Carlos IV de Luxemburgo, el emperador que lideró Europa desde Praga

Carlos IV, el emperador que lideró Europa desde Praga

Sacro Imperio

Carlos IV de Luxemburgo, rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio Romano, fue un humanista ‘avant la lettre’ que quiso hacer de Praga la nueva capital de Occidente

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El emperador Carlos IV, por Meister Theoderich von Prag.

El emperador Carlos IV, por Meister Theoderich von Prag.

Dominio público

La crisis del siglo XIV cambió el mapa demográfico y social de Europa. La guerra de los Cien Años castigó a Inglaterra y Francia, involucrando, de rebote, a Castilla, Navarra y Aragón. La peste negra de 1348 se cobró en vidas a un tercio de la población europea, lo que derivó en menos mano de obra agrícola, menos alimentos disponibles, menos ingresos para los nobles y más impuestos para sangrar a la población.

Sin embargo, muchas de estas calamidades pasaron de puntillas por Europa central. Bohemia, un territorio que se corresponde con parte de la actual República Checa, se convirtió, temporalmente, en el nuevo centro político, económico y cultural del continente.

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Pero su gran baza fue el reinado de un gobernante que comprendió cuál debía ser el nuevo rumbo político. El modelo feudal acababa de iniciar un lento pero irreversible declive. Como otros monarcas visionarios de su tiempo, Carlos IV se apoyó en las ciudades, y no en la nobleza, para gobernar. Y entre todas las ciudades, la niña de sus ojos iba a ser Praga.

De las mazmorras a París

En realidad, aunque nació en ella en 1316, Carlos no tuvo ocasión de conocerla hasta la edad adulta. A nuestro protagonista lo bautizaron con el nombre de Wenceslao en el seno de una familia donde no reinaba precisamente el afecto. Su madre, Isabel de Bohemia, era hermana del rey Wenceslao III, que murió sin descendencia. La solución fue casar a Isabel con Juan de Luxemburgo, hijo de un emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero Juan no confiaba en su esposa. Se pasó la vida entera temiendo una rebelión que lo despojara del trono para entregárselo a su primogénito.

Al cumplir Wenceslao los siete años, el rey idea un golpe maestro para mantener a su heredero alejado de los partidarios de su esposa: enviarlo a París. Llega allí en calidad de sobrino de la reina, y su vida da un giro de ciento ochenta grados. En su ceremonia de confirmación le cambian el nombre por el de su anfitrión, Carlos, y lo casan con la primera de sus cuatro esposas, Blanca de Valois.

Carlos y su primera esposa Blanca.

Carlos y su primera esposa Blanca.

Dominio público

El rey de Francia, que no llegará a tener hijos varones, se encariña con su pupilo y se asegura de que reciba una esmeradísima educación. Le enseña el abad Pierre de Rosières, que un día se convertirá en el papa Clemente VI. Años después moverá los hilos para conseguir que su antiguo alumno se convierta en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

En 1331 su padre lo llama a su lado para combatir en el norte de Italia, donde pretende conquistar varias ciudades. El joven príncipe también sabe divertirse. Cuando no está guerreando, se gasta el dinero en juergas y en mujeres. Más cara le sale otra de sus aficiones: combatir en justas y torneos. En una ocasión recibe un lanzazo en el cuello que le rompe la mandíbula y le deja lisiadas las cervicales de por vida.

Reinando sin ser rey

En 1333, Juan envía al príncipe Carlos de regreso a su Praga natal. Alguien debe atender los asuntos del reino de Bohemia. Su madre, a quien apenas conoce, ha fallecido. Los nobles imponen su ley, y el patrimonio real está arrasado. Empeñar castillos le ha servido al rey Juan para financiar su campaña militar en Lombardía. Carlos se hace el firme propósito de recuperar y restaurar el patrimonio real, empezando por el castillo de Praga, que reconstruye al estilo gótico, con un gran salón de gusto francés, de un tamaño jamás visto en Bohemia hasta entonces.

Para recuperar el control del reino, el príncipe se apoya en las ciudades y monasterios reales. Ante los nobles, hace valer su linaje bohemio, pero gobierna sin ninguna clase de reconocimiento formal. El pulso entre padre e hijo se prolonga durante varios años más, hasta que Juan, anciano y prácticamente ciego, empieza a ceder. En 1341, las Cortes ratifican por fin el nombramiento oficial de Carlos como príncipe heredero.

De Corona en Corona

Al cumplir los treinta años, la carrera política de Carlos se vuelve realmente emocionante. El papa Clemente VI tiene dificultades con la cabeza del Sacro Imperio, Luis IV de Baviera, un emperador especialmente díscolo en sus relaciones con la Iglesia. Clemente VI empieza a negociar con los príncipes electores el nombramiento de un nuevo candidato al trono imperial: su antiguo alumno Carlos.

