¿Era realmente un tirano?

La vida del cardenal de Richelieu, el poder de un favorito

"No tengo más enemigos que los del Estado", afirmaba. Richelieu justificó así su implacable represión de revueltas y conjuras durante su gobierno, necesaria para afirmar la autoridad de la corona.

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Foto: Erich Lessing / Album

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Retrato del cardenal Richelieu

Philippe de Champaigne creó una imagen de Richelieu que lo representaba prácticamente como si él fuera el soberano. Museo del Louvre, París.

Foto: De Agostini

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Escudo de armas de Richelieu

Richelieu lo hizo grabar en los múltiples castillos y palacios que se hizo construir, desde el chateau de Rueil hasta el Palais-Cardinal en París.

Foto: Leemage / Aisa

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Richelieu en el sitio de la Rochela

Durante su ministerio, Richelieu se ganó fama de gobernante implacable, dispuesto a todo para afirmar el poder del rey. En muchas ocasiones no dudó en hacer correr la sangre para castigar a rebeldes y conspiradores. 

Foto: Bridgeman

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Palacio de Luxemburgo

María de Médicis fue coronada reina de Francia justo antes del asesinato de Enrique IV. El palacio fue construido por María de Médicis durante su regencia en el tiempo que Richelieu estuvo a su servicio. 

Foto: Art Archive

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Retrato ecuestre de Luis XIII, por Claude Deruet. Castillo de Versalles.

Los propagandistas contrarios a Richelieu dejaron la imagen de un ministro que se había adueñado totalmente de la débil voluntad de Luis XIII. La realidad fue más compleja. Durante mucho tiempo Luis miró con mucho recelo a Richelieu. Y aun después de elegirlo primer ministro, seguía sintiéndose incómodo ante un hombre 17 años mayor, con una inteligencia y una determinación de las que él mismo carecía. Richelieu supo valerse de las debilidades del rey para fortalecer su poder, por ejemplo indisponiéndolo con la reina madre y sobre todo con su esposa, Ana de Austria, y proporcionándole amistades, femeninas y masculinas, que dieran cauce a la emotividad del rey. Gracias a su condición de cardenal, no dudaba en ocasiones en sermonearlo, instándolo a comportarse a la altura de su cargo.

Pero Luis XIII nunca dejó de ser el verdadero soberano. Richelieu era sabedor de que su posición pendía del delgado hilo del favor real, y en varias ocasiones creyó perderlo, como en la Jornada de los Engaños o en la conspiración de Cinq-Mars, alentada tácitamente por el soberano. Su gran baza para mantenerse en el poder era su propia capacidad política, y la creencia que supo transmitir a Luis de que con su política la monarquía francesa recuperaría todo su esplendor. Los éxitos militares y diplomáticos que se sucedieron desde 1628 convencieron a Luis de que la política de Richelieu era la buena y que su contribución resultaba imprescindible. Como le escribía ya en 1626: "Tengo puesta en vos toda mi confianza, y ciertamente nunca he encontrado otro hombre que me sirviera tan a mi gusto...". 

Foto: A1PIX

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Palacio del Louvre

El Pabellón del Reloj (en primer término) corresponde a la ampliación del palacio bajo Luis XIII, según un diseño de Lemercier. Las esculturas son de Jacques Sarrazin. 

Foto: Bridgeman

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Campesinos. Óleo por Le Nain.

Los habitantes del campo sufrieron el incremento de impuestos bajo Richelieu. A lo largo de su gobierno desarrolló una gran obra política: reformas judiciales y administrativas, decisivas para la centralización del estado. 

Foto: EOSGIS

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Las conquistas del cardenal

Desde el siglo XVI la monarquía francesa se hallaba cercada territorialmente por España, que poseía Flandes, Luxemburgo, el Franco Condado y Milán, además de Estados aliados como Saboya. Richelieu (a la derecha, en una medalla) se propuso invertir la situación, reforzando las fronteras mediante una cadena de fortalezas e interviniendo en la política italiana y alemana para extender la influencia francesa. La guerra abierta entre Francia y España estalló en 1635, y se saldó con decisivos avances franceses en Flandes y Cataluña

Foto: Bridgeman

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Toma de La Rochela (1628)

1. Las conquistas del cardenal

Enrique de Rohan encarnó la resistencia de los protestantes a la política religiosa de Luis XIII y Richelieu. En 1628 La Rochela, plaza fuerte de los hugonotes, se rindió al ejército real tras un durísimo sitio de 14 meses de duración. Rohan, desposeído de sus feudos, marchó al exilio, aunque unos años después volvió al servicio de la monarquía. 

