Se cumplen cuarenta años del estreno de una película que no sólo llevó a la pantalla el atribulado mundo de Pink, una estrella del rock sino que marcó a fuego a toda una generación que hoy cuenta más de cincuenta y entre los que me encuentro.

Desde hacía muchos meses había comenzado un torturante periplo intentando buscar nombre a la generación de la que soy parte, tarea que quizás algunos/as consideren poco transcendente o equívoca porque intentar resumir un tiempo histórico y las subjetividades que viven dentro de ese transcurso diacrónico podría llevar una generalización riesgosa. De cualquier modo, cada uno vive cómo puede y permítanme una breve explicación de mi imperiosa necesidad y que tuvo su momento sino de revelación de hallazgo cuando reapareció nuevamente ese aniversario del film y una letra que se repetía desde entonces “otro ladrillo en la pared”.

El muro, la pared, los ladrillos, una manera de construir y de deconstruir, de mantener y de destruir, una generación “ladrillo”. Un significante que permitió por un lado a una generación que ha vivido en los últimos cuarenta años con índices inflacionarios y crisis económicas, un reaseguro de valor en la cuestión inmobiliaria, los famosos ladrillos han sido un resguardo en semejante espiral del infierno inflacionario.

En la adolescencia de nuestra generación también acontecieron importantes hechos históricos que marcaron el final del siglo XX: la caída del muro de Berlín. Los pedazos de ladrillos en que quedó destruida que separaban el mundo en dos, habían explotado, y estrenaban un nuevo mundo aún más vulnerable a las burbujas financieras del neoliberalismo. Final del siglo XX, que nos dejaba expuesto a una incertidumbre pero también el término del siglo de tanto los genocidios como de los intentos de pensar una idea social y comunitaria para enfrentarse a lo peor alguna vez vivido por los seres humanos.

Pero ese final antes de tiempo, dejaba al nuevo tiempo con espera, y a nuestra generación como “innombrada”, no resulta descabellado que recién después del 2020 con el alumbramiento tardío del siglo XXI, nuestra generación, que no es la del padre o del hijo, pueda ser nombrada. Generación “ladrillo” se divierten mis amigos cuando les cuento, ¿Ladrillo? Son tantas cosas, siempre pelearnos con esos cabezas de ladrillo y sentirnos ese San Salvador Gaviota, ese Demián de Herman Hesse, pocas figuras identificatorias pero fuertes como una construcción que se mantendrá por siempre.

Generación que no sólo acusaba al otro de tener un ladrillo en la cabeza sino que leía a Cortázar que considera a la cotidianeidad como un ladrillo: “La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo”. La “satisfacción perruna de que todo esté en su sitio” escribía sobre la cotidianeidad.

Y hoy a cuarenta años del estreno de “The Wall” reconozco en esos ladrillos a una generación obstinada en comprender que le ha tocado ser lo más rico del sándwich pero también atrapado entre dos pesos pesados, entre la generación de los “60” y la generación “Play” de nuestros hijos, un deber entre el padre y el hijo que recién logramos darle una comprensión nueva recordando la película que hoy cumple 40.

 

* Licenciado en Psicología.