El hombre del Oeste
Burt Kennedy dedicó su vida al western. Cara a dedicarse al mundo del espectáculo, reconoció su talento de narrador, y decidió elevar con su contribución la altura de una género que pensaba que podía alcanzar cotas más altas, primero como guionista y luego como director.
Burton Raphael Kennedy, más conocido como Burt Kennedy, nació en Muskegon, Michigan, en 1922, en un vagón caravana. Sus padres eran artistas ambulantes de vodevil, y sumaron al pequeño a sus actuaciones de los Dancing Kennedys cuando apenas tenía 5 años. En 1942 se alistó en ejército en la primera división de Caballería, y en plena Segunda Guerra Mundial participó como teniente en la liberación de Filipinas, acciones que le valieron las más altas condecoraciones, con razón acabaría descansando en paz en cementerio nacional de Arlington. Además, sus habilidades como jinete y espadachín le servirían más tarde para entrenar a especialistas y hacer él mismo alguna escena de riesgo en la pantalla.
Se planteó ser actor, y para ello tomó clases en Pasadena Playhouse, pues sentía que lo suyo era moverse por los escenarios, como había empezado a hacer a edad temprana. Pero no era fácil labrarse aquí una carrera, tenían que llamarte y debías convencer a los que te veían actuar. En cambio, pensó que algo que podría hacer siempre, y que le gustaba, era escribir. “Me daba cuenta de podría estar dando muchas vueltas antes de tener éxito como actor, pero escribir, nadie puede impedirte escribir. Nunca te falta trabajo, basta sentarse y ponerse a escribir”, declaraba a uno de sus entrevistadores, Sean Axmaker. Así que se desempeñó como guionista y escritor para la radio, la televisión y, finalmente, el cine. Pasarían 15 años hasta que dirigiera su primera película.
Resulta curioso el modo en que Kennedy se especializó en el western, totalmente práctico, lo que hizo fue preguntarse: “¿Por qué competir con todos los grandes escritores cuando apenas hay buenos escritores de western como tales? Algunos buenos escritores han escrito westerns, pero en esta ciudad había muy pocos escritores de Western auténticos que fueran realmente buenos escritores.” Así que dicho y hecho, se puso manos a la obra.
Empezó trabajando para Batjac, la productora de John Wayne, en primer lugar ideando una serie televisiva que debía tener protagonista mexicano, pero que nunca llegó a rodarse. Entre los libretos que escribió entonces destaca en 1956 el de Tras la pista de los asesinos, dirigido por su amigo Budd Boetticher, y que protagonizó Randolph Scott; Wayne lamentaría más tarde no haber protagonizado el film. En cualquier caso propició lo que se ha dado en llamar el ciclo Ranown, los westerns de Boetticher y Scott, al que contribuyó con los libretos de Los cautivos (1957), Cabalgar en solitario (1959) y Estación comanche (1960), pero también al de Buchanan cabalga de nuevo (1958), por el que no fue acreditado. Lo mismo le ocurrió con el film épico dirigido y protagonizado por Wayne El Álamo, de 1960.
1961 marcó el debut en la dirección de Kennedy, con Al otro lado de la frontera, y luego se bregó dirigiendo episodios de las series Lawmany El virginiano. La prueba de que se había labrado un nombre está en que se le confiara El regreso de los siete magníficos (1966), remake del film de John Sturges, que volvía a contar con Yul Brynner, aunque no resistía la comparación con el predecesor. Pero esto no impidió que casi a renglón seguido llegara uno de los mejores títulos del cineasta, Ataque al carro blindado (1967). A veces le gustaba unir western y comedia, combinación mostrada en cintas como Esposa por catálogo (1964), Duelo de pillos (1970) y Látigo (1971), las dos últimas con Frank Sinatra y James Garner. En cambio era bastante trágica y próxima al spaguetti Hannie Caulder (1971), historia de venganza con Raquel Welch.
Trabajó con actores legenarios como Henry Fonda (Una bala para el diablo, 1967), Robert Mitchum (Pistolero y Un hombre impone la ley, ambas de 1969), y por supuesto con John Wayne (Ladrones de trenes, 1973). Pero claramente a partir de mediados de la década de los 70 su estrella declinó, y aunque siguió trabajando hasta el 2000 (de este año es su último film, Comanche), sus filmes no llamaron la atención. En alguna contada ocasión trató de hacer algo distinto al western, como en La trampa del dinero (1965), un thriller con Glenn Ford, pero eran más bien la excepción que confirmaba la regla. Dejaría constancia de su quehacer profesional en el libro de memorias “Hollywood Trail Boss: Behind the Scenes of the Wild, Wild Western”, cuyo expresivo título despeja cualquier duda acerca de su fidelidad hasta el final al western.
El cineasta murió a causa de un cáncer en 2001, aunque circunstancias extrañas y no aclaradas rodearon su muerte, y se investigó un posible asesinato vestido de eutanasia por parte de sus cuidadores, para apropiarse de sus bienes.