Hace poco dedicamos un artículo a analizar la bandera de la Compañía Británica de las Indias Orientales como posible origen de la de Estados Unidos. Hoy vamos a contar la historia de dicha compañía, que posiblemente sea la empresa más grande y exitosa que haya existido, salvando las diferencias temporales y a pesar de que sus continuos problemas financieros obligaron a intervenir más de una vez al gobierno británico. Porque aún así duró casi tres siglos; no en vano contaba con un ejército de un cuarto de millón de hombres y una flota de guerra para proteger sus intereses.

En la segunda mitad del siglo XIX, cuando el Motín de los Cipayos llevó al ejecutivo a quitarle sus competencias administrativas en la India para asumirlas directamente, la compañía tenía bajo su control una quinta parte de la población mundial. Y eso que llevaba ya unas décadas perdiendo parte de su negocio ante la retirada del monopolio comercial. Pero es que resulta difícil imaginar el grado de poder que alcanzó aquella chartered company (compañía privilegiada) fundada en en el año 1600 para comerciar con las indias Orientales (es decir, Asia) en una época en la que Inglaterra todavía no había conseguido establecer una colonia estable en América.

Hubo que esperar a la última década del siglo XVI, para que los primeros navegantes ingleses lograran doblar el cabo de Buena Esperanza y comerciar con especias, aprovechando la creación de su joven marina tras el enfrentamiento con España. Sin embargo, se trataba de aventuras individuales que podían proporcionar más rendimiento si se llevaban a cabo de forma coordinada y planificada, así que un grupo de comerciantes y marinos acordaron en 1599 crear una empresa para ello.

Sede de la Compañía en Londres | foto dominio público en Wikimedia Commons

Los principales impulsores, el mercader viajero Ralph Fitch y el navegante James Lancaster, que había estado en el sudeste asiático, incorporaron a su proyecto al alcalde londinense Stephen Soame, al administrador Thomas Smythe, al notable sir John Wolstenholme, al escritor Richard Hayklut (que promovía la colonización de América) y varios marinos que habían servido con Francis Drake y Walter Raleigh. Entre todos invirtieron algo más de treinta libras y solicitaron apoyo a la reina Isabel I, que tras algunas reticencias iniciales terminó accediendo un año más tarde.

Así, mediante una Carta Real, les otorgó un monopolio por quince años sobre el comercio inglés con todos los países al este del Cabo de Buena Esperanza y al oeste del Estrecho de Magallanes -salvo en los países que pertenecieran a príncipes cristianos o fueran amigos de Inglaterra-, de manera que cualquier barco que operase sin licencia en esa demarcación sería confiscado. Asimismo, les eximió de impuestos durante los primeros viajes y les concedió poderes para legislar in situ. Los poderes no se limitaban al comercio sino que se extendían a la adquisición de tierras y su administración.

Thomas Smythe retratado por el grabador Simon de Passe (1617)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ese modelo de explotación mixta, de compañía privada con monopolio cedido por el Estado, tenía su origen en la Italia del siglo XIV y se extendió a través de los consulados, tanto por el Mediterráneo como por el Mar del Norte y el Báltico, alcanzando su máxima expresión unos siglos después, cuando América y Asia se convirtieron en objeto de explotación por parte de las principales potencias occidentales. España constituyó una excepción porque hasta el siglo XVIII entregó monopolios concretos a particulares de forma directa, centrándolos en determinados puertos, a cambio de una quinta parte.

Smythe fue el primer gobernador de la bautizada como Governor and Company of Merchants of London trading into the East Indies (posteriormente rebautizada Honourable East India Company) que además contaba con un consejo, un comité de veinticuatro miembros y la supervisión final de la Corona. Como pronto superó los dos centenares de socios, hubo una ampliación de capital a sesenta mil libras, con las que se compraron una flota de barcos -luego conocidos como East Indiamen– y se trasladó la sede originaria de Nags Head Inn a Leadenhall Street, en Londres.

El histórico primer viaje, realizado en 1601, lo llevó a cabo la carraca Red Dragon, una de las naves que Francis Drake había usado en el ataque a San Juan (Puerto Rico) en 1595, aunque por entonces tenía otro nombre (Scourge of Malice). Al mando de James Lancaster navegó hasta las Molucas, donde situó un par de factorías y asaltó un barco portugués antes de regresar en 1603. La reina había muerto y en el trono estaba Jacobo I, que acababa de firmar la paz con España, lo que abría aún más las posibilidades de la compañía, cuyo crédito aumentó tras los grandes beneficios obtenidos con la venta del cargamento, aun cuando una epidemia obligó a suspender las actividades durante un año.

