CVC. Carolus. Carlos I en España entre 1517 y 1519: una carrera hacia el imperio. Isidoro Jiménez Zamora
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Literatura

Carolus

Carlos I en España entre 1517 y 1519: una carrera hacia el imperio

Isidoro Jiménez Zamora
Universidad Francisco de Vitoria

El rey Carlos I llegó a España en 1517 para asumir las Coronas de los reinos tras su proclamación de un año antes en Bruselas. Desde ese momento, sus objetivos fueron conocer la situación de unas tierras y unas gentes muy diferentes a las de Flandes y participar activamente en los asuntos de Castilla y Aragón. El joven monarca mostró también gran interés por las noticias, difusas e incompletas, que llegaban del Nuevo Mundo, justo al comienzo de la primera globalización. Pero por la mente del nuevo rey español pasaba por encima de todo la idea imperial. La asunción de tan alta dignidad se convirtió en realidad meses después de la muerte de su abuelo, el emperador Maximiliano I, tras un largo y complejo proceso que Carlos siguió, casi a diario, desde antes de pisar las tierras asturianas. La doble maquinaria puesta en marcha en Europa, por parte del propio Maximiliano y más tarde por su hija Margarita, y en los reinos españoles, con el monarca a la cabeza, junto a su camarilla flamenca, se impuso a otras candidaturas, empleando para ello desde años atrás todo tipo de medios. Así pues, la llegada de Carlos I a España coincidió con los primeros metros de una carrera de fondo que culminó casi dos años después con su elección como el futuro emperador Carlos V.

1. Destinado para ser emperador

La idea para alcanzar el título imperial y suceder a su abuelo Maximiliano estuvo desde muy pronto en la mente del monarca. Seguramente, antes incluso de su proclamación como rey de Castilla y Aragón el 14 de marzo de 1516. Pero fue entonces cuando tomó cuerpo un proyecto personal y familiar en el que, junto a sus consejeros, puso todo su empeño hasta ver culminada la obra. El proceso lo inició Maximiliano que, con una salud cada mes más débil, hizo todo lo posible para que la dignidad imperial siguiera recayendo en los Habsburgo. En esa línea, y ante los vaivenes ocasionados por una descendencia que marcaba los ritmos de modo diferente a lo previsto, parecía lógico que ese título tuviera que ser para su nieto Carlos.

La dirección del Imperio significaba en la práctica estar al frente de Europa, aunque en la época no se utilizara ese término. Sí se empleaba el de cristiandad, cuya consolidación era fundamental para asegurar la unión de los reinos cristianos que se enfrentaban a peligrosas amenazas. Carlos fue consciente de ello desde el principio y se preparó para asumir la defensa de la fe común ante la presión musulmana y el avance de la heterodoxia que finalmente acabaría con la Reforma luterana. Así pues, en el pensamiento carolino, más allá del histórico debate sobre su idea de una Europa unida, está, sin duda, la importancia de alcanzar la Corona imperial para disponer de la autoridad moral sobre la cristiandad. Con su consecución y la alianza del Papa, su misión tenía el objetivo de salvaguardar la pureza de la fe en el mundo occidental conocido. En las Cortes de Santiago de 1520 lo dejó claro el obispo Mota en nombre del emperador electo: «Aceptó este imperio con obligación de muchos trabajos y muchos caminos para desviar grandes males de nuestra religión cristiana… contra los infieles enemigos de nuestra santa fe católica, en la cual entiende con el ayuda de Dios emplear su real persona»1.

Esa idea imperial no se circunscribía únicamente al espacio europeo. No podemos olvidar que el Nuevo Mundo recién descubierto, y que empezaba a ser colonizado, interesó y preocupó desde el comienzo de su reinado a Carlos. Quiso, por tanto, ampliar su visión imperial y darle un sentido universal. Se trataba de una nueva edad bajo el signo del mar, sobre la que fundó la grandeza de su Imperio2. Carlos se convirtió en el emperador de Europa, pero también en el emperador de ese Nuevo Mundo; ambos espacios en conexión y con una misma dirección, aunque lógicamente con unas características, unos problemas y unas estructuras muy diferentes.

La primera vez que Maximiliano I pensó en su nieto para conseguir la Corona imperial fue en 1513, según contaría más adelante el conde palatino Federico: «… me gustaría que este joven señor, mi nieto Carlos, sea elegido emperador»3. Pero fue en 1515, un año antes de que Carlos asumiera la Corona de los reinos españoles, cuando Maximiliano, que contaba con 56 años, empezó a prepararlo para esas altas responsabilidades. Primeramente, adelantando en un año su mayoría de edad, lo que ocurrió cuando el conde de Flandes contaba con 15 años. A continuación, ultimando su llegada al trono español, que culminó con la asunción del título de rey de Castilla y Aragón en Bruselas en 1516. La operación incluía apartar a su hermano Fernando para alejarlo de la Corte castellana y enviarlo a los Países Bajos, al poco de que Carlos llegara a España. Y, por último, y casi en paralelo, diseñando el plan para que su nieto fuera su sucesor al frente del Imperio.

