¿Cómo debe transmitir el médico las malas noticias al paciente? Uno de los doctores asturianos más destacados responde - La Nueva España

¿Cómo debe transmitir el médico las malas noticias al paciente? Uno de los doctores asturianos más destacados responde

La importancia de ponderar una serie de factores que permitan adaptar la intensidad de la información al paciente a cada caso concreto

La dura tarea del médico de transmitir malas noticias

La dura tarea del médico de transmitir malas noticias

Alejandro Braña Vigil

Alejandro Braña Vigil

Alejandro Braña Vigil (Oviedo, 1950), uno de los médicos asturianos más destacados del último medio siglo, ha volcado toda su experiencia profesional y humana en un librito titulado «Comunicación de malas noticias en medicina» y editado por el Colegio de Médicos de Asturias, entidad que presidió a lo largo de ocho años. El que fuera jefe del servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) sostiene que, «como norma general, la información, siempre veraz y comprobada, ha de adaptarse a lo que cada paciente requiera y solicite a lo largo del proceso de su enfermedad».

La comunicación constituye una pieza clave en la relación médico-enfermo. De manera muy especial, cuando se trata de informar sobre malas noticias supone una parte especialmente complicada de las actividades que cualquier médico ha de realizar muchas veces a lo largo de su vida profesional.

La práctica clínica, además de comprender el diagnóstico y el tratamiento más adecuados a cada caso concreto, está estrechamente vinculada a la comunicación interpersonal, muy especialmente cuando se trata de información de malas noticias. Es entonces cuando ha de ponerse a prueba lo que Charon llama "competencia narrativa", término en el que se incluye la capacidad para reconocer, asimilar, interpretar y actuar sobre las inquietudes y situaciones graves en las que se ven inmersos el enfermo y su entorno personal.

La comunicación de malas noticias con respecto a la salud es una muy peculiar variedad de información. Es evidente que todos estamos muy bien preparados para trasmitir –y recibir– datos optimistas y amables, buenas noticias en definitiva. Pero en nuestra profesión médica son frecuentes las ocasiones en las que nos corresponde el papel de ser agentes transmisores de noticias adversas, incluso de manera reiterada a lo largo del proceso patológico que sufre un enfermo.

En estas situaciones, la interacción médico-paciente adquiere gran importancia porque, de hecho, constituye la esencia misma de la acción humanitaria del médico: la interacción entre un profesional implicado intensamente, profundamente, con una persona necesitada de nuestra ayuda para resolver el motivo de mayor angustia existencial que los seres humanos tenemos, que es la constatación de sentirnos enfermos y, por tanto, limitados, con nuestras expectativas vitales cercenadas por la enfermedad.

El sentimiento humanitario es el núcleo esencial de nuestra condición de médicos, el único que nos independiza y nos hace libres frente a las conveniencias económicas, sociales o políticas que pudieran tratar de orientar interesadamente nuestra práctica profesional.

En medicina, la comunicación de malas noticias tiende a verse como algo negativo: es necesario hacerlo, pero no resulta satisfactorio, entre otras cosas por el temor de que ello pueda generar una reacción de rechazo, de duda y, en definitiva, de deterioro de la relación con el enfermo y su familia. Al médico se le instruye para hacer frente a la enfermedad, pero no tanto para desarrollar de manera satisfactoria el difícil arte de la comunicación profesional.

Sin embargo, aparentemente, el esquema informativo es sencillo: se trata de realizar una exposición clara del diagnóstico, la explicación comprensible de las posibilidades terapéuticas y, finalmente, una exposición del futuro esperable, de manera que, sin falsear la realidad, no se suma al enfermo en una angustia y falta de motivación que le lastraría a la hora de enfrentarse con el tratamiento necesario.

La realidad es que las cosas no son tan simples. Se trata muchas veces de una exigente tarea, en la que hemos de tener en cuenta cierto número de variables. Por ejemplo, ¿cuánta información se ha de trasmitir? Clásicamente, se contemplan dos posiciones opuestas en el manejo de la información de noticias verdaderamente graves: se defiende por algunos evitar el tremendo impacto negativo de una información detallada desde el principio, y también hay una postura antagónica en la que se aboga por el derecho que asiste al enfermo de recibir una información completa y rigurosa, basada en datos.

Como norma general, la información, siempre veraz y comprobada, ha de adaptarse a lo que cada paciente requiera y solicite a lo largo del proceso de su enfermedad. No debemos olvidar que la relación médico-enfermo no es una mera relación técnica, sino una relación humana, entre personas, basada en la confianza y el respeto mutuos. Por ello, han de valorarse una serie de consideraciones que nos permitan adaptar la intensidad de la información de malas noticias a cada caso concreto: la gravedad de la enfermedad, su pronóstico, el tipo de tratamiento requerido, la edad del paciente o el previsible impacto emocional que se va a producir son aspectos que deben ser tenidos muy en cuenta cuando se planifica la información que vamos a trasmitir.

En este ensayo publicado por el Ilustre Colegio de Médicos de Asturias, se abordan y concretan los aspectos más relevantes para la correcta comunicación de malas noticias: quién ha de darlas, dónde y cómo ha de hacerlo. La información médica es un diálogo, no un monólogo y, por ello, es preciso escuchar con atención y tener en cuenta las dudas y opiniones que el paciente y sus allegados expresen, manteniendo siempre una actitud de mutuo respeto.

La comunicación de noticias adversas requiere una formación específica, a la que hay que conceder la mucha importancia que tiene para conseguir que pueda realizarse de manera eficaz y humana. El entrenamiento en este difícil cometido –insisto mucho en ello– facilitará que pueda cumplirse esta esencial actividad profesional con rigor, empatía y humanidad.

La medicina surge, desde el principio de los tiempos del hombre, por la vocación de servicio a la persona abatida por la enfermedad y el dolor. En esta tarea de servicio, la comunicación con el enfermo se incluye necesariamente en el valor humanitario y de exigencia ética, que son elementos esenciales de la buena praxis médica.

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