Historia antigua

El fin de la República, Roma se hunde en la violencia

Las luchas entre las facciones de los optimates y los populares sumieron a Roma en una espiral de revueltas, atentados y guerras civiles.

La muerte de Cayo Graco

La muerte de Cayo Graco

La muerte de Cayo Graco. En este óleo de François Topino-Lebrun, el esclavo de Cayo Graco, tras ayudar a morir a su amo, se da muerte ante la turba enfurecida que se abalanza sobre ellos. 1798. Museo de Bellas Artes, Marsella.

Scala, Firenze

Fundada sobre un fratricidio, el de Remo a manos de Rómulo, la historia de la antigua Roma se ve en ocasiones como una larga sucesión de episodios de violencia. Durante el período en que la ciudad estuvo gobernada por reyes (753-509 a.C.) tuvieron lugar sucesos sangrientos como la insurrección de Lucio Tarquinio el Soberbio contra su suegro, el rey Servio Tulio. Tras acusarlo de haberse apropiado del trono de forma ilegítima, Tarquinio lo atacó en el Senado, arrojándolo escaleras abajo y haciendo luego que sus partidarios lo apalearan hasta la muerte. Una vez muerto, la propia hija del rey, Tulia Menor, esposa de Tarquinio, arrolló el cadáver, que yacía en mitad de la calle, salpicando con su sangre a todos los presentes.

Atropello de su padre, Tulia la Menor

Atropello de su padre, Tulia la Menor

Tulia la Menor pasa con su carro sobre el cadáver de su padre, Servio Tulio. Óleo por Jean Bardin. 1765. Museo Estatal, Maguncia. 

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Sin embargo, esta clase de escenas no fue una constante de la historia de Roma. Durante un largo período, iniciado con la instauración de la República en 509 a.C., Roma disfrutó de una relativa paz interna. En esos siglos, la política discurrió por los cauces legales establecidos, gracias a un sistema de magistraturas anuales designadas por votación popular, desde los dos cónsules, que ejercían el poder ejecutivo, hasta los cuestores, pretores y ediles, que se encargaban de las diferentes áreas de la administración pública. Además, la ciudad alcanzó un cierto equilibrio entre las clases sociales. Mientras la aristocracia y la nobleza predominaban en el Senado, la asamblea legislativa, el pueblo llano contaba con una magistratura encargada de defender sus intereses: dos tribunos de la plebe elegidos anualmente, con capacidad para vetar leyes y resoluciones del Senado y de los cónsules.

La Roma republicana

La Roma republicana

La Roma republicana

A los pies del Capitolio, donde se levantaban el templo de Júpiter y la ciudadela o Arx, el Foro acogía la Curia, sede del Senado, y el Comicio, donde se reunía el pueblo para las votaciones.

Album

Este equilibrio interno se rompió a finales del siglo II a.C., cuando empezó lo que se conoce como la crisis de la República romana. Durante ese período, que duró prácticamente cien años, la élite romana se dividió en dos grandes facciones: los optimates, empeñados en mantener la hegemonía de la aristocracia, y los populares, favorables a los intereses del pueblo. La virulenta lucha entre ambos partidos hizo saltar las costuras del edificio institucional trabajosamente construido en las décadas anteriores. En el pasado no habían faltado la demagogia y la corrupción, pero ahora Roma se vio envuelta en una espiral de violencia que trajo consigo tumultos callejeros, alzamientos armados, asesinatos políticos y, en último término, la guerra civil.

Rómulo y Remo

Rómulo y Remo

La loba capitolina. Escultura en bronce. Museos Capitolinos, Roma.

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Cronología

Violencia en las calles

134-122 a.C.

Tiberio Graco y más tarde su hermano Cayo impulsan medidas a favor del pueblo desde el cargo de tribuno de la plebe, pero ambos son asesinados.

88 a.C.

Estalla el conflicto entre Mario y Sila. Tras huir de Roma, Sila reagrupa sus fuerzas y entra por la fuerza en la ciudad.

87-84 a.C.

Cinna, cónsul cuatro años consecutivos, domina Roma en alianza con Mario y desencadena una dura represión contra los partidarios de Sila y de los optimates.

82-80 a.C.

Tras recuperar el control de Roma, Sila ordena perseguir hasta la muerte a sus enemigos. Es elegido dictador vitalicio, pero dimite al cabo de dos años.

44-31 a.C.