Consigue el apoyo de cinco de los siete electores, pero Baviera, con ciudades tan poderosas como Múnich y Núremberg, no reconoce al nuevo emperador, y sigue apoyando a Luis IV. Las ciudades usadas tradicionalmente para la coronación se niegan a abrir sus puertas al nuevo monarca, que se ve obligado a recibir el título de rey de los Romanos en Bonn, en noviembre de 1346.

Retrato del papa Clemente VI.

Retrato del papa Clemente VI.

Dominio público

Entretanto, Juan de Luxemburgo decide apoyar al rey de Francia en la batalla de Crécy, uno de los episodios más sangrientos de la guerra de los Cien Años. El ejército inglés aniquilará a los franceses y a sus aliados. El padre de Carlos pierde allí la vida. Carlos, ahora legítimo rey de Bohemia, se apresura a regresar a Praga para su coronación. Después parte de nuevo con su ejército, dispuesto a derrotar al rebelde Luis IV, pero un golpe de suerte le evita presentar batalla. Su rival fallece inesperadamente durante una cacería.

Un emperador recién elegido se convierte al instante en rey de los Romanos, pero para poder ostentar el título de emperador del Sacro Imperio necesita una coronación formal en Roma, de manos del papa o de sus emisarios. Una empresa nada fácil, porque, para llegar a Roma, es preciso pacificar el norte de Italia, permanentemente revuelto (el papado está ubicado temporalmente en Aviñón).

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Renunciar a intervenir en la política italiana y blindar la independencia de los estados papales son dos de las condiciones que Clemente VI impone a Carlos IV a cambio de auparlo al trono imperial. Al nuevo emperador no le falta talento diplomático. Consigue ganarse a Rodolfo II de Palatinado casándose en segundas nupcias con su hija, establece nuevas alianzas con los Habsburgo y con distintas ciudades alemanas.

En 1349 se corona rey de los Romanos por segunda vez, esta vez en una ciudad de prestigio, Aquisgrán, y con apoyo unánime. Ahora sí es un auténtico emperador. Pero las relaciones con el papado, aunque buenas, también requieren malabarismos diplomáticos para contentar a la Iglesia sin permitir injerencias en el Imperio. Aún deberá esperar seis años para recibir en Roma el título definitivo, la Corona del Sacro Imperio, tras ceñir también la de Lombardía.

Ley y orden

Poner orden en el caos será una prioridad para Carlos IV durante todo su reinado. Promulga la Bula de Oro, que en adelante regulará la elección del emperador durante cuatro siglos. Su intento de homogeneizar las leyes de Bohemia no obtiene el mismo éxito. Redacta el Codex Carolinus, un ambicioso texto legal al que la nobleza checa se opone en bloque porque fortalece la monarquía en detrimento de la aristocracia.

Para desesperación de su amigo el poeta Petrarca, que aspiraba a devolver a Roma su antiguo esplendor, Carlos IV no mostró el menor interés por reinar desde Italia. Como otros emperadores, prefirió favorecer su propio territorio. Además de embellecer ciudades y castillos, el rey idea distintas maneras de enriquecer Bohemia.

Para ello, lo primero es promover el conocimiento. En 1348 funda en Praga la primera universidad al norte de los Alpes, siguiendo el modelo de la Sorbona. La producción de manuscritos ilustrados se dispara.

Reúne espinas de la corona de Cristo, astillas de la Santa Cruz y clavos sagrados, para engarzarlos en una cruz ceremonial

La agricultura se moderniza con la introducción de nuevos árboles frutales y de viñedos. El monarca se hace traer variedades de uva desde Austria, Borgoña y Champaña, y firma un edicto que obliga a plantar viñas en todas las colinas orientadas al sur en un radio de tres millas de la capital.

Incluso la piedad resulta productiva. Carlos IV es un ávido coleccionista de objetos exóticos y de reliquias. No ceja hasta conseguir que el esqueleto de san Vito viaje desde su tumba en la italiana Pavía hasta la nueva catedral que está construyendo para el santo. Asimismo, reúne espinas de la corona de Cristo, astillas de la Santa Cruz y clavos sagrados, para engarzarlos en una suntuosa cruz ceremonial, que hoy forma parte del Tesoro de San Vito.

La catedral de San Vito, en Praga.

La catedral de San Vito, en Praga.

MathKnight and Zachi Evenor / CC BY 2.5

No es que la devoción del monarca no fuera sincera, pero también dio sus frutos terrenales. En 1369, año en que finalizó la recolecta de reliquias, Praga atrajo a 100.000 peregrinos, que sin duda impulsaron el comercio y la hostelería. La afluencia de turistas, cautivados por una belleza que ha perdurado siete siglos, continúa hoy, pandemia mediante, gracias al talento de un monarca visionario.

Este artículo se publicó en el número 582 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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