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La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro
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Dinah Washington y su jazz elegante

Una de las voces más emblemáticas de Estados Unidos se curtió en las iglesias hasta alcanzar un canto prodigioso en la música popular

Dinah Washington es una de las voces más emblemáticas del jazz. Su elegante canto ha quedado asociado para siempre a la edad dorada del jazz vocal, ese estilo de un sentimentalismo arrebatador, cantado con el corazón en la garganta y deslumbrando con su brillo incandescente en los clubs nocturnos entre el humo de cigarrillos y cócteles.

Nacida en 1924 en la localidad Tuscaloosa, en el estado sureño de Alabama, Dinah Washington realmente se llamaba Ruth Lee Jones. Hija de una familia con intereses musicales, su madre tocaba el piano en la St. Luke’s Baptist Church, un hecho que terminó marcando su atracción por la música durante su infancia. Con cuatro años se trasladó a Chicago, donde, como tantos músicos negros, estuvo marcada por la música religiosa. Formó parte del ambiente musical del góspel, tocando el piano y dirigiendo el coro de la iglesia de Sara Martin Singers. A los 15 años ganó un concurso amateur en el Regal Theatre, demostrando que tenía un talento prematuro. De esta forma, fueron los espirituales sus primeros intereses musicales, asociándose a un pionero del góspel como Sallie Martin en 1940 para acompañarle a lo largo de una gira.

Los espirituales, conocidos popularmente en Estados Unidos como spirituals, fueron el agua de la que bebieron las grandes vocalistas de blues y jazz clásicos en la primera mitad del siglo XX para su desarrollo artístico. De ese blues y jazz de carabet, tan unidos en la forma sobre el escenario, es al que pertenece Dinah Washington como una de sus grandes embajadoras. Como escribe Joachim E. Berendt en su monumental libro El jazz. De Nueva Orleans a los años ochenta, “el gospel song es la forma moderna del spiritual, la canción religiosa negra, pero es más vital, tiene mayor swing y es más jazzístico que el viejo spiritual, en el que a veces todavía se siente la cercanía de la música sacra europea y, ante todo, la cercanía de los spirituals blancos del siglo pasado”. El blues es la forma profana del spiritual y del gospel song. O, a la inversa, el gospel song y el spiritual son la forma religiosa del blues.

El spiritual y gospel song no son, como generalmente se cree, algo histórico que existió alguna vez en alguna región del sur de Estados Unidos cuando comenzó el jazz. Al contrario, en el transcurso de la evolución se han vuelto cada vez más efectivos, vitales y vivos. A partir de los años cincuenta, justo cuando Dinah Washington estaba en pleno desarrollo artístico, el góspel y el soul penetraron en amplio frente también en las áreas de la música negra. De esta forma, el jazz y el gospelsong también están ligados en razón de que muchas de las mejores cantantes de jazz han comenzado en las iglesias. Aparte de Dinah Washington, estuvo Sarah Vaughan, que transportó de la concepción refinada de Charlie Parker al canto moderno de jazz.

El escritor LeRoi Jones señala que las “mujeres fueron quienes se erigieron en las altas figuras del blues clásicos”. Tal y como recoge en su libro Blues People. Música negra en la América blanca, dos estudiosos como Howard W. Odum y Guy B. Johnson efectuaron el siguiente comentario, tras examinar una lista de títulos de blues predominantemente clásicos: “Estos blues clásicos son cantados, en su mayoría, desde el punto de vista femenino… Más de setenta y cinco por ciento del total de las canciones está escrito desde el punto de vista de la mujer. Entre los cantantes de blues que han conseguido una mayor o menor reputación nacional difícilmente encontraremos a un hombre”. Son varias las razones que explican por qué las mujeres fueron las mejores cantantes de blues clásicos. Casi todos los más conocidos cantantes rurales fueron vagabundos, trabajadores migratorios del campo o individuos que iban de un lugar a otro en busca de trabajo. En aquellos tiempos, las mujeres, a no ser que viajaran con su familia, no podían trasladarse de un lugar a otro con la misma facilidad que los hombres. Y, por otra parte, siempre encontraban empleo como empleadas del hogar. Hasta el momento en que nació el teatro negro, las mujeres negras cantaron en la iglesia (siempre más propicias que los hombres a frecuentar los templos). Para ellas, las iglesias cristianas, después de la guerra de Secesión, llegaron a significar lo que antes habían significado para las mujeres blancas: no sólo la salvación espiritual, sino también cierto prestigio social.

Aun así, tras su paso por la iglesia, Dinah Washington se dirigió con todo este aprendizaje a los escenarios de los nightclubs, donde actuó como pianista y cantante, comenzando en el Garrick Bar en 1942. Llegó a cantar con el prodigioso Fats Waller. Su primer éxito fue Evil Gal Blues. En el sello Mercury, se convertiría en una de las estrellas del rhythm and blues entre 1948 y 1955. También se convirtió en esos años en una figura de la sala Apollo, el lugar más simbólico de la música negra, ubicado en el Harlem neoyorquino. También grabó muchas sesiones de jazz con grandes orquestas y pequeños grupos. Entre las más memorables, se encuentra su colaboración Clifford Brown en Dinah Jams. Pero también hubo otras sobresalientes con Cannonball Adderley, Clark Terry, Maynard Ferguson, el saxofonista tenor Ben Webster, los pianistas Andrew Hill, Wynton Kelly y la entonces joven promesa Joe Zawinul, quien fue su acompañante un par de años.

Dinah Washington es una de las grandes voces del jazz. Pocas intérpretes han tenido tanta calidad natural para encarar canciones como si fueran postales emocionales del vaivén existencial de todo un país como Estados Unidos.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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