Carlos V. Biografía

Carlos V

En 1520, una serie de alianzas dinásticas y fallecimientos prematuros convirtió a un joven de veinte años en el monarca más poderoso de Europa. Nieto de los Reyes Católicos, Carlos había heredado de ellos las coronas de Castilla y Aragón, con sus respectivas posesiones en América y en el Mediterráneo, y reinaba como Carlos I de España desde los dieciséis años. A los veinte, tras la muerte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I de Habsburgo, fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, razón por la que la historiografía lo designa como Carlos I de España y V de Alemania. Pese a ser la más habitual, esta denominación omite otros importantes territorios incluidos en su fabulosa herencia.


Carlos V (detalle de un retrato de Tiziano)

Bajo su reinado y el de su hijo y sucesor, Felipe II, España se convirtió en la primera potencia mundial, las artes y la cultura iniciaron su Siglo de Oro y se formó el más vasto imperio colonial visto hasta entonces. El rey y emperador Carlos asumió la antigua idea de instaurar un Imperio universal, entendido como entidad política que, fundada sobre los valores de una misma religión, el cristianismo, habría de asegurar tanto la paz y la prosperidad de las naciones cristianas como su defensa frente a agresiones exteriores, como las del pujante Imperio otomano.

No sin dificultades, y mientras conquistadores y misioneros españoles extendían por América y el mundo los confines de aquel Imperio en que nunca se ponía el sol, Carlos logró hacer frente a la amenaza de los turcos, que bajo el liderazgo de Solimán el Magnífico habían llegado a sitiar Viena en 1529. Pero la expansión de la Reforma protestante iniciada por Lutero, que acabaría provocando un nuevo cisma en la cristiandad, y la animadversión de Francia y de otros países, temerosos de su abrumadora hegemonía, frustraron la realización de un ideal que, visto en perspectiva, difícilmente podía sobreponerse al curso de la historia.

El hijo de Juana la Loca

Cuenta el m�stico espa�ol San Juan de la Cruz, en una carta conservada en el Archivo de Simancas, que Juana la Loca, hija de Isabel la Cat�lica y madre del futuro Carlos V, dec�a cosas tales como que "un gato de algalia hab�a comido a su madre e iba a comerla a ella", extra�as fantas�as de una mujer misteriosa. Sobre la regia locura de Juana se han esgrimido las m�s caprichosas hip�tesis, desde la que afirma que no padec�a enajenaci�n ninguna, sino un intolerable protestantismo cruelmente castigado con el apartamiento, hasta la versi�n m�s com�n que pretende, seg�n la tesis de Marcelino Men�ndez y Pelayo, que "la locura de Do�a Juana fue locura de amor, fueron celos de su marido, bien fundados y anteriores al luteranismo".


Carlos V (retrato de Jan Cornelisz Vermeyen, c. 1530)

Tampoco los historiadores han dejado de tachar a su hijo Carlos I de Espa�a y V de Alemania, a quien las circunstancias convirtieron en el m�s acendrado valedor del catolicismo de su �poca, de haber incurrido en la heterodoxia, y ello ampar�ndose en el proceso que el papa mand� formar al emperador como cism�tico y factor de herejes. Pero aquello fue un episodio motivado por aviesos intereses pol�ticos, cuyas razones se compadecen mal con la rectitud de los sentimientos religiosos del emperador, quien en su retiro en Yuste confesaba a los frailes: "Mucho err� en no matar a Lutero, y si bien lo dej� por no quebrantar el salvoconducto y palabra que le ten�a dada, pensando de remediar por otra v�a aquella herej�a, err�, porque yo no era obligado a guardarle la palabra, por ser la culpa de hereje contra otro mayor Se�or, que era Dios, y as� yo no le hab�a ni deb�a guardar palabra, sino vengar la injuria hecha a Dios." Marcelino Men�ndez y Pelayo apostilla que "al hombre que as� pensaba podr�n calificarle de fan�tico, pero nunca de hereje".

