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Ella, la tierra, siempre la tierra

Cansado de los discursos de los enanos,

ay Gaza,

cansado.

Detrás de mí está el mar

y el fuego enfrente.

Rashid Hussein

ILYA U. TOPPER |

Parece escrito ayer mismo. Pero tiene lo menos medio siglo, quizás bastante más, porque es el arranque de un poema de Rashid Hussein (1936-1977), a tenor de muchos uno de los mejores poetas de Israel. Sí, Israel, porque Hussein, nacido en lo que entonces aún era el mandato británico de Palestina era ciudadano de Israel desde el momento en el que se estableció el Estado en 1948 y su pueblo, Musmus, se quedó en territorio controlado por las milicias sionistas. Y lo asumió: fue miembro del partido izquierdista Mapam (hasta que lo expulsaron en 1962), traducía literatura del hebreo al árabe, era parte de lo que en las primeras décadas del Estado judío era aún un movimiento cultural con un futuro compartido. Murió en el exilio: desde que se fue en 1965 a París y luego a Nueva York, no pudo volver. Salvo dentro del ataúd.

Poemas del Interior es el subtítulo de PALESTINA/48, cuya cifra alude desde luego al año en el que, como apunta la prologuista, Luz Gómez, «a Palestina le borraron el nombre». Quedaban palestinos en el interior de Israel. «Niños del 48» se titula un texto del segundo de los tres poetas recogidos en esta antología: Samih al-Qasim (1939-2014).

Restos de pescado seco en las callejas. Por los rincones

juegan con lo que dejaron los tártaros ingleses:

una bombona, chatarra de avión, un camión desguazado,

cañones quemados, viejos uniformes militares,

bombas sin detonar y bombas destripadas.

El tercer poeta es Taha Muhammad Ali (1931-2011), más modesto quizás en su proyección, con un lenguaje más sencillo, simple casi, y sobre todo, más tardío: los poemas más antiguos recogidos en la antología están firmados en 1988; los últimos, de 2001, ya llevan trazos de la Segunda Intifada:  Sábir, un chaval, / Zainab, una chiquilla, / y el campamento: balas y explosiones… Una violencia directa, sangre en el verso, algo que no se encuentra aún en la lírica de sus dos coétanos y sin embargo predecesores: ellos aún debaten en un plano teórico sobre quién posee la tierra (Samih al-Qasim: «Extracto de un interrogatorio: —¿Y cómo llama usted al país? / —Mi país. /—¿Y cómo llamo yo a mi país? / —Mi país…»). Una tierra que, en un recurso quizás demasiado habitual, se asemeja a una mujer. ( Rashid Hussein: «Sé su marido… Yo la he amado antes que tú»).

Es una gran antología, además, como es habitual en Ediciones de Oriente y Mediterráneo, bilingüe con el texto árabe original al lado de la traducción de Luz Gómez, una de las grandes arabistas de España. Es muy de agradecer —hoy más que nunca— la iniciativa de acercarnos esta parte de la poesía palestina tan poco conocida en España y tan fundamental para entender la parte del conflicto que nunca vemos. La del interior, como la define con acierto Luz Gómez en un prólogo conciso, pero contundente, apasionado y documentado. Sin documentar demasiado, eso sí: salvo en los poemas de Taha, que van fechados, no sabremos de qué año es cada pieza, ni en qué poemario original fue publicado.  Pero eso es lo de menos.

Lo que echo en falta —o lo que debería echar en falta el lector que no tiene la ventura de leer el texto árabe— es un elemento en la traducción que nos permita comprender la enorme evolución que para la poesía árabe en su conjunto significa la obra de Rashid Hussein y Samih al-Qasim. Me explico: hasta los años 30 o 40 del siglo XX, la poesía árabe seguía de forma prácticamente universal el modelo clásico, vigente desde los albores del islam e incluso antes, de la casida escrita en uno de los 16 palos del sistema métrico. Con rima en la misma letra al final y unas secuencias de sílabas estrictamente medidas. De hecho, poesía es sopesar sílabas, dice la definición clásica árabe.

El abandono de esa anquilosada estructura y el paso hacia el verso libre moderno se atribuye normalmente a la poeta iraquí Nazik Malaika en 1947. Rashid y Samih eran niños entonces; vieron la evolución. Pero mientras la mayor parte del olimpo árabe, desde el sirio Adonis al iraquí Sargon Boulos y al palestino Mahmud Darwish tomaron por bandera el verso blanco, Samih al-Qasim y Rashid Hussein —o tanto podemos deducir de los ejemplos de la presente antología— desarrollaron un estilo en el que ritmo y rima son fundamentales, pero sin el clásico conteo de sílabas, más en sintonía con la lírica europea de inicios del siglo XX. Hay poemas de Samih que parecen Stefan George o hasta Georg Trakl en árabe: versos de enorme expresividad plástica, cuya fuerza se multiplica por la perfecta cadencia y la rima consonante que cae como un golpe en la mente del lector.

En España de eso apenas hay tradición: tras abandonarse el corsé del soneto, y aparte el romance popular asonante, el concepto de la rima ha quedado asociado al tardorromanticismo de Espronceda o Bécquer, con la honrosa excepción de Antonio Machado y, por supuesto, los cantautores. Esto explica por qué el gremio de traductores al completo ha renunciado desde siempre a trasladar al español la rima que creadores en otros idiomas sí supieron manejar como herramienta lírica. Luz Gómez no es una excepción. Pero es una pena, porque la poesía árabe y especialmente la de Rashid y Samih, se declamaba en público, encandilaba las masas.  Y no, no es lo mismo escuchar en la plaza, bajo el título de Refugiados:

Cada estrella en la noche parece un campamento;

como una triste ONG avanza la triste luna

con una carga de harina o de queso amarillento,

su regalo para mi pueblo, privado de toda fortuna.

que oir:

Mira, titilan las estrellas en la noche como los campamentos de refugiados.

Como una triste organización humanitaria riela la luna triste.

Un trozo de queso amarillo o un puñado de harina

regalan a mi pobre gente.

No, no habría sido tan complicado reproducir este efecto en una traducción, una vez que asumamos que rimar no es un infantilismo vergonzante. El verso de Sameh de arriba habría podido perfectamente quedar así:

Restos de pescado seco en las callejas. Por los rincones

juegan con lo que los tártaros ingleses dejaron abandonado:

una bombona, chatarra de avión, un camión desguazado,

viejos uniformes militares, ferralla de cañones

bombas sin detonar, un cohete destripado.

Este mismo poema, por cierto, terminaría así:

Hermanos que soñáis aún con banderas, oh poesía

Hermanos sin hogar, morenos, de vivir hambriento,

Aún queda quien leerá en nuestro funeral una elegía,

aún queda un renglón en la historia para cerrar nuestro cuento.

PALESTINA/48 Poesía del Interior (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2024) | Rashid Hussein, Samih al-Qasim, Taha Muhammad Ali |Traducción de Luz Gómez | 196 págs. | 17 €

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