Por su parte, el joven de Gante respondió a lo que se pedía de él y fue cumpliendo el plan trazado por su abuelo. Los acontecimientos hicieron que Carlos tuviera que trasladarse a España para ser reconocido como rey por las distintas Cortes. Un viaje, no obstante, que tardó en realizar un año y medio, mientras organizaba en Flandes el operativo que le permitiría ocupar la plaza de rey de Romanos. Desde septiembre de 1517, ya en tierras españolas, todo se precipitó ante el deterioro de la salud de Maximiliano. Al tiempo que empezaba a conocer a sus súbditos castellanos y aragoneses y comprobaba las dificultades para conseguir los apoyos de las Cortes, su pensamiento y su acción miraban a Europa. Fueron, pues, meses de contacto con los reinos españoles con un ojo puesto continuamente en lo que pasaba en el Imperio. Y así, hasta que logró su objetivo el 28 de junio de 1519, estando en Barcelona. Había vencido a los otros candidatos como Enrique VIII y especialmente Francisco I, al hacerse con un honor que consideraba patrimonio de su familia. Era una muestra de su perseverancia y, también, como recordaba el cronista Alonso de Santa Cruz, de su ambición: «… aunque el Rey a la sazón era mancebo y de pocos años, era de muy altos pensamientos… Y en esto puso mucha diligencia el rey don Carlos, por no perder una cosa que sus antepasados habían tanto tiempo poseído, teniendo por afrenta que sus abuelos hubiesen alcanzado el Imperio con solo ser señores de la Casa de Austria y que él perdiese, teniendo el mismo señorío, y más siendo Rey de España y de las dos Sicilias…»4.

Todavía con un claro espíritu caballeresco, en ese tránsito entre los tiempos medievales y los modernos, Carlos consideró que lograr el título imperial era sobre todo una cuestión de honor y de reputación5. Su abuelo lo tenía muy claro ya en 1513: «… nadie tiene la capacidad ni el poder de mantener la reputación del imperio excepto él»6. Así las cosas, el gasto que hubiera que hacer no era lo más importante, y por eso no dudó en emplear su fortuna y endeudarse con tal de conseguir su objetivo. El prestigio que suponía alzarse con esa dignidad justificaba cualquier tipo de operación.

2. El Imperio desde España

Carlos pisó suelo español por vez primera el 19 de septiembre de 1517. Al igual que había hecho en los Países Bajos, pero ahora en Castilla y después en Aragón, siguió muy de cerca todo lo relacionado con la carrera hacia el Imperio, que se intensificaría a principios de 1519 con motivo de la muerte de Maximiliano. Un mes antes de tocar tierras asturianas, el joven monarca se postuló oficialmente como candidato al Imperio y así se lo hizo saber a su abuelo. Desde la Corte, primero en Valladolid y luego en Zaragoza y Barcelona, atendió los asuntos españoles al mismo tiempo que se informaba y presionaba para alcanzar sus objetivos, en conexión tanto con el enfermo emperador como posteriormente con su tía Margarita.

Maximiliano empezó a contactar con los electores en 1517 para recomendar a Carlos. Un año después, el 27 de agosto de 1518, logró que estos se comprometieran a elegir a su nieto como rey de Romanos, cuando él falleciera, lo que sucedió cuatro meses después7. Carlos se enteró de la noticia en Zaragoza. Hasta allí llegó la carta que el agente de Margarita le escribió desde Augsburgo confirmando que los electores habían decidido por mayoría de siete votos frente a cinco votos de siete que Carlos fuera designado como rey de Romanos8.

Para facilitar la elección, el emperador, ya muy enfermo, intentó en el mes de diciembre ser coronado en Trento por el Papa, pero no lo consiguió. León X jugó sus cartas aproximándose a Francisco I9 y buscando aliados para frenar el paso a Carlos con el fin de apartar a los Habsburgo y evitar el incremento de su poder. En esta disputa por el Imperio, que protagonizó la vida europea durante la primera mitad de 1519, el rey francés fue el gran rival de Carlos, aunque no el único. Al margen de sus múltiples disputas por el control de Italia en los años posteriores, este fue, sin duda, el mayor golpe recibido por Francisco I frente a un adversario al que despreciaba y a quien consideraba peor preparado política e intelectualmente. El monarca francés, conocedor de los movimientos que venía haciendo Maximiliano para despejar el camino a su nieto, se involucró igualmente en esta empresa dos años después de acceder al trono. En 1517, el año en que Carlos había llegado a España, también él había contactado con los príncipes electores para presentar oficialmente su candidatura ante Europa.