Foto: Bridgeman

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Conquista de Pinerolo (1629)

2. Las conquistas de cardenal

Cristina de Francia, hermana de Luis XIII, se convirtió en duquesa de Saboya en 1630 junto a su esposo Víctor Amadeo, inaugurando un largo período de influencia francesa en el ducado, frente a la presión hispana. Un año antes Richelieu había conquistado la fortaleza de Pinerolo, que quedó en manos de Francia en virtud del tratado de Cherasco 

Foto: Bridgeman

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Revuelta de Languedoc (1632)

3. Las conquistas del cardenal

Enrique II de Montmorency era en 1632 gobernador de la provincia de Languedoc. Cuando Gastón de Orleáns lanzó una invasión desde Lorena contra Richelieu, Montmorency se sumó al movimiento, pero fue derrotado, apresado y luego ejecutado en Toulouse. Richelieu aprovechó la situación para reforzar el poder del rey en la provincia. 

Foto: Bridgeman

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Ocupación de Lorena (1633)

4. Las conquistas del cardenal

Gastón de Orleáns, el díscolo hermano pequeño de Luis XIII, se refugió en 1629 en Lorena, huyendo de Richelieu, y tres años después se casó con la hija del duque lorenés Carlos IV sin pedir permiso al rey. Fue la excusa para que Richelieu lanzara una operación de castigo que llevó a la toma de Nancy en 1633 y la ocupación del país hasta 1641. 

Foto: Bridgeman

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Conquista de Breisach (1638)

5. Las conquistas del cardenal

Bernardo de Sajonia-Wei-mar, un general alemán que desde 1635 era financiado por Richelieu, conquistó la fortaleza de Breisach con la esperanza de convertirla en capital de un Estado propio. Pero a su muerte en 1639 Richelieu logró que la plaza fuera transferida a Francia, cumpliendo el viejo anhelo de la monarquía de alcanzar la frontera del Rin. 

Foto: Bridgeman

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Campaña en el País Vasco (1638)

6. Las conquistas del cardenal

El príncipe de Condé comandó la ofensiva francesa contra España por la frontera del País Vasco, tras la declaración de guerra entre ambos países en 1635. Las operaciones se centraron en Fuenterrabía, importante plaza fronteriza. El asalto final francés fracasó, y Richelieu quiso culpar de todo a un subordinado de Condé, el duque d’Épernon. 

Foto: Oronoz

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Rebelión de Cataluña (1640)

7. Las conquistas del cardenal

El conde-duque de Olivares, en su larga pugna con Richelieu, sufrió en 1640 un golpe del que ya no se recuperaría: la revuelta de Cataluña, auspiciada en buena medida por agentes franceses. A principios de 1641 las autoridades de la provincia proclamaron su incorporación a la monarquía francesa, origen de una guerra que duraría dos décadas. 

Foto: Bridgeman

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Conquista de Perpiñán (1642)

8. Las conquistas del cardenal

El marqués de Cinq-Mars, un joven de apenas 22 años, fue el último favorito de Luis XIII, y también el último conspirador contra Richelieu. Su trama, en la que estaba implicado también Gastón de Orleáns, fue descubierta justo después de que Richelieu y Luis XIII realizaran su última gran conquista: Perpiñán, capital del Rosellón entonces español. 

Foto: Bridgeman

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La religión al servicio del estado

La pintura reproducida junto a estas líneas, un óleo sobre lapislázuli, se titula El triunfo de Luis XIII sobre los enemigos de la Religión. Su autor fue Jacques Stella, uno de los pintores de corte de Richelieu y Luis XIII. No se sabe la fecha exacta de la obra, ni el acontecimiento que conmemora. Tal vez se trata de una celebración de la política religiosa de Luis y su primer ministro, decisiva para la consolidación del catolicismo como única religión oficial, poniendo fin a decenios de guerras de religión. La toma de La Rochela en 1628 fue el hito decisivo en este proceso.

