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Catalina de Médicis

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Catalina de Médicis

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Curiosidades de la Historia: Episodio 30

Catalina de Médicis, "la reina negra"

La hija de Lorenzo II de Médicis y Magdalena de la Tour d’Auvergne, nació en 1519, en Florencia. Huérfana con apenas tres semanas de vida, su educación estuvo supervisada por el papa Clemente VII. Repasamos la historia de esta intrigante figura de una reina ilustrada y maquiavélica en el Renacimiento europeo.

La hija de Lorenzo II de Médicis y Magdalena de la Tour d’Auvergne, nació en 1519, en Florencia. Huérfana con apenas tres semanas de vida, su educación estuvo supervisada por el papa Clemente VII. Repasamos la historia de esta intrigante figura de una reina ilustrada y maquiavélica en el Renacimiento europeo.

Catalina de Médicis

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Catalina de Médicis, hija de Lorenzo II de Médicis y Magdalena de la Tour d’Auvergne, nació en 1519, en Florencia. Huérfana con apenas tres semanas de vida, su educación estuvo supervisada por el papa Clemente VII –su tío y tutor–, del que aprendió la astucia y el arte del disimulo imperantes en el turbulento Renacimiento italiano. Catalina hizo su entrada en la historia en 1533, cuando se casó con Enrique de Valois, segundo hijo de Francisco I de Francia, al que le importaba mucho esa unión porque el papa Médicis podía apoyar sus proyectos conquistadores en Italia.

En agosto de 1536 murió el primogénito del monarca francés, el delfín Francisco, después de un sofocante partido de pelota y de refrescarse con agua helada. El hecho de que el marido de Catalina pasase automáticamente a ser el heredero del trono contribuyó a desatar las sospechas de envenenamiento y, aunque Francisco I no disminuyó el afecto por su nuera a causa de tales rumores, infundados, a la florentina se le atribuyó el papel de envenenadora que aún hoy suele darse por sentado.

Presionada por su marido –que necesitaba reforzar su posición frente a su hermano menor, Carlos de Angulema–, Catalina de Médicis recurrió a numerosos médicos, magos y curanderos para remediar su infertilidad. En noviembre de 1537, Enrique logró tener un hijo natural con una joven piamontesa llamada Filippa Duci, lo que hizo recaer sobre su mujer la culpa de la falta de descendencia. La amenaza de ser repudiada por estéril fue para Catalina más angustiosa que la episódica infidelidad.

La gran rival: Diana de Poitiers

Hacia 1538, Diana de Poitiers se convirtió en la amante oficial de Enrique de Valois, al que superaba en edad y experiencia. Catalina soportó la humillación durante años e, incluso, llegó a contemporizar con Diana, a la que, dada la docilidad de la delfina, no le convenía que fuera reemplazada por una esposa probablemente fecunda y menos comprensiva. El triángulo amoroso funcionó engrasado por la prudencia y la doblez.

Diana de Poitiers empujaba a menudo a Enrique al lecho de su mujer y ésta sufría los celos resignadamente con la esperanza de una futura maternidad. Por fin, en 1543, tuvo su primer hijo, al que siguieron otros nueve. De tal milagro se atribuyó la responsabilidad a Nostradamus, médico y astrólogo charlatán al que Catalina incorporó a su círculo íntimo.

En 1549, dos años después de la muerte de su suegro y de la entronización de Enrique II, Catalina sería proclamada reina de Francia. Su posición frente a Diana de Poitiers se afirmaría con los sucesivos embarazos, aunque su marido les fue infiel a ambas con la bella lady Jane Fleming, de quien tuvo también un hijo natural en 1551.

