El hotel Metropol de Moscú, donde la historia y la fantasía se dan la mano

El hotel Metropol de Moscú, donde la historia y la fantasía se dan la mano

Un edificio legendario

Una visita al escenario del exitoso 'Un caballero en Moscú', de Amor Towles, que ahora llega como serie con Ewan Mc Gregor y Alexa Goodall

Ampliar Fachada del hotel Metropol, en Moscú

Fachada del hotel Metropol, en Moscú

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Antes de leer Un caballero en Moscú , atravesar las puertas del Metropol me parecía la forma más elegante de escapar del ruido de la gran ciudad. Tras disfrutar de la exitosa novela del estadounidense Amor Towles –ahora también serie, con Ewan Mc Gregor y Alexa Goodall, en una serie que llegará a España el próximo 18 de abril, en SkyShowtime– y de volver a este emblemático hotel de Moscú, sé que es la forma más agradable e indolora de evadirse de la crueldad de la historia.

La fantástica historia del conde Alexánder Rostov, condenado por un tribunal bolchevique a no salir del Hotel Metropol bajo pena de muerte, nada tiene que ver con las penosas vidas y las historias reales de quienes por su propia voluntad y avatares de la época soviética hicieron de este emblemático edifico su casa durante un tiempo.

El hotel Metropol de Moscú, símbolo de una época de la Rusia del siglo XX

Vistas desde la ventana de la suite 317 del libro donde se aprecia el Teatro Bolshói 

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“En época de la URSS se estudiaba Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética. Pues a través del Hotel Metropol se podía estudiar esta misma historia: no por medio de los líderes del partido, sino a través de sus familiares. Sus nombres no han pasado a la historia, pero en esos años eran gente conocida”, explica la historiadora Yekaterina Yegórova, responsable del patrimonio histórico del Metropol.

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Amor Towles, en una visita a Barcelona en 2018 

Llibert Teixidó

Tras la Revolución de Octubre, el nuevo gobierno bolchevique ocupó el Hotel Metropol, donde instaló la sede del Comité Ejecutivo Central y algunos de cuyos destacados miembros, como Nikolái Bujarin, Gueorgui Chicherin o Vladímir Antónov-Ovséyenko (cónsul en Barcelona durante la guerra civil española), tenían aquí sus aposentos.

Entonces el Metropol fue nacionalizado, dejó de funcionar como un hotel y recibió el significativo nombre de Segunda Casa de los Sóviets (la primera fue su coetáneo y cercano Hotel Nacional).

Ese es uno de los elementos que convierten Un caballero en Moscú en una novela al margen de la historia y fruto de la increíble fantasía del autor. En una realidad soviética, sería imposible que una persona ajena al partido, y menos un enemigo del pueblo como un noble, viviera en este jardín del Edén.

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El establecimiento, en los años de desarrollo de la ciudad 

Getty Images

En una sola habitación se instalaron familias enteras y, si uno estaba solo, como es el caso, se le asignaba una litera en la zona común. “Parte de las habitaciones se utilizaron como oficinas, en nuestro edificio se situó el Comité (ministerio) de Asuntos Exteriores. Y parte de las habitaciones se utilizaban como apartamentos para miembros del partido. Pero no para todos, porque era muy difícil que te dejasen vivir aquí”, dice la historiadora Yegórova.

Los bolcheviques convirtieron muchas habitaciones en pequeños apartamentos compartidos y la Sala Baiarski, donde el protagonista de la novela termina trabajando, “se transformó en residencia y se llenó con 70 literas para funcionarios y trabajadores del gobierno bolchevique”, explica Pável Cherepovetski, jefe de Marketing y Relaciones Públicas del Metropol.

Entre los inquilinos de este particular edificio de komunalki (apartamentos comunales) “vivieron los hijos de Bujarin (principal ideólogo comunista en los años 1920), que luego fue represaliado y ejecutado en 1938. Vivió la familia de su segunda mujer, Anna Lárina, a la que luego también enviaron al Gulag, víctima de la represión”, recuerda la historiadora.

También vivió un amigo de Stalin, Vasili Úlrij, el juez “encargado de firmar las sentencias de muerte” durante la Gran Purga. Presidió muchos de los juicios de esa época. Y en un momento, vivieron también “familiares de Nadezhda Alilúyeva, la segunda mujer de Stalin”.

Suite del hotel Metropol en Moscú

Una suite del hotel Metropol en Moscú 

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Debemos este paraíso de encantadoras curvas modernistas a Savva Mámontov, a quien a finales del XIX llamaban “el Médici de Moscú”.

El Metropol, abierto en 1905 tras superar un incendio cuatro años antes, es el símbolo de una época de expansión comercial e industrial, que coincidió con el fin del zarismo y que transformó Moscú gracias al impulso de industriales como el citado mecenas o de compañías de seguros como la Petersburg Insurance, que financió este maravilloso sueño.