EL Óleo de la Stella es un ejemplo del carácter peculiar que tuvo la ofensiva de Richelieu en el ámbito religioso. No hay duda de su empeño en favorecer el catolicismo y restringir la libertad de acción de los protestantes, que gozaban de grandes privilegios en amplias regiones del país. Pero Richelieu estuvo lejos de ser un fanático. Por ejemplo, tras la conquista de La Rochela, mientras los sectores ultracatólicos instaban a la destrucción de la ciudad, el cardenal impuso una postura de clemencia, como la que muestra Luis XIII en la pintura de Stella. 

Foto: Roger-Viollet

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Padre José, capuchino que fue el principal confidente de Richelieu

Un colaborador inestimable de Richelieu en esta política fue François Le-clerc du Tremblay, llamado Padre José, y apodado por la historia la Eminencia Gris. Capuchino de fe ferviente, fue también un genio de la propaganda y de las intrigas diplomáticas. Se dedicó a la restauración del catolicismo en las regiones hugonotes, pero al mismo tiempo no dudó en pactar con Estados protestantes para lograr los objetivos de la monarquía francesa. 

Foto: François Bibal / Rapho

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La Sorbona

La bella capilla de Le-mercier fue producto del mecenazgo de Richelieu, provisor de la Universidad. 

Foto: Bridgeman

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La duquesa de Chevreuse como Diana cazadora. Claude Deruet, 1627.

La mayor enemiga de Richelieu

Uno de los personajes más novelescos de la historia de Francia en el siglo XVII es el de Madame de Chevreuse, hasta el punto de que Dumas la incorporó tal cual a su serie sobre D’Artagnan y Donizetti compuso una ópera sobre su vida en 1843.

María de Rohan es el mejor ejemplo, en versión femenina, del espíritu rebelde de la alta aristocracia francesa en esos años. Nacida en 1600, se introdujo pronto en la corte hasta convertirse en dama de honor de Ana de Austria, la marginada esposa española de Luis XIII. Desde que Richelieu ascendió al poder, concibió contra él una animosidad inflexible que la llevó a tramar una conspiración tras otra contra el favorito. Se dijo que fue ella quien urdió la trama que costó la vida a Chalais, precisamente uno de sus pretendientes. Marchó exiliada a Londres y luego a Lorena, donde sedujo al duque Carlos y urdió todo un complot internacional contra Richelieu.

Volvió a París en 1631. El cardenal trató de congraciársela, pero fue en vano. Desde su castillo, la Chevreuse seguía con sus intrigas. En 1637, temiendo ser detenida, protagonizó una pintoresca huida a través de Francia, disfrazada de hombre, hasta cruzar los Pirineos y, tras una corta estancia en Madrid, pasar a Inglaterra y Flandes. Ya sólo volvería a Francia tras la muerte de Richelieu. El odio entre el cardenal y la aristócrata era mutuo, como el temor. Richelieu decía de ella: "Este espíritu es tan peligroso que esta do fuera del reino puede alterar las cosas de forma imprevisible". La duquesa, por su parte, declaraba: "El rey es un idiota y un incapaz, y ese bribón de cardenal es una vergüenza". 

Foto: Contacto

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Chantilly

Este palacio, 30 kilómetros al norte de París, perteneció desde el siglo XVI a los Montmorency. Tras la ejecución de Enrique de Montmorency en 1632, a instancias de Richelieu, Luis XIII lo confiscó. Más tarde pasó a manos de la familia de los Condé. 

"El hombre rojo". Así se llamó en el siglo XIX al cardenal de Richelieu. Con ello se hacía referencia no sólo a su púrpura de cardenal, sino también a su fama de gobernante implacable, que no dudó en hacer correr la sangre para castigar a rebeldes y conspiradores. Alexandre Dumas, en Los tres mosqueteros, lo presenta altivo y rencoroso, pensando siempre en enemigos reales o imaginarios, y dueño absoluto de la voluntad del soberano, Luis XIII.

