Tras varias películas “individuales” dedicadas a Godzilla y a King Kong, en marzo de 2021 (con bastante retraso por la pandemia) se estrenó la mediocre Godzilla vs. Kong que, con más de 650.000 espectadores, fue la quinta más vista de esa temporada en los cines de Argentina.

Tres años después, llega esta nueva entrega del MonsterVerse de Legendary y Warner que reúne al gigantesco gorila de la Isla Calavera y al no menos enorme dinosaurio mutante de origen japonés. El guion ahora firmado por Terry Rossio, Simon Barrett y Jeremy Slater no es mucho más creativo ni soprendente que el de aquel film precedente, pero el resultado en su conjunto sí es más deslumbrante. Godzilla y Kong: El Nuevo Imperio es una película para amantes del kaiju y, en esos términos (disfrutando como en mi caso de su espectacularidad en la Sala IMAX de Showcase Norcenter y aceptando como inevitables ciertos lugares comunes de su trama), funciona bastante mejor.

¿Cuál es el argumento (o mejor dicho excusa argumental) de la película? Rebecca Hall, ahora con pelo cortísimo, vuelve como Ilene Andrews, experta en Kong pero también madre adoptiva de una niña, Jia (Kaylee Hottle), que es la última sobreviviente de la tribu que vivía en la isla Calavera. La pequeña de 12 años, que debe lidiar con costumbres e idiosincracias muy distintas, no logra integrarse en el entorno escolar, pero por varios motivos será clave para el desarrollo y resolución de la historia.

Precisamente esa madre con su hija, junto a Trapper (Dan Stevens) y otro que regresa como el Bernie de Brian Tyree Henry (el Paper Boi de Atlanta), encabezarán una misión que los llevará a través de un portal a una nueva dimensión de la Tierra y a entrar en contacto con otros tiempos, otras civilizaciones y otras criaturas. Todo pensado, por supuesto, para que sobre todo en la segunda mitad abunden las irrupciones de monstruos que en algunos casos se unirán y en otros se enfrentarán en épicas batallas de espíritu apocalíptico (hay unas cuantas grandes ciudades y maravillas arquitectónicas arrasadas).

Si el citado guion rodado por Wingard resulta poco más que un remedo y una combinación de elementos ya vistos no solo en entregas anteriores de esta misma franquicia sino también en sagas como Jurassic Park o Transformers, la mejora más significativa en esta oportunidad se manifiesta sobre todo en términos visuales porque (y aquí hay mucho de animación aunque se trate de un film live-action) la gestualidad y la expresividad incluso en términos emocionales de los monstruos es mucho más lograda y eficaz que en películas previas. Mayor ductilidad y versatilidad, más facetas y matices, incluso en el universo del cine de monstruos.



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