Historia del arte en España

Diego Velázquez, el gran maestro de la pintura barroca española

Considerado el pintor más importante del barroco español, Diego Velázquez se convirtió en pintor de cámara en la corte de Felipe IV, lo que le permitió estudiar a los grandes maestros del arte nacional e internacional. Su ingente producción artística, entre la que destacan obras tan emblemáticas como ‘Las Meninas’, ha dejado una huella indeleble en la historia universal de la pintura.

Autorretrato de Diego Velázquez pintado alrededor del año 1650. Museo de Bellas Artes, Valencia.

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Existe una práctica unanimidad entre los expertos acerca de Diego Velázquez. El artista sevillano es, actualmente, reconocido a nivel mundial como uno de los mejores pintores del barroco español. La obra del genial pintor destaca por su amplia variedad de pinceladas y por sus sutiles equilibrios de color, que dotaron a sus pinturas de unas formas, texturas, atmósferas y luces que han marcado con una huella indeleble la historia del arte universal.

Convertido en el pintor de cámara del rey Felipe IV, Diego Velázquez dedicó gran parte de su vida a realizar retratos del rey y de su familia, y a decorar las residencias y estancias reales. Su presencia constante en la corte le permitió asimismo estudiar la magnífica colección de cuadros que poseía el monarca, gran coleccionista de arte, y viajar a Italia en dos ocasiones para conocer de primera mano la obra de los grandes maestros italianos.

La supuesta hidalguía de Diego Velázquez

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez vino al mundo en Sevilla el 6 de junio de 1599, y fue bautizado en la iglesia de San Pedro, donde unos años antes se habían casado sus padres, Juan Rodrigues de Silva, de ascendencia portuguesa, y Jerónima Velázquez, hija de una familia hidalga. A pesar de que se ha llegado a afirmar que la familia Velázquez figuraba entre la pequeña hidalguía de la ciudad no existen pruebas suficientes que lo demuestren (a pesar de las ínfulas que, según se decía, se gastaba el artista sevillano). El padre de Diego era notario eclesiástico, un oficio que ejercían personas pertenecientes a los niveles más bajos de la nobleza por lo que, según el historiador aragonés José Camón Aznar, la familia del futuro pintor de cámara debió de vivir con modestia, rozando casi la pobreza. De este modo, cuando muchos años después Velázquez quiso ver reconocida su hidalguía y conseguir el anhelado título de caballero de la Orden de Santiago, el Consejo de las Órdenes Militares no consideró válida la condición aristocrática de su padre, y se lo negó. Solo la intervención del rey y del papa lograrían vencer esta resistencia y conseguir para el pintor el ansiado título en noviembre de 1659.

El padre de Diego era notario eclesiástico, un oficio que ejercían personas pertenecientes a los niveles más bajos de la nobleza.

Vieja friendo huevos, cuadro pintado por Diego Velázquez en el año 1618. Galería Nacional de Escocia, Edimburgo.

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El joven Diego pronto mostró una admirable destreza para el dibujo, y fue enviado como aprendiz al taller del sevillano (y también, a decir de muchos, eterno malhumorado) pintor y grabador Francisco de Herrera. Herrera era conocido por repartir tremendas bofetadas entre sus aprendices si cometían algún error, así que para evitar males mayores Diego pidió a sus padres que lo llevaran a otro taller. Así, con el beneplácito de sus progenitores, en 1610 Diego recaló en el taller del retratista gaditano Francisco Pacheco. Más conocido por sus escritos que por sus dotes como artista (que algunos comentaban que dejaban mucho que desear), Pacheco, a diferencia de Herrera, era un hombre de carácter apacible y también un excelente maestro, y enseguida supo ver el gran talento que atesoraba su joven aprendiz. Así, gracias a su genio y al aprendizaje llevado a cabo en el taller de Pacheco, en 1617 Velázquez pudo superar el examen que le acreditaba para poder incorporarse al gremio de pintores de Sevilla, y recibió la licencia que le permitía ejercer como "maestro de imaginería y al óleo".

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Velázquez en la corte de Felipe IV

El 23 de abril de 1618, Diego Velázquez se casó con Juana Pacheco, la hija de su maestro. La joven, de tan solo 15 años, profesaba un profundo amor a su esposo, de tan solo 19 años. Diego y Juana tuvieron dos niñas: Francisca e Ignacia, que fueron bautizadas en Sevilla. De aquellos primeros años de aprendizaje de Velázquez se conservan algunas obras de temática costumbrista: Vieja friendo huevos (Galería Nacional de Escocia, Edimburgo), El aguador de Sevilla (Apsley House de Londres) y El almuerzo (Museo Hermitage, San Petersburgo). En esa época, Velázquez también realizó composiciones religiosas entre las que destacan la Adoración de los Reyes (Museo del Prado, Madrid). Poseedor por entonces de un gran bagaje artístico, el joven y ambicioso Diego decidió viajar a Madrid, convertida en la nueva capital de España, adonde llegaría en 1622 con el objetivo de conseguir un puesto que le permitiera acceder al más alto de los mecenazgos: la corte real. Con esta intención, Diego Velázquez intentó hacer un retrato del monarca, pero en un principio solo logró retratar a una de las figuras más importantes de la época, el capellán del rey: el poeta Luis de Góngora.

Velázquez viajó por primera vez a Madrid en 1622 con el objetivo de conseguir un puesto que le permitiera acceder al más alto de los mecenazgos: la corte real.

Adoración de los Reyes, cuadro pintado por Velázquez en 1619 (Museo del Prado de Madrid).

