Don’t Drink the Water

en SubDossiers/Woody Allen (casi) desconocido por

Allen se evoca a sí mismo

Don’t Drink the Water (1994), una de las raras incursiones de Woody Allen en la televisión, se estrenó entre nosotros directamente en DVD con el título de Los USA en zona rusa, exactamente igual que la primera versión para el cine de esta misma pieza escénica de Allen, dirigida por Howard Morris en 1969.


Indicaba Cioran que no se debería escribir sobre lo que no se haya releído. Esa afirmación podría adaptarse perfectamente a las revisiones de películas y, concretamente, las de Woody Allen ofrecen curiosas relecturas. No hay que olvidar que es más que posible que toda esa amalgama de influencias y su digestión creativa le hayan hecho inventar un tipo de género. No es raro escuchar un comentario del estilo: “es una película tipo las de Woody Allen”. No todos tienen ese privilegio. En estos momentos, a veces oscuros, a veces felices, en ocasiones apáticos, conviene revisar la videoteca. Por unos u otros motivos, la figura del realizador neoyorquino siempre está presente en los medios, y su cita casi anual ―con excepciones debido a la censura― le convierte en alguien familiar, aunque no lo fuera en su momento la película aquí tratada. Don’t Drink the Water (1994) fue una película realizada para la televisión y llegó a España mucho tiempo después en DVD. Fue en un momento de plena forma del director. En el año 92 había hecho su magna obra Maridos y mujeres, en el 93, Misterioso asesinato en Manhattan y en el 94, Balas sobre Broadway y la mencionada Don’t Drink the Water. Conviene olvidar su título en español, porque es tan ridículo como innecesario: Los USA en zona rusa.

UN (TELE)FILM A REIVINDICAR

Allen adapta una obra de teatro de su puño de título homónimo, que ya fue llevada al cine de un modo catastrófico a finales de los sesenta. La obra, leída, no tiene la comicidad, ni se aproxima, a la que ofrece la película. Eso sí, se nota la mano en la reestructuración de un guión que hace que, todo lo que no funcionaba en la pieza, ahora navegue viento en popa. Conviene remarcar que la película se realizó para la televisión en un momento en el que la misma no tenía la notoriedad de ahora ni existía tal avalancha de series. Es raro encontrar un medio que se le atragante a este creador de historias y la televisión no lo es, como también demostró con su serie Crisis en seis escenas (2016). Otra de las virtudes de la cinta es que Allen no se privó de su equipo fijo. Eso se nota y se agradece, porque la producción es consistente. Este Allen cómico, ácido y brillante es necesario.

La historia sitúa a una familia norteamericana, de Newark ―¿guiño a Philip Roth?: no hay que olvidar que no eran nada afines―, que es perseguida accidentalmente por los servicios secretos de un país comunista al haber realizado unas fotos comprometidas. La familia se refugia en la embajada de Estados Unidos y ahí comienza la locura que propone un Allen pleno de facultades e ingenio. ¿Por qué no llegó a nuestras pantallas? La eterna pregunta sin respuesta. La película se muestra a la altura ―en cuanto a humor― de Misterioso asesinato en Manhattan. Con sus continuos gags, no ofrece respiro al espectador. Esto casa con lo que podía significar hacer cine para el director neoyorquino en sus principios, con una búsqueda continua de momentos cómicos. Solo de esa manera consideraba que su película era buena. El tiempo ha servido para asistir a un proceso de formación constante en Allen, y su evolución, en cuanto al modo de dirigir, es muy gratificante.



La película se rodó en tres semanas. El reto debió de ser estimulante para el

realizador, dado que consigue una de sus direcciones más valientes. Emplea un

número considerable de planos-secuencia bien trabajados y eficaces


El humor está por encima de la historia, pero esta se mantiene muy acorde con cada situación, que parece buscar el disparate bien urdido. Son muy destacables los segundos 45 minutos, lo que lleva acompañado un interrogante: ¿dónde ha quedado ese potencial de humor que el director poseía? La trama se desarrolla en el interior de la embajada. Quizá el único borrón de la película sean precisamente los planos exteriores. En ellos se delata cierta precariedad o puede que falta de ideas para solucionar algo que solo tiene la función de aparentar una embajada en un país “enemigo”.

