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Enrique VIII, Rey de Inglaterra (1491-1547).

Enrique VIII y su familia. Inglaterra.

Rey de Inglaterra (1509-1547), tercer hijo de Enrique VII, fundador de la dinastía de los Tudor, y de Isabel de York. Nació en el palacio de Greenwich, el año 1491, y murió en Westminster, el 28 de enero de 1547. Enrique era el tercero de los cinco hijos de Enrique VII, y el segundo varón. Su destino era el de ocupar el arzobispado de Canterbury. A la temprana edad de un año fue nombrado condestable de Dover y Lord protector de los Cinco Puertos. Con tres años recibió el título de duque de York y caballero de la Orden de la Jarretera.

Su padre, Enrique VII, puso fin a la Guerra de las Dos Rosas venciendo en el campo de batalla al tiránico Ricardo, en el año 1485. El primer Tudor se casó con la heredera de York, Isabel, hija del monarca inglés Enrique IV. Con esta unión, Enrique VII pudo adoptar la enseña de la doble rosa, la roja y la blanca, presentándose como rey de todos los ingleses. A causa de la implacable guerra civil que desangró a Inglaterra y la postró a todos los niveles, Enrique VII encontró el camino libre para la implantación de una monarquía autoritaria: el poder feudal o nobiliar fue diezmado en la sangrienta lucha entre las casas de York y Lancaster, a la vez que la pujante burguesía inglesa apoyaba al nuevo monarca, como único garante para establecer el orden y la paz interior que permitiera la posibilidad de prosperar. Gracias a estos dos elementos, el nuevo monarca pudo quebrantar el poder excesivo de la nobleza y recortar sus privilegios. El rey impuso una política de confiscación de bienes de sus más poderosos adversarios, además de instaurar un sistema penal de multas. Para consolidar sus alianzas con los demás reinos, hizo casar a su hijo primogénito, Arturo, con la hija menor de los Reyes Católicos, Catalina de Aragón, Reina de Inglaterra. Esta princesa representaba la vinculación de los Tudor con una potencia que ya se presuponía como la más fuerte del continente y, por lo tanto, significaba una alianza muy apreciada para el afianzamiento definitivo de la dinastía de los Tudor. Al poco de celebrarse la boda, el príncipe heredero inglés murió. Esta circunstancia hizo que, para no romper la alianza entre las dos coronas, se decidiera el casamiento del segundo príncipe inglés y ahora heredero a la Corona, Enrique, con Catalina. El papa Julio II autorizó el matrimonio, pero hasta el año 1509 no se pudieron formalizar definitivamente los esponsales. En ese mismo año murió el rey Enrique VII, por lo que a los funerales del monarca muerto le sucedieron, al día siguiente, la coronación solemne de los nuevos reyes de Inglaterra, Enrique y Catalina, que contaban entonces con dieciocho y veintitrés años respectivamente.

Una vez instalado en el trono, Enrique VIII se aprovechó de la diplomacia de su padre y de la progresiva acumulación de riqueza de la dinastía Tudor, a la vez que heredó un país pacificado y debilitado por las guerras anteriores. Fue el primer rey, desde Enrique V, que no tuvo que librar una batalla para alcanzar o mantenerse en el trono. Según los textos de la época, era hermoso, excelente músico y con una profunda formación humanística, además de sincero entusiasta de la poesía: todo un príncipe del Renacimiento.