El 24 de febrero de 1500, fecha en que los estados flamencos celebraban su d�a en Prinsenhof, cerca de Gante, el archiduque Felipe el Hermoso y la archiduquesa Juana, m�s tarde llamada la Loca, rend�an pleites�a al nuevo rey de Francia, Luis XII, a pesar del enfado del emperador Maximiliano y de los Reyes Cat�licos. En medio de la ceremonia, Juana corri� al evacuador (un excusado especial) y se encerr� en �l sin que Felipe se inmutara. Al cabo de una espera excesiva las damas de honor, alarmadas, hicieron derribar la puerta, y Juana mostr� la raz�n de su encierro. Sola y sin ayuda hab�a dado a luz a su primer varón. Lo bautizaron con el nombre de Carlos en honor a Carlos el Temerario, bisabuelo del ni�o.


La familia del emperador Maximiliano; en el centro,
su nieto Carlos V (retrato de Bernhard Strigel)

Como hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, lleg� a manos de Carlos V una vasta y heterog�nea herencia, en la que mucho tuvieron que ver la combinaci�n de matrimonios din�sticos y una serie de muertes prematuras de los herederos directos de distintos tronos. Por parte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I de Habsburgo, recibi� los estados hereditarios de la casa de Austria, en el sudeste de Alemania; por parte de su abuela paterna, Mar�a de Borgoña, obtuvo el ducado borgo��n, que sin embargo estaba en poder de Francia, y adem�s los Pa�ses Bajos, el Franco-Condado, Artois y los condados de Nevers y Rethel. De su abuelo materno, Fernando el Cat�lico, recibi� el reino de Arag�n, N�poles, Sicilia, Cerde�a y sus posesiones de ultramar; y de su abuela materna, Isabel la Cat�lica, Castilla y las conquistas castellanas en el norte de �frica y en Indias.

Una herencia fabulosa y conflictiva

El verdadero problema residir�a en la falta de cohesi�n de todos estos dominios, por lo que Carlos se propuso durante todo su reinado superar el concepto feudal del imperio y darle una nueva din�mica a trav�s de un ideal com�n que justificase la reuni�n de territorios tan dispares bajo una sola corona. La figura del imperio surgi� ante �l como la entidad pol�tica id�nea para aglutinar los distintos dominios y fundarlos sobre una universalidad religiosa. El ideal com�n era el cristianismo y, conforme al mismo, Carlos se erigi� en el �guardi�n de la cristiandad�, en momentos en que la unidad de convicciones que hab�an mantenido cerrado el mundo medieval estaban a punto de romperse.

Seg�n Men�ndez Pidal, Carlos V asumi� el papel de coordinador y gu�a de los pr�ncipes cristianos contra los infieles �para lograr la universalidad de la cultura europea�, de modo que la idea de cristianismo pasase a ser una realidad pol�tica. Sin embargo, �sta no era tarea f�cil en un siglo como el XVI, en el que los sentimientos nacionales se opon�an al universalismo y los pr�ncipes cristianos buscaban consolidar, cuando no ensanchar, su espacio vital en el viejo continente.

Carlos se form� intelectualmente con Adriano de Utrecht, que ser�a promovido al pontificado con el nombre de Adriano VI, y con Guillaume de Croy, se�or de Chi�vres, personaje sobre el que recaen las acusaciones de avaricia y fanfarroner�a. Pas� su infancia en los Pa�ses Bajos, y en sus estudios siempre mostr� gran afici�n por las lenguas, las matem�ticas, la geograf�a y, sobre todo, la historia. Paralelamente, sus educadores no olvidaron que un hombre llamado a tan altos designios deb�a poseer un organismo robusto, de modo que estimularon los ejercicios f�sicos del joven Carlos, quien sobresal�a en la equitaci�n y en la caza, al tiempo que se mostraba singularmente diestro en el manejo de la ballesta. La firmeza de su car�cter, rasgo del que dio sobradas muestras en el curso de su vida, parece ponerse en entredicho en sus primeros a�os, pues, llamado a gobernar Flandes en 1513, fue en realidad su ayo, el se�or de Chi�vres, quien llev� las riendas del Estado. Pero este hecho se comprende f�cilmente cuando se cae en la cuenta de que Carlos ten�a s�lo trece a�os por aquel entonces.