No hay ningún personaje que sea flojo, todos están perfectamente construidos. El embajador en funciones es Michael J. Fox, que resuelve con entereza, comicidad y credibilidad su labor de ser un alter ego de Allen con sus tics, tartamudeos y demás fobias. La intérprete de la esposa del personaje de Allen, Julia Kavner, está plagada de minuciosos detalles. Gran parte del potencial cómico de la historia recae en ella y en su desquiciada relación con un Allen que está en pantalla casi todo el tiempo. La hija de ambos, la televisiva Blossom –Mayim Bialik―, también encaja en ese rompecabezas. Sin duda alguna, el papel que más podríamos destacar es el del cura, a cargo del malogrado Dom DeLuise, un refugiado que lleva en la embajada más de seis años y se dedica a la magia amateur. Con él, Allen deja salir a flote su lado más surrealista, histriónico y divertido. Sus apariciones son delirantes y es determinante en el futuro de la familia.

La película se rodó en tres semanas. El reto debió de ser estimulante para el realizador, dado que consigue una de sus direcciones más valientes. Emplea un número considerable de planos-secuencia bien trabajados y eficaces. Es posible que ello sea debido a su origen teatral, pero esta puesta en imágenes manifiesta una profunda confianza en el texto y, fundamentalmente, en unos actores que no defraudan y consiguen que el espectador se transforme en un voyeur activo. El empleo del plano-secuencia en su filmografía se ha ido potenciando, y sus coreografías ofrecen dinamismo y efectividad. La fotografía de Carlo di Palma es resolutiva. No se trata de crear ambientes mágicos, sino de lograr una atmósfera que case con lo planteado en el libreto. Los movimientos que realiza la cámara se integran en los devaneos familiares como si fueran un integrante más. La relación de di Palma y Allen fue extraordinariamente creativa. Uno de los hallazgos del perfecto engranaje que ofreció Maridos y mujeres fue esa apuesta rupturista en su concepción visual. Esto se debe a di Palma, un colaborador muy implicado en el texto y en el mensaje del mismo. Su trabajo siempre estaba a favor de la historia, muy por encima de ese artificio que puede llevar consigo la luz.



Como es natural en Allen, no podían faltar rupturas sentimentales y escenas de celos. Las que le tienen a él como protagonista son pura proeza cómica, al igual que aquellas en las que interviene una prodigiosa Julia Kavner. Atendiendo a la forma de rodar que habitualmente emplea el director y el tiempo de filmación, resulta fascinante ver el trabajo de los actores. Allen no ensaya, deposita la responsabilidad en el actor, pero siempre es muy consciente de lo que funciona o no. Como buen director, sabe recoger todo aquello que aporta y desechar aquello que sobra. La banda sonora elegida es apropiada y transita en consonancia con todo lo rocambolesco que acontece en la trama. La elección del “Horă ca la caval”, una danza tradicional rumana, se ajusta de un modo tan perfecto que parece haberse creado para la ocasión. La habilidad de Allen al elegir sus piezas musicales merece un estudio aparte. Es más que evidente que esta película debería haberse estrenado y no haber quedado condenada a la venta directa o a la televisión norteamericana. Merecía un recorrido mayor. Mientras se siga sacando películas del cajón como Don’t Drink the Water, cualquier producto de Allen será bien recibido. Así sí, Woody.

Iván Cerdán Bermúdez


USA, 1994. T.O.: «Don’t Drink the Water». Director: Woody Allen. Productores: Letty Aronson, J.E. Beaucaire, Jean Doumanian, Robert Greenhut. Guión: Woody Allen, basado en su obra de teatro.  Fotografía: Carlo di Palma, en color. Intérpretes: Woody Allen, Julie Kavner, Mayim Bialik, Michael J. Fox, Dom DeLuise, Josef Sommer, Ed Herlihy, Robert Stanton, Edward Herrmann, Rosemary Murphy.