Elena de Grecia, la tía de la reina Sofía que tendrá dos entierros y sufrió cuatro exilios

En octubre, los restos mortales de la reina madre de Rumanía serán trasladados desde Suiza junto a la tumba de su hijo, el rey Miguel I.

Elena de Grecia y su hijo, el futuro Miguel I de Rumanía, durante un viaje a Londres en 1932

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Que una reina tenga que exiliarse cuatro veces es poco común, pero que después de muerta tenga además dos entierros es extraordinario. Según anunció ayer la familia real de Rumania, el próximo 18 de octubre los restos mortales de la reina madre Elena serán trasladados desde Suiza, donde la antigua regente murió en 1982, para ser enterrados junto a la tumba de su hijo, el rey Miguel I, en la catedral de Curtea de Arges, Rumanía. Una noticia que coincide con la creciente popularidad de la familia real rumana en este país, sin monarca desde la proclamación de la república en 1947, y que sin duda habrá interesado a la española: la reina Elena era tía de doña Sofía y tía-abuela del actural rey Felipe VI.

Nacida en Atenas en 1896, Elena de Grecia era hija de Constantino I y hermana de los reyes Jorge, Alejandro y Pablo, por lo que sufrió los exilios de la familia en 1910 -durante unos meses- y en 1917. Dos años más tarde, cuando todavía duraba este segundo exilio de la familia real griega en Suiza, la princesa Elena conoció al príncipe heredero Carlos de Rumanía, quien en esos momentos se encontraba viajando por el mundo para tratar de olvidar a su primera mujer, Zizi Zambrino, ya que su matrimonio con esta, del que había resultado una hija, había sido anulado por desertar Carlos del ejército para celebrarlo.

La fama de playboy que arrastraba el príncipe no desanimó a Elena de Grecia para aceptar su propuesta de matrimonio y en 1921 se casó con él en la catedral metropolitana de Atenas, el mismo templo en el que 41 años más tarde celebrarían su boda su sobrina Sofía con el entonces príncipe Juan Carlos. Ese mismo año nació su único hijo, Miguel, pero eso no bastó para unir a la recatada princesa con su mujeriego marido, que en 1925 comenzó un sonado affaire con una plebeya, Magda Lupescu, por el que el príncipe Carlos se vería obligado a renunciar a sus derechos como heredero del trono rumano.

En 1927, y mientras su esposo disfrutaba de las ciudades más animadas de Europa, murió el rey Fernando I y la princesa Elena asumió la regencia del trono de su hijo. Un año después, decidió divorciarse del príncipe Carlos, pero su mala relación con este todavía le depararía alguna sorpresa desagradable: en 1930, el príncipe volvió a Rumanía para reclamar el trono, viéndose obligada Elena de Grecia a exiliarse a Alemania en 1931, tras verse frustrada una posible reconciliación con el nuevo rey con el regreso de su amante.

La rueda del destino siguió girando, y, acostumbrada a tantas vueltas, la princesa Elena probablemente no se sorprendió cuando, en 1940, su exmarido abdicó y su hijo fue coronado rey como Miguel I. Tampoco cuando, siete años después, la república fue proclamada en Rumania y se vio obligada a exiliarse con su hijo una cuarta vez.

Los últimos años de su vida los pasó en Lausana, en Suiza, donde en 1982 moriría a los 86 años, aunque sus años más felices los vivió en la villa que poseía en la Toscana, pues sentía pasión por el Renacimiento italiano y le gustaba mucho pintar cuadros y visitar museos.

El funeral que se celebrará en su homenaje el próximo octubre no ha sido el único reconocimiento que se la hecho a la reina madre de Rumanía después de su muerte: en 1993, Israel le concedió el título de Justa entre las Naciones en agradecimiento por todas las vidas judías que ayudo a salvar durante la Segunda Guerra Mundial.