Carta pastoral de Mons. Casimiro López Llorente: El voluntariado que nace del Evangelio - Cartas Pastorales - COPE

Carta pastoral de Mons. Casimiro López Llorente: El voluntariado que nace del Evangelio

El obispo de Segorbe-Castellón dedica su última carta pastoral al Día Internacional del voluntariado que se celebra este próximo domingo, 12 de diciembre

Agencia SICAgencia SIC

Tiempo de lectura: 3’

Queridos diocesanos:

Este domingo se celebra el Día Internacional del voluntariado. Está dedicado a las personas que dedican parte de su tiempo y energías a trabajar de forma gratuita en favor de las personas excluidas, marginadas, que padecen cualquier tipo o grado de precariedad o pobreza, o en favor de otras causas. La solidaridad social ha existido siempre, pero a partir de los años sesenta del siglo pasado ha crecido como fenómeno y como inquietud, y ha asumido una identidad particular con características peculiares y específicas. En el mundo occidental son muchas las iniciativas promovidas por diversos sectores de la sociedad. Se trata de un fenómeno amplío y heterogéneo tanto por las causas a que se dedica como por sus motivaciones ideológicas, sociales o religiosas.

El voluntariado que nace del Evangelio, el voluntariado cristiano, existe desde los inicios de la Iglesia, aunque con nombres diferentes. Nace en el seno de la comunidad cristiana y hunde sus raíces en la experiencia del amor de Dios al hombre y, preferentemente, al más necesitado. La parábola del buen samaritano, en la que Cristo acoge y hace suya la situación del hombre herido, es la manifestación del encuentro de Dios ‘rico en misericordia’ con el hombre necesitado de apoyo para salir de su situación precaria y lograr su promoción integral. La vida de todo cristiano por el hecho de seguir a Cristo y de intentar cumplir el mandamiento del amor, debe ser la de un voluntario que por amor se compromete en servir a los demás. Los cristianos sabemos que amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios. La fusión de estos dos amores es la que hace de nosotros una comunidad en la que cada uno pone su vida al servicio de los otros, sea de manera espontánea e individual, sea de manera comunitaria y organizada.

El voluntariado social cristiano es, pues, una exigencia del amor de Dios y a Dios, que conlleva en su ser y actuar la mística de la comunión, de la gratuidad, de la entrega desinteresada al otro. La donación individual y grupal hace que el voluntario esté siempre disponible para ser testigo fiel del amor de Dios a los necesitados y excluidos sociales. En ellos, no existe espacio para la ‘utilización’ en provecho propio, ni para el simple deseo de acallar la conciencia ante las responsabilidades sociales.

Ser voluntario cristiano es algo más que echar una mano a un proyecto concreto, o dedicar algunas horas a cooperar como voluntarios de Cáritas, de Manos Unidas, de la pastoral penitenciaria o de tantas otras iniciativas de voluntariado. Es, sobre todo, esforzarse por expresar el amor recibido de Dios en una sociedad profundamente humana, en la que reine la justicia, la paz y la verdad; y es poner a prueba la autenticidad del amor a Dios. Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (cf. 1 Jn 4,20).

El voluntario cristiano se distingue, pues, no por lo que hace, sino por su forma de ser y de actuar: por su motivación, su estilo, su actitud y su forma de actuar, que son las de Jesús. Todas sus acciones altruistas, solidarias y compasivas nacen de la gratuidad de un “amor primero”, precedente, gratuito, inmerecido e impagable. Somos don del Amor de Dios manifestado en Jesucristo en orden a ser don de amor para los demás. Como a Jesús, el Espíritu Santo nos urge a anunciar la Buena Noticia a los pobres, liberándolos en su fuerza de la pobreza, de la esclavitud, del dolor (cf. Lc 4, 18–21). El cristiano ha recibido el Espíritu Santo para actuar, pensar y sentir como Jesús. Él es el voluntario por excelencia que no “vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en redención de muchos” (Mt 20, 28). Jesús dedicó buena parte de su vida pública a atender, acompañar, cuidar, curar y promocionar a los enfermos, marginados y excluidos. Cristo se identifica con los pobres, con los que sufren. Lo que a ellos les hacemos, a Él se lo hacemos. Jesús nos dice que la salvación definitiva o la condenación dependen del amor efectivo y afectivo que demos o no a los pobres (cf. Mt 25, 31–46).

El servicio del voluntariado es para el cristiano un deber que brota de la fe, una respuesta coherente con los compromisos bautismales, una invitación que espolea a testimoniar la fe, la esperanza y la caridad en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor. El voluntariado social es un modo, no el único, pero sí uno de los más privilegiados, de vivir nuestra condición de cristianos. Por eso, la Iglesia nos llama a ser voluntarios y a vivir el voluntariado como cristianos en organizaciones eclesiales o no, privadas o públicas.

Con mi afecto y bendición,


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