Enrique IV de Castilla - Revista de Historia

Enrique IV de Castilla

Enrique IV de Castilla nace en Valladolid en 1425. Único hijo del rey de Castilla Juan II y de María de Aragón, muere en Madrid en 1474 a los 49 años de edad. Su reinado dura veinte años, desde 1454 hasta su muerte. Se casó dos veces.

El primer enlace (en 1440, con 15 años de edad) fue con la infanta Blanca de Navarra, hija de la reina Blanca I de Navarra y de Juan II de Aragón, su tío. Este matrimonio no fue consumado al no poder tener relaciones conyugales entre ambos por ser primos carnales, ya que la madre de Enrique, María de Aragón, y el padre de su novia, Juan II de Castilla, eran hermanos por ser hijos de Fernando de Antequera.

Enrique IV de Castilla

Según las crónicas conocidas, el motivo real estaba basado en que Enrique sufría de impotencia (de ahí el sobrenombre de Enrique IV el Impotente) o que era homosexual. Después de tres años de convivencia se decide acabar con el matrimonio obteniendo la autorización papal para su anulación. Doce años después contrae el segundo matrimonio con otra prima, esta vez portuguesa, Juana, hija del rey de Portugal Eduardo I y de Leonor de Aragón, y hermana de Alfonso V de Portugal. De este matrimonio nace una hija, Juana, no reconocida como legítima a causa de la sabida impotencia de Enrique, aunque no existe prueba médica documental que lo garantice. La reina Juana fue una mujer en este sentido más bien ligera en opinión de la mayoría de los historiadores, ya que mantuvo relaciones extraconyugales no disimuladas, como el caso de su relación con Beltrán de la Cueva (de ahí que su hija Juana fuera conocida como la Beltraneja), asesor y hombre de confianza del rey, o con Pedro de Castilla, jefe de cámara de la reina. Se sabe que la reina quedó embarazada de Juana durante la ausencia de su marido y que después tuvo otros dos hijos con Pedro de Castilla. Por tanto, la vida sentimental de Enrique no fue nada feliz en este sentido, aunque los matrimonios de los reyes de entonces, realizados entre familiares cercanos, nunca fueron consumados por amor, sino por conveniencia, como medio de proteger el patrimonio real, de procurar la expansión territorial o simplemente como solución diplomática a las contingencias con los reinos vecinos.

Fue el quinto rey de la dinastía trastámara y su forma de reinar se identificará con la de su padre, Juan II de Castilla, es decir, que gobernará a través de su valido. Juan Pacheco, marqués de Villena, imitó lo que había hecho el todopoderoso Álvaro de Luna, el valido de su padre. Aunque los caracteres de padre e hijo eran muy diferentes, los dos coincidían en no tener fuerza ni talento para gobernar, motivo por el que dejaron prácticamente todas las tareas de la administración en manos de sus validos. Enrique fue demasiado débil de carácter para tomar cualquier decisión por cuenta propia y aceptó lo que le proponía su valido el marqués de Villena. Mientras Álvaro de Luna tuvo que enfrentarse a los infantes de Aragón, apoyados por la alta nobleza, Enrique tuvo enfrente a la alta nobleza y a su propio privado, Juan Pacheco, que siempre se movía por su interés personal.

Enrique buscó el apoyo en hidalgos y en la nobleza de bajo rango, e incluso en conversos y moros que en aquella época abundaban en la población, elevándolos de categoría para tenerlos cerca en calidad de guardias. Entre ellos destaca la figura de Beltrán de la Cueva, que llegaría al más alto rango de la nobleza. El abuelo de Enrique, Enrique III el Doliente, utilizó esta forma indirecta de reinar, aunque en el fondo no tenía nada que ver con los estilos de gobierno de su hijo y de su nieto. Hasta 1463 fue considerado como un gran rey, temido en Castilla y de gran confianza en Cataluña, hasta el punto de que, debido a los conflictos habidos entre el rey de Aragón Juan II y la nobleza catalana, Enrique fue llamado a ser nombrado rey de Cataluña, aunque no aceptó el cargo. En 1454 muere su padre Juan II y sube al trono de Castilla, manteniendo la política ejercida por el valido de su padre Álvaro de Luna.