Así pues, en 1517 ya se sabía que Francisco I optaba al puesto y que Carlos, el candidato «oficial», también había mostrado sus cartas. Con el fin de acelerar el proceso, la maquinaria diplomática de Maximiliano se puso en marcha. El objetivo era presentar una mejor oferta e intentar desbaratar la francesa. El emperador conoció entonces, de la mano de los electores, las cuantiosas sumas que Francisco I estaba dispuesto a conceder para hacerse con el cetro imperial. Carlos, informado por su abuelo, empezó a tener más claro que cualquier solución pasaba por pagar a los electores más que su rival. Si no había dinero, habría que conseguirlo, aunque fuera endeudándose, como así fue10. Todo parecía empezar bien para el de Gante meses después, ya que en la Dieta celebrada en 1518 en Augsburgo, los electores de Brandemburgo, Maguncia, Colonia, Bohemia y el Palatinado se declararon partidarios de Carlos a cambio de 450.000 francos de oro que se sumaban a otros 75.000 escudos pagados con anterioridad11. Maximiliano había recomendado a su nieto: «si aspiráis a ganar esta Corona, no debéis escatimar ningún recurso». Se refería al dinero y al posible matrimonio de Catalina, la hermana de Carlos, con el margrave de Brandemburgo. Pero tuvo que insistir mucho y arremetía contra el nieto y le pedía que se tomara el asunto en serio: «… si se produce cualquier fallo o negligencia, nos sentiremos muy defraudados de que… por vuestra negligencia todo se venga abajo y se pongan en peligro todos nuestros reinos, dominios y señoríos…»12. Maximiliano, pues, albergaba ciertas dudas sobre los movimientos que iba dando el joven Carlos.

Pese a los esfuerzos, las presiones y las promesas realizadas, Maximiliano vio como sus días se agotaban y, aunque tenía amplias posibilidades, no había seguridad de que Carlos fuera a ser el elegido. El emperador falleció el 12 de enero de 1519 en la localidad austriaca de Wels, un lugar de El Tirol al que había ido a recuperarse en un intento por prolongar algo más su vida. En ese momento comenzó la hora de la verdad para Carlos. La dirección del proceso pasaba a sus manos y para él trabajarían intensamente a sus órdenes su tía Margarita desde Flandes y los agentes enviados a Alemania. Una carrera hacia el Imperio en el que la maquinaria para hacerse con esa importante vacante imperial multiplicó su velocidad.

La familia Habsburgo estaba ligada al Imperio desde 1440 tras la elección del emperador Federico III. Su hijo Maximiliano no consiguió ser coronado por el Papa y, por tanto, no pudo proponer a su nieto como rey de Romanos, lo que hubiera llevado directamente a Carlos al Imperio13. Como recuerda Manuel Fernández Álvarez, hubo que recurrir a la Bula de Oro proclamada por Carlos IV en 1356, que dejaba todo en manos de siete electores: los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, el rey de Bohemia, el margrave de Brandemburgo, el conde del Palatinado y el duque de Sajonia14.

Cuando murió Maximiliano, el 12 de enero, Carlos estaba en Zaragoza y precisamente en esa jornada sufrió un ataque epiléptico15. Los días 10 y 13 había recibido cartas de Alemania avisándole del agravamiento de la salud de su abuelo. La luctuosa noticia llegó a la Corte a finales del mes y el rey se encontraba ya en Lérida. Nada más tener conocimiento de la misma, Carlos se puso en contacto con Jerónimo Vich y Valterra, el embajador en Roma refrendado por el monarca al acceder al trono, que había servido a su abuelo Fernando el Católico y que ahora trabajaba desde allí como consejero real para la candidatura carolina. En una carta cifrada, enviada desde Lérida el 30 de enero de 1519, el rey pidió al diplomático que en cuanto llegara la noticia del fallecimiento de Maximiliano, actuara en su nombre ante el Papa para favorecer su elección, pese a los «impedimentos» que ya estaba poniendo León X16.

Según Louis-Prosper Gachard, prefirió no divulgar la noticia de la muerte de Maximiliano hasta no encontrarse en Barcelona, ciudad a la que llegó el 15 de febrero, pidiendo a las autoridades que rebajaran los actos previstos para su entrada por la muerte del emperador. El 6 de febrero, desde el monasterio de Montserrat, había escrito al Papa para darle cuenta del fallecimiento17. Cinco días más tarde, volvió a dirigirse a Jerónimo Vich desde Molins de Rey para que insistiera ante León X sobre su candidatura y para que mostrara públicamente su adhesión, sobre todo teniendo en cuenta los movimientos que estaba haciendo Francisco I: «… por parte de Francia se han enviado muchos embajadores y personas principales a los electores y a otros príncipes de Alemania». Era urgente que el Papa le mostrara su apoyo: «hablad a su beatitud y decidle que ahora esperamos ver por obras la buena voluntad y paternal amor que nos ha escrito y a vos ha dicho diversas veces que nos tiene…»18. Eso escribía; otra cosa es lo que pensara.

A las dos semanas de llegar a Barcelona, el 1 de marzo, Carlos celebró las exequias de su abuelo en la catedral19. Así pues, en Barcelona, donde iban a tener lugar unas Cortes interminables, Carlos siguió todo el proceso de elección imperial. El otro foco de dirección y negociación estaba en Flandes. Desde ambos lugares, los Habsburgo se disponían a utilizar todos los medios a su alcance para hacer que el Imperio continuara en manos de su familia. A partir de ese momento no hubo ni un solo día en que la Corte no registrara algún tipo de entrada o salida de documentación procedente de Flandes y Alemania o con destino a tierras flamencas y germanas.