En 1516, con la muerte de su abuelo Fernando el Cat�lico, se convirti� en Carlos I de Espa�a, pese a la oposici�n de los partidarios de su hermano, el pr�ncipe Fernando, educado en Espa�a. Si bien Castilla dio su consentimiento al nombramiento de Carlos como rey de Espa�a, Arag�n puso como condici�n que el nuevo rey jurara su Constituci�n en Zaragoza, lo que significaba que el monarca deb�a trasladarse de Flandes a Espa�a. Su viaje se retras� de forma injustificada durante varios meses, y en este interregno hab�a ejercido la m�s alta magistratura en Espa�a el cardenal Francisco Jim�nez de Cisneros.

El cardenal Cisneros emprendi� viaje, para recibirle, a las playas de Asturias, pero cay� enfermo y hubo de refugiarse en el monasterio de San Francisco de Aguilera, donde recibi� la noticia de la llegada del rey con un s�quito extranjero. El 18 de septiembre de 1517, despu�s de una dificultosa traves�a, Carlos V desembarcaba en el puerto asturiano de Tazones, perteneciente al concejo de Villaviciosa. Lo acompa�aban su hermana Leonor de Austria, el se�or de Chi�vres, el canciller de Borgo�a y numerosos nobles flamencos. Unos d�as antes, el 31 de octubre, un monje alem�n llamado Lutero hab�a hecho públicas sus noventa y cinco tesis contra el comercio de las indulgencias, que dar�an pie al movimiento de Reforma contra la Iglesia cat�lica romana.


Juana la Loca con sus hijos Fernando y Carlos

Cisneros mand� con urgencia una recomendaci�n al monarca rog�ndole que despidiese a su s�quito, temeroso, y con raz�n, de que ello no har�a sino irritar a los cortesanos espa�oles. Desatendiendo tan prudentes consejos, Carlos mantuvo a su lado a sus amigos y se dirigi� a Tordesillas, donde estaba recluida su madre. Obtuvo de Juana que abdicara en su favor, formalidad sin la cual le hubiese sido imposible gobernar. Antes de llegar a Valladolid, Carlos recibi� la noticia de la muerte de Cisneros. El cardenal hab�a fallecido sin lograr entrevistarse con el mozo flamenco y atribulado por un inminente porvenir que �l, mejor que nadie, preve�a conflictivo.

Rey de Espa�a

De todos los pa�ses que hered�, Espa�a fue el m�s dif�cil de consolidar bajo su dominio. Carlos se propuso reinar con el exclusivo apoyo de sus compatriotas, repartiendo entre ellos prebendas y altos cargos, lo cual indign� sobremanera a la nobleza local. El partido formado alrededor de su hermano Fernando, su condici�n de extranjero y el desconocimiento de la lengua castellana pesaron en su contra.

Los tropiezos comenzaron inmediatamente despu�s de que la ciudad de Valladolid recibiese con grandes agasajos, fiestas, justas y torneos al monarca extranjero. En febrero de 1518, durante la primera reuni�n de las cortes castellanas, se exigi� al rey el respeto de las leyes de Castilla y que aprendiera el castellano. Carlos no dud� en aceptar estas exigencias, pero a cambio pidi� y obtuvo un sustancioso cr�dito de 600.000 ducados. Las cortes de Arag�n se demoraron hasta enero del a�o siguiente para reconocerlo como rey, y lo hicieron junto a su madre. Tambi�n le concedieron un cr�dito de 200.000 ducados.

En las cortes de Catalu�a las negociaciones fueron m�s arduas. El rey se encontraba a�n en Barcelona cuando recibi� la noticia de que el 28 de junio hab�a sido elegido emperador con el nombre de Carlos V. El t�tulo imperial le era imprescindible para llevar a cabo el gobierno de las numerosas posesiones bajo el signo de la unidad. La corona de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I de Habsburgo, no era hereditaria sino electiva, y la Dieta reunida en Francfort, tras la renuncia de Federico el Prudente, hizo recaer la designaci�n en su persona. Para conseguirla, Carlos hab�a invertido un mill�n de florines, la mitad del cual fue financiado por los banqueros Fugger, quienes vieron en �l la clave del desarrollo econ�mico de Europa.


