Elvira de Borbón, la infanta carlista que se fugó con un pintor

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Desamor en la Toscana

Fugada de casa por amor, su vida parecería la de una princesa de cuento. Sin embargo, aquí no hay príncipe azul, sino una cadena de calamidades

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Elvira de Borbón, grabado publicado en ‘The Graphic’, 5 de diciembre de 1896

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AGE Fotostock

Una mañana de 1896, la prensa europea despertaba con una noticia alarmante. Aprovechando que todos dormían, en medio de la noche una infanta española se había fugado de su palacio en la Toscana. Era Elvira de Borbón y Borbón-Parma (1871-1929). Su cómplice, un pintor florentino del que se había enamorado.

Su padre tardó en pronunciarse, y cuando lo hizo fue brutal: “Una hija mía, la que fue Infanta Doña Elvira, ha muerto para todos nosotros”. Ni un príncipe, ni siquiera algún apuesto noble europeo; la joven se iba con un artista diez años mayor que ella y más bien mediocre en su oficio. Como se suele decir, alguien que no tenía donde caerse muerto.

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Nada que ver con Leopoldo Fernando de Austria-Toscana, su último novio, que era el primogénito del gran duque de Toscana. Unos años antes estuvo a punto de casarse con Elvira, pero la dejó. Tampoco es que Leopoldo acabara con alguien mejor situado, sino con una prostituta vienesa llamada Guillermina Abramowitz, que cambió por otra al cabo de tres años. Despojado de títulos y cargos, cuando murió regentaba una tienda de ultramarinos en Viena.

¿Qué pasó para que todo saliera tan mal? Para comprender esta rocambolesca historia, hay que empezar por conocer a los padres de la española. Por cierto, no se trataba exactamente de una infanta.

Elvira de Borbón en su infancia en una foto de Nadar, c. 1878

Elvira de Borbón en su infancia en una foto de Nadar, c. 1878

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Pertenecía a esa rama de la familia Borbón, la carlista, que desde que el rey Fernando VII nombrara heredera a su hija Isabel (1830-1904) venían reclamando su derecho al trono. Tras dos cruentas guerras civiles, en 1868 su candidato oficial era Carlos de Borbón, el padre de Elvira.

Dado el apoyo al tradicionalismo en el País Vasco, Navarra y Catalunya, pudo instigar una segunda guerra contra los liberales. Incluso se instaló en España y creó su propia hacienda y legislación, paralelas a las de Madrid. Logró que el conflicto sobreviviera al breve reinado de Amadeo de Saboya y a la Primera República (1873-1874), pero, con la restauración borbónica en Alfonso XII, todo se precipitó. Tras un par de años, en 1876 los 30.000 carlistas que aún resistían en Bizkaia fueron derrotados por un ejército cuatro veces mayor.

Carlos de Borbón, aspirante carlista al trono de España

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Mientras Carlos salía de España con un rimbombante “volveré” –jamás lo hizo–, su esposa, Margarita de Borbón-Parma, y sus hijos trataban de encontrar un sitio donde asentarse. Después de que el Gobierno suizo los echara del país para preservar la neutralidad política, al final la familia se instaló en un palacio de la Toscana que Margarita había heredado de su padre.

Allí, en la Tenuta Reale de Viareggio, crearon una suerte de corte paralela por la que pasaron muchos intelectuales y políticos afines. Elvira debió de ser bastante feliz. Tenía por madre a una mujer dulce y muy diligente en lo que atañía a la educación de sus hijos.

Por las tardes, mientras Margarita pasaba las horas bordando, Elvira correteaba entre los rosales, las estatuas y los parterres del jardín. A pesar de la pomposidad palaciega del edificio, la pequeña lo percibía como cualquier otra casa, sobre todo, por el ambiente hogareño impuesto por su madre.

Allí el único que desentonaba era don Carlos. En sus memorias, el hijo de uno de los criados lo recordaba como un hombre reservado, de gesto grave y que infundía algo de temor en todos.

Carlos de Borbón y su familia. Elvira es la primera por la izquierda

Carlos de Borbón y su familia. Elvira es la primera por la izquierda

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Elvira era guapa, morena y con unos grandes ojos oscuros que le conferían una mirada cautivadora. Cuando conoció al archiduque Leopoldo tenía 18 años, y tardaron poco en enamorarse.

