La casa que olía a comida de rancho

    Gregorio está recargado con sus antebrazos en la bicicleta y observa todo a su alrededor sin hablar.

    Luego rompe el silencio emocionado, porque dice de los Marinos, la camioneta blindada, las armas, las go pro en los cascos, el video de la balacera.

    Y entre sus comentarios le vuelve aquél detalle que no lo había dejado en paz en los últimos días.

    La casa blanca, casi amurallada con el número 1002, en el bulevar Jiquilpan esquina con Río Quelite, en la ciudad de Los Mochis, era uno de sus lugares predilectos.

    En la casa de la que Joaquín Guzmán Loera, el “Chapo”, escapó de un operativo de la Marina, la madrugada del 11 de enero de 2016 en Los Mochis, olía siempre a comida. A buena comida, casera o de rancho.

    “Yo pasaba todos los días y me paraba ahí en la esquina yo”, dice.

    - Pero, a ¿qué?, le pregunto.

    “Pues llegaba, me paraba en esa esquina y todos lo días, le decía a un morro “hey wey, guacha, huele bien machín aquí a comida... ¿verdad que sí huele bien machín a comida?”, responde.

    - ¿A comida?, le cuestiono.

    “Sí. Comida rica, le decía, bien rica, todo el tiempo, duré como una semana (viniendo). No, pues yo pensaba que ahí la hacían”, explica.

    - Pero ¿de cuál comida?, le digo para especificar.

    “Haz de cuenta que olía mucho a pozole... o así”, dice como ejemplo.

    - ¿Como comida de rancho?, le insinúo.

    “Sí, Ándale haz de cuenta, pues es de allá, le gustaba pura comida de esa”, dice.

    Gregorio es un mesero de 35 años, que vive para el rumbo de la López Mateos en Los Mochis.

    Ríe, hace ademanes y mantiene una pierna arriba del pedal, la otra en forma de bastón para detener la bicicleta.

    Tiene buena plática con Jorge, de 40 años, alguien a quien la casa de la que escapó el Chapo Guzmán, en la que tenía un doble fondo, una puerta con un túnel subterráneo oculto y que daba al drenaje pluvial, no lo que da de pasada al jale, como a Gregorio, sin embargo ha venido a quedarse un rato a mirar desde el sábado.

    “Se mira en el video que el refri y la alacena estaba llena de comida”, contraataca Gregorio. “... Se cuajaron los guachos...”.

    Ninguno de los dos tiene bien establecido cuándo empezó la balacera.

    “Como a las cuatro de la mañana, tres y media”, dice Jorge.

    “A las puras cuatro y media empezaron los balazos”, revira Gregorio.

    Unas horas antes, la entonces PGR y la Marina mostraron la “obra” de ingeniería de Joaquín “El Chapo” Guzmán: un túnel por el que escapó de esa casa de seguridad.

    Todo parecía de película, o muy al estilo de “El Chapo”: un dispositivo oculto en una de las cuatro lámparas en el techo de un clóset quitaba el seguro para abrir una pesada puerta de al menos 10 centímetros de espesor; tras ella, un hoyo de casi un metro de ancho, una escalera que bajaba y ofrecía un escenario similar a otros ya encontrados, olor a humedad, paredes forradas de madera, agua sucia, más lámparas y una compuerta que da al sistema de drenaje pluvial de la ciudad.

    Guzmán Loera escapó por ahí de un operativo efectuado por la Marina por la madrugada; sin embargo, este escape fue una victoria momentánea, ya que fue detenido después de que, junto con su escolta Orso Iván Gastélum, robaron un auto para seguir la huida, pero ambos fueron capturados por la Policía Federal.

    La Procuraduría General de la República y la Secretaría de Marina abrieron a cerca de 136 periodistas de medios locales, nacionales y extranjeros la casa de seguridad donde estuvo escondido el líder del Cártel de Sinaloa, en donde se pudo apreciar una vez más la ingeniería del equipo del capo en la construcción de túneles para eludir a la autoridad.

    Gregorio y Jorge son parte de decenas de mirones que han echado la vuelta a la casa de Jiquilpan y se quedan a mirar un rato, aunque a simple viste no hay más que cuatro patrullas de la Marina, una docena de elementos, una patrulla de la policía municipal y una decena de reporteros extranjeros o locales que pudieron lograr su “chapotour” un día después.

    “Un día antes, que hubo la tracatera, estaba una troca ahí negra, me iba a parar, pero miré una pareja ahí en ese árbol... ah, y me fui”, recuerda Gregorio.

    “Todo el tiempo estaba ahí oscuro, estaba prendida la luz, pero casi no se ve. O sea, que son vidrios normales, pero por dentro no se miran”.

    Jorge casi corta el comentario de tajo: “¿Esos son los de la inteligencia (de la Marina), no?”

    “El Vargas (Landeros) no vino para acá”, recalca Gregorio.

    No hay respuesta entre ellos.

    “Vargas (Landeros) también acá vive, no han venido para acá. Yo todos los días paso por aquí y no ha venido. La mamá de Malova aquí vive a la vuelta”, señala Gregorio.

    Luego se aburre y se impulsa: “ahí nos vemos”.

    “¿Son puros Marinos de México, verdad?”, ignora Jorge la partida de Gregorio.

    Afuera casi no se ven balazos, se le comenta a Jorge.

    “No, están por aquel lado, por aquel lado entraron. Dicen que por allá, tumbaron la puerta, por aquél lado”, dice, y toma otra fotografía con su celular.

    “No, yo no chambeo para acá. Vine a tomar unas fotos, y ya las tomé las fotos... Son chingones esos güeyes (los Marinos). Nomás así vienen, ¿son camionetas blindadas?, son chingones esos güeyes”, repite.

    Jorge se aburre y ya casi son las tres de la tarde. Toma una foto más.

    “Yo ya le voy a llegar”, se impulsa y se va.

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!