Fue el primer rey que ocup� el Palacio Real de Madrid en 1764, y a quien se deben las principales se�as de identidad de la naci�n
Con �l nacieron instituciones como el Banco de Espa�a, la Sociedad Econ�mica Matritense o las Reales Academias de Jurisprudencia
Se ocup� de construir en Espa�a m�s de 2.000 kil�metros de carreteras y m�s de 600 puentes
Carlos III de Borb�n, hijo primog�nito de Felipe V y su segunda esposa, Isabel de Farnesio, nacido en Madrid el 20 de enero de 1716, fue uno de los monarcas europeos que ocup� durante m�s tiempo un trono de mando absoluto, en total 57 a�os. Desde que, a sus 15 a�os, sali� de Sevilla en 1731 para hacerse cargo del ducado italiano de Parma, que le hab�a correspondido por herencia, al morir sin descendientes su abuelo materno, el duque de Parma, hasta su fallecimiento en Madrid en diciembre de 1788, a los 72 a�os de edad. En 2016 se celebra el tercer centenario de su nacimiento, reconociendo que ha sido el mejor rey de Espa�a en el Antiguo R�gimen.
En Italia vivi� sus mejores a�os, como duque de Parma y rey de N�poles y Sicilia, hasta que, cumplidos los 43 vino a Madrid para ocupar el trono de Espa�a, al haber fallecido sin sucesi�n su hermanastro Fernando VI. A sus manos vinieron, por sucesivas herencias, tierras y vasallos que gobern� con con firmeza pero tambi�n con bondad casi paternal, con tal acierto que todos lloraron su p�rdida.
Fue el rey de Espa�a al que m�s honras f�nebres celebraron en todos los rincones de la monarqu�a, el �nico cuya biograf�a fue escrita al poco de morir, por dos autores distintos, uno espa�ol y otro italiano. El �ltimo que supo mantener unido el grandioso imperio espa�ol y que fue respetado por los dem�s monarcas de la Europa de las Luces.
La modernidad en N�poles y Madrid
Tanto en N�poles como en Espa�a su reinado dej� una huella perdurable, de tal forma que sus disposiciones y reformas marcaron el comienzo de la modernidad y la transformaci�n de Madrid en una de las m�s brillantes y visitadas de las capitales europeas. Carlos III fue el primer rey que ocup� el Palacio Real de Madrid en 1764, y a quien se deben las principales se�as de identidad de la naci�n espa�ola, unida bajo su mandato, con el himno nacional y la bandera roja y gualda, aplaudida y respetada por todos en su tiempo.
Fue tambi�n quien elev� a los mejores estadistas a puestos de responsabilidad, quien promovi� la geograf�a y la historia nacional protegiendo a los cart�grafos y a los estudios hist�ricos, quien cre� el Archivo de Indias y orden� la traducci�n de la Biblia Vulgata al espa�ol. Fue quien nombr� a la Inmaculada como patrona de Espa�a, quien cre� la Orden de Carlos III para premiar la Virtud y el M�rito, quien dict� las leyes de supresi�n de tasas, libertad comercial y ense�anza primaria obligatoria, quien protegi� la industria nacional y dignific� el trabajo de los menestrales.
Ornatos en la calle Plater�as con motivo de la entrada de Carlos III en Madrid (1760)./ MUSEO DE HISTORIA DE MADRID.
La historia de Madrid, en especial, debe a Carlos III sus mejores instituciones, monumentos y paseos, que hoy definen la fisonom�a de la capital de Espa�a. Con �l nacen el Banco de Espa�a y la Sociedad Econ�mica Matritense, las Reales Academias de Jurisprudencia, la primera c�tedra de Historia de la Literatura y la fabulosa iglesia de San Francisco el Grande. Se crean por su iniciativa las Juntas de Caridad para atender a los pobres, el primer servicio de ambulancias, en sillas de mano (encargado a la Hermandad del Refugio), la Imprenta Real y la mejor edici�n del Quijote (1780), un beaterio de "mujeres arrepentidas voluntarias", el servicio de polic�a y los alcaldes de barrio, la numeraci�n de las casas y las aceras en las calles, cuyo alumbrado con m�s de cuatro mil velas de sebo era responsabilidad de 152 faroleros. En estos a�os se dibujan los mejores planos de Madrid y se protege el naciente turismo, que admira el Paseo del Prado, el Paseo de las Delicias, la Puerta de Alcal�, la Aduana nueva, el edificio del Museo del Prado, y tantos otros que recuerdan la obra embellecedora de Madrid, que le han merecido el marchamo de "mejor alcalde".
