Carlos III | El rey más aburrido de Europa (y el más eficaz) - XL Semanal

Carlos III El rey más aburrido de Europa (y el más eficaz)

Rutinario, discreto, austero... Carlos III hizo de la corte española la más aburrida de Europa. Pero también equilibró las arcas, favoreció a las clases populares y construyó edificios como el Museo del Prado. El escritor Juan Eslava Galán repasa la figura del “rey tranquilo”.

Por Juan Eslava Galán

Martes, 16 de Mayo 2023

Tiempo de lectura: 8 min

En su más famoso retrato, el del Museo del Prado, Mengs lo reproduce sin misericordia alguna: feo, ojos ahuevados, enorme nariz borbónica, estatura media, enteco, tez apergaminada y algo cargado de espaldas. Y una media sonrisa burlona como si nos dijera: «Ya veis a lo que me obliga el cargo».

Su Católica Majestad es consciente de que la armadura de acero con que el pintor lo retrata desentona notablemente. Carlos III nunca vistió armadura alguna ni tuvo más contacto con las armas que el propio de su afición a la caza, que practicó hasta con exceso.

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Construir una capital. Cconsciente de que el prestigio de la monarquía requería una capital adornada con bellos edificios públicos, Carlos III se ocupó de embellecer Madrid con monumentos tan característicos como la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado, las fuentes de Cibeles y Neptuno, el Jardín Botánico y el Palacio Real. Por eso se lo ha llamado «el rey albañil».| Cordon.

Conviene recordar que Carlos III, que vino al mundo en Madrid el 20 de enero de 1716, era hijo de Isabel de Farnesio, la segunda esposa de Felipe V, nuestro primer Borbón. Lo precedían en la línea dinástica sus hermanastros Luis y Fernando (habidos de María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa del rey), por lo que parecía improbable que algún día pudiera reinar en España.

Consciente de ello, la ambiciosa y dominante Isabel de Farnesio orientó la política exterior española para colocar a sus hijos en Italia y le consiguió al joven Carlos el ducado de Parma y posteriormente los reinos de Nápoles y Sicilia. Hijo devoto y obediente, Carlos contrajo matrimonio con la esposa escogida por su madre, que fue María Amalia de Sajonia, con la que vivió un matrimonio sin sobresaltos. Tuvieron trece hijos (de los que sobrevivieron siete). El día en que ella murió, pudo declarar: «Este es el primer disgusto que me da». Viudo a los 44 años, se desentendió del sexo y no volvió a conocer mujer.

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La caza, su pasión. Goya retrató a Carlos III en hábito de caza, su gran pasión. La practicaba diariamente, en parte porque creía que el ejercicio físico evitaría que tuviese los problemas mentales que habían tenido su padre, su hermano y su hijo.

En el cuarto de siglo que gobernó Nápoles, Carlos se rodeó de funcionarios eficaces que, sin lesionar los intereses de la nobleza dominante, favorecieron a las clases populares con un gobierno eficaz que desarrolló notablemente la agricultura, la industria y el comercio.

Carlos se hizo querer por el pueblo. Cuando heredó el trono español, tras el fallecimiento de su hermanastro Fernando VI, los napolitanos lo despidieron con muestras de pesar y aceptaron de muy buena gana el traspaso de la corona a su hijo Fernando.

Sanear las arcas

El reinado de Carlos en España fue tan benéfico como en Nápoles. También es cierto que encontró un país bien encaminado por los excelentes ministros del reinado anterior, a muchos de los cuales confirmó en sus cargos. Después de dos siglos de guerras continuas, España había vivido un periodo de paz de trece años que lo ayudó a recuperar los pulsos y sanear la maltrecha economía. Era la primera vez, en siglos, que la monarquía salía de los números rojos.

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María Amalia de Sajonia, la esposa fiel. Con catorce años contrajo matrimonio con Carlos, entonces rey de Nápoles y Sicilia. En 1760, dos años después de su llegada a España, murió de tuberculosis tras veintidós años de matrimonio y trece partos.

En lo personal, Carlos III fue un burgués de vida reglada y morigerados hábitos, amante de la buena administración, del sosiego y de las apacibles rutinas. Durante su reinado, la corte española mantuvo una acreditada fama de ser la más aburrida de Europa. Pasaban los decenios y, del mismo modo que su sastre no tenía que alterar las medidas de sus casacas, su mayordomo tampoco tenía que salirse de la rutina establecida: el rey se levantaba temprano, oía misa, desayunaba una jícara de chocolate y se ocupaba el resto de la mañana en labores de oficina y en recibir los informes de sus competentes ministros.

Su esposa no le dio sobresaltos. El día que murió, el rey declaró: «Este es el primer disgusto que me da»

Llegada la hora del almuerzo, comía en la misma vajilla y usando los mismos cubiertos. El cocinero se atenía a la media docena de platos que agradaban al rey. Tras el almuerzo, Carlos sesteaba (solo en verano) y después pasaba la tarde cazando por los montes del Pardo, su gran y casi única pasión. A lo que parece la afición cinegética del rey, con el ejercicio físico que comporta, encerraba algo de terapia, pues Carlos temía que una vida menos ordenada y deportiva reprodujera en él las taras genéticas de la familia: su padre, Felipe V, había sido un depresivo que desarrolló un trastorno bipolar; su hermano, Fernando VI, padeció demencia progresiva; y su propio hijo Felipe Antonio era deficiente mental. En días de lluvia pasaba el resto del día dedicado a algún ejercicio manual. Al parecer, encontraba muy entretenido tornear palos de sillas.