Retrato anónimo de James Lancaster/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero surgieron algunos inconvenientes. El principal fue la dificultad de los inversores para recuperar su dinero, dado que los viajes duraban mucho -años- y se corría el riesgo de quebrar antes de que regresaran; e incluso cuando lo hacían, la liquidación se eternizaba. Por eso a partir de 1612 se abandonaron las aventuras independientes – que a menudo rivalizaban entre sí, en perjuicio general- en favor de contratar por varios o por un período de tiempo; la nueva medida no solucionaría gran cosa. Otro problema fue la competencia que hacía la Vereenigde Oostindische Compagnie (Compañía Holandesa de las Indias Orientales), con la cual no faltaron enfrentamientos armados en Asia.

Ocho viajes más habían asentado la posición inglesa en aquellos exóticos lares lo suficiente como para que Jacobo I, que renovó el contrato de monopolio, solicitase un acuerdo comercial al emperador mogol de la India, Jahangir, ofreciéndole mercaderías europeas a cambio de autorización para instalar factorías en sus dominios. De esa forma, se abría un hueco a codazos entre holandeses y portugueses, aunque con los primeros alcanzó un acuerdo para atacar intereses lusos y españoles. Portugal vio declinar su Estado da India (Goa, Bombay, Chittagong) y al final la compañía inglesa consiguió establecer allí más de una veintena de puestos comerciales con un centenar de empleados.

La cesión de Bengala por el emperador Shah Jahan en 1634 supuso el principio del fin de la influencia portuguesa; la compañía holandesa quedaba como única rival y temible además, pues se trataba de la empresa más rica del mundo en aquel momento, que repartía entre sus inversores unas ganancias del cuarenta por ciento gracias a su flota de doscientos buques y una plantilla de cincuenta mil trabajadores. Entre 1652 y 1784 se iban a lidiar nada menos que cuatro guerras entre ambos países (cinco, si contamos la de Java de 1810-1811, en el contexto napoleónico).

Factorías y colonias europeas en la India entre 1498 y 1739/Imagen: Luis wiki en Wikimedia Commons

Tampoco faltaron roces con el emperador mogol por un ataque a sus naves: en 1690, Aurangzeb se apoderó de Bombay -que los portugueses habían cedido a Inglaterra como dote de Catalina de Braganza por su matrimonio con Carlos II- y la compañía tuvo que pagar una indemnización para poder reinstalarse. Cinco años más tarde, el pirata inglés Henry Every asaltó la flota india que retornaba de la peregrinación a La Meca y la compañía sufrió el cierre de cuatro de sus factorías, siendo encarcelados sus empleados hasta que abonó las consiguientes compensaciones económicas, que fueron enormes, mientras ponía precio a la cabeza de Every.

Para entonces, las especias ya no eran la única fuente de riqueza comercial porque el modesto tráfico de esclavos iniciado en 1621 había pasado a hacerse a gran escala. Duraría hasta 1834, año en que el gobierno británico ordenó tajantemente ponerle fin y puso a la Royal Navy a patrullar los mares con ese objetivo. También había cambiado el modelo de negocio, intentando quitarse de encima la dependencia de las autoridades indígenas locales y obteniendo del rey Jacobo II permiso para actuar de forma plenipotenciaria. De ahí las tensiones continuas con los mogoles, que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se vieron obligados a sustituir a sus funcionarios por otros ingleses y, poco más tarde, vieron como éstos se hacían con el control del país, expoliándolo.

Barcos ingleses, neerlandeses y españoles en las Indias Orientales, obra de Cornelisz Vroom (1614)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por otra parte, la competencia creció al fundarse en 1697 una segunda empresa, la English Company Trading to the East Indies (Compañía Inglesa de Comercio para las Indias Orientales), avalada por Guillermo III ante la demora en el pago del cinco por ciento a la Corona; no duró mucho y ambas se fusionaron once años después formando la United Company of Merchants of England Trading to the East Indies. Las deudas quedaron saldadas y, pese a un tira y afloja con el Parlamento, se renovó su monopolio; pesaba demasiado el hecho de que en 1720 la compañía fuera responsable del quince por ciento de las importaciones británicas desde la India.

No obstante, también los franceses se animaron a crear la suya, la Compagnie Française des Indes Orientales, en el contexto de la Guerra de Sucesión (la lucha europea por la sucesión al trono español, vacante tras morir sin descendencia su soberano, Carlos II). Los galos se hicieron un hueco en territorio indio (Pondicherry) e Isla Mauricio, abriendo factorías y originando las tres Guerras Carnáticas primero y las tres Marathas después contra los británicos. La Gran Hambruna de Bengala en 1770 supuso otro duro golpe para la compañía inglesa, cuyas acciones se desplomaron quedando fuertemente endeudada.