Un joven Carlos V (retrato de Bernard van Orley)

Carlos regres� a Castilla a fin de preparar la coronaci�n imperial y solicitar un nuevo cr�dito. La existencia de una fuerte oposici�n a conced�rselo, que encabezaba Toledo, lo llev� a convocar las cortes en Santiago y a continuarlas en La Coru�a. La multiplicaci�n de oportunidades facilitada por los consiguientes aplazamientos de las sesiones y el curso itinerante de las mismas allan� las reticencias al crear el clima adecuado que permiti� que los representantes de las ciudades fueran presionados y sobornados para la causa del rey. Despu�s de violentas discusiones, los procuradores traicionaron el mandato de sus ciudades y otorgaron el nuevo empr�stito. Tras esta votaci�n, la mayor�a no regres� a sus ciudades, y quienes lo hicieron fueron ejecutados. Carlos sali� de Espa�a dejando tras de s� al reino castellano sumido en la �guerra de las Comunidades�. Nunca recogi� el dinero del pr�stamo.

El desprecio que los asesores flamencos del rey mostraban por los espa�oles, el favoritismo en el nombramiento de extranjeros para desempe�ar cargos p�blicos de importancia, las grandes cantidades de dinero sacadas del reino y la designaci�n de Adriano de Utrecht como regente durante la ausencia del rey fueron algunas de las causas de la revuelta de los comuneros. �sta fue en un principio una verdadera rebeli�n contra la aristocracia terrateniente y el despotismo real, y, ante todo, una defensa de la dignidad y los intereses castellanos nacida en los municipios como un movimiento burgu�s.

Sin embargo, antes de la derrota de los �ltimos rebeldes en Villalar, el 23 de abril de 1521, el levantamiento hab�a degenerado en una revuelta incoherente, identificada m�s con las tradiciones feudales que con las reivindicaciones econ�micas y pol�ticas de la burgues�a. Tambi�n el reino de Valencia se sublev� por entonces. El movimiento fue animado por las german�as (asociaciones de artesanos) de Valencia y Mallorca, que lanzaron contra la aristocracia a las milicias reclutadas para hacer frente a los piratas del Mediterr�neo. Carlos no pudo menos que respaldar a la aristocracia en su acci�n represiva. Las german�as fueron derrotadas en 1523 y sus seguidores duramente castigados.

Emperador del Sacro Imperio

Mientras tanto, antes de dirigirse a Alemania con objeto de ser coronado, Carlos visit� a sus t�os Enrique VIII y Catalina de Arag�n para conseguir el apoyo de Inglaterra frente a Francisco I de Francia. En esos momentos, la flota espa�ola comandada por Hugo de Moncada aplastaba a los turcos, que eran as� expulsados del Mediterr�neo. Esta acci�n fue de vital importancia para los planes del monarca, ya que aseguraba las v�as comerciales de los Fugger y saldaba la deuda contra�da con los banqueros para sobornar a los electores que lo nombraron emperador. El 23 de octubre de 1520, Carlos V fue coronado emperador en la ciudad de Aquisgr�n. En una ceremonia de gran pompa, le fue colocada la casulla de Carlomagno y recibi� su legendaria espada Joyeuse, la corona, el cetro y el globo. A sus veinte a�os era el jefe de la cristiandad.


