Karl Marx. El capital

Karl Marx

El capital

Un�nimemente considerada como la obra esencial de Karl Marx, El capital es un magno tratado en tres vol�menes. El primero se public� en Hamburgo en 1867; el segundo y el tercero fueron publicados por Engels despu�s de la muerte del autor, respectivamente en 1885 y en 1894.


Karl Marx

Por lo com�n es conocido s�lo el primer volumen, que, a pesar de ser el m�s importante y fundamental, no da una idea exhaustiva del pensamiento de Marx. En la sociedad capitalista (as� comienza el volumen), la mercanc�a no cuenta por su valoraci�n social: se ha convertido en un objeto abstracto, un fetiche. De modo particular, el dinero "que refleja sobre una mercanc�a sus relaciones con todas las dem�s" se apodera del alma humana y la tiraniza como un demonio. El dinero es el que compra a los hombres y el trabajo de �stos.

La fuerza-trabajo, productora de las mercanc�as, se cambia y se compra como otra mercanc�a cualquiera y obedece a las mismas leyes del mercado, olvidando que detr�s de ellas hay un hombre, con su familia: el proletario. Este proletario es libre, pero si no vende su trabajo se muere de hambre. Vende su capacidad de trabajo, pero �sta es una cualidad personal, y no se puede vender aisladamente; por esto una vez hecho el contrato entre capitalista y trabajador, �ste, con toda su personalidad y sus necesidades, pasa a manos del otro.

Para el capitalista, el dinero debe multiplicar dinero. Tambi�n el dinero invertido en los salarios se multiplica, o sea, que la fuerza humana adquirida produce al capitalista una plusval�a, adem�s del valor con que la paga. La formaci�n de la plusval�a y su aumento se efect�an de las siguientes maneras: 1�) el capitalista obliga al operario a darle su trabajo por un tiempo superior al que se necesita para compensar el salario; 2�) la mercanc�a-trabajo, en vez de consumirse como otra cualquiera, produce (al consumirse) un valor superior al que representa, esto es, que el trabajo produce un excedente sobre su coste, que es la plusval�a, monopolizada por el capitalista, el cual tiene poder de imponer al operario las condiciones que quiera; 3�) cuando no es posible ulteriormente aumentar la jornada de trabajo por v�a directa, el capitalista procura aumentarla indirectamente, modificando el proceso t�cnico; toda mejora de la t�cnica productiva equivale a un aumento de la jornada de trabajo; aumenta la producci�n y por eso acrece la plusval�a.

Esta �ltima consideraci�n pone en claro que, en un momento dado de la evoluci�n del proceso productivo, esto es, cuando el capitalista ha llevado a su l�mite extremo los dos primeros modos de aprovechamiento, el problema del aumento de la plusval�a se torna esencialmente un problema t�cnico: mejorar los medios t�cnicos de la producci�n. Los inventos mec�nicos han sido, a este respecto, el gran recurso del capitalista.

En manos del capitalista la plusval�a se convierte en nuevo capital: as� se obtiene la acumulaci�n. �sta, por un proceso cuyas varias fases analiza Marx en la obra, conduce a la concentraci�n de los capitales y a la centralizaci�n, hasta que el capitalismo cae en un c�rculo vicioso. He aqu� c�mo se sintetiza en el pensamiento de Marx el c�rculo cerrado del sistema capitalista: en la competencia de la producci�n vence el precio m�s bajo; el precio m�s bajo es el resultado de un alto rendimiento de trabajo, y �ste se resuelve en m�quinas m�s poderosas y en talleres m�s perfeccionados, y por tanto en un capital mayor; de aqu� la necesidad de acumular a ritmo creciente; pero cuanto m�s se acumulan las m�quinas, m�s disminuye proporcionalmente el n�mero de obreros y m�s peque�a se hace la proporci�n del capital circulante (mano de obra) respecto al capital fijo (m�quinas, instalaciones, etc.); como la plusval�a deriva del capital circulante, cuanto m�s peque�a sea la proporci�n de este capital, tanto menor se hace la proporci�n de la plusval�a (que puede aumentar en valor absoluto, pero disminuye en valor relativo).


