La doctrina cristiana sobre el culto a los mártires según Agustín de Hipona – Fontes Medii Aevi

La doctrina cristiana sobre el culto a los mártires según Agustín de Hipona

El culto a los santos y la veneración de las reliquias de los mártires en torno a sus lugares de enterramiento y monumentos (memoriae martyrum) se desarrolló en la cristiandad primitiva entre los siglos IV-VI —fenómeno magistralmente estudiado por Peter Brown—. En el texto que ofrecemos a continuación, escrito hacia los años 400-405, Agustín de Hipona sale al paso de la crítica que los maniqueos vertían sobre los cristianos a propósito del culto de los mártires, acusándolos de idolatría y afirmando que los memoriales de los mártires eran una versión de los ídolos paganos. En su réplica a esta crítica —de la que aún hoy sigue habiendo ecos—, el obispo de Hipona expone la que, según él, es la enseñanza correcta de la Iglesia acerca del culto cristiano a los mártires. Antes, una aclaración terminológica de la mano del propio Agustín: «reciben el nombre de ‘memorias’ o ‘monumentos’ los sepulcros de los muertos que han llegado a ser insignes porque traen a la ‘memoria’ a aquellos a los que la muerte ha arrancado de la vista de los vivos, para que el olvido no los arranque de sus corazones, y porque, ‘amonestando’, incitan a pensar. La palabra ‘memoria’ es clara; se llaman ‘monumento’ porque ‘amonesta a la mente’, es decir, advierte» (De cura pro mortuis gerenda, 4,6).
Altar de San Ambrosio en Milán (fuente)
Altar de San Ambrosio en Milán (fuente)

Por honrar las memorias (memoriae) de los mártires, Fausto nos ha calumniado acusándonos de haber cambiado los ídolos por mártires […]: «les rendís culto con prácticas semejantes —dice—; aplacáis con vino y comilonas las sombras de los difuntos». […] Sin embargo, el pueblo cristiano celebra unido en solemnidad religiosa las memorias de los mártires para estimular su imitación, asociarse a sus méritos y ayudarse con sus oraciones, pero de tal manera que no levantamos altares a ningún mártir, sino al Dios de los mártires en las memorias de los mártires. En efecto, ¿qué sacerdote se ha oído que, acercándose al altar en los lugares en que reposan los cuerpos de los santos, haya dicho alguna vez: «te ofrecemos a ti, Pedro», o «a ti, Pablo», o «a ti, Cipriano»? Lo que se ofrece, se ofrece a Dios, que coronó a los mártires, junto a las memorias aquellos a quienes coronó, a fin de que de la exhortación de esos mismos lugares brote un mayor afecto que estimule nuestro amor hacia aquellos a quienes podemos imitar y hacia Aquel con cuya ayuda podremos imitarlos. Veneramos, pues, a los mártires con el culto del amor y de la compañía que en esta vida se tributa también a los santos hombres de Dios cuyo corazón percibimos que está dispuesto a sufrir el martirio por la verdad del Evangelio, aunque a los mártires con tanta mayor devoción cuanta mayor es la seguridad, toda vez que ya han vencido en los combates […].

Con aquel culto que en griego se llama latreía pero en latín no puede expresarse con una única palabra, puesto que significa propiamente cierta servidumbre debida únicamente a la divinidad, sólo rendimos culto —y enseñamos que se rinda culto— al único Dios. A este culto-latreía pertenece la ofrenda del sacrificio, razón por la que se llama idolatría al culto de quienes lo tributan a los demonios, en ningún modo ofrecemos o mandamos que se ofrezca nada parecido a ningún mártir, santo o ángel. Y todo el que cae en este error es corregido con la sana doctrina […]. Los propios santos —hombres o ángeles— no quieren que se les tribute a ellos el culto que saben que se debe exclusivamente al único Dios. Esto se vio claro en Pablo y Bernabé cuando los habitantes de Licaonia, sacudidos por los milagros realizados por ellos quisieron ofrecerles sacrificios como a dioses. Ellos, rasgando sus vestiduras, confesando y convenciéndoles de que no eran dioses, se lo prohibieron [Hech 14,7-17]. Se vio claro también en los ángeles, pues leemos en el Apocalipsis que un ángel prohibió que lo adoraran y que dijo a su adorador: «soy siervo como tú y como tus hermanos» [Ap 19,1; 22,8-9]. En cambio, reclaman para sí esos sacrificios los espíritus soberbios, el diablo y sus ángeles, como acontece en todos los templos y ceremonias sagradas de los gentiles. A ellos han imitado también algunos hombres soberbios, como se nos ha confiado a la memoria, respecto de ciertos reyes de Babilonia. […]

