podcast

Podcast

juana-de-arco

Foto: FINE ART / AGE FOTOSTOCK

Curiosidades de la Historia: Episodio 72

Juana de Arco, el proceso contra la Doncella de Orleans

Siguiendo las «voces» de Dios, Juana de Arco guió a los franceses en su combate contra la ocupación inglesa. Capturada en 1430, sus enemigos la sometieron a un proceso por herejía en Ruán que terminó con su condena a morir en la hoguera.

Foto: FINE ART / AGE FOTOSTOCK

Puedes escuchar todos los capítulos del programa "Curiosidades de la historia" en tu plataforma favorita de podcast aquí:

Spotify | Ivoox | Apple Podcast | Google Podcast

TRANSCRIPCIÓN EL PODCAST

El 21 de diciembre de 1430, los profesores de la Universidad de París escribieron una carta al rey de Inglaterra: «Hemos oído estos últimos días que está en vuestro poder esa mujer llamada la Doncella, de lo que nos alegramos mucho, confiados en que por orden vuestra esa mujer será puesta en justicia para reparar los grandes maleficios y escándalos sucedidos notoriamente en vuestro reino por su culpa, en gran perjuicio del honor divino de nuestra santa fe y de todo vuestro buen pueblo».

Los doctores parisinos se referían a Juana de Arco, capturada unos meses antes y que acababa de ser entregada a los ingleses. La acusaban de provocar «escándalo» en Francia por haberse puesto al frente de un ejército con la pretensión de ser una enviada de Dios; ella, que no era más que una campesina de 18 años.

El proceso contra Juana se abrió unos días más tarde y terminó tal como se había decidido de antemano: con la condena a muerte y la ejecución de la joven en la hoguera. Luego esparcieron sus cenizas en el río, con el propósito de borrar totalmente su memoria. Pero no fue así. El proceso no hizo sino acrecentar la leyenda de la heroína que había salvado a Francia y que había llevado su sacrificio hasta el martirio.

El proceso contra Juana se abrió unos días más tarde y terminó tal como se había decidido de antemano: con la condena a muerte y la ejecución de la joven

Lo que se discutía en el juicio era la realidad de la misión divina de la joven Juana. Desde que tenía 13 años, aquella hija de una modesta familia campesina de la aldea de Domrémy, en Lorena, había escuchado «voces» y visto apariciones de los ángeles que la instaban a ir en auxilio del rey de Francia, Carlos VII Valois, al que los ingleses habían obligado a renunciar a sus derechos en beneficio de Enrique VI de Inglaterra.

A principios de 1429, Juana se presentó en la corte de Carlos VII en Chinon y, tras ser examinada por una comisión de teólogos, los convenció de que Dios la había enviado para «librar al pueblo de Francia de las calamidades que sufre». La prueba definitiva llegó cuando la Doncella se puso al frente de las tropas que lograron liberar la ciudad de Orleans del asedio inglés y, pocas semanas después, Carlos VII fue coronado solemnemente en la catedral de Reims en presencia de la joven profetisa guerrera.

Pero pronto las tornas cambiaron. En vez de «sacar a patadas de Francia a los ingleses», como había vaticinado, Juana y su ejército sufrieron varios reveses militares. Aún peor: el 23 de mayo de 1430 ella misma fue capturada por los hombres del duque de Borgoña cerca de Compiègne, al norte de París. Juana no era, pues, ni invencible ni invulnerable; por tanto, no era una enviada de Dios ni sus obras habían sido milagros divinos. ¿Qué eran entonces? Los ingleses y sus aliados franceses lo tenían claro: obras del diablo, de una herética que iba contra los mandamientos de la Iglesia ortodoxa y a la que había que juzgar y condenar.

La motivación de estas acusaciones, sin embargo, era puramente política: condenando a Juana como hereje, los ingleses querían demostrar que la coronación de Carlos VII había sido obra de una endemoniada. Por ello no pararon hasta que los borgoñones les entregaron la prisionera a cambio de un jugoso rescate, y a continuación decidieron someterla a un proceso inquisitorial para demostrar que era una bruja o una hereje.

Artículo recomendado

ARTICULO juana

Muerte entre llamas: Juana de Arco en la hoguera

Leer artículo

En manos de la Inquisición

A finales de 1430, los ingleses trasladaron a la prisionera a Ruán, capital de Normandía, ciudad que administraban directamente y donde residían el joven Enrique VI y el duque de Bedford, regente de Francia. Éstos pusieron al frente del proceso a un clérigo francés de su confianza, Pierre Cauchon, obispo de Beauvais; era un antiguo servidor del duque de Borgoña que también había sido miembro del consejo del rey de Inglaterra. Junto a él se puso a un inquisidor, el dominico Jean Le Maître, que, sin embargo, pronto escurrió el bulto.