Apuesto, y miembro de la casa de Habsburgo-Lorena, para los padres de ella era un muy buen partido. Jamás reinaría sobre la Toscana porque en 1860 esta se había integrado en el recién creado Estado de Italia, pero, al menos era el hijo mayor del último gran duque.

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Otra cosa es cómo lo veía la familia de él. Como explica José María Zavala en el libro Bastardos y Borbones: los hijos desconocidos de la dinastía (2011), cuando se enteraron del noviazgo, no hubo ni felicitaciones ni demasiado interés en saber cómo era la joven, en fin, lo que hubiera sido lo normal en estos casos. Solo un prudente silencio. Impaciente, al final Elvira acabó obligando a su prometido a ir a Viena a hablar con el cabeza de su familia.

Francisco José I, emperador de Austria, fue muy claro con el chico. Temía que en Madrid no gustara nada que un destacado Habsburgo se desposara con la hija del pretendiente carlista. De hecho, la madre del rey Alfonso XIII, María Cristina, ya había avisado de que aquello provocaría una escalada.

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No se sabe si por sentido de Estado o por pusilanimidad, el caso es que Leopoldo obedeció al emperador. Al enterarse, su novia le dijo algo en la línea de lo que siempre dicen los despechados: “Un día el viejo emperador morirá como todo el mundo y tú lamentarás haberle obedecido”. A la luz de lo que pasó después, la sentencia parecería haber tenido algo de maleficio.

Poco después, Leopoldo renunció a sus títulos nobiliarios y se cambió el apellido por el de Wölfling. No lo hizo solo por tener el corazón roto; más bien, lo de Elvira fue la gota que colmó el vaso de su hastío con la política cortesana. Se consideraba “parte de una decoración” inútil y añoraba una libertad que jamás había tenido.

El archiduque Leopoldo Fernando de Austria-Toscana

El archiduque Leopoldo Fernando de Austria-Toscana

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Por los motivos que fueran, en sus últimos años de vida entró en una espiral autodestructiva. Su matrimonio con Guillermina Abramowitz fracasó, igual que el siguiente intento y el proyecto de tienda de ultramarinos. Cuando murió en Berlín en 1935, ya era un hombre pobre.

Aun así, a través de la prensa pudo saber qué era de su antigua novia. Después de la ruptura, ella se había quedado con su madre en el palacio de Viareggio, donde las cosas tampoco le fueron demasiado bien.

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Porque la casa no era el lugar idílico que parecía, ni su padre el caballero carlista, el hombre fiel, católico y sensato que aparentaba. No en lo físico, pero don Carlos maltrató a su esposa en todo lo demás. Apenas se hablaban. De hecho, pasaba largas temporadas lejos de ella, en compañía de una corista de 18 años que había conocido en Viena. Para más humillación, no tenía problema en dejarse ver con ella y presentarla como baronesa.

Para Elvira lo peor llegó cuando falleció su madre en 1893 y don Carlos metió en casa a una princesa austrohúngara llamada María Berta de Rohan. En su libro, Zavala nos habla de esos últimos años de su juventud y de por qué escapó.

Margarita de Borbón-Parma (izqda.) y María Berta de Rohan, primera y segunda esposa de Carlos de Borbón

Margarita de Borbón-Parma (izqda.) y María Berta de Rohan, primera y segunda esposa de Carlos de Borbón

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A solas con su padre, la muchacha se sintió más aislada que nunca. No ayudó el carácter frío de María Berta, incapaz de un gesto cariñoso con la joven. Elvira pasaba los días encerrada en sí misma hasta que en 1896 apareció un pintor para restaurar los frescos de la capilla, Filippo Folchi, y se fue con él.

Según el testimonio de un exempleado de la casa, se escapó de noche, tras recoger un par de joyas, envuelta en una capa negra. Una huida de película, carnaza para la prensa europea. Que se había enamorado perdidamente de él, que estaba casado y la engañaba, que la chica había ingresado en un convento…, dijeron de todo.

Lo único cierto es que se instalaron en una casita de campo en la misma Toscana y que tuvieron tres hijos a los que pusieron el apellido materno. Hoy en día, la mayoría de sus descendientes residen en Estados Unidos. Desde luego, si les preguntan por sus orígenes tienen una buena historia que contar.

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