Catalina colaboró directamente en la política interior y exterior de Enrique II, que se centró, sobre todo, en las guerras contra Carlos V y luego contra Felipe II. Pero todo cambió a raíz de la paz de Cateau-Cambrésis (3 de abril de 1559), que puso fin a la hostilidad entre España y Francia. La tregua pretendía ser duradera y, como prenda de ello, establecía el matrimonio de Isabel de Valois, hija mayor de los reyes de Francia, con Felipe II, viudo de María Tudor, reina de Inglaterra.

Con motivo de las celebraciones del enlace, Enrique sufrió un fatal accidente en un torneo y expiró el 10 de julio de 1559. En cuanto a Diana de Poitiers, Catalina le exigió la devolución de las joyas pertenecientes a la Corona y que abandonase el castillo de Chenonceau, aunque a cambio le permitió ocupar otro más pequeño. Cuando su hijo Francisco II, de salud quebradiza y sólo 15 años de edad, subió al trono, Catalina tomó las riendas del poder.

Entre calvinistas y hugonotes

El país estaba entonces dividido por las tensiones entre los católicos, encabezados por la familia Guisa, y los calvinistas –llamados en Francia hugonotes–, cuyos jefes eran el príncipe Condé y el almirante Coligny. Catalina, convencida de que las hogueras «confirmaban a los herejes», suavizó la represión, siempre que los hugonotes se mantuvieran como leales súbditos, y prohibió las persecuciones. En realidad, Catalina trató de no inclinar demasiado la balanza hacia católicos o protestantes no por tolerancia religiosa en el sentido en que se le da hoy en día, sino por mera preocupación por preservar la paz civil.

En diciembre de 1560 murió Francisco II después de crueles sufrimientos provocados por un tumor canceroso. Le sucedió su hermano Carlos IX, que por entonces contaba con apenas diez años y, dada su minoría de edad, Catalina –la reina madre– ejerció oficialmente la regencia. No era una mujer sedienta de poder, sino una consumada política que siempre antepuso la razón de Estado y, sobre todo, la defensa de la autoridad de sus hijos a sus deseos.

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Las guerras de religión

El 22 de agosto de 1572, el almirante Coligny fue asesinado. A su muerte le siguió, del 23 al 24 de ese mismo mes, la célebre Noche de san Bartolomé, una matanza de hugonotes a manos de las turbas enloquecidas. Los historiadores modernos tienden a responsabilizar del atentado contra Coligny a los Guisa, y a exonerar a Catalina y su hijo de la masacre de hugonotes, algo que, según parece, ni quisieron ni previeron.

En París fueron asesinados unos 3.000 hugonotes, y en toda Francia el total de víctimas superó las 8.000. Una vez desencadenada la matanza, ni Carlos ni Catalina podían oponerse, y, finalmente, la asumieron como ordenada por ellos para aparentar que controlaban la situación. En medio del caos que reinaba en el país, en mayo de 1574, Carlos IX, roído por la tuberculosis, fallecía cristianamente. Catalina pidió entonces a su hijo Enrique que dejara el trono polaco para ocupar el de Francia. De personalidad extravagante, afeminado y ambiguo, Enrique III procuró gobernar con autoridad y reformar la administración. Pero la alta nobleza (malcontents) le negó su apoyo y se recrudecieron las luchas entre la Liga Católica y los hugonotes.

Durante los últimos años de vida de Catalina, Francia sufrió la guerra que enfrentó por el trono al rey, al duque Enrique de Guisa y a Enrique de Navarra y de Borbón, protestante. Enrique III mandó asesinar al de Guisa en Blois en diciembre de 1588, lo que provocó una explosión de furor popular e hizo que los católicos se pusieran en su contra. Catalina, con 71 años y enferma, falleció el 5 de enero de 1589. Inesperadamente, cuando París estaba a punto de caer en manos de las tropas realistas, el 1 de agosto de 1589 un dominico asestó una cuchillada mortal a Enrique III. Extinguidos los Valois, Enrique IV de Borbón se hizo con la corona de Francia, convirtiéndose al catolicismo para asegurar la paz religiosa y su permanencia en el trono.

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