El emperador Carlos V (detalle de un
retrato de Jakob Seisenegger)

Entretanto, el reciente invento de la imprenta serv�a tanto para difundir las antiguas como las nuevas ideas, y la doctrina protestante hab�a alcanzado una gran popularidad en Alemania. Las tesis luteranas se hab�an transformado no s�lo en una cr�tica religiosa, sino en el germen de un movimiento pol�tico con fines de emancipaci�n territorial y de secularizaci�n de los bienes eclesi�sticos. Carlos, educado entre humanistas, coincid�a con los luteranos en criticar las estructuras de la Iglesia. Consideraba que era �sta, y no la fe, la que deb�a ser objeto de una profunda reforma; hab�a que acabar con la corrupci�n de los obispos, las ansias de riqueza, la intromisi�n en los asuntos p�blicos y el escandaloso comercio de las indulgencias. El mismo papa hab�a llegado a autorizar a las mujeres la firma de contratos de indulgencias que luego deb�an pagar sus maridos.

Carlos V consider� oportuno situarse por encima de estas querellas, y durante a�os trat� de conciliar las posiciones m�s radicales. Segu�a en ello las ense�anzas de Erasmo de Rotterdam, que postulaba la sencillez del cristianismo primitivo, el rechazo de los formalismos y boato rituales y de las supersticiones, y una piedad religiosa �en esp�ritu�. Pero en 1521, tras la dieta de Worms, el emperador comprob� que el acercamiento de las posiciones de Mart�n Lutero y la Iglesia de Roma era imposible, y las diferencias, irreductibles. Sus acciones se encaminaron entonces a dirimir cuanto antes estas disputas, a resolver los asuntos internos de sus reinos, a acabar con el bandolerismo y a fortalecer su gobierno para unir a la cristiandad y dirigirla contra el Islam.

�ste fue el momento que Francisco I de Francia, decidido a terminar con el predominio de los Habsburgo, aprovech� para iniciar una guerra que consideraba inevitable. La acci�n de Francisco I, aliado con el papa Clemente VII, oblig� a Carlos V a responder en�rgicamente. Su ej�rcito derrot� a las tropas francesas e hizo prisionero al rey franc�s en Pav�a, el 10 de marzo de 1525. Dos a�os m�s tarde, Carlos atac� al papa y su ej�rcito entr� en Roma. Las tropas espa�olas y alemanas saquearon la ciudad durante una semana. La deserci�n de Andrea Doria, que en 1528 abandonó al monarca francés para sumarse a la causa imperial, dot� a Carlos de una potente flota y forz� al papa a recibirlo en Roma. La Paz de Cambrai, firmada el 3 de agosto de 1529, oblig� a Francisco I a reconocer la soberan�a del emperador sobre Mil�n, G�nova y N�poles.


Carlos V (detalle de un retrato de Rubens)

Resueltos moment�neamente los enfrentamientos militares, Carlos V crey� que era la ocasi�n de solucionar pac�ficamente las diferencias doctrinales. A tal fin convoc� la dieta de Augsburgo, aun con la oposici�n papal, en 1530. El intento fue vano, ya que ni luteranos ni cat�licos romanos quisieron ceder en sus posiciones. La influencia conciliadora de Erasmo hab�a perdido fuerza. Se inició entonces una larga guerra civil que enfrentaría al ejército imperial con los príncipes luteranos, aliados de Francisco I, quien a su vez había pactado con los turcos; la paz no se firmaría hasta 1555 en Augsburgo, y, para las aspiraciones de Carlos V, tendría más de claudicación que de armisticio: se reconoció a los protestantes la libertad de culto y la propiedad de los bienes expropiados a la Iglesia antes de 1552.

La organizaci�n del imperio

Carlos V había regresado a Espa�a en 1522, una vez sofocada la rebeli�n comunera, y permaneci� en el pa�s durante los siete a�os siguientes. Durante esa etapa realiz� un gran esfuerzo para comprender el car�cter espa�ol y acercarse a las preocupaciones de sus s�bditos. Aprendi� a hablar el castellano e hizo de �l el idioma de la corte. Los pasos pol�ticos que dio en este periodo tend�an a congraciarse con los espa�oles, a pesar de que ya no exist�a un peligro real para la corona. Su boda en 1526 con su prima Isabel de Portugal, hija del rey Manuel I de Portugal, fue bien recibida. Igualmente lo fue, al a�o siguiente, el nacimiento del primog�nito, el futuro Felipe II. Los espa�oles empezaron a reconocer en Carlos a un rey con autoridad moral, que aceptaba paulatinamente y de buen grado la espa�olizaci�n de su administraci�n imperial.