Naturalmente, sería injusto reducir la figura de Richelieu a esta imagen. Ni sus enemigos podían negar su inteligencia y capacidad política y el aire de dignidad que ponía en todas sus acciones. Uno de estos adversarios decía en 1635, tras una audiencia con el cardenal: "Hay que reconocer la verdad, este hombre tiene grandes cualidades, un aire elevado y de gran señor, una facilidad de hablar maravillosa, una mente aguda y ágil, una conducta noble, una habilidad inconcebible para tratar los asuntos, y una gracia en todo lo que hace o dice que encandila a todo el mundo".

Su religiosidad era sincera y exigente, no una simple cobertura de su ambición. A lo largo de su gobierno, de 1624 a 1642, desarrolló una gran obra política, que abarcó múltiples aspectos: reformas judiciales y administrativas, decisivas para la centralización del Estado; desarrollo del comercio exterior; o bien el impulso de la cultura francesa, que culminó con la fundación de la Academia en 1635.

Desarrolló una gran obra política que abarcó múltiples reformas decisivas para la centralización del Estado

Pero su fama de dureza, incluso de crueldad, no fue tampoco una invención de los autores románticos. Prisión, exilios, ejecuciones públicas, revueltas duramente reprimidas, marcaron sus años de gobierno. Para el cardenal, todo ello tenía una justificación: imponer la autoridad suprema del monarca en todo el país, hacer del rey de Francia un soberano de verdad, al que todos sus súbditos debían obedecer. Eran muchos los que en su época deseaban una política de ese tipo, que terminara con decenios de guerras civiles y revueltas crónicas y devolviera a la monarquía su prestigio internacional. Pero los métodos expeditivos de Richelieu crearon un profundo resentimiento e hicieron pensar a muchos que lo único que buscaba el primer ministro era incrementar su poder despótico y satisfacer una desmedida ambición de mando.

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Ascenso en la corte

Richelieu procedía de una familia de la nobleza media de Poitou, los Duplessis. Su padre había empezado a prosperar mediante el favor de los reyes, pero murió prematuramente, dejando a su esposa en una situación apurada. Armand no olvidaría nunca las dificultades de su infancia. Su voluntad de ascender en la corte fue para él una forma de dar a su familia el prestigio y la riqueza que creía que les correspondía, igualándola con las casas nobles más encopetadas del reino. Riquezas, títulos y enlaces matrimoniales sirvieron todos a ese objetivo, coronado en 1631 con la obtención del título de "duque-par", el máximo al que podía aspirar. Muchos, claro está, no le perdonaron este ascenso meteórico y no dejaron de recordarle sus orígenes humildes.

En esta voluntad de medrar, su condición eclesiástica, lejos de ser un obstáculo, le allanó el camino. Terminadas las grandes guerras de religión del siglo XVI, en Francia se estaba imponiendo la Contrarreforma, un gran esfuerzo de relanzamiento del catolicismo en todos los órdenes: catecismo, disciplina del clero, órdenes religiosas, conversión de los protestantes... La regencia de María de Médicis, instaurada tras el asesinato de Enrique IV en 1610 y durante la minoría de edad de su hijo Luis XIII, favoreció decididamente esta política.

 

Nombrado obispo con apenas veinte años, Richelieu se ganó fama de clérigo riguroso y dedicado a sus feligreses, hasta el punto de vivir durante unos años en la pequeña diócesis de Luçon. Pero no por ello olvidó su objetivo último, el ascenso en la corte. La oportunidad le llegó en 1615, cuando pronunció el discurso de clausura de los Estados Generales (equivalente de las Cortes de Castilla o Aragón). Su claridad de ideas, su energía y su porte personal causaron impresión. Poco después la regente le ofreció un cargo en la corte.

Richelieu aparecía como un hombre de la regente, integrado en el partido que apoyaba su política de alianza con el Papado y con España

En esa fase inicial Richelieu aparecía como un hombre de la regente, integrado en el partido que apoyaba su política de alianza con el Papado y con España. Frente a él estaba el partido agrupado en torno al soberano, Luis XIII, al que se había declarado mayor de edad en 1615, y que durante largo tiempo vio a Richelieu con mucho recelo. En los siguientes nueve años Richelieu pudo conocer a fondo los entresijos de la política cortesana, sus intrigas y sus vaivenes. Nombrado ministro en 1617 (aunque en función meramente consultiva), dos años después cayó en desgracia junto a su protectora, enfrentada al favorito de turno del joven rey. La experiencia le sirvió a Richelieu para medir las nefastas consecuencias de la lucha de facciones y lo precario del favor real.