Tras el asesinato de Julio César se desarrolla la última fase de la guerra civil, que enfrenta a Octavio con Marco Antonio. A su término se proclama el Imperio.

El lenguaje de las armas

El lenguaje de las armas

El lenguaje de las armas

Puñal de hierro con mango de hueso hallado en la antigua Pompeya. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.

RMN-Grand Palais

La crisis estalló en 134 a.C., cuando un joven de familia aristocrática, Tiberio Sempronio Graco, fue elegido tribuno de la plebe. En los años anteriores, Tiberio había buscado el apoyo del pueblo para sus aspiraciones políticas, y desde el cargo de tribuno de la plebe inició un atrevido plan de reformas que pretendía repartir tierras entre los pobres y limitar la posesión de latifundios a la nobleza. Frente a él se alzó la mayor parte de los patricios y de la aristocracia, que consideraban que esas medidas eran ilegales.

 

El foro de Roma

El foro de Roma

El foro de Roma

Este amplio espacio público se convirtió en el centro de la vida política en la antigua Roma. En primer término, el templo de Saturno, sede del tesoro público.

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Caza al hombre en el Senado

Cuando el otro tribuno de la plebe vetó la ley agraria, Tiberio forzó su destitución mediante una votación en los comicios, algo que sus oponentes consideraron ilegal. Además, Tiberio se presentó para un segundo mandato consecutivo de tribuno, una iniciativa también contraria a la tradición romana. La oposición aristocrática, liderada por un primo lejano suyo, Escipión Násica, decidió pasar a la acción. El día de la elección de los tribunos, los senadores, caballeros y sus clientelas se tomaron la justicia por su mano. Rompieron los bancos de la sala y con garrotes improvisados mataron a golpes a los partidarios de Tiberio. Este trató de huir. Perseguido por las calles, fue cazado rápidamente. Una jauría humana alentada por Escipión Násica lo apaleó hasta la muerte.

Los hermanos Graco

Los hermanos Graco

Los hermanos Graco

Este doble busto que representa a los hermanos Tiberio y Cayo Graco, tribunos de la plebe, fue realizado por el artista Eugène Guillaume en 1853. Museo d’Orsay, París.

RMN-Grand Palais

Apenas diez años después, Cayo Graco tomó el testigo de su hermano mayor. Durante el bienio en que actuó como tribuno de la plebe –cargo para el que logró ser reelegido– Cayo impulsó numerosas medidas favorables al pueblo, como el reparto de raciones mensuales de trigo y la distribución de tierras entre los desfavorecidos. En 122 a.C., en un intento fallido de ser nombrado tribuno de la plebe por tercera vez, Cayo encabezó una violenta revuelta. Para restablecer el orden, el Senado otorgó poderes extraordinarios a los dos cónsules, Quinto Fabio Máximo Alobrógico y Lucio Opimio. Viendo que este último se disponía a derogar las leyes de Cayo, los partidarios del tribuno ocuparon el Capitolio para impedirlo. En medio del caos, un servidor del cónsul cayó muerto. El Senado consiguió que la multitud reunida volviera a sus casas, pero al día siguiente el cónsul clamaba venganza. Tras obtener del Senado una declaración de emergencia, Opimio pidió la cabeza de Graco y prometió pagar su peso en oro. 

La huida de Cayo Mario 

La huida de Cayo Mario 

La huida de Cayo Mario 

Este grabado recrea el momento en que Mario huye de Roma con destino a África tras la toma del poder por parte de Sila. Paul Dubois. 1886. Escuela Nacional Superior de Bellas Artes, París.  

Beaux-Arts, París / RMN-Grand Palais

Perseguidos por una cohorte de arqueros cretenses, Cayo Graco y sus seguidores buscaron refugio en el templo de Diana en el Aventino. Cuando los arqueros asaltaron el templo, Cayo huyó acompañado de Filócrates, un esclavo fiel, y se ocultó en una cueva del bosque sagrado de Furrina, en la colina del Janículo. Allí, por temor a las torturas que le esperaban si caía en manos de sus enemigos, ordenó a Filócrates que le diese muerte. A continuación, el esclavo también se quitó la vida. Septimuleyo, un antiguo amigo de Graco, quiso obtener la recompensa por su cabeza. Decapitó el cadáver,  llenó la cabeza de plomo para aumentar su peso y la entregó a Opimio, pero este adivinó la artimaña y se negó a pagar.