Para afrontar la difícil situación, se solicitó un préstamo al Banco de Inglaterra y acceso al comercio del té en las Trece Colonias, con ventajas sobre los importadores de té norteamericanos. Obviamente, éstos se sintieron agraviados y manifestaron su enfado mediante el famoso Boston Tea Party, en el que los cargamentos de té británicos que esperaban su descarga en el puerto bostoniano fueron arrojados al agua por manifestantes disfrazados de nativos; una de las conocidas chispas que desataron la Revolución Americana.

Almacén de opio en Patna (India), en una litografía de W. S. Sherwill/Imagen: wellcomeimages.org en Wikimedia Commons

El té se había convertido en uno de los pilares económicos de la compañía. Se traía desde China, país al que se orientó la política comercial después de que Japón, donde recaló William Adams en 1600, resultase una decepción y se abandonase en 1623. La alternativa, decíamos, fue China, a la que llegó el capitán John Weddell en 1637 y donde se ubicó una factoría (en Formosa, actual Taiwán) desde la que saltar a Cantón, Chusán y Amoy. El gobierno británico entregó el monopolio con los chinos -duraría hasta 1834- y se empezó a comerciar, fundamentalmente con seda, porcelana y té, a pesar de las trabas tributarias impuestas por los emperadores.

A cambio, los británicos enviaban lana y algodón, pero la balanza era claramente favorable a China, cuyas exportaciones constituían el diez por ciento del PIB de la metrópoli a finales del siglo XVIII mientras que las ganancias de la compañía se quedaban en unos dos millones de libras al año al tener que emplear el resto en sufragar los gastos de ocupación de la India, acometida tras el declinar francés. Dada la gran demanda de té en Gran Bretaña y la escasez de plata para pagarla, se hacía necesario buscar algún producto que exportar a China y la solución se encontró precisamente en plantaciones indias: el opio.

El Motín de los Cipayos en un grabado coloreado: dominio publico en Wikimedia Commons

La compañía pasó a ser su principal productora y, gracias a que el monopolio incluía el comercio directo entre India y China, lo introdujo en el segundo país a través de empresas privadas. Tuvo tal éxito que en apenas veinte años ya se había equilibrado la balanza de pagos y hasta se invirtió, de manera que Gran Bretaña pasó a ser importadora de plata china a costa de que buena parte del pueblo oriental se volviese adicta al consumo de opio. Tanto que ni siquiera la compañía pudo garantizar suministro bastante, por lo que Londres le retiró el monopolio y abrió el mercado a todas las empresas que estuvieran interesadas.

En 1840, cuando las autoridades chinas trataron de frenar aquello incautando cargamentos y negándose a pagar compensaciones, empezaron las llamadas Guerras del Opio, dos contiendas sucesivas librada la primera entre 1839 y 1842, y la segunda entre 1856 y 1860, que terminaron con sendas victorias británicas (la última con Francia como aliada), cuyas consecuencias fueron la legalización del comercio de opio, la apertura obligatoria de todo el país al comercio internacional y el pago de cuantiosas indemnizaciones a los ganadores.

Pero el conflicto que mayor repercusión tuvo a todos los efectos fue el Motín de los Cipayos, que ocurrió en 1857 y protagonizaron los soldados nativos de varios regimientos de Bengala. Las razones fueron diversas, desde el descontento por la imposibilidad de promoción a la subida de impuestos, pasando por la falta de conexión entre oficiales y tropa, la ofensa a los sentimientos religiosos y otras. La rebelión fue sofocada, pero a la compañía le costó el ser nacionalizada por el gobierno, lo que en la práctica significaba su disolución.

Ceremonia de entrega de la Compañía a la Corona, con asistencia de la reina Victoria, en 1858/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En realidad siguió existiendo jurídicamente, centrada en el comercio del té, hasta que en 1873 la East India Stock Dividend Redemption Act puso punto y final, entrando en vigor al año siguiente. Así, la East India Company, como se la conocía en su denominación más corta, pasaba a ser historia; quedaba el recuerdo de su fabuloso patrimonio, en el que hubo factorías, barcos, inmuebles, astilleros, almacenes, colegios, hospitales, una academia militar, un manicomio, un ejército el doble de grande que el británico…


Fuentes

Ian Barrow, The East India Company, 1600–1858: A short history with documents | Emily Erikson, Between monopoly and free trade: The English East India Company, 1600–1757 | William A. Pettigrew y Mahesh Gopalan (eds.), The East India Company, 1600-1857: Essays on Anglo-Indian connection | Dave Ross, How the East India Company became the world’s most powerful monopoly | William Dalrymple, The anarchy. The relentless rise of the East Indian Company | Wikipedia


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