Edmundo Valadés (Guaymas, Sonora, 22 de febrero, 1915 – Ciudad de México, 30 de noviembre, 1994) es uno de los grandes cuentistas de nuestro país que apoyó al género desde dos frentes: la escritura, que alcanzó la perfección con La muerte tiene permiso, así como en la promoción y divulgación de este tipo de relatos breves, a través de la revista El Cuento.

El escritor Ignacio Solares advirtió que “si hablamos de Edmundo Valadés en la literatura mexicana tenemos que hablar de uno de los grandes promotores del cuento en nuestro país, no sólo por los que escribió el, sino por los que promovió en su revista El Cuento y entre los 10 mejores cuentos que se han escrito en este país, sin lugar a dudas está La muerte tiene permiso”.

Edmundo Valadés consagró su vida al cuento y al periodismo. Sus primeras incursiones en los medios se dieron en los suplementos culturales de Novedades y El Nacional así como en las revistas América y Cuadernos Americanos, entre otros.

Como cuentista fue publicado por primera vez en 1955 por el Fondo de Cultura Económica, con la obra La muerte tiene permiso, una compilación de cuentos que sitúa al autor dentro de la llamada Generación del Medio Siglo.

Dentro de la cuentística de este autor, a quien José Emilio Pacheco llamaba “fanático de la brevedad” destacan títulos como  Antípoda (1961), Rock (1963), Las dualidades funestas (1966) y Sólo los sueños y los deseos son inmortales, palomita (1986).

En  mayo de 1964, fundó la revista El Cuento, que fue un espacio privilegiado para la divulgación del género, tarea por la cual el Programa de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), lleva su nombre.

Pero también realizó estudios sobre el cuento y  la novela de la Revolución recopilados en La Revolución y las letras, publicado en 1960 así como Por caminos de Proust en 1974.

El crítico literario Juan Domingo Argüelles, indicó que la revista El Cuento, de la que se publicaron un centenar de números, estuvo dedicada al género que le fascinaba a Edmundo Valadés y además, realizó antologías como la llamada Los cuentos del cuento, donde se puede ver “la gran cultura que él tenía en relación con éste, porque ahí se incluyen cuentos de José Revueltas, de Julio Cortázar, de Jorge Luis Borges, de Anton Chéjov, de Ray Bradbury, de Guy de Maupassant y de otros autores poco conocidos pero que eran extraordinarios cuentistas o bien, que llegaron a escribir un extraordinario cuento”.

A lo largo de su trayectoria, dedicada al cuento y al periodismo cultural, Valadés fue galardonado con la Medalla Nezahualcóyotl, otorgada por la Sociedad General de Escritores de México en 1978; el Premio Nacional de Periodismo en 1981; y el Premio Rosario Castellanos en 1983


Un dignificador del cuento

Para Juan Villoro, Edmundo Valadés le dio una dignidad muy especial al cuento, “porque hizo la revista El Cuento, él escribió cuentos extraordinarios, es el inolvidable autor de La muerte tiene permiso, pero sobre todo él se dedicó durante mucho tiempo a darle una dignidad a un género muy latinoamericano, que es precisamente el del cuento, que la verdad se cultiva más entre nosotros, pero no siempre tiene mucha salida, porque los editores suelen considerar que el cuento es poco comercial”.

De hecho, dijo, muchas veces cuando un joven autor llega con un libro de cuentos, los editores le piden que regrese con una novela porque consideran que tiene más difusión, pero “yo me pregunto qué hubiera pasado si un joven autor, llamado Juan Rulfo al llegar con un libro llamado El llano en llamas, le hubieran dicho mejor regresa con una novela, a lo mejor deja de escribir por este bloqueo”.

“Yo creo que Edmundo Valadés fue de esos grandes intercesores en el género del cuento y debemos recordarlo sobre todo en esa faceta: como cuentista él mismo y como promotor de este género que es para mí, el más difícil de la prosa”.

También la escritora Margo Glantz destacó la gran generosidad que caracterizó al cuentista sonorense: “me parece muy importante, fue un hombre muy generoso con los demás, con un ego pequeño afortunadamente,  porque los escritores somos bastante insoportables”.

En este sentido, apuntó que Valadés “fue muy generoso y publicó a muchísimos escritores y trabajó el problema del cuento y las publicaciones de cuentistas, que además es un género que de alguna manera es despreciado y que escribió él mismo cuentos muy importantes, La muerte tiene permiso, por ejemplo”.

José Emilio Pacheco, en la presentación del Material de Lectura de Edmundo Valadés, editado por la UNAM, también señaló la gran generosidad del cuentista, que dedicó la mayor parte de su tiempo a difundir las obras ajenas, a tender puentes hacia otras literaturas, a revalorar el pasado y a estimular a los que empiezan.

