Elvis (2022), de Baz Luhrmann

Poderoso acercamiento a la figura de Elvis Presley, uno de los más grandes iconos estadounidenses, con una fulgurante carrera que trascendió el universo de la música y cuyo trágico final contribuyó a convertirle en mito mundial. No es la primera vez que el director Baz Luhrmann se adentra en el mundo del espectaculo y de la música (El amor está en el aire, Moulin Rouge), disciplina ésta que se se presta a las mil maravillas para que el cineasta australiano despliegue su potencia visual y su poderosa puesta en escena. Quizá Elvis no supere la originalidad y brillantez de Moulin Rouge, seguramente su mejor trabajo, pero estamos ante una ambiciosa y epatante producción (la mujer del director Catherine Martin sigue estando detrás del diseño) que alcanza momentos de gran altura y que supone un rendido y nostálgico homenaje a uno de los más grandes y magnéticos cantantes de todos los tiempos.

El guión escrito por un equipo de cuatro guionistas, entre los que se encuentran el propio Luhrmann y alguno de sus habituales colaboradores, como Craig Pearce, no pretende ofrecer una visión completa de la vida y la carrera de Elvis Presley. Sería una ardua tarea, quizá imposible. Centra su atención así en la relación con quien fuera su mánager, Tom Parker, un hombre que provenía del circo y las ferias ambulantes y que con ojo de astuto empresario supo ver el diamante en bruto que se escondía detrás de un jovencito de Tupelo que se movía con electricidad sensual en el escenario y cuya melodiosa voz hacía explotar las emociones del público, especialmente entre las mujeres. A través de su narración nos adentramos en la historia del mito, en sus inicios en una pobre barriada de Memphis, de donde absorbió el blues y los ritmos de la música negra, en su primer contrato para Sun Records y en su fulgurante carrera ya de la mano de Parker (llamado el “Coronel”). Con este planteamiento, la sensación episódica es inevitable. Más que un biopic al uso de Elvis, estamos ante un impactante conjunto de flashes de la carrera de su protagonista.

Si algo tienen las películas de Baz Luhrmann es derroche visual y en Elvis esta faceta está llevada al extremo. El comienzo del film es la punta de lanza de lo que vendrá después, un frenético ritmo de imágenes, donde los planos apenas duran dos segundos, que va del presente al pasado sin descanso, con numerosos recursos que aumentan el barroquismo (fragmentación de imagen, uso del blanco y negro y del color indistintamente, ralentizaciones, angulaciones extremás, etc.), todo ello con un montaje frenético y un uso del color donde los brillos metálicos y los tonos chillones se llevan la palma. Confieso que en algunos momentos este exceso puede llegar a ser agobiante. Menos mal que la cosa se tranquiliza poco a poco, aunque siempre las imágenes tienen la primacía. De cualquier forma, la pulcritud de la puesta en escena, el asombroso trabajo fotográfico de Mandy Walker y el virtuosismo del montaje son innegables.

Por contra, y aquí está quizá una de las claves de la película, hay poco desarrollo dramático en el guión. Por supuesto hay numerosas crisis y momentos delicados, pero éstos llegan de repente, no hemos sido testigos de su gestación, porque simplemente estábamos embriagados con las canciones del protagonista. A decir verdad, la relación con Parker no está desarrollada más allá de algunos detalles laborales que sirven de hilo conductor de la trama, pero tampoco el matrimonio con su mujer Priscilla, el trato con su padre y, por supuesto, la convivencia con su banda de músicos tienen la entidad requerida. Se restan así muchos elementos dramáticos, que cuando acaban llegando lo hacen un tanto gratuitamente. Casi lo más significativo sea su unión amistosa con B.B. King, quien en algún momento le ayuda a no perder el norte. Pero casi todo en la película se centra en las increíbles actuaciones de Elvis en el escenario, en su capacidad para emocionar hasta el delirio los corazones de sus oyentes. Los fans podrán disfrutar así de temas memorables, como “Hound Dog”, “Blue Suede Shoes”, “Trouble”, etc., aunque a decir verdad otros brillan por su ausencia. Para algunos esta incursión musical será suficiente, pero los espectadores más exigentes echarán en falta mayor hondura en la historia.

Seguramente lo mejor de la película es su protagonista. El actor Austin Butler (Las crónicas de Shannara), que apenas ha tenido anteriormente trabajos destacados, entrega una memorable interpretación como Elvis. Pese a que el guión no se adentra demasiado en su interior, Butler logra que nos quedemos extasiados con su transformación cuando está en el escenario. Su impresionante voz tiene la gravedad y las modulaciones necesarias para emular al mejor Elvis. Esto es sencillamente asombroso y además su presencia y carisma son notables. Por contra, el personaje de Parker resulta siempre desagradable (hasta en su baboso aspecto físico), donde se incide exageradamente en su faceta de farsante, de farolero, de embaucador. Un Tom Hanks con toneladas de maquillaje lo interpreta con la perfección que acostumbra, pero eso lo único que hace es enfatizar la repulsa que genera. Por su parte, Olivia DeJonge hace un sentido trabajo como Priscilla, aunque su presencia en pantalla sea mucho menor.