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Constanza de Castilla

Biografía

Castilla, Constanza de. Burgos, c. 1199 – Las Huelgas (Burgos), 2.I.1242. Infanta de Castilla, religiosa cisterciense (OCist.).

Como algunos le atribuyen “[n]o confesó nunca a las monjas”. Muerta en fama de santidad, considerada “virgen purísima”. Fue la primera princesa que abrió camino hacia la vida monástica en las Huelgas de Burgos, a la cual la seguirán otras muchas. Hija de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor de Inglaterra, se inclinó a consagrar su virginidad a Cristo en la mansión regia que su padre había construido, precisamente para ofrecer albergue adecuado a aquellas mujeres de la nobleza que sintieran ese afán de retiro del mundo.

Muchas veces este retirarse las nobles al claustro obedecía poco menos que a una imposición de los familiares, porque aunque las mandaran ingresar en la vida religiosa, sin embargo, era imposible que las obligaran a profesar esa vida, porque se hacía inválida la profesión, al no haberse efectuado con entera libertad.

Ningún autor señala la fecha de su nacimiento, pero teniendo en cuenta que fue la última o antepenúltima de los hijos que tuvo el matrimonio regio, no hay muchas dudas en mantener la fecha de su nacimiento con mucha probabilidad. Acostumbrada desde niña a aquella vida de soledad, retiro del mundo y de alabanza divina, se mantuvo fiel sin salir al mundo, tratando de vivir una existencia ejemplar. No se sabe cuándo hizo el ingreso. Debió de ser después de la muerte de su padre en 1212, porque en ningún documento de los concedidos al monasterio de las Huelgas, ni tampoco al arzobispo Rodrigo. Así lo reconocen los autores que tratan sobre ella. Sirva por todos el testimonio de Muñiz, que recogió el ambiente reinante en la comunidad los años que fue capellán del monasterio en el siglo xviii: “La primera infanta de Castilla que tomó el hábito en el Real Monasterio, fue tan religioso su ejemplo y sus virtudes tan raras, que en fuerza de ellas la nombraron hasta el día de hoy Doña Constanza la Santa”. Es uno de los pocos autores que omite su calidad de abadesa, erróneamente atribuido por la mayoría de ellos, basados sin duda en fray Ángel Manrique.

Es constante la opinión de que jamás admitió ningún cargo, excepto uno, hacia el que mostró predilección: enfermera de la comunidad, porque sabía que el gran precepto del amor al prójimo fue el más recomendado por el Redentor. De entre otras noticias que se pudieran aportar, hay que detenerse un poco en una por su originalidad. A comienzos del siglo xiii, parece que hubo algunas abadesas que se propasaron en sus atribuciones, ejerciendo actos impropios de su sexo, por lo menos en aquellos tiempos, como predicar el Evangelio o realizar otros actos para los que se necesitaba potestad de orden. El papa Inocencio III se apresuró a cortar de raíz tales abusos. Se recoge el testimonio de un historiador de las Huelgas: “Algunos autores, como Manrique, Obispo de Badajoz, afirman de una manera absoluta que la culpa de esta severa reprensión pontificia fue de la Infanta doña Constanza, hija del fundador, la cual, dice por ardor o fervor de su alma, o por ignorancia, se atrevió a oír las confesiones de las demás monjas, y hasta predicar el Evangelio, y que no obstante haberle corregido en 1210 el papa Inocencio III al ver que no obtenía resultado esta corrección encomendó a los Obispos de Palencia y Burgos, en unión del Abad de Morimundo, la misión de reprimir con mano fuerte la audacia de esta mujer”.

Está probado —casi con toda seguridad— que esta princesa aún no había ingresado religiosa en esa fecha, y si había ingresado ya, era todavía una niña educanda.

Fuera de esto, la opinión general hoy es queninguna abadesa aceptó jamás ejercer tal potestad exclusiva del sacerdote, que requiere orden. Creen que se trata sencillamente de que las religiosas cumplían el quinto grado de humildad, en el cual ordena san Benito “descubrir a su abad por una humilde y sincera confesión los malos pensamientos que le sobrevengan, y las faltas ocultas que hubiesen cometido [...]”.

Lo que pudo pasar y pasa en más de cuatro ocasiones es que las abadesas, como verdaderas “madres espirituales” de sus súbditas, cumplan de alguna manera ese grado de humildad señalado por san Benito, recibiendo desahogos, luchas, tentaciones y demás —que no necesitan absolución sacramental— con el fin de orientar a las almas.

Al lado de su caridad constante con las enfermas, resplandeció por el brillo de su castidad angélica, por reflejarse en su rostro la gracia divina. En la Regla antigua que conserva la comunidad y servía para el gobierno de la cantora, el 2 de enero se lee en caracteres latinos que traducidos dicen así: “La nobilísima Infanta Constanza, sierva de Dios y virgen purísima, monja de Santa María la Real, hija del Alfonso Rey de Castilla”. Algunos autores añaden la calidad de abadesa, pero ya se ha dicho que no consta en el abadologio y, además, Muñiz lo omite, siendo así que escribió su obra estando en las Huelgas.

 

Bibl.: A. Manrique, Cisterciensium seu verius ecclesiasticorum Annalium a condito Cistercio, IV. Comp. Observantiae Castellae, t. III, Lugduni, sumpt. Haered. G. Boissat & Laurentii Anisson, 1642; R. Muñiz, Médula Histórica Cisterciense, t. V, Valladolid, Thomas Santander-Viuda é Hijos de Santander, 1786, pág. 117; A. Rodríguez, El Real Monasterio de las Huelgas y el Hospital del Rey, t. I, Burgos, imprenta y librería del Centro Católico, 1907, págs. 117-118; J. González, El Reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1960; L. Álvarez Álvarez, Nobleza y virtud, 1970 (Monasterio Cistercienses de las Huelgas, Burgos, ms.); D. Y áñez Neira, “Nobleza y virtud en Santa María la Real de las Huelgas”, en Hidalguía, XXXVII (1989), págs. 216-220.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO