«BLOW-UP»: Un ejemplo de por qué el cine es el séptimo arte

“Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías”
“Las babas del diablo” – Julio Cortázar

Por @GiuCappiello

“Blow-up” es un film de 1966 dirigido por el italiano Michelangelo Antonioni, basado en el cuento “Las babas del diablo” (1959) de Julio Cortázar. La película se centra en Thomas (David Hemmings) un famoso fotógrafo dentro del mundo de la moda, que cansado de las banalidades propias del ámbito en el que se mueve, decide ir a tomar unas fotos a un parque londinense, y tras revelar las mismas, comienza a pensar que –sin quererlo- ha captado un asesinato.

¿Cómo saber si una película es buena? Midiendo el tiempo que permaneció en tu cabeza, a pesar de haberla visto hace ya varias horas (o días).

El cine es el séptimo arte y –en este marco– hay quienes lo suponen como algo acabado, es decir, algo que debería entenderse inmediatamente: apenas se visualiza (en el caso de una pintura o film), apenas se lee (en el caso de un libro), etc. Sin embargo, el arte es una forma de expresión, por lo tanto, debe involucrar algo que está más allá de aquello que podemos decir o interpretar mediante el lenguaje; porque si éste último fuese absoluto, entonces no habría necesidad de que exista otra manera de expresarnos.

Generar interrogantes o dar respuestas, representar abstracciones o descifrar mensajes, estas son algunas de las formas en que se manifiesta la verdadera belleza del arte. Ustedes se estarán preguntando: ¿Qué tiene que ver todo esto con la película en cuestión? Bueno, “Blow-up” es considerada una pieza de culto, no sólo en el mundo cinematográfico sino también en el universo de la fotografía; y no suficiente con eso, hoy en día sigue siendo un referente cultural de la estética “mod” –además de contar con la particularidad de unir a figuras como Julio Cortázar y Jimmy Page (Led Zeppelin) en una misma obra– por lo tanto, vamos a analizarla como se merece.

Lo explícito

Thomas es un aclamado y excéntrico fotógrafo cuyo trabajo se orienta a la pasarela, con cientos de jóvenes esqueléticas que posan entusiasmadas delante de su lente, para así capturar la extravagancia propia de la época. Pero si dejamos de lado su gran talento, por todo lo demás, este personaje roza lo despreciable: trata a la gente como objetos, mientras que a los objetos los cuida y contempla con aquella devoción que le niega a todo ser humano. De hecho, podemos observar algo de ésto en aquella escena en la que desea comprar cuadros de “paisajes” en una tienda de antigüedades, es únicamente por las reiteradas negativas del comerciante, que el protagonista decide finalmente recorrer –cámara en mano– un inmenso parque verde.

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El parque londinense en cuestión es muy importante, ya que es allí donde Thomas capta con su lente a una pareja que camina entre risas, besos y abrazos; cuando la mujer (Vanessa Redgrave) se anoticia de que están siendo fotografiados, inmediatamente lo increpa angustiada, exigiéndole el rollo de la cámara primero y rogándoselo después, a cambio de dinero. Por supuesto que el obstinado fotógrafo se niega, regresa a su estudio y revela los negativos; una vez que se encuentra frente a frente con las imágenes, distingue una extraña forma que no había notado al momento de sacar las fotos… sin darse cuenta, cree haber fotografiado un crimen.

“Blow-up” debe su título al trabajo que hace Thomas frente a esas impresiones, estos recortes que hace una y otra vez sobre la fotografía, ampliando para entender qué es esa forma sospechosa que no había visto antes, en la que cree que se encuentra la clave para descifrar lo acontecido en el parque:

Cuando se utilizan ampliadoras pueden verse cosas que probablemente el ojo desnudo no sería capaz de captar (…) pero lo que sucede es que al ampliarlas demasiado, el objeto se desintegra y desaparece. Por lo tanto, hay un momento en que asimos la realidad, pero ese momento pasa… este es en parte el significado de ‘Blow-up’.” (Michelangelo Antonioni)

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El director con esta declaración deja en evidencia que el film no se trata –solamente– de una intriga policial, en la que como espectadores debemos dedicarnos a resolver un crimen; sino que nos está diciendo que se plantea algo “más allá”. Pensémoslo así: siempre que miramos algo, lo hacemos bajo la influencia de otros factores que perturban o influyen, por ejemplo, un sentimiento placentero hacia aquello que observamos, o por el contrario, cierto rechazo con el que emprendemos la acción de ver. Pero Antonioni se refiere a algo aún más básico, habla de realidades, como un empleo filosófico de esa acción que constantemente emprenden nuestros ojos cuando enfocan: para “mirar algo” es necesario “dejar de ver” otras cosas dentro dentro de ese “todo”.

“De todas maneras, si de antemano se prevé la probable falsedad, mirar se vuelve posible; basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena.” (Julio Cortázar – “Las babas del diablo”)

Lejos de ser una interpretación exclusiva del director italiano, lo que se ve y lo que no, las limitaciones y subjetividades al mirar, y su relación con la teoría acerca de diferentes realidades, es un paralelismo que ya está planteado en el relato que sirvió de inspiración para el film. De hecho, es bastante llamativo e interesante, que Antonioni haya usado la expresión “ojo desnudo” y en el cuento se hable de “ropa ajena”. En “Las babas del diablo”, el protagonista de frente a una foto exclama: “Había sido tomada, el tiempo había corrido; estábamos tan lejos unos de otros(…) De pronto el orden se invertía, ellos estaban vivos, moviéndose, decidían y eran decididos, iban a su futuro; y yo desde este lado, prisionero de otro tiempo, de una habitación en un quinto piso (…) de ser nada más que la lente de mi cámara, algo rígido, incapaz de intervención.”