Respecto a los que se emborrachan en las memorias de los mártires, ¿cómo podemos darles nuestra aprobación si la sana doctrina los condena incluso si se embriagan en sus casas? Una cosa es lo que enseñamos, otra lo que aguantamos; una lo que se nos ordena mandar, otra lo que se nos manda enmendar y nos vemos forzados a tolerar hasta que llegue la enmienda. […] Sin embargo, hasta en esto hay gran distancia entre la culpa de los dados al vino y la de los sacrílegos, pues es un pecado mucho menor volver borracho de las memorias de los mártires que ofrecer sacrificios, aunque sea sin probar gota de vino, a los mártires.

En definitiva: es pecado ofrecer sacrificios a los mártires, no ofrecer sacrificios a Dios en las memorias de los mártires, cosa que hacemos con gran frecuencia por aquel rito con el que Él mandó que se le ofreciesen en la revelación del Nuevo Testamento —rito que pertenece a aquel culto, llamado de latría, que se debe al único Dios—. […] Del mismo modo que no hay que despreciar o detestar la virginidad de las monjas por el hecho de que también las Vestales fueron vírgenes, así tampoco hay que recriminar los sacrificios de los patriarcas porque existen también los sacrificios de los gentiles. Así como es grande la distancia que existe entre aquellas dos virginidades, aunque la diferencia esté únicamente en el destinatario de la promesa y de su cumplimiento, así es también grande la diferencia entre los sacrificios de los paganos y de los hebreos, por el hecho mismo de que la única diferencia está en el destinatario de la inmolación y de la ofrenda. Los primeros, ofrecidos a la soberbia impiedad de los demonios que se arrogan eso para ser tenidos por dioses, porque el sacrificio es un honor divino; los segundos ofrecidos al único Dios verdadero, de modo que la semejanza que prometía la verdad del sacrificio se ofrecía al mismo a quien había que ofrecer la verdad cumplida en la pasión del cuerpo y sangre de Cristo.

Augustinus Hipponensis, Contra Faustum, XX, 21, ed. J. Zycha, 1891, CSEL 25, y trad. española de Pío de Luis, OSA).



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Ignacio Cabello Llano (2024, 16 abril). La doctrina cristiana sobre el culto a los mártires según Agustín de Hipona. Fontes Medii Aevi. Recuperado 16 de abril de 2024, de https://fontesmediae.hypotheses.org/7690

Ignacio Cabello Llano

Ignacio Cabello Llano (1996), Graduado en Historia (UAM, 2018) y Máster en Ciencias de las Religiones (UCM, 2019), actualmente es investigador FPU en el Área de Historia Medieval de la UAM, donde realiza su tesis doctoral acerca de la experiencia del sufrimiento y el problema del mal en la cosmovisión, la vida y la reflexión religiosa medieval peninsular, bajo la dirección del Dr. Carlos de Ayala. Sus intereses giran en torno a la Historia medieval; la Historia del pensamiento y las ideas; la Historia cultural y de las mentalidades; la Historia y la Filosofía de las religiones; el Pensamiento, la cultura y la cosmovisión medieval: teología, política, filosofía, religiosidad y liturgia, y las Relaciones y encuentros entre cristianismo e islam en la Edad Media. «Si fuera anticuario sólo tendría ojos para las cosas antiguas, pero soy historiador, por eso amo la vida» (Henri Pirenne). Página personal. Ver todas las fuentes publicadas por Ignacio.

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