Política exterior

Enrique VIII fue un rey a la manera de su época: ni sagaz ni profeta, pero sí muy astuto en todos los asuntos que asumía, egoísta e intensamente nacionalista. No podía perseguir los propósitos de tanto alcance como los otros soberanos de Europa, como Carlos V de Alemania y Francisco I de Francia, ya que Inglaterra no tenía los recursos de Francia, y mucho menos de España y Alemania, después de que Carlos V reuniera en su persona la Corona imperial y la de España. Su política exterior estuvo siempre supeditada a los intereses de Inglaterra, cambiando constantemente de bando según le conviniera a sus intereses. Bajo la influencia de Fernando el Católico, Enrique se unió a la Santa Liga formada contra Francia, venciendo en la batalla de Guinegate, el año 1513. Este suceso hizo que en el año 1514 se firmara la paz con Francia por la que se decidió el matrimonio de la hermana del monarca inglés, María, con el rey de Francia Luis XII. En ese mismo año Surrey, su general más capaz, derrotó a los escoceses en la batalla de Flodden. Enrique VIII intentó por todos los medios sacar partido de la gran rivalidad entre Carlos V y el nuevo rey francés, Francisco I, por lo que, por mediación de su brazo derecho en el gobierno, el cardenal Wolsey, inició una política de acercamiento con el emperador Carlos V que cristalizó con el acuerdo del Campo del Paño de Oro, en 1520. Esta unión entre España e Inglaterra duró hasta el año 1527, año en el que decidió apoyar la causa del rey francés. Este cambio tan radical fue debido a la derrota aplastante que el emperador infligió a Francisco en la batalla de Pavía, del año 1525. Las paces entre España y Francia se celebraron en 1529, sin que para ello se contara para nada con el arbitraje o consulta de Inglaterra. Enrique VIII se sintió dolido a la vez que se percató del excesivo poder de Carlos V, por lo que decidió apoyar al rey francés, siempre buscando el contrapeso en la política europea. Esta nueva dirección política trajo consigo la caída en desgracia y posterior ejecución del cardenal Wolsey, puesto que fue éste quien apoyó y alentó el acercamiento hacia el emperador.

Enrique VIII, gracias a su victoria anterior en la batalla de Flodden sobre los escoceses, volvió a sacar a relucir las viejas pretensiones inglesas sobre Escocia. Para ello se volcó en una dinámica de agresión constante contra Escocia, irritando el sentimiento nacionalista de los escoceses. El balance fue positivo para Inglaterra, con la batalla de Solway Mors, en 1542, donde las tropas escocesas fueron masacradas. En el año 1545, las tropas inglesas arrasaron e incendiaron Edimburgo, capital del reino escocés. El dominio inglés no pudo ser total gracias a la ayuda que Francia prestó a los escoceses, lo que provocó que Inglaterra abriera nuevamente las hostilidades contra Francia. El enfrentamiento galo-británico tuvo lugar entre 1544-1546, y las tropas inglesas llegaron a ocupar la ciudad francesa de Boulogne. Este enfrentamiento en seguida se vio inútil, a la par que causaba excesivos gastos en cuanto a hombres y dinero, provocando un creciente malestar en la población. En el año 1546 se firmó la paz entre ambos países.

Las ambiciones europeas de Enrique VIII estimularon el esfuerzo por construir una fuerza naval, hasta el punto de ser él el auténtico creador de la posterior potencia marítima de Inglaterra. Para ello, Enrique VIII contrató a los mejores ingenieros de la época, que hicieron posible la construcción de una flota notable, sobre todo por la gran calidad de sus barcos: navegables y con una artillería superior, lo que les hizo ser prácticamente invencibles, como más tarde se demostró.

Política interior: la Reforma Anglicana

Realmente, el deseo de Enrique VIII por divorciarse de su primera esposa, Catalina de Aragón, fue la ocasión, más que la causa, de realizar la Reforma Anglicana. A todo esto había que sumar la creciente importancia y autoridad del emperador Carlos V de Alemania y rey de España, quien tras derrotar a Francisco I de Francia se convertía en el monarca más poderoso de Europa.