Traición a su protectora

Una reconciliación entre el rey y la reina madre permitió su retorno a la corte. Cada vez más influyente, en 1622 fue nombrado cardenal, y dos años después entraba de nuevo en el gobierno, esta vez como ministro efectivo, aunque en un primer momento no era aún la figura dominante. Pero su inteligencia y su energía acabaron ganándole la confianza de Luis XIII, que comprendió que el cardenal era el único que podía garantizarle lo que de verdad le interesaba: la gloria de restablecer la monarquía francesa como potencia hegemónica de Europa. Así se lo demostró la actuación de Richelieu en las primeras grandes crisis internacionales que se presentaron, resueltas de forma favorable a los intereses de Francia: Valtelina, La Rochela, Mantua...

El cardenal Richelieu era el único que podía garantizarle lo que de verdad le interesaba: la gloria de restablecer la hegemonía la monarquía francesa

La consagración de su dominio llegó en 1630, en un episodio muy conocido de la historia francesa: la Jornada de los Engaños. La reina madre, viendo que su antiguo servidor se mostraba cada vez más independiente, decidió hacer un último esfuerzo para recuperar la confianza del rey, su hijo. El 10 de noviembre por la mañana, tuvo una entrevista en el palacio del Luxemburgo con Luis, en la que le pidió la destitución de Richelieu. El cardenal Richelieu, introduciéndose en palacio por un pasillo secreto, hizo irrupción en medio de la entrevista y, viendo el peligro que corría, no dudó en humillarse pidiendo perdón a la reina y dándole seguridades de su fidelidad. El rey, incómodo por la escena, abandonó la sala mientras la reina abrumaba al cardenal con toda clase de improperios.

Richelieu creyó que había perdido el poder y preparó incluso su retirada, que los embajadores extranjeros daban por segura. Pero unas horas después recibió un aviso del rey para que fuera a visitarlo a Versalles (entonces un simple pabellón de caza). Allí, Luis le ratificó su confianza y ordenó a su madre que se retirara de la corte. María de Médicis había perdido definitivamente la partida, y un año después marcharía al extranjero para no volver a ver a su hijo. Hasta su muerte no dejaría de denunciar la ingratitud de su antiguo protegido.

La rivalidad de María de Médicis no fue la única a la que tuvo que hacer frente Richelieu. Estaba también el hermano pequeño de Luis XIII, Gastón, que se sentía privado por el primer ministro del puesto de privilegio que, en su opinión, le correspondía por nacimiento.Y junto a Gastón estaban los otros grandes aristócratas, "príncipes de la sangre" y grandes señores. Todos ellos estaban acostumbrados a campar a sus anchas por la corte, a comportarse como soberanos en sus propios dominios, y a conspirar y rebelarse cuando les parecía oportuno. Llevaban siglos actuando así. Pero ahora se encontraban con un ministro dispuesto a impedírselo.

Richelieu estaba dispuesto a impedir que los grandes aristócratas de palacio siguieran campando a sus anchas

Para Richelieu, la indisciplina y las continuas conjuras y revueltas de la aristocracia contra la monarquía eran la causa del debilitamiento de la monarquía, dentro y fuera de sus fronteras. Había que poner coto a esa situación, recurriendo a todos los medios necesarios. El primer ministro fue lo bastante hábil como para ganarse la fidelidad de algunas de los linajes más importantes del país, como los Condé. Pero frente a los demás decidió aplicar una política de escarmientos y mano dura.

Nobles en el patíbulo

El primer ejemplo de su firmeza llegó en 1626, con el affaire Chalais, una clásica conspiración cortesana motivada por un plan de matrimonio impuesto a Gastón de Orleáns. Una vez descubierta, Richelieu, en vez de echar tierra sobre el asunto, instó a un castigo ejemplar: la ejecución pública de un gentilhombre de familia ilustre, el conde de Chalais, y la prisión de otros implicados, varios de los cuales murieron en la cárcel.

Los jueces comisionados por el cardenal empezaron a aplicar sin contemplaciones la acusación de "lesa majestad", por la que cualquier sublevación contra la autoridad del rey se consideraba como un ataque contra su persona, y por tanto se castigaba con la pena capital. Un año después otro noble de alcurnia, François de Montmorency-Bouteville, fue ejecutado en París por haberse batido en duelo en pleno día, desafiando la prohibición contra los duelos que Luis XIII acababa de decretar.

