Quien más y quien menos, todos hemos oído hablar del Sacro Imperio Romano Germánico, una de las grandes potencias de Europa Occidental hasta la Baja Edad Media. En España lo solemos asociar a Carlos I, monarca de los reinos de la Península Ibérica o como Carlos V emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, pero para aquel entonces el Imperio ya había dejado atrás sus días de mayor gloria.
El Sacro Imperio Romano Germánico
Cuando los monarcas de Europa Occidental comenzaron a recuperar su regio poder el Sacro Imperio se quedó atrás. Las eternas luchas con el Papado sobre quién debía tener la primacía en el mundo católico le desgastaron mucho.
Estas luchas, que duraron siglos, impidieron que el emperador centrase sus esfuerzos en configurar una monarquía fuerte en Alemania. Tras la caída de los Hohenstaufen hubo un gran interregno en el que los nobles gozaron de total autonomía. Este hecho marca el fin de la posibilidad de establecer un estado moderno en Alemania, lo que llevaría al fin del sueño de crear un imperio universal. El Sacro Imperio acabó convirtiéndose en una federación de principados con un alto grado de autonomía.
¿Cómo llegaba el emperador a ocupar su puesto? En teoría el Sacro Imperio era una monarquía electiva. Carlos IV de Luxemburgo institucionalizó la costumbre tradicional en 1356 por medio de su edicto conocido como la Bula de Oro. A la muerte del emperador el arzobispo de Maguncia (primado de Alemania) debía convocar una dieta para elegir nuevo gobernante. El monarca era escogido por los siete príncipes electores: tres eclesiásticos (arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia) y cuatro laicos (Duque de Sajonia, Conde Palatino del Rin, Margrave de Brandemburgo y Rey de Bohemia). Hasta que el emperador fuese elegido, la representación del Imperio recaía en el Conde Palatino del Rin. Tras la votación los electores comunicaban su decisión a la Dieta, donde se reunían el resto de miembros del Imperio. Su única labor era aclamar al emperador que, en realidad, aún no lo era. La elección le otorgaba el título de rey de Alemania, siendo coronado en Aquisgrán. El Papa debía coronar al rey como emperador en Roma.