En relación con el divorcio, había importantes razones de Estado para poder llevarlo a cabo: Enrique VIII no tenía un heredero varón, y no existían precedentes, excepto el caso dudoso de la emperatriz Matilde en el siglo XI, del acceso a la Corona de Inglaterra de una mujer. Debido a esta circunstancia de peso, tanto el rey como los poderes de la nación temían la posibilidad de que se abriese otra guerra por la sucesión al trono. Además, Enrique VIII alegó motivos eclesiásticos y dogmáticos para intentar forzar la anulación del matrimonio, amparándose en el hecho de que el matrimonio con la mujer de su hermano había sido posible gracias a una dispensa papal, por lo que si el nuevo Papa accedía a declararla ilegal, el matrimonio quedaría anulado. Pero el papado no accedió a sus peticiones ya que éste estaba bajo el control de Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón. Aunque la negativa papal fue un mazazo para Enrique VIII, éste siguió adelante con su propósito de divorciarse de la reina. Para que la empresa tuviera éxito, fue el propio monarca quien se hizo cargo directamente del asunto, llevándolo hasta sus últimas consecuencias.

Lo primero que hizo Enrique VIII fue movilizar todos los recursos de que disponía a su alcance, actuando con contundencia y autoridad, gracias, sobre todo, al apoyo que encontró desde el principio del parlamento y del pueblo en general. El monarca, preocupado por darle al asunto un tinte legalista favorable a su decisión, buscó el apoyo de las universidades inglesas más importantes, como la de Oxford y Cambridge, así como las de Europa, Bolonia, Siena, Padua, La Sorbona, etc, las cuales le apoyaron. El cardenal Wolsey fue defenestrado de su puesto de primer ministro y consejero del rey, habida cuenta de su postura cercana al emperador y a Roma, con lo que se rompió definitivamente el vínculo directo entre la Iglesia de Roma y la Anglicana. Enrique VIII se rodeó de colaboradores afines a su postura, quienes llevarían el asunto a feliz término para el monarca. Thomas Cromwell fue puesto al frente de los asuntos de Estado y Thomas Cranmer dirigiendo la política religiosa. A su vez, Thomas Moro se hizo cargo de una cada vez más simbólica e inoperante cancillería. Excepto Moro, amigo íntimo y estimado del rey pero que pronto se desmarcó del problema, tanto Cromwell como Cranmer eran los típicos representantes de la nueva política marcada por el rey: de ascendencia baja, debían todo su poder a los servicios prestados al monarca y por ello se dedicaron con todas sus fuerzas a seguir las directrices marcadas por el rey. Ambos defendían fervientemente el poder ilimitado del monarca y por lo tanto veían con buenos ojos la necesidad de romper con el yugo de Roma.

Los planes de Enrique VIII y de sus colaboradores fueron favorecidos por múltiples circunstancias: la inflexibilidad del papado, las presiones políticas del emperador que facilitaron el camino hacia una Iglesia inglesa y capacitada para dirimir sus propios asuntos, el fortalecimiento del rey con un parlamento obediente y con un clero pasivo y, por último, un progresivo y entusiasta nacionalismo que sacudía a todo el país.

La primera medida concreta fue la proclamación, en el año 1531, de la vieja ley medieval de la Praemunire, por la que se condenaba como traidor a todo aquel que defendiera intereses contrarios a los del rey. Esta disposición le posibilitó obtener un arma política de primer orden y la posibilidad de deshacerse de todo rival político que se le enfrentase. Seguidamente, la Cámara de los Lores, con Thomas Moro incluido, aceptó la fórmula de Su Majestad como jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. En 1532 se prohibieron las Annatas, esto es, el envío a Roma de las rentas de los obispos en el primer año de la ocupación de los obispados. Con esta medida, Inglaterra consiguió su total independencia fiscal de Roma, además de aliviar sus siempre hambrientas arcas. Enrique VIII pasó de la independencia fiscal a la judicial. Para ello prohibió recurrir a los tribunales eclesiásticos extranjeros (La Curia y el Papado) al clero inglés, con la aprobación de la Ley de Apelación de 1533. La medida iba encaminada a fortalecer al clero inglés en detrimento de la Iglesia de Roma que veía cómo los asuntos ingleses se les escapaban de las manos. Un clero que cada vez era más favorable a su monarca. En ese mismo año, Ana Bolena, la amante del rey, anunció su embarazo, hecho que precipitó aún más los acontecimientos. El rey necesitaba un heredero varón que no fuera tildado, en un futuro, de bastardo y por consiguiente que accediera al trono legalmente. Gracias a la muerte del arzobispo de Canterbury, William Warlam, contrario al divorcio y el nombramiento de Thomas Cranmer como su sucesor, el divorcio se hizo efectivo y sancionado, el 23 de mayo de 1533. El 1 de junio, Ana Bolena fue coronada con todas las solemnidades como reina de Inglaterra, y el 7 de septiembre daba a luz a quien sería en futuro reina de Inglaterra: Isabel. Catalina de Aragón fue confinada a una “prisión dorada”, hasta morir a principios de 1536.

