Un palacio para el héroe de Blenheim

Un palacio para el héroe de Blenheim

Blenheim Palace, Patrimonio de la Humanidad desde 1987, fue el regalo de la reina Ana de Inglaterra a John Churchill, primer duque de Marlborough y antepasado del célebre Winston Churchill.

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John Churchill en la batalla de Blenheim.

Churchill y el Palacio Blenheim Batalla

El palacio de Blenheim, una inmensa edificación barroca situada en el condado inglés de Oxfordshire, empezó a construirse a principios del siglo XVIII, durante el reinado de Ana, la última monarca de la dinastía Estuardo. A lo largo de su historia, sus muros han albergado a once duques, a un primer ministro (Winston Churchill, que nació allí) y a millonarias estadounidenses.

Blenheim es la única residencia no real ni episcopal de la campiña inglesa que recibe el título de palacio. Todavía hoy, este monumental edificio hace sombra a cualquiera de las propiedades de la familia real británica, Buckingham incluido.

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Palacio de Blenheim.

TERCEROS

Héroe nacional

Blenheim fue el regalo de la reina Ana al admirado general John Churchill tras su triunfo en la batalla de Blenheim, en 1704, durante la guerra de Sucesión española. Hijo de un cavalier empobrecido, el futuro primer duque de Marlborough (el “Mambrú” de la canción infantil) había nacido en Devon algo más de medio siglo antes. Pronto se alistó en el Ejército, y con el tiempo se convirtió en un importante militar, responsable en gran parte de la victoria aliada ante Francia durante la conflagración hispana.

Esta guerra, que estalló en 1701, tuvo como causa la muerte sin descendencia de Carlos II, el último rey de la casa de Habsburgo en España. La entronización de Felipe V, nieto del poderoso rey francés Luis XIV (el Rey Sol), no gustó a los ingleses. Temerosos del dominio que los galos podían ostentar en el Viejo Continente si un monarca de esta nacionalidad gobernaba en España, se aliaron con Holanda y el Sacro Imperio Romano Germánico, apoyando al archiduque Carlos de Austria como pretendiente al trono español.

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John Churchill se convirtió en héroe nacional después de la batalla de Blenheim.

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Con este auténtico juego de tronos empezó la guerra, que en Europa duró más de diez años y en España derivó en un conflicto civil. En el continente fue clave la victoria del aguerrido Marlborough (con la ayuda del príncipe Eugenio de Saboya) en Blindheim, un pueblo bávaro a orillas del Danubio.

Referida también como la segunda batalla de Höchstädt, la victoria en Blenheim (como la llamaron los ingleses) fue decisiva, ya que supuso la primera gran derrota de Francia en décadas. “Blenheim cambió el eje de fuerzas del mundo”, escribió, dos siglos después, el descendiente de Marlborough Winston Churchill.

Tras esta batalla, el duque guerrero lideró una ristra de victorias (Ramillies, Oudenarde, Malplaquet) que afianzaron su leyenda de militar sobresaliente y lo convirtieron en un héroe nacional.

Sin embargo, en 1711 el gobierno ordenó a Churchill suspender los combates y regresar a Inglaterra. Un acontecimiento no previsto había cambiado los planes: José I, emperador de Austria, había muerto a los 32 años, y su hermano, el archiduque Carlos, heredaba la Corona. Si se erigía también en rey de España, como ellos habían pretendido hasta entonces, su poder sería similar al que alcanzaría su rival. Todos los participantes estaban exhaustos tras un decenio de enfrentamientos, así que con la firma, en 1713, del Tratado de Utrecht se selló la paz.

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El duque de Malborough (con caballo blanco) en la batalla de Oudenarde.

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El acuerdo anulaba el derecho de Felipe V y sus descendientes a reclamar el trono francés, y fue especialmente ventajoso para los ingleses, que se hicieron con dos enclaves estratégicos: Menorca y Gibraltar.

Para entonces Churchill ya estaba de vuelta en su país, donde fue recibido con honores y prebendas. No eran algo nuevo para él: el ducado de Marlborough y el título de marqués de Blanford ya le habían sido concedidos por la reina Ana antes del triunfo en Blenheim. También pertenecía a la orden de la Jarretera, la orden de caballería más importante y antigua de Inglaterra. El talento militar de Churchill era obvio, pero para su meteórica trayectoria también resultó fundamental la estrecha amistad de Sarah, su mujer, con la soberana.

Una joya del barroco

Tras la victoria en Blenheim, la exultante reina quiso premiar espléndidamente a los Churchill y les concedió más de ochocientas hectáreas de tierras, ricas en caza, además de la promesa de facilitarles los fondos para construir en ellas una casa-monumento que la honrara tanto a ella misma como al militar.

De esta promesa nació Blenheim Palace, una auténtica extravagancia encargada al arquitecto John Vanbrugh y a su ayudante, Nicholas Hawksmoor, dos de los representantes del Barroco inglés.

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Vista parcial del palacio de Blenheim. Foto: Wikimedia Commons / Durova / CC BY 2.0.

TERCEROS

La esposa de John Churchill, Sarah, era amiga íntima de la reina Ana desde la infancia. La reina la nombró de inmediato Mistress of the Robes (su principal dama de honor), un puesto con un gran peso político, que hizo que la duquesa fuera considerada la mujer más poderosa del país. Inteligente, combativa y con un incuestionable talento organizativo.

La relación era tan estrecha, y la dependencia que la reina tenía de Sarah tan acusada, que despertó todo tipo de rumores en la corte. Estos contribuyeron a poner punto final a casi cuatro decenios de amistad. La consecuencia de la pelea fue que, en 1712, los Marlborough abandonaron Inglaterra en un exilio autoimpuesto. Y en Blenheim las obras se detuvieron: el grifo real se había cerrado y se debían más de 45.000 libras.

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La duquesa de Malborough, Sarah, era amiga de la reina Ana.

TERCEROS

El exilio, sin embargo, no fue largo: tras la muerte de Ana dos años después, los Marlborough retornaron a su país. El nuevo monarca, Jorge I, se hizo cargo de la deuda pendiente, pero resolvió no seguir subvencionando la construcción del palacio-monumento. Las obras en Blenheim las acabó James Moore, un afamado fabricante de mobiliario, en 1722. En esta nueva etapa, los Marlborough pagaron de su bolsillo unas 60.000 libras.

El mismo año en que concluyeron las obras falleció el primer duque, dejando a Sarah una herencia que la convirtió en una de las mujeres más ricas de Europa. Muchos años después, en este mismo palacio nacería Winston Churchill, el flamante premier británico durante la Segunda Guerra Mundial.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 546 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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