Cánticos de la lejana Tierra, de Arthur C. Clarke

Cánticos de la lejana Tierra está considerada por muchos como una obra menor de Arthur C. Clarke. No estoy para nada de acuerdo. No tuvo la repercusión mediática de El fin de la infancia o 2001, pero en ideas, planteamiento y sentido de la maravilla es una de las buenas. Eso sí, bastante breve.

La narración se estructura a través de 52 capítulos cortos o cortísimos que hacen que la lectura sea bastante rápida, de prosa directa aunque poética (no en la forma sino en el fondo), y muy entretenida. A veces no hay nada como dar un paseo por las estrellas y los mundos inexplorados del Universo de la mano de Clarke. Por eso, los aficionados estamos de enhorabuena por la reedición de estos Cánticos de la lejana Tierra que la editorial Alamut ha realizado con muy buen criterio.

La edición tiene una preciosa portada en brillo, cuenta con 266 páginas y una encuadernación en rústica con solapas y faja promocional (haciendo referencia, cómo no, a la autoría por parte del autor de 2001). La letra y los márgenes son adecuados para una lectura cómoda y la estupenda traducción corre a cargo de Carlos Gardini.

En esta historia Clarke sabe enganchar desde el principio mediante un planteamiento grandilocuente y original (al menos para la época en que fue escrita la novela, pero no ha perdido frescura: sigue siendo un libro actual, incluso cuando habla sobre el, para la época de escritura del texto, futuro final del siglo XX, tratando asuntos como una red de datos global o el libro electrónico). Plantea los principales asuntos desde el principio y mantiene muy bien el interés a lo largo de toda la narración.

En la Tierra, en el siglo XX, se descubren los neutrinos provenientes del Sol y, tras varios experimentos y comprobaciones, se constata que algo raro pasa en el astro rey. Finalmente, los científicos concluyen que apenas le quedan unos siglos para convertirse en una nova y arrasar en esta transformación todo el Sistema Solar. La Humanidad tiene sus días contados en su planeta de origen, por lo que se decide construir naves sembradoras cuya misión es esparcir la raza humana por los planetas habitables más cercanos a la Tierra. También se hace necesario evacuar la población antes de la fecha estimada de la destrucción del Sol.

Tras los siglos de “siembra” por la galaxia, la última nave de evacuación en partir es la Magallanes, con un millón de seres humanos en hibernación salvo unos pocos afortunados que verán la Tierra por última vez y serán testigos de su destrucción. Tras esto, todos los humanos a bordo permanecerán en animación suspendida y la Magallanes seguirá un rumbo preestablecido automáticamente hasta el planeta Thalassa (uno de los elegidos siglos atrás para la siembra de la especie humana mediante mapas de ADN que fueron utilizados por máquinas para la reconstrucción de los humanos en el destino). No esperan encontrar nada en Thalassa, pues se perdió el contacto con la colonia hace muchos siglos, y la parada prevista en el planeta es simplemente de reabastecimiento. Sin embargo, sí hay seres humanos viviendo allí y el encuentro de los thalassanos con los últimos humanos evacuados de la Tierra será una sorpresa para todos.

El resto de Cánticos de la lejana Tierra trata sobre las relaciones que se establecen entre los tripulantes de la Magallanes, reanimados para realizar el abastecimiento y las reparaciones necesarias, y los habitantes de Thalassa y sus peculiares leyes y sociedad. También se plantean algunos problemas técnicos, hechos de la vida cotidiana de los thalassanos y, sobre todo, la cuestión de si quedarse definitivamente o seguir viaje hasta Sagan 2, el planeta de destino donde deberían establecer la nueva colonia humana.

Como siempre, Clarke no brilla por el desarrollo de los personajes. No son tratados en profundidad ni retratados con detalle. El autor no está interesado en su psicología ni en sus reacciones, tan sólo los usa para avanzar la acción rápidamente y para explicar algunos detalles científicos de la misión mediante los diálogos entre ellos. Existen algunos capítulos puramente hard, ya sean narrados en tercera persona o mediante conversaciones, para explicar detalles de la nave interestelar, el descubrimiento e implicaciones de los neutrinos provenientes del Sol, el funcionamiento de los motores cuánticos (y su relación con el superespacio), que son los que permiten a las últimas y más modernas naves acelerar y frenar sin necesidad de almacenar combustible para todo el viaje… Estos pasajes no se hacen pesados ni son de difícil comprensión. Todo está narrado de manera clara y con un lenguaje simple y llano. Son, por tanto, capítulos muy interesantes ya que Clarke no deja de cumplir ninguna de las leyes conocidas del Universo en sus planteamientos ni en la historia (todo lo que se cuenta es probable y/o posible).

