Tras décadas de discreción, de ser el perfecto secundario e incluso de dedicarse a la empresa privada por un tiempo, el príncipe Eduardo cumple mañana 60 años siendo un valor más necesario que nunca para la familia real británica por las bajas permanentes y temporales que la han mermado últimamente. Con Carlos III en tratamiento, la princesa Catalina recuperándose, el príncipe Enrique en Estados Unidos y el príncipe Andrés sin honores por el caso Epstein, Eduardo, y también su esposa, Sofía, han escalado en la jerarquía hasta tener una importancia que no hubiesen imaginado tiempo atrás.
Ya pudo verse el año pasado en la coronación de Carlos III, cuando Eduardo y su familia fueron de los pocos invitados a posar junto a los nuevos reyes en el balcón del palacio de Buckingham, algo que promete la colaboración de la pareja durante el reinado de su hermano. Esta nueva posición adquirida se debe también a que Eduardo es el hijo de Isabel II que menos inconvenientes ha causado a la corona británica, y a que él y su esposa son junto a los príncipes de Gales los únicos Windsor con menos de 70 años que cumplen compromisos oficiales.
El príncipe fue nombrado duque de Edimburgo el año pasado, y continúa los proyectos de su padre
Según su madre, el pequeño príncipe era “el más callado de mis hijos”. Antes de casarse con Sophie Rhys-Jones, cuando tenía treinta y tantos años, la aparente reticencia del príncipe a contraer matrimonio y sentar cabeza hizo preguntarse a muchos qué pasaba con Eduardo. Se creía que los divorcios que ya habían asolado su familia esos años (él es el único que sigue casado con su primera esposa) y la indeseada atención mediática hacia lady Di habían retrasado su decisión de pasar por el altar. En los noventa también enfrentó dudas sobre su sexualidad, pero sus novias de juventud, como la cantante Ruthie Henshall, se encargaron de desmentir esos rumores.
Siempre sostuvo, tanto públicamente como ante su familia, que se casaría solo cuando le conviniera. Y eso sucedió el 19 de junio de 1999, a los 35 años, en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor junto a su novia desde hacía años, ante una audiencia estimada de 200 millones de telespectadores. “Somos los mejores amigos y eso es esencial y también ayuda que nos queramos mucho”, afirmó Eduardo meses antes de la boda.
De joven, cuando era el hijo más guapo de la reina, fue un gran aficionado al teatro, colaboró en varias producciones y eso le llevó a iniciar una carrera en el mundo audiovisual como presentador de documentales. Filmó Crown & Country: A Royal History of Britain, una serie de reportajes en los que realizó un recorrido por monumentos de la historia británica. En 1993 creó su propia productora de televisión, Ardent Productions, pero la liquidó años después, tras anunciar Buckingham en 2002 que él y su esposa se dedicarían a tiempo completo a servir al país.
Al celebrar Eduardo los 59 años, el rey Carlos III cumplió los deseos de su madre y le concedió el ducado de Edimburgo, el título que había llevado el marido de la reina desde su matrimonio. En los últimos años de Felipe de Edimburgo, el hijo pequeño se fue acercando cada vez más a las fundaciones que atendía su padre y ahora las preside desde su actual 14.º puesto en la línea de sucesión, por detrás de sus hermanos y todos sus hijos y nietos.
Cuentan que de una estancia de Bagshot Park, su residencia cercana a Windsor, cuelga una caricatura de su madre cantándole a un grupo de pingüinos su descontento con los medios. A Eduardo siempre le ha dado alergia la prensa y en ocasiones se ha enfrentado a ella, por eso es el menos conocido de los hermanos a pesar de ser el que más arriesga con las corbatas.
Hasta el año pasado él y su mujer eran conocidos como los condes de Wessex, título que ahora lleva el hijo pequeño de la pareja, James (16). Su hija mayor, lady Luisa (20), ha heredado de su abuelo la afición a las carreras de carros de caballos, y fue protagonista en la coronación por su vestido de flores malva.