Después de una pesquisa en el pueblo natal de Juana para recoger «pruebas» de su herejía, el 3 de enero de 1431 se formularon los cargos contra la Doncella. Entre ellos se incluían haber violado la ley divina al vestirse como un hombre e ir armada, haber engañado al «sencillo pueblo» haciéndole creer que Dios la enviaba, creer en supersticiones y «falsos dogmas», y, por último, haber cometido «ofensa divina», o sea, herejía. Unos días más tarde, al abrir el juicio, Cauchon la declaró sospechosa de realizar hechizos e invocar demonios, es decir, añadió una acusación de brujería.

El 21 de febrero, Juana compareció por primera vez ante el tribunal. Junto a Cauchon participaban numerosos asesores –clérigos, prelados, teólogos y abogados en su mayoría–, de modo que, en total, Juana tuvo frente a ella a un centenar de jueces durante los cinco meses que duró su proceso. La acusada debió defenderse por sí misma, pues se la privó de abogado.

Sin duda, los clérigos pretendían intimidar a la joven e inducirla a admitir las imputaciones, reconocer su culpabilidad y obtener una rápida condena. «Hacían a la pobre Juana interrogatorios muy difíciles, sutiles y engañosos –dice un contemporáneo–, hasta el punto de que muchos clérigos y letrados allí presentes habrían tenido problemas para contestar, por lo que muchos murmuraban».

Pero la joven supo defenderse. Sus réplicas cortantes desarbolaban a menudo a los jueces y despertaban la admiración del público. «Respondía con mucha prudencia, tanto que los asistentes se maravillaban», decía uno. Callaba cuando le convenía y evitaba las trampas dialécticas. Una vez le preguntaron si estaba segura de estar en la gracia de Dios; si contestaba que no, reconocía ser una falsaria, mientras que si decía que sí, afirmaba estar fuera del juicio de la Iglesia; de manera que Juana contestó: «Si no estoy en ella [en la gracia], que Dios me ponga, y si lo estoy, que me mantenga».

La confesión que no llega

Pasadas unas semanas, Cauchon cambió de táctica. En vez de multiplicar las acusaciones, dejó de lado los cargos de brujería y se concentró en unos pocos hechos que permitieran condenar a Juana por herejía. A principios de abril se aprobó una lista de doce artículos de acusación que a continuación fue sometida al examen de las facultades de teología y de derecho canónico de la Universidad de París.

Mientras esperaba la respuesta de París, Cauchon intentó convencer a Juana para que reconociera sus errores e hiciera penitencia. Primero se ensayó la suavidad, proponiéndole que unos teólogos la instruyeran y le mostraran sus errores. Luego vino la conminación autoritaria, mediante una sesión solemne en la que se le ordenó someterse a la autoridad de la Iglesia. Por último, el 9 de mayo la amenazaron con torturarla y fue llevada ante el verdugo y sus instrumentos. Todo fue en vano.

El uso de ropa masculina la hacía sospechosa de idolatría y de paganismo. Otros doctores aseguraban que Juana era, sin más, una hereje

Las respuestas de los doctores parisinos fueron conformes a lo esperado. Para algunos de ellos, Juana era o una mentirosa o una invocadora de espíritus malignos y, en este último caso, las figuras que se le habían aparecido no eran la del arcángel Miguel, santa Catalina y santa Margarita, como pretendía, sino las de los demonios Belial, Satanás y Behemoth. El uso de ropa masculina la hacía sospechosa de idolatría y de paganismo. Otros doctores aseguraban que Juana era, sin más, una hereje, y si no se arrepentía debía ser castigada como tal.

Artículo recomendado

Batalla de Crécy (1346)

La Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra

Leer artículo

Víctima propiciatoria

El 23 de mayo, se leyeron a la acusada las opiniones de las facultades y se le dirigió una «exhortación caritativa» para que se retractase. Ante su negativa, a la mañana siguiente se la llevó a un lugar en las afueras de Ruán y se la colocó frente a la hoguera. Mientras Cauchon proclamaba el fallo final, Juana declaró in extremis que se entregaba a la autoridad de la Iglesia y aceptó firmar una retractación. Por ello fue sentenciada a cadena perpetua, condena que podía reducirse en caso de buena conducta. Trasladada de nuevo a la cárcel, Juana accedió a vestirse como mujer.

Sin embargo, cuando cuatro días después los jueces fueron a visitarla, la encontraron nuevamente con ropas de hombre. No sólo eso: al preguntarle si aún creía «en las ilusiones de sus supuestas revelaciones», Juana les anunció que la misma noche en que regresó a la cárcel había oído las voces otra vez y le habían reprochado su «traición». La «recaída» suponía una condena segura, justo lo que habían estado buscando sus acusadores desde el inicio del proceso.

Cauchon, al salir de la prisión, mostró su regocijo reuniéndose con gran número de ingleses a los que entre risas les dijo en voz alta: «Farewell, farewell, podéis daros un buen festín, todo está listo». En la mañana del 30 de mayo, durante una ceremonia pública celebrada en la plaza del Viejo Mercado de Ruán, Juana fue condenada como «hereje relapsa» y de inmediato conducida a la hoguera, donde ardió profiriendo repetidamente, hasta el último aliento, el nombre de Jesús.

Artículo recomendado

Batalla de Crécy (1346)

La Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra

Leer artículo