No me dejes marchar (2022), de Hannah Marks

Max, de origen asiático, y a quien abandonó su mujer afroamericana, es un padre sobreprotector de su hija adolescente Wally en Estados Unidos. Cuando le diagnostican un tumor cerebral con pronóstico muy desfavorable, decide hacer un viaje por carretera por todo el país con su hija, acudiendo a una reunión de antiguos alumnos de su promoción, donde espera encontrarse con su ex, a la que Wally no conoce, para explicarle la situación. No le cuenta su intención ni su enfermedad, por lo que la chica acompaña a su padre a regañadientes, el único aliciente es que le enseñará a conducir durante el viaje. Por supuesto, la idea es estrechar lazos, y la preparación para lo que está por venir.

Road-movie muy representativa de los tiempos actuales, donde las familias se deshacen fácilmente, falta madurez en las personas que contraen matrimonio, la infidelidad asoma con frecuencia, y falta capacidad para valorar el compromiso y superar las inevitables dificultades que surgen en la convivencia; se pierde  además la disposición a arriesgar, en el fondo estamos en una sociedad acomodaticia, muy conservadora en el peor sentido de la palabra. También se muestran los problemas que surgen con la brecha generacional, mayores cuando falta comunicación y las mentalidades son muy diferentes.

El guión está escrito por Vera Herbert, que ha trabajado en la serie This Is Us, lo que se nota en el “buen rollito” del film, que invita a esforzarse en la construcción y mantenimiento de las relaciones sobre fundamentos sólidos, donde resulta indispensable la confianza y el orillamiento del narcisismo imperante, nos miramos con demasiada frecuencia el ombligo. A la vez, sobre todo en el sorprendente y arriesgado giro final, se nos invita a pensar que nadie tiene el absoluto control de su propia vida, nunca sabemos lo que nos puede ocurrir mañana, por lo que a la postre lo importante es aprovechar el presente de modo que esos instantes que se nos regalan hayan valido realmente la pena.

John Cho y Mia Isaac lo hacen bien como padre e hija, los momentos de colisión se alternan con los de acercamiento de un modo razonable, de modo que ambos crecen cuando se ponen en el lugar del otro. Pesa la antropología limitada del film, incluso la metáfora de la playa nudista, que viene a decirnos que aunque nos empeñemos en otra cosa, todos estamos en esta vida, de algún modo, "en pelota picada", hay un esfuerzo por trascender la superficialidad que abunda en tantos filmes, de modo que el balance del film que dirige Hannah Marks es positivo.