Isabel de Portugal

Carlos gobern� sus dominios como el m�s alto exponente de una organizaci�n din�stica, y en cada estado design� un regente o un virrey, a veces miembro de la familia de los Habsburgo o elegido de la nobleza espa�ola. En cada pa�s de la monarqu�a, como llamaban sus contempor�neos al imperio de Carlos V, hab�a un virrey, como en Arag�n, Catalu�a, Valencia, Sicilia, Cerde�a, N�poles y Navarra. En los Pa�ses Bajos tenia un gobernador general, que fue su t�a Margarita de Austria (hasta su muerte en 1530) y posteriormente, hasta 1558, su hermana Mar�a de Hungr�a. Los dominios alemanes hab�an quedado en manos de su hermano Fernando. Su pensamiento se asentaba en la idea de que la uni�n familiar constitu�a el mejor soporte para su vasto imperio. Tambi�n las Indias, Per� y Nueva Espa�a estaban gobernados por virreyes.

Tanto en Espa�a como en sus otros reinos, el gobierno de Carlos V constituy� una monarqu�a personal ejercida a trav�s de instituciones centralizadas, pero no unificadas. De este modo el monarca, antes que rey de Espa�a, lo era de Castilla, Arag�n, etc., y su poder estaba condicionado por las leyes locales. Carlos se vali� del Consejo Real, heredado de sus abuelos, los Reyes Cat�licos, y lo reorganiz� en consejos especiales seg�n las distintas tareas administrativas. Hab�a dos tipos de consejos, el de Estado y los que integraban el cuerpo administrativo propiamente dicho.

La modernizaci�n de los �rganos de gobierno requiri�, conforme a los criterios del emperador, la progresiva exclusi�n de los consejos de los miembros de la nobleza y del clero, incluyendo en su lugar a consejeros procedentes de la clase media y juristas. Como dato revelador, en las cortes de Toledo de 1538 fueron expulsados nobles y eclesi�sticos con el pretexto de su oposici�n a la sisa, impuesto directo sobre el consumo de carne, harina y otros alimentos.

En la pr�ctica, Carlos V ten�a contacto con los consejos a trav�s de sus secretarios, motivo por el cual la figura de �stos cobr� gran importancia durante su reinado. Como los otros �rganos de gobierno, las secretar�as se asentaban sobre criterios nacionales y no imperiales. Entre la masa de secretarios de Carlos, destacaron Francisco de los Cobos y Nicolás Perrenot, señor de Granvela. Carlos tuvo siempre plena conciencia del poder y las bander�as de los secretarios. As�, cuando en 1543 dej� a su hijo Felipe como regente de Espa�a, le remiti� las famosas Instrucciones Secretas de Carlos V a Felipe II, verdadero compendio de consejos para gobernar un imperio, en las que le indicaba c�mo valerse de las rivalidades de los consejeros y de sus ambiciones personales. Asimismo, en ellas recomendaba a su hijo que no otorgara cargo importante alguno a ning�n grande de Espa�a; s�lo deb�a utilizarlos para asuntos militares.

Gran parte del esfuerzo desarrollado por el complejo cuerpo burocr�tico de Carlos V estaba destinado a resolver los problemas financieros derivados de las guerras en los distintos frentes. Castilla llev� el mayor peso de los gastos del imperio, aunque los dominios que m�s le importaban no eran los europeos sino los de Am�rica. De all� proced�an los cargamentos de oro y plata, al tiempo que se ensanchaba una v�a de comercio de importancia vital para el desarrollo del reino. Las finanzas marcaron desde el principio el imperio de Carlos V. Fueron los Fugger, los banqueros alemanes, quienes propiciaron la elecci�n de Carlos y quienes en varias ocasiones procuraron empr�stitos para financiar las continuas guerras imperiales.