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Isabel de Farnesio, la madre ambiciosa. Aristócrata italiana de fuerte carácter, fue la segunda esposa de Felipe V y madre de Carlos III. Maniobró en la corte hasta que su hijo logró la corona de España, tras la muerte de su hermanastro Fernando VI.

Hemos de advertir que para la nobleza española cualquier trabajo manual era una deshonra. Carlos III se esforzaba en dar ejemplo de lo contrario. Incluso emitió un real decreto, en 1783, en el que declaró que el trabajo manual no deshonra. Trabajo baldío: a la postre no consiguió que trabajaran ni los nobles ni los mendigos, las dos clases más improductivas y numerosas del reino. También fracasó en su proyecto de arrestar a todos los gitanos del reino y ponerlos a trabajar en labores del Estado.

Un hombre de orden

Monarca ilustrado y reformista («todo por el pueblo, pero sin el pueblo»), Carlos III se fijó dos objetivos: orden y buena administración, nada de dispendios inútiles, y paciente eliminación de los estorbos y antiguallas que atoraban las acequias del progreso, especialmente los privilegios medievales de la Iglesia y de la nobleza absentista (las llamadas 'manos muertas').

Decretó que el trabajo manual no era una deshonra, pero no logró que los nobles trabajasen

El benéfico monarca protegió la agricultura recortando los abusivos privilegios de la Mesta, la omnipotente sociedad ovejera, e instituyendo el libre comercio de granos. Además, impulsó la investigación de cultivos experimentales en las huertas reales de Aranjuez. En cuanto a las industrias, fundó una serie de manufacturas nacionales que suministraran al Estado y a la sociedad los productos necesarios para su defensa y desarrollo (cañones, armas, herramientas, pólvora, porcelana, cristal, tapices…). Finalmente impulsó el comercio colonial mediante la formación de grandes compañías y liberalizó el comercio con América.

Uno de los mayores problemas de España, que se venía arrastrando desde hacía un siglo, era su pobreza demográfica. Carlos III impulsó la natalidad y trasplantó colonos extranjeros a las regiones despobladas, especialmente Sierra Morena, donde el bandolerismo dificultaba las vitales comunicaciones entre Madrid, la capital, y Cádiz, el puerto más importante del comercio americano. Finalmente protegió las artes y las ciencias con su apoyo a las Sociedades Económicas de Amigos del País.

Carlos III se quedó pensativo al escuchar a su hijo y dijo: '¡Qué tonto eres, qué tonto!'

En la política exterior, el reinado de Carlos fue menos afortunado. Aunque era amante de la paz, se vio implicado muy contra su voluntad en la guerra familiar de los Borbones franceses contra la rapaz Inglaterra, a la que tuvo que ceder la Florida, pero luego la recuperó tras auxiliar a las Trece Colonias (germen de los Estados Unidos) en su guerra de la Independencia contra los británicos.

Carlos reinó en España veinticuatro años. A su muerte mereció el título de «padre de sus pueblos», que le da el solitario vítor dedicado a su memoria en la sierra de Otíñar, Jaén. Lo sucedió su hijo Carlos IV, que desde su nacimiento había dado muestras de no ser algo acomodaticio y mentecato. Para muestra, un botón: en una tertulia cortesana se hablaba sobre esposas adúlteras, de las que, al parecer, había muchas en la corte. El príncipe, futuro Carlos IV, dejó caer:

–Nosotros los reyes, en este caso, tenemos más suerte que el común de los mortales.

–¿Por qué? –le preguntó el padre, escamado.

–Porque nuestras mujeres no pueden encontrar a ningún hombre de categoría superior con quien engañarnos.

Carlos III se quedó pensativo. Luego sacudió la cabeza y murmuró con tristeza:

–¡Qué tonto eres, hijo mío, qué tonto!


El creador de la bandera actual

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Hasta el reinado de Carlos III, la bandera española había sido la de la Casa de Borbón, completamente blanca, pero en 1785, siendo rey de Nápoles, Carlos decretó que sus navíos de guerra usaran una nueva bandera roja y gualda para evitar que los ingleses los cañonearan si los confundían con los de otros estados borbónicos enemigos de Albión. Carlos III trajo consigo esa bandera que desde 1843 sería la oficial de España y lo ha seguido siendo hasta nuestros días, excepto durante los años de la Segunda República, en los que se sustituyó por otra con la franja inferior morada, erróneo recordatorio de la supuesta bandera de los comuneros castellanos que se alzaron contra Carlos V. En realidad, el pendón castellano del que tomaron la idea era rojo, pero con el tiempo se había descolorido hasta parecer morado.


Una sucesión 'top secret'

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A Carlos IV, el hijo y sucesor de Carlos III, lo casaron con su prima María Luisa de Parma (de quien recibió el nombre la hierbaluisa), seguramente la reina menos agraciada que ha tenido España, quizá hasta Europa. Esta señora fue tan promiscua que no sabemos a ciencia cierta la parte que cupo al monarca en los catorce hijos (y diez abortos) que tuvo. En el lecho de muerte confesó a su director espiritual, el fraile agustino Juan de Almaraz, que ninguno de sus hijos lo era de su augusto esposo. Fernando VII, el heredero de la corona, lo supo y para evitar que se divulgara la noticia confinó a Almaraz de por vida en un lóbrego calabozo de la fortaleza de Peñíscola. Ignoraba que el fraile, viéndolas venir, había confiado su terrible secreto a un documento que guardó bajo el epígrafe 'reservadísimo'. El memorial ha llegado a nuestros días y actualmente se custodia en el archivo del Ministerio de Justicia.