Christine de Pizan, la primera escritora de la historia - Eikon Editores
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Pocas son las mujeres que consiguieron abrirse un hueco en el mundo del arte durante la Edad Media. Si pensamos en autores e iluminadores de la época, nos vendrán a la mente nombres masculinos; ocurriendo algo similar con los mecenas. La presencia de hombres en este ámbito era entonces preponderante. Sin embargo, si nos remontamos a la Francia del siglo XIV encontramos una excepción: el caso de la escritora Christine de Pizan, que fue la primera mujer que se dedicó a esta actividad de forma profesional, al menos según lo registrado históricamente.

Pero ¿qué circunstancias llevaron a esta joven de clase acomodada a esa emancipación artística y económica? Para empezar, nuestra protagonista se crió en un ambiente donde la cultura jugaba un papel fundamental: ya de niña fue trasladada a Francia desde su ciudad natal, Venecia, a la corte de Carlos V. Allí, su padre ejercía de médico del rey, por lo que deducimos que la educación humanística y el acceso a la literatura formaron parte de su vida desde una edad muy temprana. Todo esto sin tener en cuenta cómo las cortes de la época eran, de por sí, centros culturales durante el Medievo junto a los religiosos, pues contaban con nutridas bibliotecas.

Fue, sin embargo, la trágica muerte de su esposo la que hizo que Christine de Pizan tomara las riendas. Se quedó viuda con sólo 25 años y decidió ser autosuficiente para mantener a su familia,  sin ni siquiera depender de un mecenas. Las críticas no tardaron en llegar en una sociedad poco acostumbrada a estas situaciones, pues tuvo que enfrentarse a muchos nobles e intelectuales de toda Europa. No obstante, también contó con el apoyo de influyentes personajes, como los hermanos Limbourg, miniaturistas holandeses contemporáneos a la escritora.

Christine de Pizan escribiendo. British Library, Harley MS 4431. vol. 1, fol. 4r

 

Sus primeros textos fueron poemas que reflejaban la tristeza de haber perdido a su marido y la difícil situación familiar que ello supuso. Más tarde, la temática de sus libros se va ampliando a temas filosóficos, políticos, de amor cortés o mitológicos. En torno al año 1400 ven la luz sus obras Epístola del Dios Amor, Dechado de Poissy y Debate de los dos amantes.

Y en el mismo año escribe famosa Epístola de Othea, con sus 100 iconos de sabiduría. En esta maravillosa creación de tintes mitológicos, la autora se propuso dar una serie de consejos que conducirían al lector hacia la honradez y la virtud a través de la voz de Othea, diosa de la prudencia. El destinatario parece ser, especialmente, el género masculino, ante el que Pizan reivindica y legitima una vez más la voz de la mujer. Este fue considerado uno de los manuscritos mejores ilustrados de su siglo.

Cinco años después, en 1405, Christine de Pizan escribió La ciudad de las mujeres, en la que la acción se sitúa en una ciudad imaginaria gobernada por mujeres, donde éstas desempeñan todo tipo de trabajos y labores. Es en esta obra en la que Christine cuenta cómo ella misma se encarga de todo el proceso de producción desde sus libros y no sólo de la confección literaria. Ella tomaba, asimismo, decisiones acerca de las miniaturas que debían acompañar a sus escritos; por ejemplo, qué elementos debían incluirse en las ilustraciones o dónde debían colocarse con respecto al texto. Para ello contó con su propio taller de miniaturistas a quien dirigía con iniciativa. El producto final, decorado y encuadernado, era para Pizan tanto o más importante que el contenido, en una época en la que el lujo residía en los detalles y en la exclusividad.

En Eikon contamos con una edición facsímil que reproduce del modo más fiel posible un manuscrito del siglo XV de la Epístola de Othea, suntuosamente decorado con 98 miniaturas por un artista anónimo pero de excelente talento. Este tipo de ilustraciones comenzó a partir de entonces a competir en calidad con la pintura sobre tabla de un modo directo, por lo que es fácil imaginar el valor que un libro como éste podía alcanzar en la época tardomedieval. Las imágenes transmitían tanto como las palabras en una sociedad mayoritariamente analfabeta, pese a la cultura imperante en el mundo cortesano. Poseer un ejemplar como éste significaba dotar a las bibliotecas nobles de un prestigio añadido y además peculiar, por la curiosa historia y personalidad de la autora del texto, una mujer valiente: Christine de Pizan.

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