La sociedad thalassana está muy bien plasmada en el texto a pesar de no dedicar a ello ningún capítulo en especial; Clarke la describe mediante los diálogos y los planteamientos y relaciones de los personajes. Es todo un acierto cómo con tan poco Clarke fue capaz de reflejar la ingenuidad de los thalassanos derivada de poseer una tecnología avanzada (y simplemente heredada de los conocimientos de los científicos terrestres a través de libros) pero sin haber experimentado el proceso científico para adquirir dicha tecnología. Los thalassanos utilizan tecnología punta pero no saben en realidad cómo funciona ni cómo hacer las reparaciones oportunas en caso necesario.

Para mí, el mayor interés de Cánticos de la lejana Tierra radica (aparte de en el sentido de la maravilla y de los planteamientos tecnológicos y de prospección futura) en algunas ideas diseminadas por todo el texto y presentadas bien mediante conversaciones entre los personajes, bien como fondo de algunos pasajes como, por ejemplo, en las visitas y descripciones de ciertos lugares de Thalassa. Se trata de frases o párrafos, alguno de ellos casi filosóficos, de gran calado por las ideas que plantean; reflexiones sobre Dios, el amor, la sexualidad, la tristeza…

Una de estas ideas es el planteamiento de la selección y control en el nacimiento que se llevó a cabo en la Tierra en sus últimos siglos para poder trasmitir para la eternidad lo mejor de la humanidad. Se instauró un férreo control de la natalidad y se realizó una selección de los descendientes así como un esfuerzo en educación. De la misma manera, los embriones y los mapas genéticos de las naves sembradoras fueron igualmente seleccionados. Esta idea puede parecer un poco radical pero ¿por qué no intentar mejorar la especie cuando en el planeta de origen la vida está avocada a la extinción? En esta línea también se intenta que la humanidad progrese en valores, educación y que la sociedad sea más democrática en tanto lo va permitiendo la tecnología. Seguro que cada uno de nosotros tiene una teoría al respecto y Clarke plasma su visión futura en párrafos como el siguiente (página 59):

En cuanto toda la población adulta pudo ser educada hasta los límites de su capacidad intelectual (a veces trascendiendo ese límite), fue posible una genuina democracia. El último paso requirió el desarrollo de comunicaciones personales instantáneas, conectadas con los ordenadores centrales.

Igualmente, en una sociedad tan avanzada como la que pobló la Tierra en el tercer milenio se tomó conciencia a nivel de especie sobre la no colonización e interferencia en planetas que contuvieran oxígeno en su atmósfera, ya que esto es un probable signo de vida. Hoy día quizá, por la conciencia ecológica cada vez más asentada, esta noción no sea tan revolucionaria, pero a mediados de los años 80 del siglo pasado no deja de asombrarme que ya se hablara de ello (aunque sea exo-ecología) a nivel mundial (página 106).

También se trata con la mayor naturalidad y de la forma más sencilla posible una cuestión que aún hoy puede chocar o molestar a algunos. Clarke plantea si las religiones son un problema o no para el entendimiento de las diferentes civilizaciones, si son o no las causantes del mayor número de muertos en la historia de la humanidad y, finalmente, si merece la pena o no conservar los textos sagrados y la historia de todas ellas.

Muchos pasajes, incluso algún capítulo entero (como el 46), están dedicados a narrar cómo la humanidad discutió y casi erradicó la idea de Dios (todos los dioses) y cómo se cuidan de no contaminar a los thalassanos con la noción de cualquier deidad. Como he dicho, el planteamiento que se hace en al libro es tan natural y con tantas razones que no rompe los esquemas del lector, sino que le hace pensar al respecto y abrir su mente a una posibilidad, cuanto menos, interesante.

El planteamiento es, en realidad, más amplio: ¿qué textos o conocimientos deberían dejarse atrás para que la nueva sociedad que se va a construir no quede lastrada por ellos? Se concreta en las religiones, pero en realidad la idea puede extenderse a cualquier escrito moral, filosófico, social, etc… Así, en la página 123 aparece lo siguiente:

Mil años antes, hombres de genio y buena voluntad habían reescrito la historia y recorrido las bibliotecas de la Tierra para decidir qué se debía conservar y qué se debía entregar a las llamas. El criterio de selección era sencillo, aunque difícil de aplicar. En la memoria de las naves sembradoras sólo se cargarían las obras literarias y documentos del pasado que contribuyeran a la supervivencia y la estabilidad social de los nuevos mundos.