Las grandes familias del reino suplicaron clemencia al rey y a Richelieu, pero ambos se mostraron inexorables, y Montmorency fue decapitado en Toulouse

El momento culminante en el enfrentamiento de Richelieu con la alta aristocracia llegó en 1632, con la ejecución del duque de Montmorency. Miembro de una de las familias más antiguas de Francia –a su lado, los Duplessis eran unos advenedizos–, Enrique de Montmorency, que ejercía el cargo de gobernador de Languedoc, se dejó arrastrar en un proyecto de insurrección general contra Richelieu liderado por el hermano del rey, Gastón de Orleáns. La revuelta, apoyada con dinero español, no encontró ningún apoyo en el interior, y Montmorency fue capturado por las tropas del rey tras una escaramuza. Todas las grandes familias del reino suplicaron clemencia al rey y a Richelieu, pero ambos se mostraron inexorables, y Montmorency fue decapitado en Toulouse.

La ejecución de Montmorency vino acompañada de una persecución general contra la nobleza conspiradora. La Bastilla se llenó de presos ilustres, a los que por otra parte se trató bastante bien. Otros nobles emigraron a los países vecinos, sobre todo Flandes e Inglaterra. Los que permanecieron en el país se dolían del clima de miedo imperante, que hacía "que apenas se atreva uno a hablar de su propia miseria en su casa y con su familia", como decía uno de ellos; lo único que se escuchaba eran los elogios oficiales a la política del cardenal Richelieu. Este mantenía una red de espías y contaba hasta con interrogadores profesionales, como el temido Laffemas.

No por ello cesaron las conjuras, aunque hacia el final del ministerio de Richelieu los que se mostraban más activos eran no tanto los príncipes y grandes nobles como los gentileshombres que vivían en París, embebidos en la ideología de la Roma clásica y que soñaban con remedar el tiranicidio de Julio César. En 1636 hubo una trama para secuestrar y asesinar al cardenal en Amiens, frustrada en el último momento.

La última conjura contra Richelieu

Para entonces Francia estaba en guerra abierta con España, una guerra que se desarrolló inicialmente de forma muy desfavorable para los franceses. Las tropas españolas se internaron en el país hasta conquistar Corbie, al norte de París. La capital temió por su suerte durante unas semanas, y las críticas contra la mala dirección de la guerra por Richelieu se redoblaron. En las provincias estallaron sublevaciones de enorme gravedad en protesta por el incremento de los impuestos. En Guyena, en 1637, un ejército rebelde de casi 10.000 hombres puso en jaque a las autoridades durante meses, y dos años después otra rebelión campesina en Normandía hubo de ser reprimida violentamente. Con su característico tesón y sangre fría, Richelieu logró restablecer el orden en el interior y recuperar posiciones en las fronteras.

En 1641 una nueva conspiración nobiliaria, secundada por España, estuvo a punto de lograr su objetivo. La muerte accidental de su cabecilla, el conde de Soissons, volvió a salvar a Richelieu in extremis. Y al año siguiente, apenas unas semanas antes de su muerte, el cardenal desbarató una última conspiración en su contra, tramada esta vez por un joven noble, el marqués de Cinq-Mars, que había tratado de sustituir- lo en la confianza de Luis XIII. Cinq-Mars y uno de sus cómplices, François de Thou, pagaron con la vida su plan.

Y al año siguiente, apenas unas semanas antes de su muerte, el cardenal Richelieu desbarató una última conspiración en su contra

En 1630 el cardenal afirmaba: "no tengo más enemigos que los del Estado". En su opinión, los que le odiaban y tramaban contra él atentaban contra la monarquía, contra el interés supremo del Estado. La historia, en cierto modo, le dio la razón, pues su política prepararía en el interior el terreno para el triunfo del absolutismo bajo Luis XIV, el hijo de Luis XIII, e inclinaría la balanza internacional a favor de Francia, frente a una debilitada España. Pero todo ello tuvo un precio, el de una antigua tradición de libertad e independencia que quedó sepultada bajo el imperio de la razón de Estado.