“A El cuento, que es parte de la obra personal de Edmundo Valadés, se debe en gran medida que hoy, en medio de la crisis de los años ochenta, la narrativa breve mexicana florezca (no encuentro palabra más descriptiva) como nunca, y tantos jóvenes y tantas muchachas sientan la perdurable fascinación del más antiguo y el más nuevo de los géneros”, expuso Margo Glantz

Por su parte, el escritor y promotor cultural José Ángel Leyva recordó que la revista “fue además de una publicación que nos dio a conocer la cuentística mundial, permitió a muchos escritores formarse ahí, porque era también un taller de creación literaria. Todavía hoy en día, hay personas que recuerdan la revista en Colombia, Venezuela, en toda América Latina”.

Por ello, Ignacio Solares aseguró que por sus aportaciones como promotor del cuento en México, “no ha habido otro a la altura de Valadés”, pues en la publicación de El Cuento presentó a muchos escritores, sobre todo de provincia y de hecho, el propio Ignacio Solares tuvo la suerte de publicar uno de sus primeros cuentos ahí.

“Tengo guardado ese ejemplar. Yo tenía como 22 años, es un cuento muy breve que se llama Cúlpese a todos, es un hombre que se está muriendo y en su lecho de muerte manda llamar a su mujer, a sus hijos, a sus sobrinos,  a sus tíos, amigos, y les dice, como despedida, ‘les perdono todo y los perdono a todos’, en lugar de decir, como se supone, perdónenme”.

El también director de la Revista de la Universidad recordó que Valadés “era el hombre más sencillo del mundo (…). Platicábamos de literatura, era un hombre que leía muchísimo, era muy accesible, luego tuvo a su cargo la página cultural de Excélsior y ahí también era muy generoso, es un hombre realmente excepcional” que, obviamente, dijo, hace falta, “imagínate si no, hasta el final de sus días estuvo al pie del cañón, ya llegaba a veces en silla de ruedas a los eventos, pero no faltaba a ningún lado”.

Su amor por la literatura llevó a Valadés, comentó Eduardo Langagne, a ser el editor en los años noventa, “de Cultura Norte, una revista impulsada por el Conaculta, que colaboró intensamente en esa reflexión integral sobre el norte de México y sus procesos culturales, asunto que también le ocupó en las páginas de Excélsior, en su columna Excerpta, donde el trabajo periodístico diario no estaba exento de humor y análisis de los acontecimientos de la promoción cultural”.


Un cuentista de primer nivel

Además de su faceta como promotor del cuento, Edmundo Valadés fue como escritor, según Evodio Escalante, “un cuentista de primer nivel, sobre todo con ese cuento que se llama La muerte tiene permiso”, que el propio Juan Rulfo “apreciaba como un ejemplo de la escritura del cuento en México”.

Juan Domingo Argüelles destacó que “fue sin duda uno de los grandes cuentistas de nuestro país, cultivó la obra breve, es decir, la ficción breve que ha dado tantos tan extraordinarios cultivadores en México, como lo son Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes”.

El propio José Emilio Pacheco señalaba que a Edmundo Valadés, le tocó nacer en la generación de Juan José Arreola, José Revueltas y Juan Rulfo, y aunque no se parece a ninguno de los tres, hay en él, algo de sus contemporáneos.

“Valadés rompió las falsas fronteras entre narrativa fantástica y realista, literatura urbana o rural. No cedió a ninguna prohibición: ha hecho cuentos magistrales que valen por sí mismos y también se anticipan a bastantes cosas que llegaron después. Le debemos narraciones de infancia y adolescencia, cuadros del holocausto nuclear, vasos comunicantes entre historia y vidas privadas”.

La muerte tiene permiso, que alcanzó 10 reediciones entre 1955 y 1982, agregaba José Emilio Pacheco, “constituye un libro clásico de nuestras letras”.

Por ello, Juan Domingo Argüelles advirtió que cuando se habla de cuento en México, es imposible prescindir de Valadés y por ejemplo, La muerte tiene permiso, no podría faltar en una buena antología del cuento en nuestro país.

Pero además, dijo, también tiene “un librito precioso que se llama El libro de la imaginación en donde están precisamente la recopilación de textos breves, sobre todo cuentos, de microcuentos, de la narrativa más breve y aquella prácticamente telegráfica, yo creo que es uno de los grandes cultivadores de este género con sus libros, por supuesto La muerte tiene permiso que es un libro maravilloso y el cuento que le da título al libro, es inolvidable”.

Mientras que en Las dualidades funestas, añadió el crítico literario, “hay por lo menos un par de cuentos  memorables como son El compa y La incrédula, que son algunos de ellos, unos cuentos brevísimos pero que nos muestran a un autor con una enorme capacidad de síntesis y que conseguía adentrarnos en un momento donde verdaderamente se nos hacía inolvidable aquello que habíamos leído”.