Pero no fue hasta 1540 cuando empezaron las verdaderas dificultades financieras de la corona. La situaci�n lleg� a extremos tan graves que los ingresos ordinarios por impuestos estaban gastados de antemano cuando se cobraban, y hasta los ingresos de Indias estaban comprometidos. Las campa�as de Argel y las guerras contra Francia y contra los pr�ncipes luteranos esquilmaron las arcas reales. En 1541, fracasada por segunda vez la cruzada africana contra el turco, la crisis econ�mica se agudiz�.

Un sue�o derrotado

El principal objetivo de la pol�tica francesa fue resistir al poder de los Habsburgo, ali�ndose tanto con los alemanes como con los turcos. Carlos V tuvo en el Imperio otomano un enemigo poderoso por tierra y mar. Si bien en 1529 Carlos había contribuido a detener en las mismas puertas de Viena a las huestes del emperador turco Solim�n el Magnífico, el ej�rcito cristiano debi� ceder en Argel. El poder�o mar�timo de los turcos se hizo sentir en el Mediterr�neo: la toma de Bizerta y T�nez en 1534 requiri� del emperador un esfuerzo personal para su conquista, que se produjo al a�o siguiente.


Carlos V anuncia al papa la conquista de Túnez

La expedici�n contra T�nez, que reuni� cuatrocientas veinte embarcaciones y cerca de treinta mil soldados, sali� del puerto de Barcelona el 30 de mayo de 1535, y el terrible choque con las tambi�n abultadas fuerzas de su adversario se produjo el mes de junio. En los combates dio prueba Carlos de gran ardor y temeridad, acudiendo siempre a los enclaves de mayor peligro y lidiando, lanza en ristre, contra los jinetes enemigos.

Por fin, tras el asalto general a la fortaleza de la Goleta (14 de junio de 1535), se intern� hasta la ciudad de T�nez, donde puso en fuga al pirata Barbarroja, brazo de Solim�n. Antes de entrar en la ciudadela algunos comisionados se llegaron hasta el emperador para entregarle las llaves y pedir su protecci�n, pero Carlos no pudo sujetar la violencia de sus encrespadas tropas, los cuales se entregaron a toda suerte de atropellos y desafueros. Sin embargo, Barbarroja continuar�a asolando desde Argel las costas baleares y levantinas. En 1538 Andrea Doria, al mando de la flota cristiana (mucho m�s potente que la turca), result� derrotado en la costa de Epiro. Fue el principio del descalabro cristiano que culmin� en 1554 con la p�rdida de Bug�a, en la costa argelina.

Derrotado en este frente, Carlos V tambi�n se vio forzado, al a�o siguiente, a firmar la Paz de Augsburgo con los pr�ncipes luteranos y a ceder en gran parte de sus pretensiones. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el emperador hab�a dirigido su testamento pol�tico a su hijo Felipe ya en enero de 1548, y dos a�os m�s tarde comenz� a escribir sus memorias. A lo largo de su vida, el emperador hab�a dado sobradas muestras de hero�smo en m�ltiples batallas, como por ejemplo cuando sus tropas desembarcaron en Argel el 13 de octubre de 1541 y al d�a siguiente una espantosa tempestad dispers� los barcos de su escuadra, destruy� las tiendas de campa�a y caus� la muerte de numerosos soldados. En aquella ocasi�n, Carlos vendi� sus magn�ficos caballos para socorrer en algo a sus hombres, y en la retirada combati� a pie. Como sus soldados tem�an que los abandonase, el emperador embarc� en la �ltima galera de forma que todos pudieran verlo. Pero en 1555 su �nimo estaba definitivamente abatido y padec�a terribles dolores a causa de la gota. Sostener su colosal imperio hab�a agotado sus fuerzas.