Sobre todo la política exterior, dirigida a mantener la paz con Portugal, Francia, Inglaterra y Aragón, sirvió para fortalecer el comercio exterior, en el que Castilla prosperaba con los envíos de lanas, vino, aceite de oliva y otros productos al norte de Europa. Consigue eliminar la presencia de Juan de Navarra (futuro Juan II de Aragón) en Castilla firmando un tratado con Aragón, mediante la compensación económica a los infantes, quienes tenían propiedades importantes heredadas de su padre Fernando de Antequera. En 1455 convoca Cortes generales en Córdoba con el motivo de reanudar la guerra contra el reino de Granada, y en el mismo año se casa en Córdoba con Juana de Portugal. Recibe el apoyo de la Iglesia romana a través del papa Calixto III, originario de Játiva y por tanto español, para la causa de la guerra santa contra el islam y reanuda la guerra de Granada como tarea nacional que estaba pendiente desde hacía siglos. Abandona Segovia, su residencia habitual, hace la primera entrada en campo moro sin entrar en combate, destruyendo los recursos económicos de Granada para debilitar al reino con el fomento de la guerra civil entre el rey moro y su hijo.

El reino de Granada era ya protectorado de Castilla en la época de Juan II, quien no terminó la reconquista y lo dejó sobrevivir a cambio del pago de tributos. Después de varios ataques y tras apoderarse de varias localidades cercanas talando la vega de Granada, tuvo que interrumpir la campaña para atender los conflictos internos surgidos entre la nobleza de Castilla. En 1461 regresa a Segovia dejando atrás las ofensivas del rey moro, que llegaba hasta cerca de Murcia destrozando fortalezas. Fue criticada por la nobleza su forma pacífica de hacer la guerra contra el islam. Aunque pudo haber terminado la Reconquista en esos cinco o seis años, fracasa y pierde su prestigio.

En 1462 los catalanes proclaman a Enrique IV de Castilla como rey de Cataluña, pero para evitar el conflicto con Aragón no acepta y en 1463 firma la paz con Aragón.  En el mismo año se produce el juramento de su hija Juana (la Beltraneja), de dos meses de edad, como heredera sucesora y eleva a la categoría de nobleza a Beltrán de la Cueva haciéndole entrar en el Consejo Real. Comienzan los conflictos de los nobles contra Enrique debido a que unos suben y otros bajan de categoría o nivel dentro del reino. Entre estos movimientos, su favorito Beltrán de la Cueva es nombrado maestre de Santiago en 1464, lo que provocará la crisis del reino durante diez años. El marqués de Villena, el valido con poder absoluto del rey, es despojado de su puesto por Beltrán, el nuevo privado, y comienza la guerra civil entre los que apoyan al rey y los que están en su contra.

Se forma la liga de la alta nobleza, encabezada por el marqués de Villena, que cuenta con el arzobispo Carrillo, el duque de Alba, Hurtado de Mendoza, el almirante Fadrique, la familia Manrique, el conde de Haro, el de Benavente, el de Plasencia y el de Alba de Liste, todos ellos apoyados por Juan II de Aragón, el infante aragonés asentado durante mucho tiempo en Castilla por la herencia de su padre Fernando de Antequera. Enrique, presionado por esa liga tan poderosa, tuvo que aceptar las condiciones impuestas, tales como despojar a Beltrán del maestrazgo de Santiago y jurar a Alfonso, hermanastro de Enrique, como príncipe heredero. En 1465 se dicta la sentencia de Medina del Campo en favor de la liga, lo que implica el retorno del marqués de Villena como valido. Enrique anula la sentencia, se refugia y se hace fuerte en Segovia, reuniendo allí a la reina, a su hija Juana y a la infanta Isabel (hermanastra de Enrique, futura Isabel la Católica). Este hecho provoca la guerra y Villena se apodera de Arévalo y del infante Alfonso. En 1465 y 1466 reina la anarquía como consecuencia de la guerra civil. El bando de la liga proclama rey a Alfonso (hermanastro de Enrique IV), de 11 años, y lo ratifica en una ceremonia conocida como la farsa de Ávila. Mientras tanto, hubo varios encuentros de negociación entre el rey y la liga, pero no luchas armadas, ya que Enrique siempre prefirió soluciones pacíficas, cediendo todo lo que tenía a su alcance. La reina Juana intenta buscar el apoyo de Portugal contra la liga ofreciendo el matrimonio de Isabel con el rey de Portugal, su hermano Alfonso V. Mientras tanto, el marqués de Villena propone al rey el matrimonio de Isabel con su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, y acepta, aunque Girón muere en el camino cuando venía de viaje para celebrar la boda.