Maximiliano, como hemos apuntado, tenía ciertas dudas sobre las posibilidades de Carlos, aun siendo el favorito. Solo dos días después de su muerte, tres de los electores, el arzobispo de Maguncia, el margrave de Brandemburgo y el conde del Palatinado, dieron su apoyo a Francisco I. Para complicar más el camino de Carlos, el 29 de enero, León X, que desde el principio había mostrado sus claras preferencias, hizo pública su adhesión a la candidatura del rey francés tras la renuncia del duque de Sajonia20, a quien había intentado situar en la primera línea. Según su idea inicial, el francés dejaría a los territorios italianos con más autonomía y libertad que si los Habsburgo continuaban al frente del Imperio, teniendo en cuenta la enorme herencia territorial que había reunido el monarca de Gante. Al poco de morir su abuelo, Carlos sólo contaba con el apoyo oficial del nuncio papal, Egidio de Viterbo, en su idea de que era el único rey preparado y con posibilidades para enfrentarse a los turcos21.

En el mes de febrero de 1519, la partida la estaba ganando Francisco I. Las cosas no iban demasiado bien para Carlos. El monarca francés le sacaba ventaja por sus contactos con los electores, a los que había seducido más y mejor desde hacía meses. Para conseguir los objetivos valía todo y Francisco I, ante sus aliados momentáneos, como el de Brandemburgo, dibujaba un panorama en el que Carlos y los españoles no podían quedar peor retratados: «… hay que reparar en su poca edad y en que sus reinos están alejados del Imperio, de tal suerte que difícilmente podría pensar en ocuparse de ambos… Además, las costumbres y formas de vivir de los españoles no son conformes, y hasta son totalmente contrarias a las de los alemanes»22. Por supuesto, para el francés, él y su reino eran la mejor opción: «la nación francesa en casi todo es conforme con la de Alemania, como que de ella viene y ha salido», en clara referencia a la posibilidad de restaurar de algún modo el antiguo imperio de Carlomagno. Todo ello pese a que, en su condición de Habsburgo, la conexión del joven Carlos con el mundo alemán debía ser mucho mayor que la de Francisco I. En esa particular guerra de propaganda, los partidarios de Carlos recordaban que con él, la libertad alemana «tanto espiritual como temporal, no sólo se conservará, sino que se acrecentará». Para añadir que el rey francés «querría tener a los alemanes tan sujetos como tiene a los franceses y apretarlos y exprimirlos a su guisa»23. Cualquier medio era válido por ambas partes para atraer a su causa a quien pudiera servir directa o indirectamente para inclinar en una determinada dirección el voto de cada uno de los electores.

Semanas después de la muerte de su padre, la gobernadora Margarita de Austria comenzó a negociar directamente con los príncipes electores. Tal y como iban los acontecimientos en esos momentos, no lo veía nada claro y temía por el éxito de la empresa. Como se trataba, por encima de todo, de que la familia continuara dirigiendo el Imperio, puso sobre la mesa una opción que Carlos no aceptó de ningún modo: la candidatura de su hermano Fernando24. El monarca no titubeó y recordó a su tía que solo él, como jefe de la dinastía, elegido además por su abuelo, tenía que ser el candidato, lo que le comunicó por carta el 5 de marzo de 151925. Con firmeza y un cierto tono agresivo que recordaba al de su abuelo, afirmaba: «estamos absolutamente decididos a no escatimar nada y hacer todo lo que esté en nuestra mano para conseguir nuestra elección, que es lo que más deseamos en este mundo»26. Carlos no podía entender cómo su tía había podido dar ese giro y le exigió que no volviera a plantear semejante posibilidad, al tiempo que pedía a su hermano Fernando que fuera leal y que no se dejara convencer por algo que no iba a producirse.

Para entonces y ante las dudas que presentaba la candidatura, Carlos ya había decidido volcarse de manera directa y no cesó en su empeño, sin escatimar recursos. A mediados de febrero, lo primero que hizo nada más llegar a Barcelona, en medio del luto por la muerte de su abuelo, fue escribir a los siete electores para pedirles su apoyo a cambio de lo que fuera. Y también, según cuenta Alonso de Santa Cruz, a todos los amigos y parientes de la Casa de Austria27. Estaba dispuesto a escuchar peticiones y a hacer generosas ofertas, que mejoraran las del rey de Francia. El Imperio tenía que quedarse en las mejores manos y en las de quien más lo merecía, es decir en las suyas.

Margarita, por su parte, tras el disgusto con su sobrino y el breve desencuentro, pasó página, aceptó todo lo que venía de Carlos y reanudó su tarea negociadora. Había que lograr cuanto antes que los electores dieran la espalda al francés, ofreciéndoles lo que fuera preciso. A ello se dedicó durante estos meses en línea directa con un equipo de diplomáticos flamencos y alemanes que operaban sobre el territorio germano, entre los que se encontraban Matthäus Lang y Maximiliano de Zevenberghen28. Los frutos no tardarían en llegar.

Para ver un cambio en la balanza hubo que esperar al mes de abril. Al final, la negociación, el soborno y las promesas la inclinaron del lado de Carlos. La alianza del Papa iba por otro camino y era más difícil. El 14 de marzo, León X seguía con su apoyo firme a Francisco I e intentaba convencer al arzobispo de Maguncia a cambio de nombrarlo nuncio perpetuo en Alemania29. Todo servía con tal de impedir que el rey español engrandeciera su poder. Pero, como decimos, las cosas empezaron a cambiar muy pronto. Las presiones de todo tipo, incluida la militar, comenzaron a dar resultado. Algo, por cierto, que venía haciendo el rey francés y que ahora también se disponía a ejecutar Carlos. Así, el 23 de abril se hizo con los servicios del ejército de la Liga de Suabia para frenar a los franceses, ocupar alguna ciudad y convencer, con el uso de la fuerza, a los electores30. En todo caso, ante las presiones de una y otra parte, los tres votantes eclesiásticos y el conde del Palatinado decidieron unir sus fuerzas y no comprometerse aún en la elección sin estar todos de acuerdo31.