Toros, cafeter�as y bailes de m�scaras
Antes del reinado de Carlos III no se conoc�an en Espa�a ni los belenes navide�os, ni la loter�a, ni las corridas de toros con el toreo a pie, ni la prensa de opini�n. El pueblo se acostumbr� a las modas de los saraos y las telas estampadas o bordadas, al lujo desenfrenado, a las pelucas y los abanicos, a las mantillas femeninas, a las tarjetas de visita o a los papeles pintados en las habitaciones, costumbres desconocidas en la austera Espa�a del Barroco.
Durante su mandato nacieron los establecimientos p�blicos para el caf�, que fueron llamados cafeter�as, el primer piano-forte que convivi� con el clavic�mbalo, los bailes de m�scaras, el teatro en prosa, los sainetes, el arte neocl�sico y los tapices de costumbres populares, en sustituci�n de los antiguos asuntos mitol�gicos o b�licos. Import� �rboles y plantas de Am�rica, como los casta�os de Indias, que se multiplicaron por todas las ciudades de la Pen�nsula y orden� plantar miles de �rboles, sobre todo moreras, para el cultivo de la seda.
El Paseo de las Delicias. Francisco Bayeu y Sub�as/ MUSEO DEL PRADO.
Fund� los Colegios de cirug�a de Barcelona y Madrid, las Escuelas de plater�a, relojer�a y joyas preciosas, de grabado, dibujo y cartograf�a, de veterinaria y qu�mica, las f�bricas de porcelana y piedras duras del Retiro. Durante su reinado se convocaron las primeras oposiciones a c�tedra de �mbito nacional, aparecieron los cementerios civiles, los montep�os de protecci�n social y las patatas en la mesa de los madrile�os. Preocupado por la alta mortalidad infantil autoriz� la operaci�n ces�rea y la importaci�n del nuevo biber�n para los lactantes, fabricado en Suiza.
Carlos III se ocup� de construir en Espa�a m�s de 2.000 kil�metros de carreteras y m�s de 600 puentes, aprob� los transportes de diligencias entre C�diz y Barcelona, pasando por Madrid, y de Madrid a Par�s
Carlos III de Borb�n se ocup� de construir en Espa�a m�s de 2.000 kil�metros de carreteras y m�s de 600 puentes, aprob� los transportes de diligencias entre C�diz y Barcelona, pasando por Madrid, y de Madrid a Par�s por Bayona. Encarg� a Olavide la direcci�n de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, mejorando el paso de Despe�aperros, y orden� la construcci�n de los Canales de Castilla y de Madrid, de suerte desigual, en un empe�o por regar las tierras resecas en el primer caso, y como enlace fluvial entre Madrid y Lisboa en el segundo, aprovechando las aguas del Tajo y sus afluentes. Este, como otros muchos proyectos, termin� en fracaso. Pero de todos es sabido que sin proyectos no hay pol�tica que se precie y que sin utop�a no hay progreso.
Revisi�n del Siglo Ilustrado
Con motivo del centenario, la editorial catalana ARPEGIO, con sede en San Cugat del Vall�s, en el coraz�n mismo de Catalu�a, se hizo cargo de la edici�n de la voluminosa obra, que responde al t�tulo de Madrid en tiempos del "mejor alcalde", con 1.600 p�ginas y m�s de 6.000 notas en sus 31 cap�tulos, y cuatro tomos.
Carlos III comiendo ante su corte. Luis Paret y Alc�zar./ MUSEO DEL PRADO.
No creo que exista en la bibliograf�a de nuestro siglo XVIII, que tan bien conozco, ni en la de ning�n otro, estudio que ofrezca m�s datos in�ditos o recopilados de los cientos de especialistas que dedican su trabajo a investigar sobre el Siglo Ilustrado. Se puede decir que esta no es una obra individual, sino que debe su gran valor a los cientos de art�culos publicados en las revistas especializadas, que duermen en las bibliotecas, cubiertas de polvo hasta que alguien abra sus p�ginas para resumir y sacar la sustancia a tantas horas de trabajo.
Como ver� el lector, no es un libro usual de historia, ya sea general o particular. No trata de un pa�s, con sus relaciones diplom�ticas, comerciales o militares, siendo el de Carlos III un reinado de una actividad trepidante, que firma tratados de paz con Francia, patria de la dinast�a, y que lucha en el mar contra Inglaterra, ayudando a los independentistas de las colonias brit�nicas en Am�rica, e intentando recuperar Gibraltar sin conseguirlo.
Ni siquiera trata de la Espa�a peninsular, sino de una espec�fica sociedad, la madrile�a, en el corto per�odo de 30 a�os. Algo inusual en la cr�tica hist�rica, que pasa por alto temas y circunstancias muy concretas, en aras de una generalizaci�n que basta para satisfacer la curiosidad de los m�s, o precisa en demas�a un aspecto de la realidad, orillando otros muchos que no caben en una investigaci�n particular.