Sila, dictador

Sila, dictador

Sila, dictador

Lucio Cornelio Sila fue nombrado dictador vitalicio en 83 a.C. Busto de mármol. Museo de la Civilización Romana, Roma.

Aurimages

Mario contra Sila

Treinta años después de la muerte del último Graco, la crisis política se reabrió a través de otro tribuno de la plebe. Nombrado para este cargo en el año 92 a.C., Marco Livio Druso trató de recuperar el plan de reparto de tierras de los Gracos, lo que le valió la reprobación del Senado, que invalidó sus propuestas. Pocos días después, un desconocido lo esperó en la puerta de su casa para asestarle una puñalada mortal. Druso había prometido a los pueblos itálicos aliados de Roma que lograría otorgarles la ciudadanía romana. Por ello, la noticia de su muerte provocó un gran alzamiento contra Roma, que dio inicio a la llamada guerra Social (del término socii, «aliados»). 

Tras entrar en la ciudad con su ejército, violando una ley ancestral, Sila se hizo con el control y declaró a los líderes de la oposición «enemigos públicos»

Justo en esos años, la pugna entre optimates y populares se encarnó en dos figuras contrapuestas que llevarían a Roma al borde del abismo. Eran el general Cayo Mario, cinco veces cónsul entre 107 y 100 a.C. gracias al apoyo de la plebe, y Lucio Cornelio Sila, que había destacado como líder militar en la guerra Social. Cuando en el año 88 a.C. Sila fue elegido cónsul junto a Quinto Pompeyo Rufo, Mario reaccionó con presteza a través de su aliado secreto, el tribuno de la plebe Publio Sulpicio Rufo.

El final de Mario el joven

El final de Mario el joven

El final de Mario el joven

Acorralado por las tropas de Sila en Preneste, a unos 35 kilómetros al este de Roma, el cónsul Mario el Joven, hijo de Cayo Mario, optó por suicidarse antes que entregarse a sus enemigos. Según una versión, un esclavo suyo lo mató con una espada. En este grabado, que recrea aquel suceso de forma imaginaria, Mario el Joven perece a los pies del altar de su padre. 

Alamy / ACI. Color: Santi Pérez

Sulpicio propuso dos leyes: una que incorporaba al censo electoral a los aliados itálicos que se habían convertido en ciudadanos romanos, lo que favorecería a Mario en las votaciones; y una segunda que atribuía al mismo Mario el mando del ejército que debía luchar contra Mitrídates VI, rey del Ponto (en Anatolia), una jefatura que legalmente correspondía a un cónsul, en este caso a Sila. Conforme se acercaba el día de la votación de ambas leyes, los enfrentamientos entre los dos bandos se multiplicaron. Cuando Sila y Pompeyo Rufo trataron de suspender el proceso, Sulpicio Rufo hizo un discurso para levantar a la plebe en contra de los cónsules y el Senado. Una multitud enfurecida tomó las calles, y Sila, ante el peligro mortal, hubo de buscar refugio en la casa de su máximo enemigo, el mismo Mario, quien le ayudó a huir.

Mario en Cartago

Mario en Cartago

Mario en Cartago 

Tras refugiarse en tierras de la actual Túnez, Cayo Mario reunió un ejército con el que volvió a Italia y recuperó el control de Roma. En la imagen, ruinas de Cartago (Túnez).

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Una vez fuera de la Urbe, Sila se dirigió al campamento de sus propias tropas, que le eran leales desde la guerra Social, y al mando de ellas marchó contra Roma. Hasta entonces ningún ciudadano romano había violado la sagrada ley ancestral que prohibía a los ejércitos entrar en la ciudad. Pero las leyes hacía tiempo que tenían en la espada su garantía última. Pese a que la plebe urbana se defendió con valentía, arrojando contra sus tropas tejas y otros objetos, Sila tomó fácilmente el control de Roma. Los líderes de la oposición fueron declarados «enemigos públicos» y tuvieron que huir para salvar la vida. Mario consiguió llegar hasta África, pero Sulpicio Rufo no tuvo tanta suerte y fue alcanzado por sus perseguidores a 40 kilómetros de la capital. Su cabeza fue enviada como regalo a Sila.