Monumento a Marx y Engels en Berlín

En tanto, crece la masa de obreros desocupados, de manera que las posibilidades de consumo decrecen, mientras por otra parte aumentan las mercanc�as en el mercado. Entonces es menester, para que los parados vuelvan a consumir, ocuparlos en nuevas ramas de la industria, o desarrollar las que ya existen. Pero para esto son menester nuevos capitales y los nuevos capitales no se pueden obtener sino con la acumulaci�n, y la acumulaci�n no se obtiene sino con el aumento de la plusval�a. Para aumentar el valor relativo de la plusval�a ser�a menester disminuir el valor de la mano de obra, bajando el precio de las mercanc�as consumidas por el trabajador. Para disminuir el precio de las mercanc�as es necesario aumentar la productividad, mejorando la t�cnica. Y para mejorar la t�cnica, es menester tambi�n acumular, aumentando la plusval�a, y as� sucesivamente.

El c�rculo vicioso queda cerrado. De cuando en cuando el c�rculo se interrumpe; con los almacenes repletos, y las salidas cerradas, el mercado ya no acepta nada; quiebras, obreros sin trabajo, revueltas de los hambrientos: crisis. Tal es el c�rculo vicioso del sistema capitalista; pero �ste, como el sistema de que es expresi�n, ha tenido tambi�n su punto de partida. Al origen del capitalismo corresponde el origen de la acumulaci�n, pecado original de la econom�a pol�tica. La primera acumulaci�n del capital es fruto de una expropiaci�n: de propiedad privada conquistada con el trabajo. Inmediatamente se tiene una nueva forma de expropiaci�n: la del capital inferior, que ya se aprovecha de una muchedumbre de operarios. Todo capitalista ha matado a otros y, la mayor�a de las veces, ser� muerto por uno mayor que �l.

El proceso alcanza tales extremos que, en un momento dado, el n�mero de los capitalistas es muy peque�o y se vuelve amenazadora para ellos la masa de la miseria que, en el polo opuesto, se organiza, se une y se subleva. Es el propio desarrollo del mecanismo capitalista el que anima esta masa; en efecto, el monopolio del capital se torna un impedimento hasta para los m�todos de producci�n surgidos del mismo capitalismo. La concentraci�n de los medios de producci�n y la socializaci�n del trabajo alcanzan tales l�mites que resultan incompatibles con la estructura capitalista, dentro de la cual se han originado y se han determinado. La estructura se convierte en superestructura, y habr� de derrumbarse. El final de la propiedad capitalista est� pr�ximo. Los expropiadores ser�n expropiados.

El segundo volumen describe minuciosamente el funcionamiento del mercado, del cual son esclavos los capitalistas; pero �stos, para disminuir los riesgos de los caprichos del mercado, se ayudan rec�procamente, fundan las bancas y adoptan medidas de seguridad. As� los fen�menos ca�ticos acaban por regularizarse, y el capitalista consigue vivir m�s seguro en su propio edificio. Pero mientras tanto el mecanismo se ha complicado, y el capitalista, a pesar de seguir obteniendo la plusval�a s�lo de su actividad de industrial, asume nuevas funciones: se convierte en comerciante, mediador, banquero, latifundista. Se hace ayudar por una muchedumbre de otras personas: �stas ayudan al capital a conseguir su provecho, y por esto reclaman una parte de �l. El provecho, en adelante, habr� de ser repartido entre todos los lobos de la horda. El modo c�mo haya de ser dividido viene marcado por el propio juego del mecanismo capitalista.

Ya la econom�a cl�sica hab�a notado que los capitales empleados en las m�s diferentes empresas dan, en un mismo pa�s y en un mismo tiempo, una proporci�n igual de provecho. En el tercer volumen de El capital, Marx explica que los diferentes provechos se igualan en el momento de la venta de la mercanc�a, porque el capital no ingresa el provecho de su producci�n particular, sino �nicamente su parte en el bot�n general. Los capitalistas se comportan, en lo que concierne al provecho, como accionistas de una gran sociedad: no se distinguen unos de otros sino por el importe relativo de los capitales empleados por cada uno de ellos.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].