Además de todas estas ideas planteadas, Cánticos de la lejana Tierra trata de una despedida y del dolor que causa. Irremediablemente la Magallanes reanudará el viaje en algún momento hacia su destino final y tendrá que abandonar Thalassa y a sus habitantes. Toda la alegría inicial a su llegada se transforma en amargura en el momento de partir de nuevo hacia las estrellas. Los capítulos finales son muy poéticos y están impregnados de una gran tristeza. Tratan de una despedida para siempre y de la ruptura de los lazos que se habían creado durante la estancia de los tripulantes de la Magallanes en el planeta. Clarke no es un maestro en tratamiento de los sentimientos y esta novela no es una excepción. Sin embargo, toda esta parte está plagada de momentos amargos que, si bien no están centrados en los sentimientos de los personajes, quedan perfectamente plasmados por las imágenes que se evocan en la mente del lector. Son imágenes poderosas que se recuerdan una vez terminada la lectura y que perdurarán por mucho tiempo en el recuerdo.

¿Qué más se puede pedir? Tratándose de una novela tan corta, difícilmente pueden tratarse tantos temas a la vez con la elegancia que lo hace el autor. Es un libro en el que se dice más de lo que parece en un primer vistazo. Se trata pues, de un libro más de ideas e imágenes que de personajes, al más puro estilo Clarke. Una space opera al estilo clásico.

Por último me gustaría recordar que este libro inspiró a Mike Oldfield para su CD The Songs of Distant Earth. Una colección de piezas instrumentales que son el complemento perfecto para acompañar la lectura del libro o para evocar los paisajes de Thalassa tras la finalización de la lectura.

7 comments

  1. Y una de las primeras muestras vergonzosas de Mike Oldfield una vez se quiso subir al carro del pasote ibicenco y creyó que sin trevor horn iba a poder hacer algo.

  2. Hola Risingson:

    Está claro que The songs of Distant Eartth no es el mejor álbum de Oldfield, pero tampoco creo que sea una muestra vergonzoza. Supuso un cambio en su discografía, desde luego, y se hizo un poco más electrónico, pero no creo que sea un disco «ibicenco» (como el TB3).

    En su momento no me terminó de gustar, pero con el paso de los años, creo que es un disco más que recomendable. Pero sobre gustos ya se sabe.

  3. El cambio fue más bien en Tubular Bells 2. A partir de ahí fue cuando vino el acabose.

    Más que nada por intentar apuntarse a un carro que ya estaba lleno de gente con talento: el ambient, la electrónica sideral, basada en temas de ciencia ficción y con ayuda opcional de las drogas (the orb, spacetime continuum, higher intelligence agency… por no nombrar todas las variaciones del techno detroit). Pero es de nuevo mi cruzada con la ciencia ficción y la música: tenemos absolutamente despreciado lo mucho que ha hecho la electrónica de los 80-90 por el género.

    Ah, y el libro lo recuerdo vagamente. Como siempre en Clarke, los personajes no es que sean desdibujados, sino que es torpe relatando cualquier tipo de relación personal, y mientras se mantiene lejos de esto Clarke ES el sentido de la maravilla. Recuerdo inventos maravillosos, sensación de espacio más allá de la vida, trascendencia… y esa torpeza con los personajes.

  4. Risingson, no tienes idea de lo que estas diciendo…
    Mike Oldfield y su espectacular disco… malo? Vale, chico… ahora sabemos que tienes el don y el talento para la música: tanto para hacerla, cosa que dudo, como para escucharla, cosa que dudo el doble. The song of distant earth es un disco redondo como un donut. Tan bueno, tan bello, que decir que es malo es ser un retrasado musicalmente hablando.
    El libro, especial y muy, muy bonito. Ambos recomendables no, lo siguiente.
    Todavía me estoy riendo del pobre Raisingson. Qué penica, chico. Qué lástima…

  5. Coincido con Sussana «The songs of distant earth» de Mike Oldfield es un PRECIOSO disco que rompía un poco con sus anteriores trabajos y eso es de agradecer. Explorar nuevos caminos en la música es lo que todo gran músico, tarde o temprano, ha de hacer para intentar no repetirse. Pero los «fans» parece que solo quieren que se dedique toda su vida a no salirse de los cánones establecidos por su obra maestra «Tubular Bells». ¿El libro de Arthur C. Clarke? Maravilloso. Totalmente recomendable.

Comments are closed.