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El Aguador de Sevilla, cuadro pintado por Diego Velazquez en 1620. Apsley House, Londres.

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De regreso a su Sevilla natal, Velázquez se dio cuenta de que la ciudad del Guadalquivir se le estaba quedando pequeña y volvió de nuevo a Madrid, aunque esta vez con algunas cartas de recomendación para los funcionarios de la corte. Y esta vez sí que se abrieron para él las puertas de palacio gracias a la influencia de Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde Duque de Olivares, valido del joven Felipe IV, de 17 años, y tal vez el hombre más poderoso de España. Olivares, también sevillano, era un gran aficionado al arte y consiguió un permiso del soberano para que el artista pudiera pintarle un retrato. Felipe quedó tan fascinado con el resultado de la obra que de inmediato designó al artista sevillano como su retratista real. A partir de entonces, y ya con la obligación de vivir en palacio, Diego Velázquez tenía que retratar a todas aquella personas que formaban parte del círculo más íntimo del monarca: la reina, los príncipes e incluso el propio Olivares. De aquella época destacan un retrato del Conde Duque (en la Hispanic Society de Nueva York) y El triunfo de Baco (Museo del Prado, Madrid), también conocido como Los Borrachos. Esta pintura está considerada una de las obras maestras del artista en este período.

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Maestro del retrato. Las pinturas de Velázquez eran consideradas «la verdadera imitación de la naturaleza». Este autorretrato, hacia 1640, fue realizado en su época de madurez. Museo de Bellas Artes, Valencia.

Velázquez, instantáneas de la corte de Felipe IV

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El triunfo de Baco, cuadro pintado por Velázquez en el año 1628. Museo del Prado, Madrid.

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La fragua de Vulcano, cuadro pintado por Velázquez en 1630. Museo del Prado, Madrid.

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En el año 1628, Rubens, el famoso maestro flamenco, llegaría por segunda vez a Madrid en misión diplomática, y no tardaría en trabar una profunda amistad con Velázquez. Sería el propio Rubens quien animó a Velázquez a trasladarse a Italia para perfeccionar su arte. Así, tras conseguir el permiso real, el 26 de junio de 1629, Velázquez embarcó en Barcelona rumbo a Italia, donde visitó Verona, Venecia, Ferrara, Bolonia, Loreto, Roma y Nápoles. Durante su estancia en el país transalpino pintó dos de sus grandes obras: La túnica de José (Monasterio de El Escorial) y La fragua de Vulcano (Museo del Prado).

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La obra inagotable de Velázquez, de 'Las lanzas' a 'Las meninas'

Cuando Velázquez regresó a Madrid, tras su fructífero periplo italiano, pintaría algunas de sus obras de temática religiosa más famosas: Cristo después de la flagelación (National Gallery, Londres) y el Cristo Crucificado (Museo del Prado). Velázquez retomó entonces su trabajo como pintor de cámara y entre los años 1634 y 1635 el maestro sevillano realizó, para decorar el gran Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, en Madrid, una serie de cinco retratos ecuestres de Felipe III, Felipe IV, las esposas de ambos y el príncipe heredero. Para las paredes laterales de esta estancia le encargaron asimismo una serie de lienzos de batallas entre los que destaca, por encima del resto, La rendición de Breda (Museo del Prado), también conocido como Las lanzas.

La rendición de Breda, cuadro pintado por Veláquez en el año 1635. Museo del Prado, Madrid.

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En junio de 1651, tras regresar de un segundo viaje a Italia (durante el cual se cree que pintó su único desnudo femenino, La Venus del espejo, que puede verse en la actualidad en la National Gallery de Londres), Felipe IV encumbró a Diego Velázquez en la corte nombrándolo aposentador real, un cargo de gran importancia. El cometido de Velázquez sería encargarse de preceder a los monarcas en sus viajes, preparándoles un adecuado y cómodo alojamiento. Pero aunque sus numerosos cargos administrativos le restaban mucho tiempo para poder pintar, aún así de esta época destacan algunas obras maestras como Las Meninas y Las Hilanderas, ambas expuestas actualmente en el Museo del Prado.

En junio de 1651, tras regresar de su segundo viaje a Italia, Felipe IV lo encumbró en la corte nombrándolo aposentador real.

Las Hilanderas, pintura de Velázquez del año 1656. Museo del Prado, Madrid.

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Las Meninas, cuadro pintado por Diego Velázquez en el año 1657. Museo del Prado, Madrid.

El 16 de octubre de 1659 llegó a Madrid el mariscal duque de Agramont, embajador extraordinario de Luis XIV, para pedir para su señor la mano de la serenísima infanta doña María Teresa de Austria, hija de los reyes de España. Durante el mes de marzo de 1660, Diego Velazquez, en función de su cargo de aposentador real, tuvo que preparar el alojamiento de los monarcas para el viaje que debían emprender hacia Irún para entregar a su hija en la frontera francesa. Tras cumplir diligentemente con su tarea, Velázquez regresó a Madrid el 8 de junio con mareos, palpitaciones y ardor de estómago. Nada más enterarse de la noticia, el rey le envió sin dilación a su médico particular, pero el viernes 6 de agosto de 1660, Velázquez moría a consecuencia de su dolencia. El cuerpo del pintor sería enterrado con todos los honores en la parroquia de San Juan Bautista, una iglesia que fue destruida por las tropas napoleónicas en 1811, motivo por el cual los restos mortales del genial artista sevillano se han perdido para siempre. Pero su obra permanece.