La archiduquesa Margarita gastó enormes cantidades de dinero en regalos y sobornos, gracias a los créditos concedidos por los banqueros Fugger y Welser, especialmente los primeros. Carlos insistía para que así se hiciese, sin escatimar medios: «en una cuestión de tal importancia y peso, esta vez no queremos omitir nada. La instamos como siempre a perseverar en sus buenos esfuerzos con la confianza que tenemos en usted»32. En ese gran desembolso económico para pagar y contentar a los electores estuvo la clave que desequilibró la balanza.

Si en el mes de abril el aspirante Habsburgo ya estaba el primero en la carrera, en el de mayo logró situarse con una sustanciosa ventaja. Un elector clave, Federico de Sajonia, se sumó a la candidatura carolina el 18 de ese mes33. El Papa ya daba por perdida la batalla. Aunque Francisco I lo siguió intentando y apoyó a otros, como a Joaquín de Brandemburgo o al elector de Sajonia, el monarca francés no tuvo más remedio que retirarse, no sin agotar todo tipo de maniobras. En esa recta final, a la desesperada, arremetió contra Carlos por la supuesta demencia de su madre. Mientras, el rey español atacaba al francés por su autoritarismo. Pero por muchas fisuras que pretendiera ocasionar Francisco I, la opción carolina ya no tuvo rival. Su ascendencia germana, el cambio de posición del Papa obligado por las circunstancias, el importante apoyo de Federico de Sajonia, y, por supuesto, el dinero empleado para pagar a los electores, especialmente mediante los préstamos firmados con la familia Fugger, dejaron a Carlos de Habsburgo en una indiscutible primera posición.

Las dudas fueron despejándose claramente y a ello contribuyó también la reina Germana de Foix. La viuda de Fernando el Católico se sumó a la causa brindando todo su apoyo a Carlos. Lo hizo económicamente, pero sobre todo ejerciendo su influencia al aprovechar su matrimonio con Juan de Brandemburgo, cuyo tío era uno de los siete príncipes electores35. Una muestra más, sin duda, del apoyo y la gratitud de Germana hacia Carlos.

El futuro emperador llegó a aceptar incluso una capitulación impuesta por los electores, que, aunque no fue respetada pasado el tiempo, incluía la creación de un órgano de gobierno para el Imperio con sede en Nuremberg cuando él estuviera ausente, y contemplaba que no hubiera pactos con otros países, que no entraran ejércitos extranjeros en el Imperio, que los cargos fueran solo cubiertos por alemanes, etc.36. Desde luego, en el triunfo carolino pesaron la idea y las promesas de respeto a las libertades germanas, pero, por encima de todo, la cuestión económica. Carlos gastó 851.918 florines de oro. Una fuerte cantidad, difícil de justificar en Castilla pese a lo conseguido, que fue adelantada en su mayor parte por los grandes banqueros de Augsburgo (543.585 florines por parte de Jacob Fugger y 143.585 aportados por Bartolomé Welser; el resto fue proporcionado por el florentino Filippo Gualterotti y los genoveses Fornari y Vivaldi)37. Comenzaba así una cadena de préstamos que en el futuro llevaría a las arcas imperiales al colapso financiero, que era lo mismo que constatar que Castilla se llenaba de razones al verse sin liquidez una y otra vez ante las empresas extrapeninsulares a las que tendría que hacer frente Carlos en las próximas décadas. Pero ni en ese momento ni en los siguientes años se vio este problema. Gracias a ese descomunal desembolso, y, claro está, sin olvidarse de la apelación a los designios divinos que favorecían la candidatura, las Cortes española y flamenca se mostraban ya muy optimistas en los primeros días de junio.

3. Carlos, rey de Romanos

La ciudad de Fráncfort empezó a prepararse para la gran ceremonia de elección del nuevo emperador. El 9 de junio llegaron las primeras delegaciones de los electores con sus correspondientes séquitos. Una semana más tarde tuvo lugar la primera votación, con mayoría para el duque de Sajonia, pero con resultado insuficiente, por lo que fue anulada. Francisco I, el gran rival de Carlos hasta el final, retiró oficialmente su candidatura el día 2638. Dos jornadas después se produjo la esperada elección en el coro de la iglesia de San Bartolomé, bajo la presidencia del arzobispo de Maguncia. Sólo Joaquín de Brandemburgo, fiel casi hasta el final a Francisco I, mostró sus dudas, pero finalmente Carlos de Gante fue designado por unanimidad como nuevo rey de Romanos y futuro emperador de la cristiandad. La ciudad germana celebró la noticia con numerosos festejos y salvas de artillería. Pero esto no puede ocultar que la elección no fue fácil ni en los últimos minutos de un tenso proceso con grandes irregularidades. Richard Pace, el enviado de Enrique VIII, dijo que Federico de Sajonia había sido el elegido, pero tuvo que renunciar, quizá por la presión de los más poderosos. El rey español había contratado a un ejército de mercenarios para que acamparan en las afueras de Fráncfort40. Fuera como fuera, ese día acabó con Carlos de Habsburgo como emperador electo.