Las amenazas de excomunión lanzadas por Roma no hicieron más que acelerar la carrera sin retorno en la que se había embarcado Enrique VIII. El rey contaba con los instrumentos y apoyos necesarios para no sentirse solo. Con esto, la ruptura definitiva se sancionó con la llamada Acta de Supremacía, del 3 de noviembre de 1534, por la cual se reconocía al rey y a sus posteriores sucesores como “al único jefe supremo en la tierra de la Iglesia de Inglaterra, llamada Anglicana Ecclesia”. Esta ley venía a consagrar de derecho lo que ya era un hecho. El rey inglés era el jefe disciplinar y jurisdiccional sobre el ámbito eclesiástico, pero nunca se autotransfirió competencias sacerdotales o episcopales. El Acta de Supremacía fue alimentada de todo un aparato jurídico y represivo necesario para garantizar su eficacia.

La Iglesia de Inglaterra se hallaba a merced del rey. Dicho control implicó, por pura inercia, el control de las cuantiosas y ricas fundaciones eclesiásticas. El ataque a los monasterios fue la concreción más lógica para demostrar la supremacía del rey sobre el estamento eclesiástico. Enrique VIII volvió a conseguir el apoyo de la mayoría de las clases dirigentes del país. Lo cierto es que el clero inglés, como todo el resto, vivía más pendiente y preocupado de las rentas y de las cuestiones materiales que del estado religioso. Enrique VIII se apoyó en esa realidad evidente para anexionarse las rentas monásticas, entre los años 1536-1539. Una gran porción de los beneficios extraídos la utilizó para gratificar a los oficiales cortesanos y a todo aquel lo bastante listo para asegurarse una participación de los beneficios. Entre bienes muebles e inmuebles, la Corona inglesa extrajo un millón y medio de libras. La reforma dogmática y teológica no se produjo hasta el reinado de Eduardo VI, hijo de Enrique VIII.

La figura de Thomas Moro

Todas las medidas impulsadas por el rey fueron aceptadas de buen talante o forzadamente por los personajes más poderosos del reino. No fueron muchos los que se opusieron ya que la mayoría de ellos acabó ejecutada o, cuando menos, defenestrada del cargo y expulsada del país, como pasó con la gran mayoría de los abades y frailes de las órdenes expropiadas.

