Cowboy de asfalto (2020), de Ricky Staub

Cole, quinceañero de Detroit, se mete en problemas en la escuela, así que su madre, separada, decide que se vaya a vivir al norte de Filadelfia con el progenitor, Harp, que lleva unos establos de una asociación benéfica que ayuda a caballos destinados al matadero, con un grupo de cowboys negros, con los que forma una comunidad muy unida. Aunque Harp parece más atento con los otros chicos del barrio que con su vástago, éste quedará fascinado por su modo de vida, intentará que le enseñen a montar, y hará buenas migas con su primo mayor, Smush, que está involucrado en tráfico de drogas.

Ópera prima como guionista y realizador de Ricky Staub, hasta el momento asistente de dirección en algún título de gran presupuesto, y cortometrajista. Adapta el libro “Ghetto Cowboy”, del especialista en literatura juvenil Greg Neri. Aunque Staub no rueda un film excepcional, tiene el mérito de lograr cierta originalidad, pese a que trata una historia trillada, de adolescente en un entorno hostil que poco a poco se adapta, al tiempo que recupera su relación con su progenitor. Lo consigue a base de detenerse en imágenes casi documentales que muestran a quienes ejercen de modernos cowboys, una profesión que se pierde, y a la población negra.

De nuevo Idris Elba demuestra que para él no hay papel trillado, y consigue dar personalidad propia a Harp, un tipo admirable, pero con el que resulta complicado un acercamiento. Forma buena pareja con el joven Caleb McLaughlin,  popular como el simpático Lucas, en Stranger Things, que borda a un chico problemático que se debate entre el dinero fácil o seguir el modelo de su padre. Se puede achacar a la cinta algún problema de ritmo, y que le sobra algo de metraje, pero se perdona porque tiene un tono positivo.