 

Hacia la dictadura

Poco después, Sila partió a Anatolia para luchar contra Mitrídates. Confiaba en que los dos cónsules que quedaban en Roma, Cinna y Octavio, mantendrían el orden e impedirían que resurgiera la agitación de los populares. Sin embargo, al poco estalló en el Foro una reyerta entre seguidores de uno y otro cónsul que provocó numerosas muertes. Vencido, Cinna escapó de la ciudad y unió sus fuerzas a las de Mario, que entretanto había vuelto a Italia. Ambos lograron tomar Roma, tras lo que iniciaron una dura persecución de sus detractores y de todos los «silanos». Muchos magistrados y nobles fueron cazados en las calles y en sus casas. Se ordenó además que las cabezas de los líderes fuesen expuestas públicamente, clavadas en un muro. 

La revancha de los optimates llegó en el año 83 a.C., cuando Sila volvió a Italia decidido a imponer su ley. Su desembarco en Brindisi significó el inicio de una auténtica guerra civil, que cabe considerar (sin tener en cuenta la guerra Social) como la primera en la historia de Roma. Tras una campaña repleta de masacres y traiciones, Sila consiguió derrotar a los seguidores de Cinna y Mario –ambos habían fallecido en los años anteriores– y volvió a Roma, donde fue proclamado dictador vitalicio. Convertido en el hombre fuerte de Roma, Sila desencadenó una terrible represión.
En sus famosas proscripciones, 80 senadores y 440 caballeros (el grupo social inferior al de los senadores) fueron condenados a muerte y a la confiscación de sus bienes. Cualquier delator recibiría, además, una importante recompensa, lo que alimentó la caza de fugitivos. Se formaron bandas de «cazadores de cabezas» que iban por las ciudades de Italia en busca de los proscritos. 

 

La venganza de Sila 

La ley contemplaba la ejecución inmediata y sin juicio de cualquier ciudadano acusado de colaborar con el bando de Mario. Se contaba que un hombre caminaba tranquilamente cuando un conocido le advirtió de que había sido incluido en las listas de proscritos.
En vez de huir decidió ir a suplicar clemencia a Sila, pero fue reconocido justo antes de entrar a la audiencia y asesinado inmediatamente, pese a sus peticiones de que revisaran su caso. La venganza alcanzó incluso a los muertos: Sila ordenó exhumar los restos mortales de Mario y que fueran arrojados a un río para que la corriente los llevase fuera de Italia y se cumpliera así la pena de exilio. 

La dictadura de Sila consagró la normalización del uso de la violencia en la política romana. Pese a que al cabo de dos años Sila renunció a su puesto de dictador y la República recuperó una apariencia de legalidad, el enfrentamiento entre las facciones no hizo sino ahondarse. El resultado fue una guerra
civil abierta que asoló el mundo romano desde que César cruzó el Rubicón en 49 a.C. hasta la derrota de Marco Antonio –el general que mantuvo viva hasta el final la causa del partido de los populares– a manos de Octavio en 31 a.C. A continuación, el propio Octavio fundó el Principado, origen del Imperio, cuyo primer titular fue él con el nombre de Augusto. La violencia política había transformado la vieja República en una monarquía. 

 

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esclavos y proletarios

Relieve

Relieve

Relieve que muestra un mercado de fruta, en la escena superior, y a dos campesinos arando en la escena inferior. Museo Arqueológico, Arion.

DEA / Album

El extraordinario enriquecimiento que trajo consigo la expansión de Roma por todo el Mediterráneo durante los siglos III y II a.C. planteó una disyuntiva a la élite romana. Una parte de esta, los optimates, defendía mantener la preponderancia de la aristocracia en la política de Roma y en la explotación de los beneficios de la conquista. Frente a ellos, los populares eran aristócratas preocupados por el futuro de la República que abogaban por un mayor reparto de las nuevas riquezas así como por una reforma agraria que diera tierras a los campesinos, muchos de los cuales habían sido expulsados del campo por la creación de grandes latifundios en Italia basados en el empleo de mano de obra esclava. Los proletarios, como se llamaba en Roma a los desposeídos que solo podían aportar sus hijos (la prole) a los ejércitos, se convirtieron a veces en fuerzas al servicio de los grandes aristócratas que les garantizaban la subsistencia. Mario fue el primero en aceptarlos en su ejército, con lo que los antiguos legionarios se convirtieron en soldados profesionales que combatían por su líder y por el botín.

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martirio de un tribuno

Tortura y muerte

Tortura y muerte

Tortura y muerte de Mario Gratidiano. Miniatura de Crónica universal. Siglo XV. Biblioteca Nacional de Francia, París.