El proceso más conocido y que conmocionó a la Europa católica fue el de Thomas Moro, el personaje más prestigioso de aquella Inglaterra tan convulsa y canciller del rey tras la caída del cardenal Wolsey. Thomas Moro, ante el rumbo que tomaron los acontecimientos dimitió de su puesto y honores el año 1532, como decía él mismo “para no comprometer mi conciencia”, convencido de la validez del primer matrimonio del rey. Presionado por Enrique VIII y sus ministros para que jurara el Acta de Sucesión por la que se aseguraba el trono al hijo que tuviera Ana Bolena y ante la pertinaz negativa de Moro, fue confinado a la Torre de Londres. Su proceso, conocido gracias a su transmisión entera, fue un caso precoz y no habitual de lucha denodada por la libertad de conciencia y del sentido humanista de la unidad de la cristiandad. Permaneció más de un año encerrado. No se pudo demostrar, legista avezado como era, su presumible deslealtad al rey, sino todo lo contrario. Inexorable en su actitud, el tribunal lo condenó a “ser arrastrado por las calles hasta la horca y luego arrojado vivo contra la tierra, arrancándosele las entrañas para ser quemadas”. La clemencia del rey (su antiguo amigo) le conmutó las penas a la sola decapitación.

Las mujeres de Enrique VIII

El capítulo más popular y desfigurado de Enrique VIII ha sido, sin lugar a dudas, sus tormentosas y difíciles relaciones con sus mujeres. Hay que insistir en el hecho de que el matrimonio regio era, en el época, un instrumento político de primer orden, además de un medio para asegurar pacíficamente la sucesión al trono. Por todo ello, Ana Bolena, que sólo le dio una hija viva (la futura reina Isabel I), cuando ya no servía para su cometido, fue declarada culpable de adulterio y de traición al rey y se anuló el matrimonio. Fue ejecutada en mayo de 1536.

El rey se casó al día siguiente con Jane Seymour, dama de la corte, que le dio el ansiado hijo varón, y que reinaría con el nombre de Eduardo VI. Jane de Seymour murió al año siguiente de sobreparto. El cuarto matrimonio fue arreglado por Cranmer y Crommwell, deseosos de comprometer al rey en la acción protestante que se venía desatando contra el emperador Carlos V. Para ello la elegida fue una princesa alemana, Ana de Cleves. Dicho matrimonio duró seis meses, y fue anulado por Cranmer. Crommwell fue considerado culpable y responsable del fracaso, encerrado por traidor y posteriormente ejecutado. El rey se volvió a casar con otra dama de la corte, Catalina Howard, de dieciocho años de edad. Este matrimonio tampoco tuvo suerte ya que fue acusada, parece que esta vez con pruebas, de adúltera. Fue decapitada en el año 1542 con dos de sus amantes. La sexta y última mujer tendría mejor fortuna. Catalina de Parra llegó al matrimonio con experiencia, ya que era viuda dos veces. Demostró tener habilidad en su trato con el rey, ya muy decaído y aquejado por todo tipo de dolencias. Catalina le sobrevivió y aún se casó una cuarta vez, con Thomas Seymour.

La imagen de Enrique VIII no parece agradable casi desde ningún ángulo que se mire; sin embargo, fue un monarca inteligente, astuto y hábil. Debajo de los forcejeos con Roma por los asuntos eclesiásticos, sostuvo una lucha sorda por sustraer a su país del puro dominio del Papa. Tuvo aprecio por las artes y se inclinó a protegerlas. Con todo, su conducta estuvo dirigida siempre por la ambición y una crueldad extrema, que no se paraba ante nada, si con ello lograba algo positivo para su política. Para resaltar aún más su complejidad y evolución, baste decir que en el año 1517 escribió, como respuesta a los postulados protestantes de Martín Lutero, una obra, titulada Defensa de los siete sacramentos, que le valió ser nombrado por el papa León X Defensor de la fe. En esta obra, entre otras muchas cosas, el rey señalaba que “nunca se atreva un hombre a separar lo que Dios ha unido”, ironías que proporciona la Historia.

Bibliografía

  • WOODWARD, E.L: Historia de Inglaterra. (Madrid, 1984).

  • HACKETT, F: Enrique VIII y sus seis mujeres. (Barcelona, 1976).

  • BOURASSIN, E: Henry VIII. (París, 1980).

  • EGIDO, T: La Reforma en Inglaterra. (Madrid, 1985).

Autor

  • Carlos Herr�iz Garc�a