La gran noticia, esperada desde hacía tanto tiempo, llegó a Barcelona el 6 de julio. Justo al empezar esa jornada, pasada la medianoche, el joven de Gante dormía y fue despertado urgentemente por sus secretarios para notificarle nueva tan importante. El emperador electo empezó con las primeras horas del día a despachar infinidad de cartas dando a conocer el hecho tan destacado que se había producido hacía poco más de una semana. Las ciudades, la Grandeza, los prelados, los virreyes y los gobernadores recibieron con esa fecha de 6 de julio de 1519 la comunicación oficial de su elección. En esa misiva Carlos se refería a su honra y a la paz, el sosiego y el bien que ese nombramiento llevaría a sus reinos y señoríos41. En su carta al virrey de Cerdeña, Ángel Vilanova, hablaba de los beneficios que esto traería para la cristiandad: «… hagáis dar gracias a Dios en todas las partes de ese nuestro Reino, y hacer otras señales de alegría… que esto será para mucho bien de la Cristiandad, descanso de nuestros súbditos, beneficio de nuestros Reinos…»42. Fueron tantos los destinatarios que en los siguientes días continuaron saliendo más cartas para dar cuenta oficial de su elección, como ocurre en el caso del duque de Saboya el 20 de julio43.

Muchas ciudades celebraron fiestas con motivo de esa importante noticia y el emperador electo, como en el caso de Burgos el 16 de agosto, respondió a las mismas dándoles las gracias44. También fueron múltiples las cartas de felicitación recibidas por Carlos, incluida la del Papa, que no había tenido más remedio que aceptar el triunfo de quien no quería. León X daba gracias a Dios por haber permitido «la elección de tan buen emperador y protector de su iglesia»45. Eso, al menos, decía y escribía en documento oficial, pero era público que hasta el mismo momento de la votación final había intentado que fuera elegido cualquier otro candidato.

El 22 de agosto llegó a Barcelona la delegación enviada por los príncipes electores para comunicar a Carlos su nombramiento. Ese fue su primer acto oficial como rey de Romanos, a partir del cual se introdujeron algunos cambios en el protocolo, como el de dirigirse desde entonces a su persona como «Majestad» en vez de «Alteza», como había ocurrido hasta ese momento. El título imperial estaba por encima del de rey de unos territorios como los españoles, por muy importantes que estos fueran, e hizo que a partir de esa fecha fuera conocido como Carlos V en detrimento de Carlos I, ordinal menos utilizado y referido en exclusividad a los asuntos de las Coronas españolas. Es por ello que Carlos necesitó justificar ante las ciudades esa preferencia. Había que aclarar muy bien, para que no hubiera malentendidos, que la grandeza imperial estaba por encima, pero que eso no implicaba menospreciar a los reinos. Vemos también en el caso de Burgos, cómo el emperador electo se justifica ante la ciudad, mediante cédula firmada el 5 de agosto, en que Dios tiene preferida la dignidad imperial a la real, pero que eso no será nunca en menoscabo de las libertades y exenciones de los reinos españoles46. Semanas después notificaba ante otras ciudades como Córdoba la necesidad de cambiar esa titulación en la nueva documentación47. Sin embargo, como sabemos, todo lo que implicó la elección imperial formó parte del caldo de cultivo del proceso revolucionario que se desató en Castilla poco después, que mostró su disconformidad con la medida. El descontento, en medio de peticiones económicas para acudir a la coronación de Aquisgrán, fue creciente y los agitadores se multiplicaron tras conocer la inminente salida de Carlos de España.

Al anteponerse el título imperial al real, los escritos pasaron a encabezarse del siguiente modo: «Don Carlos, rey de Romanos, semper augusto, electo emperador, y doña Juana, su madre, y el mismo don Carlos, por la gracia de Dios, reyes de Castilla…». Esa era la nueva fórmula y él se convertía en la Sacra Católica Cesárea Majestad (S. C. C. M.), como se puede observar desde ese momento en la numerosa documentación. Carlos se encontraba camino de un auténtico dominio global. Recordemos que hacía solo unos meses que los hombres de Hernán Cortés se habían adentrado en las tierras del futuro México. O que el propio rey había puesto toda su atención y había apoyado y sufragado el viaje que en el verano de 1519 iba a iniciar Fernando de Magallanes y que acabaría con la primera circunnavegación del globo, culminada por Juan Sebastián Elcano tres años después. El canciller Mercurino de Gattinara, que estaba junto a Carlos desde hacía poco tiempo, no dudó en hacer ver al monarca que la conjunción de todas estas cosas lo situaban en la senda de una monarquía universal y que estaba destinado a reunir al conjunto de la cristiandad bajo su liderazgo48.