“Al principio la idea de Mámontov no era construir un gran hotel, sino un centro cultural que incluyera hoteles, restaurantes, boutiques, bibliotecas. Es decir todo lo que se consideraba un lujo para los viajeros a principios del siglo XX. Pero lo más interesante de todo es que el centro de todo el edificio debía ser un teatro de ópera”, apunta Cherepovetski.

Al principio la idea de Mámontov no era construir un gran hotel, sino un centro cultural que incluyera hoteles, restaurantes, boutiques, bibliotecas"

Pavel CherepovetskiRelaciones públicas del hotel

La ruina del industrial, debido a lo que hoy llamaríamos gastos imprevistos en el presupuesto asignado por el Gobierno en la construcción del ferrocarril, hizo que el nuevo dueño del complejo se decidiera finalmente por un gran hotel, el primero de lujo del siglo XX en Moscú.

El primer establecimiento que puso en Moscú agua caliente, teléfono y ascensor a disposición de sus huéspedes, es un paraíso artístico. Las columnas de todos los colores posibles (verde malaquita, anaranjados terracotas y todas las gamas del blanco al negro) siguen sosteniendo el modernismo (Art Nouveau) que dejaron arquitectos como el británico William Walcot o los rusos Lev Kékushev, Adolf Erijson, Fiódor Schechtel y muchos otros de la comunidad de Abrámtsevo, reunida por Mámontov en su hacienda de las afueras de Moscú.

En la fachada que mira al Teatro Bolshói hay colgado un bajorrelieve con la siguiente inscripción: “Aquí en noviembre de 1917 los miembros de la guardia roja y los soldados revolucionarios bajo la dirección de M.V. Frunze realizaron encarnizadas batallas contra los cadetes que defendían el acceso al Kremlin”.

Una lujosa sala del edificio

Café Shaliapin, donde el conde Rostov se tomaba sus cócteles

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En esa misma fachada se encuentra la habitación 307, renumerada como 3307 tras las reformas de los últimos años. Es en esa habitación donde Amor Towles coloca al conde Rostov al inicio de su novela. Compuesta de un dormitorio y un pequeño salón exquisitamente amueblado, la joya de la suite es la impresionante vista del Bolshói, como puede comprobar La Vanguardia acompañada de los representantes del hotel. De semejante panorama también han disfrutado los huéspedes que la han ocupado a lo largo de la historia. Entre los más famosos, recuerdan en establecimiento, las cantantes Patricia Kaas y Fanny Ardant, Ryutaro Hashimoto (exprimer ministro de Japón) y el mismo Amor Towles cuando visitó el hotel en 2018.

A 100 m. del Kremlin, es un ejemplo de la revolución modernista que cambió Moscú a inicios del siglo XX

A Towles no le interesaba la literalidad de la historia para su novela. Prueba de ello es que hay episodios del siglo XX, como la Segunda Guerra Mundial, que pasan como una agradable brisa cuando fue tal vez la tragedia más estremecedora de esa centuria. “Tampoco sería poco probable que, vuelto del extranjero, el noble pudiera ir a su hacienda en Nizhni Nóvgorod, recoger sus muebles y trasladarse a su hotel favorito. El 90 % de las haciendas habían sido saqueadas y viajar en tren sería un infierno, pues no funcionaban o había que atravesar el frente de batalla. En esa época estaba en marcha la guerra civil rusa”, recuerda Yegórova.

La vida de la que disfruta no se corresponde tampoco con la época. El conde, aunque encerrado, vive estupendamente, aunque en la Segunda Casa de los Sóviets no funcionaba ningún restaurante. De hecho, apunta la historiadora, hubo un año que daban comida con una tarjeta especial y en el edificio “había un comedor en el que en esos años servían carne de caballo, patatas que se habían congelado, horribles, podridas. Hay documentos donde todo eso está explicado, memorias...”. Además, en esos años había ley seca y un conde real Rostov no podría haber disfrutado de sus buenos caldos.

Había un comedor en el que en esos años servían carne de caballo, patatas que se habían congelado, horribles, podridas"

Yekaterina YegórovaResponsable del patrimonio histórico del hotel

Pero Un caballero en Moscú no es un novela histórica. Es más una estupenda alegoría sobre la capacidad del hombre para superarse creando su propio universo, incluso sin ser libre. Y así lo reconoce el Hotel Metropol, que mantiene en el cuarto piso una foto del escritor estadounidense, recuerdo de su visita y tal vez en agradecimiento a la publicidad que ha dado al establecimiento. En el Café Shaliapin, que en la época de la novela no existía aunque el cantante de ópera Fiódor Shaliapin sí fue un destacado huésped antes de emigrar en 1922, se ha añadido al menú de bebidas una carta especial con los cócteles que el conde Rostov solía tomar en sus noches de presidio novelesco. “El núcleo está formado por bebidas creadas basándose en la vida de Shaliapin. Pero los clásicos sobre los que escribe Amor Towles se han añadido en una carta suplementaria. Así, cualquier huésped que haya leído la novela tiene la posibilidad de probarlos”, explica Cherepovetski.

