Generalmente, empleamos el término «nación» sin indagar en su origen o significado preciso. Originalmente, «nación» aludía a un concepto biológico, derivado del verbo latino «nascor», que significa nacer. Por ejemplo, cuando a un niño le está saliendo un diente y se observa la encía abultada, antiguamente se decía «la nación del diente» para indicar que el diente está emergiendo.

Históricamente, «nación» también se refería a un grupo de personas unidas por lazos sanguíneos. En España, un país de gran diversidad étnica, encontramos ejemplos como la nación de los vascos, los gallegos o los catalanes, utilizando el término para indicar la procedencia étnico-sanguínea de una persona.

Además del concepto de «nación biológica», existe la «nación étnica», que generalmente engloba elementos como el idioma, la cultura, las costumbres y las tradiciones, y a menudo, una religión y un territorio común.

Otra variante es la «nación cultural», que no necesariamente coincide con una «nación política» o lo que comúnmente entendemos por República. La República representa la forma más desarrollada del concepto de «nación» cuando se transforma en una entidad política. Un ejemplo notable es el pueblo hebreo, que, a pesar de las leyes estrictas que determinan la judaicidad a partir del linaje materno, ha mantenido su identidad como «nación biológica, étnica, cultural e histórica» incluso sin contar siempre con un territorio propio. A lo largo de su historia, los judíos han mantenido su lengua, religión e historia, a menudo de manera clandestina, mientras transitaban por diversos países.

El texto revisado para mejorar su coherencia, corrección ortográfica y gramatical sería el siguiente:

Considérese, por ejemplo, un acto también propio de la etnia, como su religión, que era predicada y hablada en su propia lengua, preservando así la identidad de la nación a través del idioma, pero también mediante la historia de su pueblo. Tal como menciona la Biblia, en cualquier lugar donde se encontraran, recitaban los sucesos acontecidos a sus antepasados. Esto demuestra que existen naciones biológicas y étnicas, pero también naciones históricas. Una nación histórica no necesita necesariamente estar vinculada a un territorio específico.

Por ejemplo, la nación judía, que ha residido en países como Alemania, Rusia, España e Inglaterra, ha mantenido su estatus como nación histórica. Un hecho notable es que en 1948, con la declaración del Estado de Israel, los fundadores, provenientes de diversas partes del mundo, lograron revivir una lengua muerta, el hebreo, que no se hablaba formalmente en ningún territorio específico. Incorporaron palabras del árabe —aproximadamente el 40% de las palabras nuevas— dado que la lengua es una entidad viva. Por ende, un idioma que no se habla activamente en ninguna sociedad no puede evolucionar para incorporar conceptos modernos como cámara, avión o internet. En 1948, los judíos no solo revivieron el hebreo, sino que también demostraron que la nación cultural, étnica e histórica judía seguía viva.

Abordando el concepto de nación histórica, los judíos alguna vez formaron una, que, aunque temporal, fue dispersada por el mundo. Sin embargo, en este momento, el concepto más relevante para nosotros es el de nación política. Una nación política está necesariamente unida a un territorio y a la soberanía de ese territorio. No puede existir una nación política sin soberanía. Por ejemplo, la República Dominicana debe tener muy presente este hecho, dado que tenemos vecinos como la nación haitiana, que podrían considerarse una nación biológica, étnica, cultural e incluso histórica, pero que actualmente carecen de soberanía territorial efectiva, complicando así la definición de su estatus político.

Finalmente, los nuevos historiadores dominicanos, adoptando un enfoque “democrático”, tienden a interpretar todas estas interacciones desde una perspectiva de hermandad universal que poéticamente debe existir entre todos los pueblos. 

Aunque sabemos que somos hermanos, es en un sentido cristiano en el que nos consideramos tales. Sin embargo, debemos reconocer que en la realidad competimos por un espacio vital.  Además, es crucial entender cómo se forman las naciones políticas y cómo es y cuándo es que una nación histórica, biológica, cultural o étnica logra constituirse en una nación política. Esto es, cuando posee las fuerzas, el poder económico y militar, además de la disposición y la voluntad para apropiarse de un territorio y mantener la soberanía sobre él contra sus vecinos.

Una nación política que no es capaz de mantener la soberanía de su territorio, o de dominarlo adecuadamente, con el tiempo tiende a desaparecer. 

Como pudieron observar en la exposición que realizó el profesor Neido Novas, hay un componente biológico, étnico e histórico y cultural, tanto de los españoles, como de los aborígenes y de los africanos en el ser dominicano. Pero desde los años 60, se ha realizado una labor de zapa y un esfuerzo consciente, especialmente por parte de historiadores, sociólogos e intelectuales de nuestro país, para resaltar y visibilizar la etnia africana y, en particular, el aporte que pueden haber hecho los haitianos a la cultura dominicana y de desconocer y minimizar el aporte español. 

Aunque biológicamente entiendo que nuestras raíces provienen de África, y que algo de lo biológico viene de España y muy poco de los aborígenes, considero que los dominicanos no deberíamos continuar con esa lucha interna, como menciona el profesor Federico Henríquez Gratereaux en “La guerra civil en el corazón», es decir, una guerra civil entre españoles y africanos en nuestro ser interior. 

La nación dominicana, aunque no quiera, habla una lengua española y práctica una religión que proviene de España, principalmente el catolicismo, aunque posteriormente los evangélicos también se hicieron presentes. 

Esta religión se practica y se predica en español. Aunque tengamos la piel negra, como señala Gratereaux en un artículo titulado «Negro de mentira, blanco de verdad», la lengua que hablamos y la cultura que poseemos no son «negras». Por lo tanto, debemos dejar de luchar contra esta realidad y vivir acorde con lo que somos. 

No creo que en República Dominicana se discrimine a alguien simplemente por ser negro, sino más bien por ser pobre. Como mencionaba el profesor Neido Novas, los mejores peloteros provienen de la etnia de los cocolos. Nunca me he imaginado que a Sammy Sosa le pusieran barreras para entrar en algún lugar aquí después de haberse convertido en un pelotero famoso con todos los millones del mundo, lo mismo aplica para David Ortiz y Pedro Martínez, entre otros. 

Sin embargo, la situación era diferente cuando eran pobres.

En República Dominicana, cuando llega un médico recién graduado, de piel clara y pelo mojado, en un motoconcho a dar consulta, y a su lado llega un moreno en un vehículo lujoso, la gente probablemente confíe más en el médico, no por su color de piel, sino debido a los códigos sociales que realmente exhibimos. 

Esto indica que el problema de la «guerra civil en el corazón» lo resolvimos en el siglo XVII. República Dominicana tiene otros tipos de prejuicios, pero no son raciales.

Muchas gracias.