[Lettera a Madama Cristina di Lorena, Granduchessa di Toscana]. Fue escrita en 1615 por Galileo Galilei (1564-1642) y, después de haber circulado manuscrita, fue publicada impresa en alemania en 1636, por Matías Bernegger. En esta carta Galileo repite, ampliándolos, los argumentos con que defendió el sistema de Copérnico de las acusaciones teológicas que se le hacían, argumentos que había ya expuesto más brevemente en una Carta a don Benedetto Castelli (1613) y en las dos Cartas a Monseñor Piero Dini (1615). Toda la carta es una vibrante y enérgica afirmación de la independencia de la investigación científica, fundada en el buen sentido y en el razonamiento, respecto a cualquier autoridad teológica y revelación religiosa. Hombres de ciencia malos, ignorantes e ineptos, aferrados por inercia al sistema ptolemaico (geocéntrico), que no saben defender con razones científicas frente a la evidencia con que continuas observaciones astronómicas y cálculos matemáticos han venido comprobando el sistema copernicano (heliocéntrico), intentan hacer valer contra éste el pretendido testimonio de pasajes de las Sagradas Escrituras, que parecen contradecirlo, en particular un pasaje del libro de Josué. Después de haber observado que el libro de Copérnico al salir a la luz había sido dedicado a un Papa (Paulo III) y había sido aprobado por teólogos católicos, y que la oposición teológica no surgió hasta el momento en que el progreso de la ciencia astronómica vino a confirmarlo, Galileo presenta su observación fundamental, la más importante y esencial desde el punto de vista filosófico.
Hay argumentos que «superan todo discurso humano», o sea, que trascienden la posibilidad de conocimiento empírico y racional: para éstos es necesaria la revelación y la autoridad divina; y tales argumentos son «de fide»; pero es inadmisible que en las ideas relativas a la naturaleza, accesible a nuestros sentidos y a nuestros razonamientos, Dios nos dé, directamente, conocimientos que podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas mediante «conclusiones naturales», las cuales «son expuestas ante nuestros ojos y nuestra inteligencia por las experiencias sensatas o por las necesarias demostraciones». Galileo pasa luego a demostrar, con citas de los Santos Padres y particularmente de San Agustín, que éstos creían que no se podían interpretar los pasajes de la Escritura de una manera contraria a las doctrinas científicas comprobadas. Por lo demás, los Santos Padres daban distintas interpretaciones al pasaje de Josué, ya que, tomado al pie de la letra, sería inconciliable incluso con el sistema de Ptolomeo, según el cual, deteniendo el Sol, la duración del día resultaría no prolongada, sino, por el contrario, acortada; mientras que con una ligera interpretación se le podría hacer concordar con el sistema copernicano. Esta carta, que valió a su autor la primera condena (pronunciada por el Santo Oficio en febrero de 1616), es una de las primeras grandes batallas libradas por conciliar el saber científico y filosófico con la Biblia, la Teología y la autoridad eclesiástica; en su buena fe, Galileo no comprendió que en la doctrina copernicana el Santo Oficio no condenaba una determinada teoría científica, sino precisamente esta autonomía del saber filosófico científico.
G. Bertin