La toma de Breda por las tropas espa�olas que mandaba Ambrosio Sp�nola en el a�o 1625 represent� un hecho positivo para el desarrollo del ya tercer per�odo de la Guerra de los Treinta A�os, en la que las armas del Imperio de Fernando II de Austria se encontraban un tanto alica�das por la mucha lucha y no pleno sustento. Por eso, aquella victoria de Breda llevada a cabo por su aliado y pariente de la rama austriaca. Felipe IV, obr� como vigorizante para continuar la noble empresa cuyo valer era el empe�o religioso. As�, Fernando de Austria, con su fiel conde Tilly, engrosar�a nuevas fuerzas y contratar�a los servicios del desconcertante Wallenstein, quien aportar�a un fuerte ej�rcito.
Conjuntamente se aprestaron a zanjar de una vez la sempiterna querella religiosa con aquellos siempre obstinados pr�ncipes y electores alemanes. Parte hubieron de tornar tambi�n en ese lugar de la contienda los ya acreditados Tercios espa�oles mandados por el her�ico jefe don Guillermo Verdugo, que despu�s de las victorias del Palatinado y la Monta�a Blanca acudieron en apoyo de las fuerzas de Tilly y Wallenstein, consiguiendo ocupar Bohemia y deponer a su rey, el protestante Federico V. Este, con su esposa Isabel Stuart, huy� a Dinamarca, siendo acogidos por el rey Cristi�n IV. As�, Federico, debido a su estirpe de pr�ncipe alem�n, entr� en la lucha del lado luterano una vez que los ej�rcitos del emperador Fernando II y sus aliados Felipe IV de Espa�a y Maximiliano de Baviera hab�an restablecido la causa cat�lica en esa tercera etapa de tan larga y cruenta contienda.
Mientras, en Francia, Luis XIII y Richelieu, pendientes de su lucha contra los hugonotes, permanec�an atentos al cariz de las cosas en la movida Europa. El Cardenal, astutamente premeditaba planes para entorpecer aquellos acontecimientos de cuya causa religiosa no se sent�a ajeno, pero a los que antepon�a el inter�s pol�tico, faceta �sta en la que estaba seguro de que aqu�llos habr�an de derivar.
Hac�a tiempo que Richelieu, pacientemente, extend�a sus hilos de captaci�n por todo el continente. Primero fueron pr�ncipes renanos, despu�s insisti� con los Grisones en la Valtelina, dando por resultado que Olivares sacara de los Pa�ses Bajos a Sp�nola y lo llevara a Italia donde las amenazas empezaban a fructificar. Por esta raz�n hubo de dejar en Flandes, a la saz�n en relativa calma, al mando de escasas fuerzas, al conde de Bergh, personaje �ste que no inspiraba mucha confianza. La circunstancia fue aprovechada por los rebeldes holandeses, que acaudillados por Federico de Nassau empezaron a hostigar a los espa�oles por el norte de Brabante. En diciembre de 1633 fallec�a aquella dilecta hija del rey Felipe II: Isabel Clara Eugenia, t�a del rey Felipe IV y designada por su padre gobernadora de los Pa�ses Bajos. Como muri� sin descendencia, el estado de Flandes hab�a de revertir, seg�n lo establecido, en la Corona espa�ola. Ello dio lugar a un levantamiento general encabezado por la nobleza, siendo el principal propulsor el eterno Federico de Nassau, que seguidamente se apoder� de varias plazas mal guarnecidas, entre ellas Ruremonde, Venl� y Maastricht.
Ante la gravedad de los hechos, se nombr� al marqu�s de Aitona para que de modo accidental gobernara aquellos estados hasta que llegara don Fernando de Austria, hermano del rey Felipe IV. Fue llamado �el cardenal-infante�, debido a su inclinaci�n sacerdotal que le llev� a ser muy joven arzobispo de Toledo, pero hab�a de poder m�s en �l aquella otra poderosa virtud que llevaba oculta, que era la vocaci�n militar. Designado por su hermano gobernador de los Pa�ses Bajos, abandon� con gusto la liviana corte en la que tanto fausto se derrochaba y parti� para Flandes a desempe�ar el doble cargo: gobernador y general en jefe de los ej�rcitos de Espa�a, papel que hubo de representar con inusitada grandeza, llenando con dignidad aquel vac�o que� hab�a dejado el gran Sp�nola. Le toc� una parte de la m�s espinosa etapa de aquella guerra; cierto que el duro adversario que hubiera sido el rey Gustavo de Suecia hab�a ca�do- en L�tzen, pero le toc� la temible Francia, que por fin hab�a convertido la guerra en una verdadera conflagraci�n europea.
En septiembre de 1634 tuvo lugar la batalla de Nord-ilinghen, batalla que cubri� de gloria al Cardenal-Infante y a sus aguerridas fuerzas. Llev� fuertes contingentes de hispanos e italianos que agrup� con otros que dirig�a el duque de Feria, m�s otro que mandaba el primog�nito del emperador Fernando, unido al ej�rcito del duque de Lorena. Con ellos hubo de enfrentarse a los ej�rcitos del sueco duque de Weyrnar y a los b�tavos del conde de Horn. La batalla empez� con una intensa preparaci�n artillera a la que sigui� el clioque de la infanter�a y caballer�a; tuvo principios indecisos, pero al fin se impusieron los espa�oles. La caballer�a austriaca y la de los �Balbases� cargaron con denodado �mpetu, los mosquetes de N�poles atacaron con br�o y los Tercios de Id�aquez se batieron con gran coraje. El resultado fue una clamorosa victoria ostentosamente celebrada, quedando consagrado el Cardenal-lnfante como uno de los mejores generales de Europa.
El atuendo que presenta el adjunto dibujo corresponde al de los Tercios de espa�oles que combatieron en la citada batalla: el tambor y el p�fano con semejante uniforme, con arreglo a la ordenanza de la �poca, llevan sombrero de fieltro claro con toquilla alrededor de la copa adornado con una o dos plumas de avestruz en color rojo; coleto de ante marr�n de altas mangas perdidas sobre jub�n amarillo, �ste con cuello a la valona; greg�escos amarillos adornados en su boca con amplia lazada roja; medias rojas y zapatos de becerro con lazos rojos. El arcabucero a caballo es peculiar por su celada borgo�ota, coleto de ante amarillo de aldas a mangas perdidas y en el pecho la cruz de Borgo�a, ligeras calzas a dos colores: rojo y azul, y las cl�sicas botas altas de montar; como armas lleva el arcabuz, sarta con carga de balas, frasco de p�lvora y espada de gavilanes; adem�s porta un aditamento que por ser especial es curioso: cuelga del lado izquierdo del talabarte un mazo y dos hincadas, pues d�ndose el caso de que esta tropa, seg�n la necesidad, se empleaba tanto a pie como a caballo, llegando el momento de pelear desmontados, clavaban las hincadas sujetando en ellas las bridas del caballo y operaban libremente. Puede decirse que fueron los precursores de aquellos futuros trozos o Tercios de Dragones en la caballer�a espa�ola.
Volviendo a los m�sicos, conviene aclarar que en el a�o 1638 hubo una ordenanza de S.M. en la que dec�a, entre otras cosas, que cada uno de los Tercios creados en Espa�a constasen de 12 compa��as, y cada una de 250 infantes, incluida la primera plana compuesta de capit�n con paje, alf�rez abanderado, sargento, �dos tambores y un p�fano� furriel, barbero y capell�n. .
Texto y Dibujo de Miguel Montaner