Conforme avanzamos hacia el 2 de junio la polarización política se radicaliza. La tensión será mayor mientras más cerca esté la fecha de la cita en las urnas: está en disputa no solo el poder sino el modelo y los principios para ejercerlo.

Habrá quienes opinen que esto es normal y nada hay de preocupante en el despiadado clima que impera en esta liza de 2024. Sin embargo, lo que en está ocurriendo no es lo habitual. No, por lo menos, si lo cotejamos con los procesos electorales del periodo de la transición democrática 1997-2018.

No es normal, aunque sea cotidiano, que estemos frente al proceso más violento y sanguinario de nuestra historia; no hay precedente de la cantidad de candidatas y candidatos asesinados, agredidos, secuestrados y desaparecidos cuando aún faltan 40 jornadas de campaña.

No es normal, aunque ya sea parte del elenco nacional, el impune posicionamiento del crimen organizado como actor relevante en el proceso; factor determinante en los cada vez más extensos territorios que controlan y donde el Estado ya no existe. En esos feudos medievales, mercedados por la doctrina de abrazos y no balazos, no hay más ley que el terror criminal que esclaviza a miles de indefensas familias. Obviamente, en esas zonas, si se llegaran a instalar casillas, no se realizará algo que merezca el nombre de elecciones libres.

No es normal, aunque impere el cinismo, que se reconstruya a la vista de todos, el partido de Estado financiado con recursos públicos y con toda la maquinaria del poder público operando, como en la época de oro de los totalitarismos, en apoyo al partido oficial.

La lista de anormalidades es larga; con las aquí mencionadas bastaría para probar un hecho histórico lamentable: el régimen de la transición democrática, que hizo posible en México el sufragio libre y respetado está fracturado; la elección de este año podría significar su muerte definitiva o renacimiento.

Las ciudadanas y ciudadanos de México son plenamente conscientes del riesgo en el que encuentra la libertad y la democracia de nuestro país. Han tomado las calles en dos ocasiones, para defender y respaldar la independencia del INE de los intentos del poder para someterlo. Tristemente, a pesar de su exigencia el “el INE no se toca”, a este y al TEPJF sí lograron trastocarlos.

La estabilidad republicana está agrietada. El sano equilibrio entre los poderes ha sido pervertido. En este caos, pretenden imponer su dominio absoluto.

El único factor que puede salvar el orden republicano y la democracia pluralista es el poder ciudadano. Históricamente han sido las mujeres y hombres de diversas generaciones las que con esfuerzos concatenados e incrementales lograron que México se democratizara. En el documental ¿Y yo por qué? La historia del poder ciudadano en México (https://.www.youtube.com/.watch?v=Tr4VB5LCLjs) se reseña que la libertad y la democracia en nuestro país no fue regalo del gobierno, ni de los poderosos, ni de sus compadres oligarcas rentistas. Es conquista de millones de ciudadanas y ciudadanos que un día se hicieron esa interrogación y decidieron actuar, tomando en sus manos el destino de su libertad. La misma pregunta nos debemos plantear en estas horas cruciales.

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