Vivir en crisis permanente
La minuciosidad de esta obra sobre la realidad de Madrid en estas tres d�cadas de su historia, abarca todos los detalles de una sociedad en crisis permanente, en continuo cambio. Aqu� se estudia el urbanismo, con la localizaci�n de calles, palacios y monumentos; la localizaci�n de iglesias y conventos; las relaciones sociales y sus costumbres; las monedas en uso; la miseria que se cobijaba en hospicios, c�rceles y hospitales; la piedad y caridad de los madrile�os, su afici�n al teatro y a las modas; el erotismo de los cortejos y de la nobleza ociosa; las costumbres de los barrios "bajos", de majos y manolas; el voraz consumo del chocolate y del caf�; la novedad de la prensa diaria y el incansable trabajo de impresores y encuadernadores; fueron 35 las librer�as existentes en una ciudad de poco m�s de 100.000 habitantes, que contrasta con las existentes hoy d�a para una poblaci�n de unos seis millones de personas; el turismo, el hospedaje y los transportes; la tiran�a de las modas; las dificultades con la censura de los escritores; la cultura art�stica y cient�fica; en fin, las clases sociales, que se resumen en dos: los "privilegiados" y el "pueblo llano" que carec�a de privilegios. Concluye el libro con un cap�tulo sobre la "identidad nacional" y otro sobre "el �ltimo viaje de Carlos III".
" Las costumbres de los barrios "bajos", de majos y manolas; el voraz consumo del chocolate y del caf�; la novedad de la prensa diaria y el incansable trabajo de impresores y encuadernadores"
Este monarca cuyo nacimiento celebramos es �nico en la historia de Espa�a. Si en el libro que ofrezco a los lectores la estructura argumental es la vida y costumbres de la dividida sociedad madrile�a, el verdadero protagonista es Carlos de Borb�n, de una personalidad tan acusada como contradictoria. He dicho �nico porque realmente es as�.
Sincera religiosidad
No hay otro soberano en nuestra milenaria historia que haya llegado al trono espa�ol con una experiencia de gobierno de cerca de 30 a�os. De una sincera religiosidad, o�a misa diariamente y comulgaba todos los meses; durante la Semana Santa visitaba los monumentos eucar�sticos de una veintena de iglesias madrile�as, lavaba los pies a los pobres y ten�a un trato permanente con su confesor, que dorm�a en una habitaci�n contigua a la suya. Quiz�s sea m�s expl�cita de su compleja personalidad la elecci�n de la bandera roja y gualda, sin ning�n signo externo de su devoci�n cristiana, como la cruz que aparece en otras banderas, de Inglaterra, Suecia o Dinamarca.
La motivaci�n �ltima de sus profundas convicciones religiosas no era otra que su �ntima creencia de que Dios le hab�a destinado al trono de Espa�a para su gloria, y que no pod�a apearse de su dignidad regia sin ofenderle. Fue siempre esclavo de sus convicciones y de las regal�as, inherentes a la Corona.
Portada del libro Madrid en tiempos del "mejor Alcalde".
El "siglo ilustrado" espa�ol fue peculiar, como el propio rey, que falleci� en el momento m�s oportuno, sin llegar a conocer los desmanes revolucionarios de Francia. Aqu� no se cortaron cabezas ni los espa�oles depusieron la monarqu�a para proclamar la rep�blica, que a�n tardar�a m�s de un siglo en aparecer. Con este reinado culmina el absolutismo del Antiguo R�gimen, basado en los privilegios, pero al mismo tiempo pone los cimientos de la modernidad
El "siglo ilustrado" espa�ol fue peculiar, como el propio rey, que falleci� en el momento m�s oportuno, sin llegar a conocer los desmanes revolucionarios de Francia.
Desde el punto de vista de quienes vivimos en el siglo XXI no podemos ni comparar ni condenar lo ocurrido hace 300 a�os. Como la vida familiar, la vida nacional es una sucesi�n encadenada de generaciones, todas diferentes, pero de las que no es posible escapar ni arrinconar en el olvido.
El siglo XVIII, y en especial el reinado de Carlos III, es una �poca, no tan lejana, que nos puede dar lecciones de amor patrio, de entusiasmo por el progreso, y de alegr�a de vivir. Deber�amos adentrarnos, aunque sea lentamente, en la lectura de estos cuatro tomos, no s�lo para conocer al "mejor alcalde de Madrid", sino sobre todo para saber m�s de nuestro pasado, porque somos hijos de nuestros mayores, que no conocieron todas las ventajas sociales y pol�ticas, cient�ficas y tecnol�gicas de nuestros d�as.
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