Como todo gran cuentista, Valadés en sus textos es conciso, preciso y contundente y crea una expectativa, como en La muerte tiene permiso, donde la gente pide permiso para matar a un gobernante y cuando lo obtienen, resulta que ya lo habían matado.

Cuando uno lee esto, refirió Juan Domingo Argüelles, “dice es el tratamiento magistral que da un narrador que sabe administrar la emoción, toda esa parte de la expectativa y hasta el último momento, nos enteramos con una sorpresiva frase que nos revela algo, que además hace del cuento no solamente algo inolvidable en cuanto al tratamiento, sino en cuanto al humor, eso era Edmundo Valadés, un gran cuentista”.

Por su parte, Ignacio Solares,  indicó que la pluma de Edmundo Valadés simplemente “es maravillosa, su estilo directo, por eso escribía cuentos, porque tenía un estilo directo profundo, claro, conciso, una prosa muy bella además”.

Aunque siempre suele destacarse La muerte tiene permiso en la obra de Valadés, el director de la Revista de la Universidad, indicó que sólo se trata de la punta del iceberg, porque que el resto de sus cuentos, también son excelentes. Lo que pasa es que en dicho cuento, “llegó a un grado tal de verdadera maestría, que es una verdadera pequeña obra maestra”.

Por su parte, José Ángel Leyva advirtió que la escritura de Valadés estuvo en constante evolución. “La muerte tiene permiso es una escritura muy apegada a la época, pero él estuvo explorando profesionalmente y también en lo personal, el texto de la brevedad, la brevedad fue una de sus preocupaciones, uno de sus intereses más particulares y teorizó mucho sobre el tema del microcuento, el microrrelato, la minificción, todo lo que tenía que ver con la brevedad, que es una de las características que Italo Calvino destaca como una cualidad de la escritura moderna”.

Desafortunadamente, dijo, Edmundo Valadés escribía poco. “Una vez le pregunté por qué y él me decía que el problema era que el escritor se tiene que dedicar en cuerpo y alma a la escritura y que él decía que cuando la tentación tocaba a su puerta él abría y ese era su gran error”.

Este escritor, que formó parte del taller de creación literaria de Valadés, recordó al cuentista como “un hombre muy generoso, un hombre bondadoso, pero tenía una característica que todos los escritores deben tener, que era la malicia. Había una cierta picardía en la personalidad de Valadés, uno veía cómo se iluminaba su mirada cuando escuchaba un buen cuento y sobre todo, cuando escuchaba un cuento erótico, era una parte que le atraía notablemente”.

Su interés por el cuento, dijo, quizá se haya originado a raíz de sus primeras lecturas y es que como señaló Eduardo Langagne, “Edmundo Valadés solía recordar algunas anécdotas de Xavier Villaurrutia como su maestro de secundaria, las lecturas de narraciones clásicas que aprendió a seguir. Don Edmundo hablaba de Las mil noches y una noche como uno de sus libros favoritos”.

Por su parte, José Ángel Leyva indicó que “a mí me contaba Valadés que él fue un gran lector, que desde muy chico cuando llegó a la Ciudad de México y vivía en condiciones no muy favorables, gran parte de su dinero lo dedicaba a conseguir los libros que él quería leer. Yo creo que ante todo, esa necesidad de leer, lo llevo también a ser un hombre muy generoso, el tratar de compartir sus descubrimientos, lecturas, ese ámbito de curiosidad en que él se desempeñó, lo trato de irradiar a otros, esa insaciabilidad de la lectura”.

Además decía que “no puede existir un escritor si carece de malicia, de disciplina, si no es ante todo un lector insaciable” y en una ocasión, recordó Leyva, “algún muchacho le preguntó cómo se escribía un cuento, un poema, y una novela. Él se quedó pensando y le dijo, mire, la poesía se escribe con los sentimientos, con el corazón y con la razón, el cuento se escribe con la velocidad de la razón y con la facilidad de solucionar, en un espacio breve, una historia y la novela se escribe con las nalgas, porque para escribir una novela hay que pasar horas sentado, no hay otra manera”.

En el Centenario del Natalicio de Edmundo Valadés, Juan Domingo Argüelles consideró que “vale verdaderamente releerlo, buscarlo nuevamente y yo creo que es necesario volverlo a poner en circulación, más allá de que se siga leyendo por supuesto en antologías”.

Y es que, dijo, “sigue siendo uno de los autores más extraordinarios, además hay que decir que fue un periodista y un divulgador de la cultura, mucho de lo que también él hizo en los periódicos y en los suplementos culturales sería importante recuperarlo”.

Información: AGB

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