Algunos hechos y personajes que aparecen en esta ficción, sí ocurrieron de verdad. El mismo Lenin, como recuerda otra placa bajo las curvas modernistas de la fachada, se dirigió a sus camaradas bajo el techo del principal restaurante del hotel, convertido en sala de conferencias para aquellos nuevos tiempos.

En la ficción de Towles, el restaurante recibe el nombre de Piazza y su hermosa bóveda acristalada protege todos los días al conde Rostov mientras desayuna.

También es cierto que Yákov Sverdlov, jefe del Estado ruso tras la Revolución hasta su muerte, tenía prisa y encerró a parte de la delegación en una habitación durante dos días para redactar la nueva constitución del país.

El Metropol volvió a funcionar como hotel a comienzos de los años 30, “pero lo hizo como un hotel Inturist, es decir, un hotel especial de la época de la URSS. Algunos de los inquilinos que ya estaban se quedaron, porque no había otro sitio dónde alojarlos. Y algunos se quedaron hasta la década de 1960. Por supuesto, estos apartamentos eran propiedad del Estado”, explica Yegórova.

El establecimiento fue un lugar para alojar a visitantes distinguidos, antes y después de la Revolución. Desde aquí, John Reed escribe Diez días que estremecieron al mundo (posiblemente en la mesa de un restaurante), y aquí la bailarina estadounidense Isadora Duncan escucha las declaraciones de amor del poeta ruso Serguéi Yesenin. En tiempos soviéticos, vivieron aquí Bernard Shaw o Bertolt Brecht, o estrellas del espectáculo como David Bowie.

De todos ellos, alguno sí podría protagonizar una novela real como la vida misma.

Huéspedes

Se puede estudiar la historia de Rusia a través de las familias de líderes bolcheviques que vivieron en el hotel

En 1959 el Metropol acogió como huésped a Lee Harvey Oswald, el acusado de asesinar al presidente de Estados Unidos John F. Kennedy en 1963. Primero vivió en el Hotel Savoy. Luego pidió la ciudadanía soviética, se la negaron e intentó suicidarse. Después de eso, cambiaron de opinión y se la concedieron.

Gracias a una entrevista posterior, se sabe que su habitación era la 233, en la numeración actual la 2219. ¿En qué ocuparía su tiempo el principal sospechoso del magnicidio más relevante del siglo XX, visitaría como el conde Rostov las escaleras escondidas y los rincones más secretos del hotel? Es un misterio que bien podría desentrañar un relato de ficción, porque, como dice la historiadora del hotel, “durante su estancia casi no salió de la habitación”.

En 1955, el violonchelista Mstislav Rostropóvich conoce a la soprano Galina Vishnévskaya. “Levanto los ojos, y la diosa se acerca a mí desde las escaleras... incluso he perdido el habla. Y en ese momento decidí que esta mujer sería mía”, escribió él. En 2005, en el mismo restaurante, la pareja celebró una boda de oro en compañía de amigos como la reina Sofía de España, la reina Beatriz de los Países Bajos, la esposa del presidente francés Bernadette Chirac o el expresidente ruso Borís Yeltsin y su esposa Naína.

Huéspedes más recientes aún se recuerdan con una sonrisa. En 1993 se planteó un problema de seguridad cuando vino Michael Jackson, porque el hotel quedó rodeado por una multitud de fans, sobre todo chicas que seguían al artista y gritaban ‘¡Michael, te queremos!’. Para sortear a la multitud, tuvo que utilizar la entrada y el ascensor de servicio. “Durante su estancia en Moscú, siempre llevó máscara y unas gafas oscuras. Entonces otros huéspedes decidieron ponerse también máscara y gafas de sol y se dejaban ver en las ventanas, de forma que las chicas comenzaban a chillar. Fue una situación graciosa”, dice la historiadora.

La lámpara del Metropol de la que se encaprichó Michel Jackson

La lámpara del Metropol de la que se encaprichó Michel Jackson 

Cedida por Hotel Metropol

De esa visita, queda como recuerdo una lámpara de la que el artista estadounidense se encariñó. Quiso comprarla, pero es una obra de arte y no se vende. Aún sigue aquí.

En 2001 se alojó en el hotel Kim Jong-Il, padre del actual líder de Corea del Norte, que llegó a Moscú desde Pyongyang en su legendario tren blindado. Pidió comida rusa que había conocido en su juventud y, según dicen, le encantó la sauna finlandesa que tenía su habitación.

Y entre las personalidades españoles, la lista incluye a los Reyes Juan Carlos y Sofía, a los presidentes de Gobierno Aznar y Rodríguez Zapatero, y a artistas como Enrique Iglesias o Montserrat Caballé.

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