BNF

En los años en que Roma pasó de las manos de Mario a las de Sila los actos de violencia se multiplicaron. En 87 a.C., el tribuno de la plebe Gratidiano impulsó un proceso por traición contra Quinto Lutacio Cátulo, quien se suicidó antes de que lo condenaran a muerte. Cuatro años después, Catilina, por entonces partidario de Sila, aprovechó las proscripciones para perseguir a Gratidiano, quizá por la amistad que tenía con el hijo de Cátulo. Tras apresarlo, Catilina lo llevó hasta la tumba de Lutacio Cátulo y allí le rompió las piernas y los brazos y le arrancó los ojos mientras aún estaba vivo. Luego lo decapitó y llevó la cabeza desde el Janículo hasta el templo de Apolo, donde la entregó a Sila.

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bandas armadas en las calles

Cadáver de Publio Clodio Pulcro

Cadáver de Publio Clodio Pulcro

El cadáver de Publio Clodio Pulcro yace en la vía Apia tras su asesinato por los hombres de Milón en 53 a.C. Grabado.

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En el año 58 a.C., un tribuno de la plebe reavivó la tensión que Roma había vivido en la época de los Gracos. Publio Clodio Pulcro era un aristócrata que adoptó el estatuto de plebeyo para poder aspirar al cargo de tribuno. En cuanto lo consiguió, aprobó medidas favorables al pueblo llano, como un subsidio de grano gratuito al mes. Restableció también unas asociaciones populares, los collegia, suprimidas por los optimates unos años antes. Gracias a ellas, Clodio reunió bandas de secuaces que se dedicaron a intimidar a sus rivales, especialmente a Pompeyo, jefe del partido aristocrático en esos años, así como a Cicerón, quien, después de ser condenado al exilio, vio cómo su casa era saqueada y arrasada. Milón, un seguidor de Pompeyo, organizó otra banda que mantuvo violentos enfrentamientos con la de Clodio. En el año 52 a.C., en uno de estos choques, Clodio fue herido en un hombro y trató de refugiarse en una taberna de la vía Apia, pero los esbirros de Milón lo atraparon, lo sacaron a la calle y lo mataron allí mismo, dejando abandonado el cadáver.

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la década sangrienta

En los años álgidos de la lucha entre Sila y los partidarios de Mario y Cinna, hasta siete cónsules murieron de forma violenta. Apiano relató con crudeza estos episodios en su Historia de las guerras civiles de Roma.

Lista de proscritos

Lista de proscritos

Un hombre consulta la lista de proscritos decretada por Sila y colgada en el Foro de Roma. Grabado.

Scala, Firenze

91 a.C.

El tribuno acuchillado frente a su casa

El tribuno de la plebe Marco Livio Druso, dándose cuenta de que los cónsules habían convocado al pueblo para que lo matara, «rara vez salía en público y atendía siempre sus negocios en el atrio de su casa, lugar muy poco iluminado. Una tarde, cuando despedía a la multitud, gritó de repente que había sido herido y cayó mientras profería estas palabras. Y se encontró clavada en su costado una lanceta de zapatero».

 

86 a.C.

El cónsul abatido en un pozo

El cónsul Lucio Valerio Flaco fue encargado por Cinna de combatir a Sila en Anatolia. Flaco tuvo una disputa con su legado Fimbria, quien lo atacó y «le obligó a huir hasta que se refugió en una casa. Durante la noche, escalando los muros, Flaco huyó a Nicomedia. Fimbria lo siguió y lo mató cuando estaba oculto en un pozo, aunque era un cónsul romano y el general de esta guerra. Le cortó la cabeza y la arrojó al mar, dejando insepulto el resto de su cuerpo».

 

82 a.C.

La cabeza de un cónsul en el Foro

Derrotado en batalla por las tropas de Sila, el cónsul Mario el Joven huyó a Preneste, cerca de Roma. Sitiados por las tropas silanas, los prenestinos decidieron entregar la ciudad. «Mario se metió en un túnel bajo tierra y se suicidó al poco tiempo. Lucrecio cortó la cabeza de Mario y la envió a Sila, y este, colocándola en mitad del Foro, delante de los rostra, se rio, según cuentan, de la juventud del cónsul [tenía solo 27 años] y dijo: “Hay que ser remero antes de empuñar el timón”».

