NOSTALGIA

Bette Davis, la diva de ojos grandes que se enfrentó al edadismo de Hollywood

Ya en el ocaso de su carrera, Bette Davis (que nunca se sometió a cirugía estética alguna) interpretó -y defendió- a personajes que sufrían el edadismo de Hollywood
Bette Davis
Bette Davis‘Collage’: CNX. Foto: Getty Images.

“Incluso las películas más insignificantes…Parecían por un momento mejores de lo que eran debido a esa precisa voz nerviosa, el pálido cabello rubio ceniza, los neuróticos y grandes ojos, una especie de hermosura corrupta y fosforescente… Prefiero ver a Miss Davis que un buen puñado de películas competentes”. Así se manifestaba sobre ella en 1936 Graham Green, el célebre crítico cinematográfico del Spectator. Bette Davis (Massachusetts, 1908 - París, 1989), que por aquel entonces llevaba cinco años trabajando sin parar en Hollywood y contaba en su haber con un buen puñado de películas, ya tenía su primera nominación a los Oscar de la mano de Cautivo del deseo (John Cromwell). Llegarían once en toda su carrera (dos con premio). Por el camino, se convertiría en la primera persona de la Historia en tener cinco nominaciones consecutivas a los premios de la Academia (que, acaso para darles más épica, dijo que recibían el nombre de su primer marido porque lo mencionó una vez).

Casi desde el momento en que el mundo puso el foco en la Davis –de la que la generación nacida al abrigo de las plataformas digitales tan solo conoce por sus peleas con Joan Crawford (tan bien reseñadas en Feud)– sus grandes ojos se hicieron los protagonistas de su belleza sobria, como de diva intelectual. Algo que ella defendía como ‘realismo’: “Hollywood siempre ha querido que fuese bella, pero yo enarbolé la bandera del realismo”, es una de sus frases más célebres.

La Davis, que se llevó dos estatuillas de la Academia a casa en los años treinta (por Peligrosa, en 1935, y Jezabel, tres años más tarde), fue una de las escasas actrices de Hollywood que no se rindió a los efectos rejuvenecedores del bisturí. A ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) nos remitimos, una cinta más que emblemática en la que interpretaba, con un maquillaje cargado de histrionismo y amargor, a una antigua estrella infantil venida a menos. Los surcos de su rostro eran patentes. Cuando la rodó tenía 54 años (prácticamente una momia rescatada de sarcófago, según los estándares femeninos de Hollywood) y aquella cinta supuso su resurgir y revindicación como una de las mejores actrices de la Historia del cine (con permiso, según los expertos, de Katharine Hepburn). Además de que el rodaje dio un muy animado salseo a la industria ("“La vez que mejor me lo pasé con Joan Crawford fue cuando la empujé por las escaleras en ¿Qué fue de Baby Jane?”, diría de su odiada colega de reparto) que resonaría décadas después, se celebró enormemente que se atreviese a enfrentarse, acaso con sorna, al edadismo que asolaba –y aún asola– la industria de los sueños

La sorna, por supuesto, alude a su supuesta obsesión por fastidiar a la Crawford (otro ejemplo: instaló una máquina de Coca Cola en el set sabiendo que su compañera de reparto era imagen de Pepsi). Se dice que Joan Crawford era una de esas actrices preocupadas por su lento envejecer en una industria que no abrazaba las arrugas faciales. Y por eso Davis (que, entre sus pocas concesiones cosméticas, aplicaba rodajas de pepino y vaselina para minimizar las bolsas de sus ojos) eligió un maquillaje tan excéntrico para su Baby Jane. Era una burla.

En su libro This N' That, publicado originalmente en 1987 después de que su propia hija la acusara en otro volumen de alcohólica e insufrible, la actriz aseguraba que la idea de un rostro blanco por capas y capas de maquillaje superpuesto, demacrado y con un patético corazón negro a modo de lunar en la mejilla, fue idea suya. También que la cinta se rodase en blanco y negro, para no dulcificar la escena. “Madre, has ido demasiado lejos”, dicen que dijo su hija, Barbara Merrill, cuando la vio caracterizada. “Ningún maquillador se hubiera atrevido a hacer lo que tenía en mente para el personaje”, aseguraba Davis. "Uno me dijo que tenía miedo de que, si hacía lo que yo quería, nunca volvería a trabajar. Jane se parecía a muchas mujeres de las que se ven en Hollywood Boulevard. De hecho, el autor de la novela original, Henry Farrell, las tomó como referencia para el personaje, por la forma en que se notaba que alguna vez habían sido actrices pero ahora estaban desempleadas. Sentí que Jane nunca se lavaba la cara, solo se agregaba una nueva capa de maquillaje cada día". La artista enorgulleció cuando Farrell visitó el set un día y exclamó: "Dios mío, te ves exactamente como imaginé a Baby Jane". La extravagancia de la apariencia de Davis causó cierta preocupación en  los productores, que temían que pudiera ser demasiado exagerada. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, se dieron cuenta de que los instintos de la actriz eran buenos. Con la cinta, Bette Davis ganó su undécima (y última) nominación al Oscar. 

Una década antes del estreno de ¿Qué fue de Baby Jane?, Davis ya había encarnado a un personaje similar, quizá menos patético en la forma pero igualmente vulnerable en el fondo, la emblemática Margo Channing de Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950), a la que (alerta, spoiler) le hacen un showgirls en la cara. Otra manera de enseñarle al mundo las disfunciones de Hollywood, una industria que se cebaba especialmente con el género femenino (de cómo se convirtió en una feminista convencida hablaremos en otra ocasión).

Bette Davis fue esa actriz cargada de talento que, a pesar de tener una clarísima belleza (recuerden aquella canción, Bette Davis Eyes), no resultaba amenazante para el resto de sus compañeras. Como la mujer astuta e inteligente que era, supo canalizar adecuadamente esa idea de diva de proximidad que ha permanecido para la posteridad y, al mismo tiempo, enseñó a una industria tremendamente edadista que envejecer no tiene nada de malo. “Dios, siempre estaba maldiciendo mi rostro en aquellos años [habla de sus años en la Warner, en la década de los 30]. Comparado con como me veo ahora, ¡era toda una muñeca!”, reconocería ya de mayor.

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