Ante la citada delegación de los electores, Gattinara agradeció en nombre del rey la designación y prometió un rápido viaje a Alemania para ser coronado. Meses después, un brote de peste obligó a la Corte a trasladarse a Molins de Rey. Allí, a finales de noviembre, Carlos recibió de manos del conde del Palatinado el decreto con su nombramiento y una carta de los electores en la que cursaban su invitación para que se reuniera con ellos en Alemania cuando fuera posible49. El emperador electo permaneció aún un tiempo en Cataluña, hasta que las Cortes aprobaron la ayuda económica solicitada. Esto sucedió en enero de 1520. Aunque la cantidad concedida, 250.000 libras, permitió al nuevo emperador sufragar sólo los gastos realizados por la Corte en Barcelona50, Carlos quedaba libre para viajar a Alemania, tras aplazar la visita al reino de Valencia y enviar allí a Adriano de Utrecht en su nombre. Con una Castilla dividida sobre los intereses del césar, incluida su inminente salida, en la que iba prendiendo el movimiento comunero, se celebraron las complicadas Cortes de Santiago-La Coruña. A su término, el 20 de mayo, Carlos abandonó España camino de Flandes. El objetivo era su coronación como emperador, lo que tendría lugar en Aquisgrán el 23 de octubre de 1520.

Conclusión

Alcanzar la dignidad imperial fue el objetivo de Carlos de Gante desde muy joven. Estaba a punto de asumir la jefatura de la dinastía Habsburgo, presente de modo muy importante en la vida de Europa durante los siguientes cuatro siglos. El nuevo emperador superaría a Alejandro Magno sin necesidad de derramar sangre, según había anunciado Erasmo de Rotterdam, su preceptor, en 1516: «Vos nacisteis en un espléndido imperio, y destinado a heredar uno todavía mayor… de vuestra sabiduría depende ahora que lo mantengáis de forma incruenta y en paz»51.

Es lo que más deseaba en el mundo, había dicho una y otra vez. Como emperador, velaría por la cristiandad y se comprometería a defender las libertades de los pueblos. Con una ambición irrefrenable y para dejar su honor y la reputación de su familia en lo más alto del poder de la época, Carlos alcanzó la meta. Para ello, todo fue válido y no dudó en emplear la guerra sucia, la propaganda o el soborno. Durante los años 1517 y 1518, la aspiración al Imperio fue una asignatura prioritaria bajo la dirección de Maximiliano. Fallecido su abuelo, Carlos, entre enero y junio de 1519, centró toda su acción y atención en la lucha sin límites por hacerse con el trono imperial.

Con su elección como rey de Romanos y su coronación como emperador una década después ante el Papa, Carlos de Habsburgo hizo realidad su objetivo de hegemonía continental y universal. Dejando aparte el balance que podemos hacer sobre sus éxitos o fracasos, lo cierto es que Carlos V, tras ganar su particular carrera hacia el Imperio, se convirtió en 1519 en la cabeza visible de un mundo que daba sus primeros pasos globales y que empezó a conformar a partir de ese momento sus estructuras modernas.

Referencias bibliográficas

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  6. Foronda y Aguilera, Manuel de, Estancias y viajes del emperador Carlos V desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, comprobadas y corroboradas con documentos originales, relaciones auténticas, manuscritos de su época y otras obras existentes en los archivos y bibliotecas públicos y particulares de España y del extranjero, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1914.
  7. Gachard, Louis-Prosper, Carlos V, Pamplona, Urgoiti Editores, 2014.
  8. García Hernán, David, Carlos V. Imperio y frustración, Madrid, Paraninfo, 2016.
  9. Kamen, Henry, Carlos emperador. Vida del rey césar, Madrid, La Esfera de los Libros, 2017.
  10. Márquez de la Plata, Vicenta, Las damas más inteligentes del siglo xvi, Madrid, Ed. Casiopea, 2019.
  11. Nieto Soria, José Manuel, De Enrique IV al emperador Carlos. Crónica anónima castellana de 1454 a 1536, Madrid, Sílex, 2015.
  12. Parker, Geoffrey, Carlos V. Una nueva vida del emperador, Barcelona, Planeta, 2019.
  13. Pérez, Joseph, Carlos V, Madrid, Temas de Hoy, 1999.
  14. Rady, Martin, Carlos V, Madrid, Alianza Editorial, 1991.
  15. Rumeu de Armas, Antonio, «Carlos V, Imperator Hispanicus», El Imperio de Carlos V (Coord. por Manuel Fernández Álvarez), Madrid, RAH, 2001.
  16. Santa Cruz, Alonso de, Crónica del emperador Carlos V, t. I, Madrid, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Intendencia e Intervención militares, 1920.
  17. Vilar Sánchez, Juan Antonio, Carlos V. Emperador y hombre, Madrid, Edaf, 2015.