 

El cónsul decapitado en una isla 

Sila lanzó a Cneo Pompeyo, el futuro triunviro, contra el cónsul Cneo Papirio Carbo. «Pompeyo envió algunas tropas y capturó a Carbo, que había huido con muchos nobles desde África a Sicilia y desde allí a la isla de Cosira [hoy Pantelleria]. Ordenó a los soldados que conducían a los prisioneros que dieran muerte a estos sin llevarlos a su presencia, pero a Carbo, el tres veces cónsul, hizo que lo trajeran con cadenas ante sus pies. Tras pronunciar una arenga pública, le dio muerte y envió su cabeza a Sila».

Busto de Cayo Mario

Busto de Cayo Mario

Busto de Cayo Mario. Museo Arqueológico Chiaramonti, Museos Vaticanos. 

Scala, Firenze

 

90 a.C.

El cónsul muerto en batalla

Durante la guerra Social, en una batalla contra los marsios en el rio Tolenus (actual Turano, en el Lacio), el cónsul Publio Rutilio Lupo cayó en una emboscada junto a sus tropas. «Rutilio, herido en la cabeza por un dardo en el transcurso de la lucha, murió poco después […]. Los cadáveres de Rutilio y de muchos otros nobles fueron enviados a Roma para su entierro. El cónsul y tantos otros compañeros muertos ofrecían un triste espectáculo, y por este motivo hubo un duelo que duró muchos días».

Marco Livio Druso

Marco Livio Druso

Marco Livio Druso es llevado a su casa tras sufrir un desvanecimiento. Poco después sería asesinado. Litografía por H. M. Burton. Siglo XX.

Bridgeman / ACI

 

88 a.C.

El tribuno cazado en su huida

Al volver a Roma, Sila hizo que las autoridades decretaran «que Publio Sulpicio Rufo, que aún era tribuno de la plebe, [y otros once desterrados] eran enemigos del pueblo romano por haber provocado una sedición y haber combatido contra los cónsules [...]; se autorizó a quien los encontrase para que los matara impunemente o los condujera ante los cónsules. Unos perseguidores atraparon a Sulpicio y lo mataron».

 

Moneda de plata

Moneda de plata

Moneda de plata con la efigie del cónsul Quinto Pompeyo Rufo, acuñada hacia el año 54 a.C.

Alamy / ACI

 

El cónsul linchado por los soldados

El cónsul Quinto Pompeyo recibió el encargo de comandar un ejército en Italia que hasta entonces dirigía Cneo Pompeyo. Este recibió al nuevo comandante disimulando su irritación e hizo como si se retirara, pero al día siguiente «muchos soldados rodearon al cónsul con el pretexto de escucharlo y lo mataron. Al producirse la fuga de los demás, Cneo salió a su encuentro, irritado por la muerte ilegal del cónsul, pero, a pesar de su enojo, asumió de inmediato el mando de ellos».

 

87 a.C.

El cónsul que no quiso huir

Tras la victoria de Cinna y Mario, «sus amigos aconsejaron al cónsul Cneo Octavio que huyera, pero respondió que nunca abandonaría la ciudad mientras fuera cónsul y se retiró al Janículo. Allí se sentó en la silla curul, revestido de la indumentaria de su cargo y con las fasces y segures a su lado. Censorino lo atacó con algunos jinetes, le cortó la cabeza y se la llevó a Cinna. Fue suspendida delante de los rostra, en el Foro, siendo la primera de un cónsul».

Asesinato de Lucio Cornelio Cinna

Asesinato de Lucio Cornelio Cinna

Lucio Cornelio Cinna es asesinado en Ancona por sus propios soldados sublevados. Detalle de un grabado realizado en 1882.

Heritage / ACI

 

84 a.C.

El cónsul lapidado por los soldados

En la guerra contra Sila, el cónsul Lucio Cornelio Cinna tomó el mando de un ejército al que ordenó embarcarse hacia Liburnia, en el noreste del Adriático. Cuando los soldados se resistieron, «Cinna, encolerizado, los convocó a una asamblea con la intención de amedrentarlos». Al ordenar detener a un soldado «se levantó un griterío por todas partes y le arrojaron piedras, y aquellos que estaban cerca tiraron de sus espadas y lo mataron. De este modo murió Cinna, cuando también era cónsul».

Este artículo pertenece al número 242 de la revista Historia National Geographic.