La abdicación de Carlos V

El 25 de octubre de 1555, en un emotivo discurso ante la asamblea de los Estados Generales reunida en Bruselas, Carlos abdic� en favor de Felipe (que reinar�a como Felipe II) la soberan�a de los Pa�ses Bajos. Tres meses m�s tarde le cedi� también las coronas de Castilla y Le�n, Arag�n y Catalu�a, Navarra y las Indias. Lo mismo hizo con el reino de N�poles, el de Cerde�a, la corona de Sicilia y el ducado de Mil�n. En el mes de septiembre de 1556 cedi� el imperio a su hermano Fernando I y, dejando a Felipe en Bruselas, se embarc� hacia Espa�a. Hab�a comprendido que el t�tulo imperial carec�a de valor sin el sustento de las armas, y por ello no hab�a dudado en repartir sus dominios entre las que consider� las cabezas m�s importantes de su dinast�a: su hermano Fernando y su hijo Felipe.

Obsesionado por la muerte, el temor a Dios y la angustia religiosa, vivi� los dos �ltimos a�os de su vida en el retiro mon�stico. El lugar de reposo elegido fue el austero monasterio de Yuste, en la provincia espa�ola de C�ceres, situado en un abierto valle y rodeado de hermosos robledales y grandes casta�os. Ingres� all� el 3 de febrero de 1557, pero sigui� manteniendo una intensa comunicaci�n con Felipe II, que a menudo requer�a sus consejos, y no dej� nunca de interesarse por los asuntos p�blicos.


Carlos V en Yuste (1837), de E. Delacroix

Llev� a aquel apartado lugar sus preciosos muebles, su vajilla de plata, su magn�fico vestuario y cincuenta servidores; una vez instalado, ocupaba sus horas en largas charlas sobre religi�n con el jesuita San Francisco de Borja, que antes hab�a sido el gran duque de Gand�a, y pudo de nuevo consagrarse a sus aficiones (las matem�ticas y la mec�nica), e incluso lleg� a construir algunos relojes. De hecho, sus embajadores en el extranjero, conocedores de su debilidad por ellos, le enviaban los m�s preciosos y art�sticos relojes procedentes de diversos pa�ses europeos, piezas �nicas en su g�nero con las que entreten�a su tiempo. Coleccion� adem�s pinturas de los grandes artistas de la �poca, como Tiziano, y de los primitivos italianos y flamencos. Le�a libros piadosos y de historia (sobre todo a Julio C�sar, T�cito, Boecio y San Agust�n), cantaba con los monjes en el coro y organizaba solemnes funerales por su alma que presenciaba t�tricamente en la iglesia del monasterio.

Tras recibir la extremaunci�n, falleci� en la madrugada del 21 de septiembre de 1558, dejando tres hijos leg�timos de su matrimonio con do�a Isabel de Portugal (Felipe II, Mar�a de Austria, reina de Bohemia, y Juana de Austria, princesa de Portugal), adem�s de varios bastardos, entre los cuales el m�s c�lebre ser�a don Juan de Austria, concebido por la rolliza campesina Barbara Blomberg en 1545. Joven de simpat�a arrolladora, Juan de Austria habr�a de comandar, a�os m�s tarde, las fuerzas espa�olas frente a las turcas en la batalla de Lepanto, y llegar�a a ser gobernador de los Pa�ses Bajos.

La ambici�n de Carlos V de resucitar un Sacro Imperio Romano fundado en la unidad religiosa hab�a fracasado. Hab�a creado, en cambio, el primer imperio colonial moderno, el imperio en que nunca se pon�a el sol. Los m�s bellos retratos del emperador, a quien no desagradaba posar para los pintores, se conservan en el Museo del Prado de Madrid y son obra del gran pintor veneciano Tiziano Vecellio. En el que tuvo ocasi�n de realizar en 1533 en Bolonia, el modelo viste el suntuoso traje con el que fue coronado por el pont�fice Clemente VII y sujeta con la mano izquierda el collar de un lebrel. El m�s majestuoso lo muestra a caballo seg�n apareci� en la batalla de M�hlberg, pomposamente cubierto de armadura, portando una larga lanza y tocado con yelmo empenachado. Aunque �ste es quince a�os posterior, en ambos el genio de Tiziano supo revelar en la mirada de Carlos V el m�s acusado de los rasgos de su car�cter: su inextinguible tristeza, su pertinaz melancol�a.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].