Cuando doña Sofía abría sus regalos en el exilio (y el día que descubrió quién se los dejaba realmente bajo el árbol de Navidad)

Las primeras Navidades de la madre de Felipe VI estuvieron marcadas por el exilio de la familia real griega, las ausencias de su padre y las penurias de la Segunda Guerra Mundial.

La reina Sofía con su madre, Federica de Grecia, y sus hermanos Irene y Constantino en 1954

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Con don Juan Carlos unas fiestas más en Emiratos Árabes, doña Sofía ha pasado una Navidad bastante diferente. Las de estos años, sin embargo, no han sido las más adversas en la vida de la reina: en 1941, fue ella quien celebró estas fechas en el exilio. Y lo hizo separada de su padre, Pablo de Grecia, y con otra tragedia mundial como telón de fondo: la Segunda Guerra Mundial. La entonces princesa Sofía de Grecia y Dinamarca acababa de cumplir 3 años y vivía en Ciudad del Cabo, donde la familia real griega había recalado después de que los nazis invadieran Atenas. Allí, las comodidades de la niña fueron mucho más exiguas que las que hoy disfruta don Juan Carlos en Abu Dabi.

Tal y como relata Pilar de Arístegui en su biografía sobre doña Sofía, el gobernador general de Sudáfrica había ofrecido a la familia real griega su propia residencia, una espléndida casa de estilo georgiano y victoriano con salón de baile y hasta piscina en la que la joven princesa, acompañada de otros niños como su hermano Constantino, su prima Tatiana Radziwill, y los príncipes Alejandro, Elisabeth y Nicolás de Yugoslavia, comenzó a sentir como su hogar. Antes de Navidad, sin embargo, un incendio asoló la residencia. Los recuerdos que la familia real había conseguido llevarse de su país se perdieron en el fuego y Federica de Grecia, madre de doña Sofía, tuvo que buscar un nuevo hogar. No todos fueron precisamente dignos de reyes.

“Una de sus residencias fue un bungaló, antigua cuadra, perfumado con el persistente aroma de caballo, y por ende, ocupado por las ratas, que obligaron a Federica a dormir con un garrote y una antorcha al alcance de la mano”, describe Pilar de Aristegui una de las más de veinte casas por las que pasó la familia real griega durante aquel exilio.

“Fueron a una vivienda que había sido cuadra y todavía olía a boñiga, y después a cabañas de pastores, a chozas, a modestas viviendas de trabajadores extranjeros. A hotelitos, a pensiones con color a perro mojado”, describe por su parte Pilar Eyre en La soledad de la reina. “Las ratas se paseaban por encima de sus rostros mientras dormían, oían sus patitas en el techo, y Federica tenía que apartar a las más gordas, que se encaramaban a su tocador olisqueando sus potes de crema”.

A pesar de estas dificultades, llegó la Navidad y Federica no quiso que los regalos y los adornos faltaran en la casa. La madre de doña Sofía puso el tradicional abeto y a su alrededor colocó algunos juguetes para sus hijos, una escena que la propia Federica relata en una de las cartas que le envió a su marido, obligado a separarse de su familia para acompañar al exiliado Gobierno de Grecia en Londres y Egipto.

“No les dije qué regalo era para uno y para otro y les dejé elegir elegir los que más les gustaron. Sofía se enamoró de un caballo destinado a Tino. Como Tino no protestó, la cosa fue bien. Por su parte, eligió una sartén y una cuchara más apropiadas para Sofía”, escribe en la carta Federica de Grecia. Llegó luego la hora acostarse y la madre de doña Sofía pensó que sus hijos querrían llevarse a la cama sus nuevos juguetes. Sin embargo, no ocurrió así. “Insistieron, como siempre, en llevarse solamente tu fotografía. Esta es la verdad, no creas que es una invención mía para alegrarte”.

A aquella primera Navidad de doña Sofía en el exilio le seguirían las de otros cuatro años salpicados de alegrías como el nacimiento de la princesa Irene en 1942 y penurias como los bombardeos aéreos o la peste bubónica, una epidemia de cuyos estragos tanto doña Sofía como su hermano Constantino fueron testigos mientras jugaban en su casa de El Cairo, otra de las paradas de su exilio: Pilar de Arístegui relata como un día los dos niños se encaramaron a un árbol y descubrieron el cadáver de un vecino que, enfermo de peste, se había desplomado sobre el césped de su casa.

Más entrañable es la anécdota de la Navidad en la que doña Sofía descubrió la verdadera identidad de Papá Noel. Así se lo cuenta ella misma a Pilar Urbano en La Reina. “Pasamos una Navidad en el hotel Mina House, en el Cairo, junto a las pirámides. Allí estaban tía Katherine [Catalina de Grecia] y su amiga Mary Athinageny, que era una dama de la corte, pero joven. Nos decían todo el rato que Papá Noel iba a venir. Yo me fui con mi hermano a otra habitación y de vez en cuando, mirábamos por la cerradura de la puerta y veíamos ¡¡¡que eran ellas dos!!! las que ponían los regalos junto a un abeto. Después tuvimos que disimular como si hubiese sido una sorpresa…”.

En vez de decepcionarse, la reina Sofía sintió la responsabilidad de no defraudar a los mayores diciéndoles que conocía la verdad sobre Papá Noel. “Otra Navidad, en Alejandría, descubrí que en un cuartito que había debajo de una escalera tenían guardados y escondidos los juguetes: un barco para Tino, y el carricoche de la muñeca para mí. También entonces hicimos la comedia... ¡para no desilusionar a los mayores!”.

Artículo publicado el 6 de enero de 2021 y actualizado. 

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