al enterarse, y que las autoridades de Luxemburgo la retuviesen en el aeropuerto ya era más legendario. Pero María Teresa le contó a varios periodistas royal de toda Europa que ambas historias eran rumores esparcidos por su suegra.

Y que podrían resultar creíbles a la vista de cómo han ido unos cuántos de los matrimonios del Gran Ducado, como el del tercer hijo de Enrique con una soldado de las fuerzas de paz de la ONU que ha acabado en tremendo culebrón judicial. Pero ésa es otra historia. En lo que a Enrique de Luxemburgo respecta, todavía le quedaba un paso en falso que dar: en 2008, y político. El año en el que afirmó públicamente que se negaría a firmar una ley de eutanasia por sus convicciones católicas... Y lo que pasó fue que el Parlamento de su país decidió sin pestañear reducir aún más sus atribuciones de monarca parlamentario, hasta convertirlo en el jefe de Estado más representativo de Europa. En cualquier caso, la biografía del gran duque ha dejado muchas lecciones para cualquier monarca europeo del siglo XXI.