Notas

  • (1) Pérez, Joseph, Carlos V, Madrid, Temas de Hoy, 1999, p. 64. volver
  • (2) Rumeu de Armas, Antonio, «Carlos V, Imperator Hispanicus», El Imperio de Carlos V (Coord. por Manuel Fernández Álvarez), Madrid, RAH, 2001, p. 76. volver
  • (3) Parker, Geoffrey, Carlos V. Una nueva vida del emperador, Barcelona, Planeta, 2019, pp. 124-125. volver
  • (4) Santa Cruz, Alonso de, Crónica del emperador Carlos V, t. I, Madrid, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Intendencia e Intervención militares, 1920, p. 193. volver
  • (5) García Hernán, David, Carlos V. Imperio y frustración, Madrid, Paraninfo, 2016, p. 62. volver
  • (6) Parker, Geoffrey, op. cit., p. 125. volver
  • (7) Cadenas y Vicent, Vicente de, Diario del emperador Carlos V. Itinerarios, permanencias, despachos, sucesos y efemérides relevantes de su vida, Madrid, Hidalguía, 1992, p. 116. volver
  • (8) Kamen, Henry, Carlos emperador. Vida del rey césar, Madrid, La Esfera de los Libros, 2017, p. 47. volver
  • (9) Cadenas y Vicent, Vicente de, op. cit., p. 117. volver
  • (10) Carrasco, Rafael, La empresa imperial de Carlos V, Madrid, Cátedra, 2015, p. 64. volver
  • (11) Ibidem. volver
  • (12) Parker, Geoffrey, op. cit., p. 127. volver
  • (13) Tenbrock, Robert-Hermann, Historia de Alemania, Múnich, p. 83 y sigs., cit. en Fernández Álvarez, Manuel, Carlos V. El césar y el hombre, Madrid, Espasa, 2015, pp. 105-106. volver
  • (14) Fernández Álvarez, Manuel, op. cit., p. 106. volver
  • (15) Cadenas y Vicent, Vicente de, op. cit., p. 119. volver
  • (16) Archivo Histórico Nacional, Estado, 8715, n. º 74. volver
  • (17) Foronda y Aguilera, Manuel de, Estancias y viajes del emperador Carlos V desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, comprobadas y corroboradas con documentos originales, relaciones auténticas, manuscritos de su época y otras obras existentes en los archivos y bibliotecas públicos y particulares de España y del extranjero, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1914, p. 135. volver
  • (18) Archivo Histórico Nacional, Estado, 8715, n. º 75. volver
  • (19) Gachard, Louis-Prosper, Carlos V, Pamplona, Urgoiti Editores, 2014, p. 12. volver
  • (20) Cadenas y Vicent, Vicente de, op. cit., p. 120. volver
  • (21) Vilar Sánchez, Juan Antonio, Carlos V. Emperador y hombre, Madrid, Edaf, 2015, p. 77. volver
  • (22) Cit. por Henry Lemonnier, Henri II: la lutte contre la Maison d’Autriche (1519-1559), París, Tallandier, 1983, p. 15, en Carrasco, Rafael, op. cit., p. 65. volver
  • (23) Ibidem. volver
  • (24) Fernando de Habsburgo se encontraba en los Países Bajos desde 1518 junto a su tía Margarita. Allí permaneció hasta 1521, el año de su matrimonio con Ana de Hungría en Linz. volver
  • (25) Cadenas y Vicent, Vicente de, op. cit., p. 121. volver
  • (26) Parker, Geoffrey, op. cit., p. 129. volver
  • (27) Santa Cruz, Alonso de, op. cit., p. 193. volver
  • (28) Fernández Álvarez, Manuel, op. cit., p. 107. volver
  • (29) Vilar Sánchez, Juan Antonio, op. cit., p. 78. volver
  • (30) Ibidem. volver
  • (31) Cadenas y Vicent, Vicente de, op. cit., p. 121. volver
  • (32) Kamen, Henry, op. cit., p. 49. volver
  • (33) Cadenas y Vicent, Vicente de, op. cit., p. 122. volver
  • (34) Fernández Álvarez, Manuel, op. cit., p. 108. volver
  • (35) Márquez de la Plata, Vicenta, Las damas más inteligentes del siglo xvi, Madrid, Ed. Casiopea, 2019, p. 96. volver
  • (36) Vilar Sánchez, Juan Antonio, op. cit., p. 79. volver
  • (37) Carrasco, Rafael, op. cit., p. 66. volver
  • (38) Cadenas y Vicent, Vicente de, op. cit., p. 122. volver
  • (39) Rady, Martin, Carlos V, Madrid, Alianza Editorial, 1991, p. 44. volver
  • (40) Parker, Geoffrey, op. cit., p. 133. volver
  • (41) Archivo Municipal de Burgos, HI-336. volver
  • (42) Real Academia de la Historia, Salazar, A-18, f. 71v, en Fernández Álvarez, Manuel, Corpus documental de Carlos V, t. I, Madrid, Espasa, 2003, p. 81. volver
  • (43) Foronda y Aguilera, Manuel de, op. cit., p. 148. volver
  • (44) Archivo Municipal de Burgos, HI-337. volver
  • (45) Nieto Soria, José Manuel, De Enrique IV al emperador Carlos. Crónica anónima castellana de 1454 a 1536, Madrid, Sílex, 2015, p. 176. volver
  • (46) Archivo Municipal de Burgos, HI-2715. volver
  • (47) Archivo Municipal de Córdoba, SF/C 00003-006. volver
  • (48) Erlanger, Philippe, Charles Quint, París, Perrin, 2004, p. 97. volver
  • (49) Gachard, Louis-Prosper, op. cit., p. 13. volver
  • (50) Fernández Álvarez, Manuel, op. cit., p. 113. volver
  • (51) Parker, Geoffrey, op. cit., p. 139. volver
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