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Prisionero de un tiempo”, “Asir una realidad”… estas son algunas de las pistas que se siembran delante nuestro, para empezar a sospechar que existe un trasfondo más profundo e invisible que aquel que se percibe en superficie dentro de este film. Y si aún a esta altura, hay algún escéptico que desconfía de la fiabilidad de esta interpretación –por complicada o innecesaria– el final de este despliegue artístico que es “Blow-up”, no hará más que convencerlos y –¿Por qué no?– invitarlos a leer nuevamente este análisis, para cerrar algunos cabos sueltos.

Lo implícito

Nos valemos de esta atractiva perspectiva filosófica –y metafórica– que hace Cortázar y traduce en imágenes Antonioni, para plantear otro aspecto intangible que “Blow-up” nos expone constantemente. Aunque tal vez podamos discutir si se trata de una característica inherente a todas las películas, a fin de cuentas resulta innegable que existen múltiples ejemplos para afirmar que detrás de cada gran film, existe un concepto “madre” que lo atraviesa. Hablamos de una idea o imagen abstracta que direcciona el acontecer de cada escena, así como la impresión que se desea provocar en los espectadores. Si aceptamos esto, entonces en este film de 1966 podemos vislumbrar cuál es dicho concepto, apenas comienza: la banda sonora de Herbie Hancock irrumpe sin previo aviso en la pantalla y los créditos comienzan a aparecer, es justamente allí donde se presenta el primer guiño, cuando las letras vacías dejan ver una serie de imágenes que trascurren por detrás del nombre de los actores, los técnicos y el título mismo de la película.

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Es como si Antonioni ya nos planteara desde el comienzo ese ver “a través de», el mismo que se presenta cuando Thomas cree haber captado un crimen “a través” de su cámara fotográfica. Pero si nos disponemos a hacer una interpretación un poco más minuciosa, existe otro elemento que afirma esta perspectiva: la primera escena que vemos –sin títulos superpuestos en ella– es la de un grupo de jóvenes vestidos de manera llamativa que, subidos a una camioneta, recorren las calles a gran velocidad, gritando y haciendo ruido con diversos elementos. Esto que al comienzo parece no encajar con la posterior trama del film, en realidad lo que hace es contextualizarlo: en Londres, a mediados de 1960, se produjo el apogeo del movimiento “mod” (o “modernista”) un fenómeno que manifestaba la revuelta vanguardista juvenil, “a través de” la moda y gustos musicales que se alejaban de lo propio de aquella época. Como dijimos anteriormente, de forma casual –o causal– hoy en día “Blow-up” es un referente de esta estética “mod”.

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Pero estos no son los únicos dos ejemplos, también lo encontramos en aquella escena en la que Thomas realiza una sesión de fotos individuales con una modelo: éste al principio le da indicaciones de forma hostil, pero a medida que la mujer responde a sus exigencias y las fotografías comienzan a adquirir cierta calidad, entonces el tenor de los comentarios –y la escena misma– se vuelven cada vez más íntimos. Él se va acercando a ella con gritos de entusiasmo, mientras que la modelo por su parte, yace en el suelo y se estremece complacida ante la cámara; finalmente Thomas termina posado encima de ella, mientras aprieta incesantemente el disparador. Esta escena es intencionalmente y sin ninguna duda, una relación sexual consumada “a través de” la cámara fotográfica.

Para concluir, sin ahondar en demasiados detalles y así preservar la sorpresa –y belleza– del final, sólo resta mencionar aquella escena en la que dos mimos juegan un partido de tenis… sin pelota. Estos minutos de film condensan no sólo todo el despliegue interpretativo que desarrollamos hasta este punto en relación a “realidades”, sino también la intención real –y oculta– detrás del largometraje, de que aquello que entendemos como “real” no es más que un mero consenso acerca de qué cara de la moneda elegimos ver.  

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“Blow-up” es una obra de arte, donde el cine y la literatura convergen de manera exquisita, en un Londres que se presenta como un protagonista más, junto con una banda sonora que se ubica a la altura de semejantes circunstancias. Muestra la belleza del mundo fotográfico, tanto en su dimensión poética como técnica. Y por último, como si todo esto fuera poco, abre una dimensión surrealista de análisis que invita a pensar –y repensar– ciertos aspectos, que tienen la habilidad de esconderse dejándose ver, mientras nos entretiene con una intriga detectivesca.

No quedan dudas acerca de por qué este film es considerado una obra de culto, que debe verse casi de manera obligada, para que luego la fascinación aparezca en nosotros, como una forma de agradecimiento hacia el cine.


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Título original: «Blow-Up»

Año: 1966

Duración: 108 min.

País: Reino Unido

DirecciónMichelangelo Antonioni

GuionTonino Guerra, Michelangelo Antonioni (Cuento: Julio Cortázar)

MúsicaHerbert Hancock

FotografíaCarlo Di Palma

RepartoDavid Hemmings, Vanessa Redgrave, Sarah Miles, Peter Bowles, Jane Birkin, Gillian Hills, Verushka, John Castle, Julian Chagrin, Claude Chagrin

Género: Intriga/Drama/Thriller/Película de culto.

Sinopsis: Adaptación de un cuento de Julio Cortázar que narra la historia de Thomas (David Hemmings), un fotógrafo de moda que, tras realizar unas tomas en un parque londinense, descubre al revelarlas una forma irreconocible que resulta ser algo tan turbador como inesperado.


 

 

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