En 1467 tiene lugar la segunda batalla de Olmedo, con la subsiguiente victoria del rey gracias a la población, que normalmente estaba a favor del monarca. Pero pierde Segovia, su refugio favorito, donde tuvo que dejar a su mujer como rehén. En muchas localidades, villas y ciudades se habían organizado las Hermandades, que siempre protegían los intereses del reino y por tanto al rey, a la vez que ponían cierto orden entre la población. En 1468 muere Alfonso, que había reinado tres años para los que no estaban con Enrique IV. La nobleza y el rey llegan a un acuerdo para nombrar a Isabel, hermana de Alfonso, heredera de Enrique IV, lo que se firma en el Tratado de los Toros de Guisando. Enrique vuelve a ser el rey de todos, deja a su hija Juana la Beltraneja fuera de la línea sucesoria y se reserva el derecho de acordar el matrimonio de su hermanastra Isabel (futura Isabel I de Castilla). En 1468 se produce la propuesta de boda de Isabel con el príncipe Fernando, hijo de Juan II de Aragón. Enrique IV vuelve a intentar el matrimonio de Isabel con el rey portugués, pero, mientras, la reina da a luz a dos hijos fuera del matrimonio estando en el cautiverio del castillo de Alaejos (Valladolid), hecho que corrobora la ilegitimidad de su hija Juana la Beltraneja como heredera, con la consecuencia de que la reina Juana tiene que huir con su amante ante las críticas de la nobleza, que presionaba al rey para que se divorciara. El marqués de Villena también estaba a favor del matrimonio de Isabel con el rey portugués por algún interés particular derivado de su origen portugués, pero finalmente las conversaciones entre Isabel y Fernando, orquestadas por el rey de Aragón Juan II, avanzaban por buen camino y en 1469 se celebra la boda de ambos en Valladolid sin el permiso de Enrique IV. Al enterarse de que Isabel ya estaba casada con Fernando, Enrique rompe el acuerdo de los Toros de Guisando, vuelve a nombrar a su hija Juana la Beltraneja princesa heredera y jura su legitimidad. Vuelve el conflicto entre los que apoyan al rey y los que apoyan el matrimonio de Isabel y Fernando. La balanza va inclinándose cada vez más en favor de Isabel y Fernando, perdiendo posiciones Enrique.

El cambio de postura más importante fue el del obispo Pedro González de Mendoza, que en todo momento había apoyado la causa de Juana la Beltraneja como legítima heredera, había estado al lado del rey e incluso llegó a proteger a Juana en sus dominios. El obispo comienza a apostar ahora por Isabel y Fernando y presta su apoyo casi incondicional en contra de Enrique IV. Isabel mantiene su respeto hacia su hermanastro Enrique IV como rey y ofrece señales de obediencia, aunque reservándose su derecho como sucesora del reino.

En 1472 Rodrigo de Borgia (Borja, en castellano), legado del papa Sixto IV, visita España para intentar poner fin al conflicto entre los reinos de Aragón y Castilla y así poder organizar la cruzada contra los musulmanes que cada vez amenazaban más al mundo cristiano. Entrevista a los príncipes Isabel y Fernando y ofrece conseguir la bula papal para regularizar su matrimonio. A continuación, convence a Enrique IV de que los derechos de su hija Juana la Beltraneja serán reconocidos por Isabel. Antes de volver a Roma en 1473, concede el título de cardenal al obispo Pedro González de Mendoza, miembro de la familia más poderosa del reino, a condición de que se pase al bando de Isabel. En el mismo año, Enrique IV recibe a Isabel y a Fernando en Segovia para celebrar el reencuentro familiar y se reconcilia públicamente.

En octubre de 1474 muere su valido Juan Pacheco, que encabezaba el bando de los nobles que apoyaban a Juana como heredera, y dos meses después muere Enrique IV, quien declara en su testamento que su hija Juana es la heredera del reino. Comienza de nuevo la guerra civil entre los dos bandos y Juana la Beltraneja se proclama reina y se casa con su tío Alfonso V de Portugal. Así termina el reinado de Enrique IV, personaje un tanto singular por su afición a la cultura árabe y judía, vistiéndose como ellos. Disfrutó de la naturaleza, de los animales y de la caza, su deporte favorito.

Fue un rey que no reinó, pero que contribuyó a la maduración de la sociedad a pesar del conflicto entre la nobleza, estableciendo las bases para poner orden en las poblaciones sin ley a través de las Hermandades. Gracias a su reinado los conflictos entre los nobles llegaron a su fin, hecho verdaderamente positivo para sus sucesores, los Reyes Católicos.

Autor: Yutaka Suzuki para revistadehistoria.es

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